Ronda, impresionante
Fotografía gentileza de Manolo Canto
Por Esperanza Cabello
Hace unos días publicábamos la primera parte del artículo que Pedro Pérez Clotet había publicado en 1926 en la Revista del Ateneo de Jerez , hoy le ha tocado el turno a la segunda parte de este escrito, basado en la obra de Monsieur Rocca, "Mémoire sur la guerre des français en Espagne".
Un francés en Ronda, II
La guerra que sostuvieron los serranos con los
franceses, fué casi exclusivamente de guerrillas. En distintas ocasiones se le
quiso imprimir carácter militar, pero todos los esfuerzos fueron casi inútiles.
La naturaleza de la Serranía, áspera y accidentada, imponía esta clase de
guerra. Ella, además, se adaptaba perfectamente al carácter levantisco e
impetuoso de sus moradores.
Recuérdese la guerra de Viriato,
y se comprenderá su antigüedad en la Serranía. En cuanto el francés pisa su
suelo y amenaza ocuparla, el sentimiento de independencia surge potente en los
serranos. Al momento, cada pueblo organiza una partida, al frente le la cual
pone al más valeroso y arriesgado; y estas partidas, como conocen palmo a palmo
el terreno, se lanzan, ora por las anfractuosidades de las montañas, ora por
los valles y caminos, para sorprender a los imperiales y atacarlos
impetuosamente. Algunos nombres de esos valientes guerrilleros—Pedro Cortés,
Diego Carrasco, Juan Peralta (El Cura)- han pasado a la historia; otros—la mayor
parte — , permanecerán eternamente en el olvido. Las guerrillas, como es
sabido, no tenían una técnica fija y constante. Sus maniobras se adaptaban a
las circunstancias de cada caso. Mr. Rocca en las Memorias que estamos examinando,
nos describe su mecanismo. «Cuando los serranos —dice—se disponían para
atacarnos, daban grandes gritos para animarse al combate y nos hacían fuego
mucho tiempo antes de que sus balas pudiesen herirnos. Los que estaban más
alejados creían, al oir estos gritos y estas descargas, que sus compañeros
obtenían alguna ventaja en la vanguardia, y se apresuraban a venir a tomar
parte en el combate, a fin de participar del honor de un éxito que creían
fácil; se adelantaban, echando mil bravatas a los que les precedían y cuando
reconocían su error, no podían volver atrás».
De esta manera llegaban fácilmente
a la llanura próxima a Ronda, y en ella eran atacados y acuchillados por los
enemigos. Los trabajadores españoles de Ronda salían por las mañanas al campo como
si fuesen a trabajar; pero una vez en él recogían sus escopetas, que tenían
escondidas, peleaban, y por la noche volvían a dormir a sus casas. Se daba a
veces el caso de que los franceses reconocían entre los combatientes españoles
a los mismos patrones en cuyas casas se alojaban. «No podíamos - d i c e
Rocca—hacer pesquisas muy rigurosas; si se hubiese querido ejecutar el decreto del
mariscal Soult contra los españoles insurgentes, hubiera sido necesario
ajusticiar a casi toda la población del país (I)» (Una cláusula de este decreto
disponía que todo guerrillero cogido con las armas en las manosdebía ser
fusilado y su cadáver expuesto en los caminos).
Los serranos, si carecían de disciplina
militar, suplíanla con su perseverancia y con su esfuerzo. Si en las llanuras
no podían resistir a los imperiales, defendíanse entre las peñas y, en general,
en cuantos lugares no podían los franceses hacer uso de la caballería. Aún cuando
las tropas enemigas eran superiores en número, salían siempre, entre las abruptas
montañas, victoriosas las españolas. Cuando éstas eran atacadas se retiraban,
sin dejar de hacer fuego, de piedra en piedra, de casa en casa, destruyendo las
columnas francesas. Las tropas que salían de Ronda, eran envueltas por los
montañeses hasta que entraban de nuevo en la ciudad. Cada convoy le costaba la
vida a un buen número de hombres. «Hubiéramos podido decir en verdad—exclama
Rocca – con palabras de la Escritura, que comíamos nuestra carne y bebíamos
nuestra propia sangre en esta guerra sin gloria, para expiar la injusticia de
la causa por la cual nos batíamos». Y no combatían solamente los hombres. Las
mujeres, los viejos y los niños servían de espías. Rocca refiere el caso de mi
niño que se ofrece a servir de espía a una partida de húsares; pero, lejos de
cumplir su ofrecimiento, la conduce a una emboscada, y cuando ya está en ella;
sube ligero a unas peñas, tira al aire su sombrero y grita a grandes voces:
¡viva Fernando VII!; este grito es la señal para que acudan los españoles y ataquen
a los imperiales.
Las mujeres de Teba, desde las
cimas de las montañas, entonan un himno a la Virgen, y al momento dan principio
los montañeses, escondidos en la Sierra, al tiroteo contra los enemigos. No
solamente sirven de espías. Los franceses las veían «bajar de las rocas,
arrancar los fusiles de las manos a sus maridos, y colocarse delante de ellos
para obligarles a avanzar”. A veces, también, iban rematando, después de los
combates, a los heridos enemigos que encontraban en el campo. Cuando los
franceses atacaban algún pueblo, huían las mujeres y los niños a las montañas,
y ocultaban en las cavernas el dinero y los objetos de valor que poseían.
Solamente los hombres, quedaban en los pueblos para defenderlos, Rocca cita a
Montejaque y a Grazalema como pueblos que se distinguieron por su resistencia
contra los enemigos. Veamos lo que dice de este último. El mariscal Soult envía
contra Grazalema una columna de 3.000 hombres. Los habitantes se defienden de
casa en casa, y solo cuando les faltan las municiones abandonan la plaza del
pueblo y huyen a las montañas, después de causar a los enemigos pérdidas
considerables.
En cuanto éstos abandonan el pueblo, vuelven a él sus moradores. Un mes después, marcha de nuevo contra Grazalema una división de tres regimientos de Infantería de línea; vencen en su marcha hacia el pueblo a cuantos serranos hallan en el camino; pero al llegar a él se encuentran con una cosa inesperada. Los montañeses se habían atrincherado en la plaza que está en el centro del pueblo y habían colocado colchones delante de las ventanas de las casas en donde se habían encerrado. Doce húsares del regimiento 10º y cuarenta cazadores que formaban la vanguardia de la división francesa, llegaron a la plaza sin encontrar resistencia; pero ninguno volvió; todos fueron sacrificados por el fuego que salió en un momento de todas las ventanas; aquellos que se enviaron sucesivamente para apoderarse de esta plaza perecieron del mismo modo sin hacer ningún daño a los enemigos » (Podríamos completar este punto con interesantes datos; pero nos hemos propuesto no añadir nada salvo alguna aclaración que estimamos oportuna—al relato del oficial francés: en alguna ocasión intentaremos completarlo en un estudio más detenido).
Recreación histórica de El Bosque
Fotografía: Luis Eduardo Rubio
En cuanto éstos abandonan el pueblo, vuelven a él sus moradores. Un mes después, marcha de nuevo contra Grazalema una división de tres regimientos de Infantería de línea; vencen en su marcha hacia el pueblo a cuantos serranos hallan en el camino; pero al llegar a él se encuentran con una cosa inesperada. Los montañeses se habían atrincherado en la plaza que está en el centro del pueblo y habían colocado colchones delante de las ventanas de las casas en donde se habían encerrado. Doce húsares del regimiento 10º y cuarenta cazadores que formaban la vanguardia de la división francesa, llegaron a la plaza sin encontrar resistencia; pero ninguno volvió; todos fueron sacrificados por el fuego que salió en un momento de todas las ventanas; aquellos que se enviaron sucesivamente para apoderarse de esta plaza perecieron del mismo modo sin hacer ningún daño a los enemigos » (Podríamos completar este punto con interesantes datos; pero nos hemos propuesto no añadir nada salvo alguna aclaración que estimamos oportuna—al relato del oficial francés: en alguna ocasión intentaremos completarlo en un estudio más detenido).
Y téngase en cuenta que estos ejemplos
abundaron en aquellos azarosos días. Todavía hoy, al ir conociendo nuevos datos
que nos van descubriendo nuevos heroísmos; al representarnos con la imaginación
el cuadro que cada pueblo atacado por los enemigos nos ofrece; al recordar que
no faltaron mujeres que regaron con su sangre el suelo de la Serranía, se
experimenta una profunda emoción y se siente el escalofrío de lo sublime. Sería
interesante examinar también las descripciones que hace Rocca en sus Memorias de
Ronda y su Serranía. Mas con ello traspasaríamos los límites de estos
artículos. Respecto a nuestro propósito, solo nos resta decir algo de la vida
de aquél, después que salió de España, porque es indispensable para el exacto
conocimiento de su obra. Este será el objeto del artículo siguiente, último que
nos proponemos dedicar a esta materia.
PEDRO PÉREZ CLOTET
Madrid Mayo de 1926
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