Azulejos a la entrada de la hacienda de Santa Lucía
Fotografía: Manuel Cabello
Por Esperanza Cabello
Fotografías: Manuel Cabello
Hace ya unos meses que nuestro hermano Manolo nos trajo una serie de fotografías de la finca de Santa Lucía, un lugar emblemático para todos nosotros, para nuestra familia, porque allí, como dice nuestra madre "echamos los dientes", subiendo y bajando del Salto de la Mora. No había semana en la que no estuviéramos allí, ya fuera entre semana, una tarde a dar un paseíto, como cualquier domingo a hacer una paella.
Las gallinas de Santa Lucía
En un gallinero de toda la vida
Todos nuestros recuerdos infantiles pasan por allí, el recuerdo de los cabreros, siempre afanándose con el ganado y siempre amables y educados con todos nosotros, y eso que, pensándolo ahora fríamente, debimos de darles la tabarra muchas veces.
Dejábamos el coche fuera, cerca de la puerta, pedíamos permiso y subíamos por el camino, personalmente siempre con miedo a las vacas que pastaban tranquilas y siempre intentando acariciar a los tres o cuatro perrillos que había en la finca.
Para reunir al ganado
También había cabras, gallinas, gatos... todo un paraíso para aquella chiburralea que componía nuestra familia, porque íbamos con la familia Vilches Arenas, con nuestros primos Izquierdo, con nuestros primos Cabello... Todos siempre entusiasmados, porque en aquel campo había miles de lugares para jugar. Hace unos años hablaba nuestro hermano de la cueva (en este enlace) y siempre aprovechábamos para echar unos partidos (aquí con Antonia Mari y María Teresa).
La parte trasera de la hacienda
Donde nunca faltan los gatos
A veces los mismos dueños de la finca subían con nosotros, nuestros padres tenían mucha amistad con ellos, y participaban en las reuniones familiares. Nos encantaba jugar con el burro, que era tan noble que permitía que se montaran los niños sin poner resistencia. (Aquí se puede ver a los primos con el burrito).
Y pasábamos muchos días en aquel campo, siempre acompañando a nuestro padre, que era un enamorado de aquel entorno y que luchó y batalló como un Quijote, convencido de que aquella maravilla debía ser protegida, cuidada y conservada con mimo. Lo mejor es que logró, después de mucho insistir, convencer a todos de que el Salto de la Mora era el tesoro de todos los ubriqueños, y que la ciudad de Ocurris era un magnífico reclamo turístico y cultural.
Tanto, que la totalidad de los escolares de este pueblo comenzó a interesarse por el lugar, y las excursiones de las escuelas ubriqueñas para conocer el yacimiento y aprender a valorarlo se hicieron muy frecuentes.
Todos los batidores de Misión Rescate conocieron Santa Lucía y subieron al Salto de la Mora. Y, por supuesto, al subir o al bajar siempre hacíamos un alto en el pozo de Santa Lucía para beber del cucharro, uno de los pozos más famosos de nuestra infancia.
Llegó el momento, después de las primeras excavaciones, en que hubo que poner una entrada alternativa, para no molestar tanto en la finca y para proteger al ganado.
Los vasares y la cantarera
Llenos de detalles tradicionales
A nosotros, en aquellos años de finales de los sesenta, lo que más nos gustaba era cuando nuestro padre se paraba a echar un cigarrito con los dueños de la finca. Así podíamos jugar un rato con los gatos o mirar a las gallinas. Cuando entrábamos en la casa siempre teníamos la misma impresión: pensábamos que el tiempo se había detenido en aquel lugar, que era una casa de siempre.
Ahora recordamos aquel fuego en el hogar, siempre con un puchero de barro al lado. Aquella palangana que hacía las veces de lavabo. Aquellos cántaros de agua siempre fresca, que traían con el burro de una fuente cercana, aquellas sillas de La Huerta alrededor de la mesita. El banquete de corcho junto al fuego. Aquellas paredes encaladas y el suelo pintado...
Viendo estas fotos de nuestro hermano nos damos cuenta de que el tiempo sigue, aparentemente, detenido en Santa Lucía.
La fachada de Santa Lucía
Una casa de campo tradicional
Y hoy, casi cincuenta años más tarde, Santa Lucía sigue siendo un ejemplo de finca tradicional. La familia Mangana la lleva, y se dedica, como siempre, a la ganadería. El burrito ha sido sustituído por un vehiculo y las cántaras de leche... siguen tal cual.
Ya no hay paso por Santa Lucía para subir al Salto de la Mora. Los visitantes de Ocurris entran por el nuevo camino que abrieron años más tarde, y hace muchísimos años que no pasamos por alli, pero mirando las fotos comprobamos que los recuerdos de infancia reviven con facilidad ante cualquier estímulo.
En una finca el agua es un tesoro
Sea cual sea el recipiente
Y siempre pensamos que fuimos muy afortunados por haber aprendido, desde muy pequeños, a conocer y respetar los tesoros que nos rodeaban. Aprendimos a caminar sin estropear nada, aprendimos a mirar al suelo por si aparecía alguna moneda, aprendimos a examinar con minuciosidad cada piedra que tirábamos no fuera a ser valiosa, aprendimos los nombres de los materiales, los nombres de las "tejas", de la cerámica.
Hasta la pequeña, Natalia, que apenas sabía andar, llegó un día con un trozo de hueso de cabra dicendo: "Mira, papá, un hueso tan antiguo y tan romano".
Realmente hemos sido muy afortunados y hemos disfrutado de una niñez al aire libre, pasando tantos ratos en un lugar tan especial como el Salto de la Mora, en la finca de Santa Lucía.
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¡Pues sí! Tal como diría nuestra hermana Natalia, la arqueóloga, Santa Lucía, tan antigua y tan romana. Precioso, hermana.
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