BILLARES EN VILLALUENGA
Ya hacía unos años que había terminado la guerra, pero aún eran los tiempos de los "maquis". Manuel Cabello era un jovencito con muchos ánimos, poco miedo y sólo un real en los bolsillos. Esa mañana se había puesto de acuerdo con dos de sus amigos: Paco Izquierdo, que después sería su cuñado, y Fernando Corrales. Una partida de billar o de futbolín en Ubrique costaba dos reales, mientras que en el casino de Villaluenga sólo un real, así que los tres cogieron el camino de la Calera y en un santiamén se plantaron en Villaluenga. Echaron su billar, y como no tenían más dinero, tuvieron que volver muertos de hambre por el mismo camino que habían subido.
¡Imaginense la preocupación de sus madres, todo el día sin saber nada de ellos y pasada la hora de comer! Al llegar a Ubrique, Manuel no tuvo más ocurrencia que explicar que aunque se había ido sin permiso, allí había sido educado, porque no había aceptado, de ninguna manera, la invitación para comer algo que una vecina les había hecho.
Esperanza Cabello.
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Ja,ja. Hay que reconocer que la respuesta fue un buen contraataque ante el probable castigo que se avecinaba. Más vale travieso educado que atravesado ¿no?
ResponderEliminarBonita anécdota.