Natalia Fernández Piñero con sus hijos Esperanza y Leandro
Foto Manuel Martín, Ronda, 1942
Por Esperanza Cabello
Pocos días habrá en nuestra vida en los que no nos acordemos, con un tremendo cariño, de nuestra abuela Natalia. Siempre hemos dicho que era una mujer excepcional, y no hemos exagerado ni un ápice.
Hoy sería su santo, y por supuesto que, si aún estuviera con nosotros, lo celebraría con toda la felicidad del mundo.
Habría preparado dulces para cuando sus nietos y sus hijos hubiésemos ido a verla, tendría ya hechas sus cajitas con carne de membrillo para repartir una a cada familia (aún recordamos ese sabor dulce y suave de su carne de membrillo, que no hemos conseguido repetir por mucho que lo intentamos cada otoño).
Nuestra abuela fue, a pesar de su aparente fragilidad, una mujer fuerte, valiente, decidida y, sobre todo, buena. Tuvo siete hijos, de los que se ocupó constantemente, pendiente de cada uno de sus movimientos.
Le tocó vivir la pérdida de su padre muy pequeña, y la de su madre muy joven (en esta fotografía estaba de luto por la muerte de abuela Pepa). Pasó sola todo el tiempo de la guerra, pues su marido estuvo encarcelado durante años, y después tuvo que tirar de la familia mientras lograba poner todo a flote.
Ferviente católica, estaba convencida de que la religión había que vivirla, y de que solo había que hacer el bien. Cuando llegaron los mejores tiempos económicos para la familia no había día en el que no diera de comer a otros muchos, o en el que no guardara algo de su propia comida para otras personas.
Acogió en su casa a amigos y familiares, ayudando a escondidas a las mujeres de los maquis, recogiendo a niños que lo necesitaban y emprendiendo campañas solidarias constantemente.
Pero su gran dedicación era su familia, su tesoro. Sus siete hijos y sus casi treinta nietos (ahora tendría un montón de bisnietos, más de veinte, e incluso tataranietos, claro).
Para todos fue el refugio, el ejemplo de gran señora, educada y culta, sin haber apenas ido a la escuela.
Ahora hay un buen montón de Natalias en la familia, todas llamadas así en su honor. Y a todas queremos desearles un feliz día de santo, con un recuerdo cariñoso para nuestra abuela.
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