Pasodoble de José Janeiro Horrillo
Por Esperanza Cabello
En nuestra gran familia tenemos artistas de muchos tipos, músicos, escritores, bailarines, pintores, cantantes, magos...
Y hoy, entre esos grandes artistas, queremos presentar a nuestro tío José Janeiro Horrillo, músico, escritos, compositor... Nuestro primo José Manuel nos ha enviado algunos de sus trabajos, y empezamos con uno de sus pasodobles (que podemos escuchar pinchando en este enlace) y uno de sus relatos: "Delirio gitano".
Estamos seguros de que se sorprenderán como nosotros al ir conociéndolo.
DELIRIO
GITANO
Juan Ignacio Pérez, acaba de
llegar de Granada al cortijo de su padre D. Juan Pérez, Ignacio se ha
doctorado en la carrera de Derecho y está dispuesto a tomarse unas
merecidas vacaciones, pero antes de emprender un viaje o unos días en la
playa, piensa descansar en el campo; para montar a caballo, bañarse en el río,
comer los buenos guisos de ama Ana, tomar el aire, el sol y recordar tantos
momentos vividos desde su niñez hasta que marchó a la capital a ordenar
sus estudios y sólo entonces va por la hacienda en periodos de
vacaciones.
Una mañana mandó a Julio
(el casero) ensillar su jaca y salió a dar un paseo. Era una hermosa mañana
del mes de junio, el aire limpio y fresco movía las hojas de los
frondosos árboles y acariciaba su rostro, Ignacio estaba contento, entonó una
monótona cancioncilla y siguió internándose en las vastas extensiones de la
heredad de su padre. Atravesó el río Genil por un vado que tenía poca
profundidad y empezó a subir por la colina. De pronto su jaca hizo gestos de
aviso, emitió un relincho y se paró. Ignacio advirtió que tras la colina
salía humo, pensó que sería algún capataz y sus peones, pero conforme iba
avanzando percibía rumores y sospechó que eran otras personas porque se oían voces de niños,
hombres y mujeres. Siguió avanzando con sigilo y tras unos arbustos, divisó una
enorme caravana de gitanos acampados en la era, que se estaba
acondicionando para la eminente trilla.
Estuvo observando
unos minutos los movimientos de aquellos gitanos y decidió
bajar para invitarlos a que se marcharan. Llegó ante ellos con gesto huraño y sin mirar
al rostro de nadie preguntó por el jefe de ellos. Apareció un hombre alto
delgado de mediana edad, se tocaba con un sombrero y pelliza oscura con botones
acharratados ¡Venga el señorito con Dios y tome café y aguardiente con nosotros!
Miró hacia dentro del carromato y exclamó. ¡María, saca una fuente de rosquitos,
trae caté y unas copas!
Ignacio con el ceño fruncido
contestó: Pueden ahorrarse la molestia. Habéis hecho acampamiento en terreno
privado, no tenéis permiso y exijo que...
No pudo terminar
la frase. Unos ojos negros de durísimo azabache se cruzaron con los suyos
dejando inmóvil la mano amenazadora, turbándose de tal forma que miró al cielo
intentando ocultar su repentina descolocación. Los ojos tenían un hermoso
rostro, dos robustas trenzas y un perfecto cuerpo de color bronceado suave que
lo dejó paralizado; llevaba una torerita sin mangas adornada con monedas, una
falda amplia de tela floreada y chapines dorados. ¿Quiere unos rosquitos? Están
recién hechos. Gracias dijo Ignacio aceptando el obsequio y al cogerlo rozó su
mano con la suya notó que su sangre se helaba, le ardía la garganta, un
escalofrío hizo temblar su cuerpo y un ligero sudor iba apareciendo en su
frente. Respiró hondo, volvió la serenidad y con voz opaca que ni él mismo
reconocía dijo secamente. Tienen que abandonar estos parajes, es terreno
privado y no habéis
pedido permiso.
¡Ay señorito! dijo el hombre mayor: los caminos son
libres, somos gentes de paz y vamos "Graná" a una "boa".
Pues adelante sigan por los caminos pero
precisamente no estáis en él. Si esta tarde os vuelvo a ver, me veré
obligado a tomar serias medidas. ¡Buenos días! dijo Ignacio, marchándose al
trote,
La tarde granaína pasaba lenta,
calurosa, pero alternaba con un airecillo fresco que, jugando con las
nubes, aparecía, se escondía y volvía a aparecer. De lo alto de la sierra
apareció una faja de arrebol que fue cubriendo el cielo de la tarde. La figura de
Juan Ignacio se recortaba en la lejanía, montado en la jaca bien engalanada, lo
mismo que su dueño.
La era, era una
explosión
de alegría y color. El rasgueo de la guitarra, el cante, las palmas, daban un
ambiente mágico que invitaba a descabalgar y a unirse a ellos.
Buscaba ávidamente los
ojos que le habían fascinado y tuvo la suerte de encontrarlos. El arrebol de la
tarde los hacía más grandes, más oscuros y profundos.
Eran un pozo negro
que le atraían
como dos fuertes imanes. Sentía un gozo infinito cuando los tenía cerca, sin intención de separarse de
ellos, fuera de la fe, las creencias o las reglas que impone la sociedad. Sus
manos se
encontraron de pronto unidas a las suyas. Sus cuerpos se fundieron en uno, sus
bocas se besaron, suaves y después apretadas.
María sintió miedo y
se separó de él. Es imposible, dijo -Tengo compromiso con mi primo desde
niños, son costumbres que llevamos en la sangre. Estamos marcadas y es
nuestro destino.
¡Anda! déjame. Vuelve atrás ahora mismo y olvida
este momento de felicidad
que hemos pasado juntos.
-Nunca, nunca jamás, dijo Ignacio, -mi vida está
unida a la tuya para siempre.
-Vete Ignacio, si nos ven juntos lo vamos a
pagar caro y yo mucho más. Me llaman, tengo que ir. Adiós Ignacio, nunca te
olvidaré, pero no nos volveremos más a ver. Como la tarde, entre las
sombras de la noche, María desapareció.
De pronto Ignacio se vio
sorprendido ante la presencia de un joven que leo miraba desafiante, con una mano le atenazó su brazo y en la otra
blandía una afilada y reluciente faca, y poniéndola en su garganta, le ordenó
que no
se acercara más a María.
Ignacio pasó una mala noche
de tormentos y pesadillas, se despertó cuando ya el sol entraba por las rejas
de su ventana. Rápidamente fue hacia la caravana, el día tenia nuevas ideas.
Eran más claras que las de la noche pasada. Le pediría matrimonio, aceptaría
las leyes y las costumbres de su gente, porque María era todo para él. Era lo
más importante de su vida y lo más
maravilloso que le había ocurrido.
Se encaminó a la era, la
encontró desierta y no había rastros de nada de la pasada noche; se sintió
desolado, falto de reacción y poco a poco fue volviendo sobre sus pasos.
Vagó sin rumbo, sin dirección, con una soledad y un enorme peso que le
sobrecogía el alma. No encontró respuesta a su pregunta, ¿Dónde? ¿Dónde está
María? Más tarde recordó que el jefe de ellos le dijo que iban a
Granada, a una boda y hacia allí se dirigió.
La boda era fastuosa, la fiesta, que duró
varios días, la estaban celebrando en el Sacromonte. El ruido de las palmas,
las canciones, las guitarras, los bailes, tenían todo el encanto de las bodas
gitanas. Cuando los esposos, los invitados y las familias son ricas y
poderosas. Las bodas, parecen no tener fin.
Ignacio se hizo paso entre los invitados, intentando ver una vez más los ojos de María, La novia estaba de espaldas saludando
y conversando con algunos invitados. De pronto volvió la cabeza y sus
grandes ojos negros se cruzaron con los de Ignacio. Pero los ojos no tenían
brillo, su cara parecía una azucena mustia,
intentó formar una sonrisa y le salió un gesto de dolor. Su marido llegó con
unos parientes, y llamó a María para que les mostrara el lujoso anillo que le había entregado, en prueba de matrimonio
Ignacio
se alejó del Sacromonte, no podía volver, ni se quería
marchar, su cuerpo no responde, sus pies no tienen rumbo, sus ojos miran sin
ver. Sólo su voz ronca y sollozante pronuncia un nombre… ¡María!
Autor: José Janeiro Horrillo.
DELIRIO GITANO
Romanza
de Ignacio
Gitana, delirio de mis amores gitana, delirio de mi pasión gitana, delirio de aquella
noche, que
yo te conocí brillando
el cielo con arrebol.
Como pavesa de fuego quemaste mi corazón cuando clavaste en
mí, los
grandes ojos negros apretando los sentíos como una argolla de hierro.
Quise llevarte en mi jaca me volví loco por ti pero
el brillo de una faca, rompiendo el aire me alejó de allí.
Mi delirio, vida mía es poder volver a verte. ¡Ay! Para mirar, tus ojos negros
por una cobardía sin ellos yo me muero.
Vengo de nuevo a buscarte para quedarme a tu vera,
y tienes
dueño y amante, y una sortija que no te entregué,
Por cobarde...por cobarde.
Fin de fiesta (Coro de gitanos)
Yo quería refrescarme pero no había agua de la fuente fría,
yo quería refrescarme pero no había agua de la fuente fría.
Pero tuve que beber donde te lavas la cara, y el agua tenía rosas del perfume que
dejabas. (BIS)
Lo mataron en una fiesta lo mató su mejor amigo, por peleas de borracheras
maldito sea por siempre el vino. (BIS)
Juventud que conmigo vivías por capricho te
hacía sufrir, hoy que quiero tenerte a mi vera sin mirarme te alejas de mí. (BIS).
Autor de música y letra: José
Janeiro Horrillo. Málaga,
marzo de1995.
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