Francisco Cabello Orellana,
Nuestro abuelo Paco
Por María Remedios Arenas Cabello
Al acercarse la fecha del 20 de Diciembre siempre tengo presente la imagen de nuestro abuelo Paco.
Con mis diez años, yo esperaba con ansia ir a “Los Amarillos” a recoger la ristra de panderetas que vendía todos los años en la tienda de la plaza, "Casa Cabello".
-"Abuelo qué tarde van a llegar las panderetas, ya estamos a 19 de Diciembre y en mi escuela hoy hemos estado cantando Villancicos. Mañana ya dan las vacaciones".
-"No te preocupes que mañana vienen y se venderán en vacaciones".
Mi pandereta de plástico ya estaba estropeada del año anterior y si era yo la que le acompañaba a Los Amarillos seguro que alguna de las nuevas sería para mí por ayudarle, además las de madera me gustaban más.
Al salir el día 20 de Diciembre de la escuela, a las 5 de la tarde, seguía pensando en las panderetas que llegaban a las 8 y mi abuelo aún estaría haciendo el paseo que acostumbraba a hacer hasta “la Cerca”.
Abuelo Paco en la Cerca, 1974
Cuando llegaba a la plaza de la Verdura, notaba algo raro, mucho movimiento de gente entrando y saliendo y ¿qué hacían allí los maestros de mi escuela?.
Cuando iba subiendo las escaleras ya sobraban las palabras, la puerta de abuelo estaba abierta y en lo alto de la mesa unos medicamentos entre los que llegué a leer “Efortil”.
Al escuchar los llantos de las mujeres de la casa, salí disparada hacia el soberao y entre lágrimas saqué de mi mochila una postal de navidad que habíamos hecho en clase esa tarde y se la escribí a mi abuelo con dirección al cielo.
No paraban de llegar maestros compañeros de tito Manolo Cabello y de tito Heliodoro.
Podeis imaginaros lo que supuso para una niña de 10 años esa gran perdida tan repentina y tener que seguir viviendo en los lugares en que siempre estaba mi abuelo.
La postal la he tenido guardada durante muchos años, recuerdo que era de tonos celestes y escrita a lápiz, pero en alguna de mis mudanzas se ha debido extraviar.
A pesar del shock, guardo muy buenos recuerdos de aquella época y lo especial que era para mi mi abuelo, con apariencia huraña para los demás porque le molestaban los ruidos y muchos niños alrededor, pero para mi un buenazo con sonrisa bonachona . Las de veces que cogíamos un caballo de carton- piedra, gigante y con ruedas, para subirnos en él, unas veces en el patio de la casa de la calle del Perdón y otras callejuela abajo por el callejón de los Janeiro. Nos regañaba pero en el fondo se hacía “el longui”.
Un caballo de cartón...
¡Qué recuerdos!
Pensar en abuelo me hace recordar con nostalgia aquellos juguetes de antes que vendía en la tienda: camiones de bomberos con grandes escaleras desplegables, coches de hojalata y muñecos de cuerda, carritos de capota, grandes muñecas que andaban al acompañarlas de la mano moviendo la cabeza y parpadeaban si las tendías y las volvías a levantar, los primeros muñecos llorones, las muñecas de Famosa habladoras con un disco en la espalda, biberones mágicos que nunca se vaciaban, la fregona y el cubito, las sillitas de enea sevillanas decoradas con flores, los juegos reunidos Geyper, caballitos balancines, tambores, trompetas, guitarras, el cine Exin, el Exin Castillos, …Nada de tecnología como ahora.
En el mes de junio ayudaba a inflar las piscinas y colchonetas de plástico y los flotadores de patito, que permanecían colgados del gran balcón de la plaza, encima de la tienda, durante todo el verano, para reclamo de los compradores.
Me encantaba registrar en el rincón de abuelo: su sillón de mimbre, su máquina de escribir de color negro y una estufa de butano ignis. Escondidas tenía todo tipo de “delicatessem” raras que traía de sus viajes: frutos secos exóticos, pan de higos, chocolatinas blancas, caramelos de piñones, garrapiñadas y toffees …
Pasaba mucho tiempo en solitario y escuchaba tangos argentinos en el tocadiscos que tenía cerca de la puerta trasera de la tienda.
Yo le pedía que me hablara en argentino y la única palabra que me decía era chanchito (cerdito).
Mi madre me mandaba muchas tardes para darle con algodón en la espalda en unas pupitas que tenía y como yo era muy chuchera, me daba algo para gastar en el quiosco de la Bartola: regaliz con polvos de refresco, chicles bazooka, palotes…
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La Plaza y el quiosco de "la Bartola", Isabel Muñiz
Fotografía gentileza de Fernando Oliva
Tambien le ayudaba en la trastienda a
preparar paquetes con monederos de tacón en hileras, que al principio yo
llamaba higueras. Me sorprendía cómo abuelo los contaba rápidamente y
terminado el paquete los mandaba por Los Amarillos a Sevilla. Me acuerdo
del tinglado que se montaba para pegar el precinto, había que mojar las
tiras y antes de pegarlas al paquete cerrado, estirarlas para que no
se arrugararan.
¡Cómo han cambiado los tiempos!
Nunca olvidaré su sonrisa en casa de tita Reme en Jerez, sentado en el sofá con un capirote en la cabeza hecho de periódico por el primo Fran y tocando una trompeta, mientras el primo Antonio en la alfombra con la escayola en la pierna, tocando un tambor para acompañar los pasos de Semana Santa en miniatura que a los dos primos encantaba.
Hoy 27 de noviembre de 2012 he comenzado a ensayar con mis alumnos de 12 años un coro de villancicos para ir a cantar a los abuelos del asilo el dia 20 diciembre y seguro que el mío lo tendré muy presente.
Nunca olvidaré su sonrisa en casa de tita Reme en Jerez, sentado en el sofá con un capirote en la cabeza hecho de periódico por el primo Fran y tocando una trompeta, mientras el primo Antonio en la alfombra con la escayola en la pierna, tocando un tambor para acompañar los pasos de Semana Santa en miniatura que a los dos primos encantaba.
Hoy 27 de noviembre de 2012 he comenzado a ensayar con mis alumnos de 12 años un coro de villancicos para ir a cantar a los abuelos del asilo el dia 20 diciembre y seguro que el mío lo tendré muy presente.
Mª Remedios Arenas Cabello
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Que recuerdos mas bonitos y emotivos da gusto de unas nietas tan maravillosas Besos Reme
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