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miércoles, 29 de enero de 2014

Cosas de mi niñez, por Pepe Janeiro Horrillo

José Janeiro Horrillo



Por Esperanza Cabello

Nuestro tío José Janeiro Horrillo ha ganado, por méritos propios, un lugar entre los Janeiros más representativos de la familia. Hombre polifacético, ingenioso, trabajador, artista, compositor... ha estado toda su vida ingeniando, componiendo, imaginando y escribiendo.
Este mes de enero ha cumplido ochenta años y hoy traemos un pequeño escrito que comenzó hace unos meses. Son recuerdos de la infancia, que los conserva tan nítidos como si los estuviera viviendo ahora mismo. Todo un lujo para la memoria.


Cosas de mi niñez, por Pepe Janeiro Horrillo

Ahora que tengo tiempo voy a intentar poner en orden las cosas que han ido pasando en el transcurso de los años de mi vida.
No los narraré en forma cronológica, porque sería imposible; una vez escritas irían apareciendo otras en la memoria que tenía olvidadas y volver de nuevo a empezar resulta penoso y cansado.
Iré contando recuerdos pasados tal como fueron y me vaya acordando…
Sin más dilación empiezo:
El día en que me metí un garbanzo por la nariz
Érase una calurosa tarde del mes de julio del 39, en ese tiempo mi familia ay yo vivíamos en la calle San Antonio de Estepona. Mis hermanas Emilia, Teresa y yo jugábamos ese día en el patio. La casa estaba adaptada a las labores del campo, mi abuelo materno era agricultor y vivía también con nosotros. La casa era espaciosa. En la planta baja nada más entrar había un pasillo con una sala a la izquierda que servía de recibidor; una mesita de centro de alas que al abrirlas era redonda, con una figura de bronce con reloj incorporado… cuadros, sofás, sillones, cortinas, etc. Del pasillo se pasaba al patio, grande, con pozo artesiano y una cuadra para el burro y el caballo, una cochinera para cebar un cerdo cada año, y al fondo una enorme y espaciosa cocina comedor con fogón y peroles de cobre, una hornilla de carbón, mesa y sillas y un armario pintado de verde para guardar los alimentos y en la parte baja muchos tomos de libros de novelas e historias.
La escalera, situada junto al fogón, daba acceso a los dormitorios y graneros y se correspondía con otra escalera que había junto a la entrada de la casa.
Aquella tarde en el patio mamá nos tenía preparado el baño de todos los días: un bidón de zinc con agua fresca del pozo sulfurada y jabón fornicado para prevenir sarpullidos y picaduras de mosquitos.
Pues como iba diciendo, tras el baño seguíamos en el patio y jugábamos, cerca de nosotros había un saco de garbanzos negros para los cerdos, en él metíamso la mano para ver quién cogía el puñado más grande.
De repente se me ocurrió meterme un garbanzo por la nariz, lo empujé con el dedo y seguimos con el juego. Luego quise sacarlo y no podía, mis hermanas tampoco, acudió mi madre y viendo que tampoco podía llamó a una de las vecinas (Mercedes Portal, más adelante hablaré de ella y de su familia). La vecina, con un ganchillo de crochet intentó sacarlo, pero más adentro se metía y me causó una gran hemorragia… Y el garbanzo se iba hinchando y menso salía.
Mi madre estaba muy nerviosa con la sangre que me llenó la cara y la ropa y también por la pérdida de nuestra hermanita menor (con solo 18 meses de vida)  y embarazada de mi hermanillo Cayetano. El médico le había mandado reposo por tener albúmina en la orina y los pies hinchados con edemas.
Sin saber qué hacer, angustiada, me cogió de la mano y se fue en busca de papá, que trabajaba de camarero en el bar de La Mezquita.
Mi padre, sin perder la calma, nos llevó al practicante Alonso Lazo (Morita) y con paciencia, porque yo, de lo tonto que era no me estaba quieto, hasta que pudo sacarme el garbanzo que parecía una canica roja.
En el bar mi padre nos obsequió con una gaseosa que al abrirla tenía una canica verde y a mi madre una tila.
Mi madre, al irnos para casa no podía andar con lo sofocada que estaba, con el calor y vestida de negro por la muerte de mi abuela paterna Ana, y de tanto andar de la casa al bar y del bar al practicante de nuevo al bar y de allí a la casa, las sandalias que llevaba puestas se le introdujeron dentro de la piel y de las medias, causándole unas enormes llagas que no se le curaron hasta el parto de Cayetano.

 



Ese día, muy de mañana, el abuelo aparejó el caballo y en los serones nos metió a los tres y nos llevó al campo para que no nos enteráramos de cómo iba el parto.
Al regreso mamá nos presentó al nuevo hermanito, nos contó que papá se lo había encontrado en un cestito con flores. Entonces todos quisimos saber el origen de nuestro nacimiento. A Teresa la encontró en el campo, en un puesto de cacería; a mí en un banco del Paseíllo (Alameda).
 Emilia, la mayor, también preguntó por el suyo y mi padre contestó: a mi Emilita me la encontré en papeles de periódicos en la puerta del cine. No había acabado de pronunciar esas palabras cuando Emilia empezó a llorar con un gran desconsuelo, y le preguntamos el motivo de su llanto, y ella, con sollozos entrecortados, contestó: “¿Cómo no voy a llorar? Si papá no hubiera estado allí, al salir del cine todas las personas me habrían pisoteado”. Y siguió llorando hasta cansarse…



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