La escuela de don Fernando Gavilán, en Ubrique ¿1937?
Fotografía del archivo familiar
Hoy hace dieciocho años que nuestro padre,Manuel Cabello Janeiro, murió. Cada año nos gusta hacerle un pequeño homenaje en recuerdo de su vida y de su trabajo, para mantener la memoria de este gran personaje ubriqueño que nos dejó demasiado pronto.
En esta ocasión tenemos la fortuna de nuestro lado, porque su hermano pequeño, nuestro tío José María Cabello, que acaba de cumplir sus maravillosos ochenta y cinco años, está escribiendo, `para los más cercanos, sus recuerdos familiares.
Y no podemos estar más embobados cuando leemos sus historias, de las que, ésta de nuestro padre, nos maravilla.
Por eso hoy, en homenaje a Manuel Cabello y en su recuerdo, podremos leer una pequeña parte del capítulo a él dedicado por su hermano.
Gracias, tito, eres genial 💜
Mi hermano Manolo
Difícil
es, en este breve espacio, pincelar el perfil de una poliédrica persona como
fue Manolo. Estudiante universitario, petaquero, viajante, empresario,
publicista, autor de libros, corresponsal de prensa, periodista, locutor
radiofónico, cronista, investigador, pregonero de fiestas, mantenedor de
florales, arqueólogo, vendedor de enciclopedias...pero sobre todas, la
profesión que ejerció más a gusto, fue la que le convirtió en el maestro don Manuel
Cabello Janeiro.
Por eso y para
centrar este perfil lo concreto en nuestra fraternal relación de hermanos y
dejando aparte du explosiva personalidad que lo convertía en el mejor
relaciones públicas y el mayor punto de conexión entre nuestras dos largas
familias, los Cabello (en Argentina) y los Janeiro, por todos los puntos de
España.
Manolo y yo
fuimos los dos únicos varones vivos de los seis hermanos, lo que nos constituía
una franca minoría dentro del grupo familiar. Esto -sin pretenderlo- nos
personalizó un frente distinto con el de mis hermanas. Lo curioso es que con
carácter y formas de ser tan distintas mantuvimos una conexión desde niños
hasta siempre, increíble. No creo, con franqueza, que dos hermanos tan
distintos de hayan llevado mejor.
Con menos de dos años de diferencia entre los
dos hermanos, nacimos -uno y otro- en los primeros años treinta del pasado
siglo en nuestra casa de la Plaza de la Verdura con un sol que entraba con
fuerza por los balcones y cobijados por la Cruz del Tajo, que tanta importancia
tendría en el amor a la Sierra, que tuvo de siempre mi hermano. Eran los años
jóvenes de la República Española. Y esta circunstancia incidió de forma
indirecta para trazar "ab initio" nuestro camino vital. Abuela Julia, que tenía un profundo sentimiento religioso
y un fuerte sentir patriota, jugó a profetisa.
De sus dos hijos,
el más travieso, ya desde su niñez, sería médico de cuerpo. Y el más tranquilo
y menos inquieto, sería médico del alma. Ni que decir tiene que todas las
papeletas de esta lotería familiar cayeron en mis manos. Y menos mal que de las numerosas cualidades de abuela,
todas extraordinarias, le falló la de adivina, como veremos más adelante.
Pronto nos sometieron, a los dos hermanos a la
"prueba del algodón”: en verano del 39 aterrizamos en Málaga acogidos por
los Arenas, con quienes manteníamos vínculos amistosos. Eran nuestras primeras
vagaciones familiares en una ciudad semidestruida. No le faltó tiempo a abuela,
para llevarnos, a Manolo y a mí, de excursión(!!)
a conocer el Seminario. Por aquellas calendas terribles, la mitad del edificio
era un Hospital de Sangre. Recuerdo la dificultosa subida por el camino de los Almendrales hoy día el Santuario. También recuerdo que
el primero a quien saludamos, fue al paisano Antonio López, el carpintero de
calle San Sebastián, tan devoto de nuestra Patrona, que como soldado hacía la
guardia. Y sobre todo recuerdo con absoluta nitidez, al cura que nos enseñó el
menguado recinto. Al finalizar nos invitó a quedarnos. Y Manolo salió corriendo
cuesta abajo, dándose patadas en el c... con el índice enhiesto y con sentido
negativo. Evidentemente aquel no era su camino. Pero a mí me cayó una carta más
en el bolsillo, hasta quedarme con toda la baraja.
Por lo demás, nuestra niñez para los dos fue
muy igual. Igual camisa, igual pantalón corto, igual peinado e iguales
sandalias de goma. Eso sí, en todo momento se veía que mi hermano, más alto,
más fuerte, más peleón, mejor, más valiente, era, desde siempre, mi mejor
protector.
En UBRIQUE
formábamos pandilla de la que era
jefe indiscutible Miguel Coronel, de la misma edad de mi hermano, quien no
paraba de inventar travesuras infantiles. Y manteníamos ¡este detalle es
importante! una amistad casi familiar con los
Izquierdo, en su casa de la calle Real, con vistas directas a la Sierra.
Manolo, en edad, estaba entre Paco y Esperanza. Yo con Leandro, si no coincidía
con el mismo mes, nacimos en el mismo año. Compartimos escuela. Primero en la
antihigiénica aula sobre la plaza de abastos, con el permanente olor a pescado
y las voces de vendedores y pregoneros.
Más tarde en la "pedagógica" escuela
sobre el matadero, en la que aprovechando nuestro descanso caíamos como moscas
en unas ventanas debajo del aula, desde donde presenciábamos y oíamos el
agónico mugido de los animales y las voces del matarife al sacrificarlos. Esta
era la equipación educacional de mi pueblo en aquellos grises años. Sin
embargo, mantenemos un recuerdo de admiración y agradecimiento a los docentes
de entonces y especialmente a don Ramón Crossa, el gran químico, y al gran don Fernando Gavilán, del que
tengo el orgullo de reconocer como mi maestro. Ya aquí comenzaron a
diferenciarse nuestros caminos. Yo era un enamorado de las letras y devoraba un
libro escolar de corte facistoide -era lo que había- que se llamaba España y me enseñó todas las regiones
del país y hasta que en uno de los desplazamientos los protagonistas del relato
entregan como regalo una petaca de UBRIQUE, MI Ubrique, eso superó las ciencias
y las matemáticas.
¡Ah! Como en
realidad mi hermano desde siempre fue un
emprendedor, inició -por aquellos tiernos años- un extraño oficio, entonces
desconocido y hoy camino de ser catalogado como arte. Una mañana, al salir de
la escuela y pasar por lo que fue Casa del Pueblo y actualmente Radio Ubrique, apareció en su amarillento zócalo sin enlucir
un grueso trazado en negro, que decía "Manolo quiere a Esperanza." Mi hermano fue el primer grafitero
ubriqueño. Y es que, desde siempre, no podemos nombrar a Manolo sin hacer
mención en paralelo, a aquella extraordinaria mujer que Dios le puso en su
camino y fue siempre su compañera y la quisimos tanto, ESPERANZA IZQUIERDO
FERNÁNDEZ.
(...continuará)
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