Villaluenga en 1933
Revista del Ateneo Jerezano
Por Esperanza Cabello
En la Revista del Ateneo jerezano hemos podido leer un artículo de Pedro Pérez Clotet sobre su pueblo, Villaluenga. Es un retrato lleno de lirismo al que acompañan varias fotografías del momento. Pedro Pérez Clotet tuvo una gran relación cultural con el Ateneo Jerezano, de hecho en las reseñas de excursiones hemos podido encontrar varias referencias al poeta, que en todos los casos los atendía al llegar a la sierra.
PUEBLO DE PAPEL
A Tomás García Figueroa
Blanco, diminuto, como caído en
la sierra al azar, sin raíces que lo amarren a la piedra, parece este pueblo un
pueblo de papel, puesto en la bandeja de caliza como un leve juguetillo. Como
un juguetillo con que las noches y los días entretuviesen sus largos ocios.
Un pueblecito como esos de nacimiento
navideño, colocados al desgaire sobre unas rocas de cartón o de corcho, que el
más endeble soplo arrastra por las fingidas rocosidades.
El buen tiempo, con su claro sol
y su aire límpido, adelgaza el perfil de los livianos muros, los pinta
relamidamente en azul, contribuye con sus anchos y firmes días al engaño del
juguetillo de cal, infantil y efímero, en tanto que el invierno dispara su
primera tropa de vientos.
¡Como en las claras noches, bajo
la luz lunar, todo el pueblo se pule y sutiliza; cómo casi se trasparenta de
tan fino!
¡Y cómo entre el blando juego de
las nubes amigas de las montañas, parece que va a caer a cada instante
derribado, que va a echar a volar como una nube más, errabunda!
¿Lo irán, acaso, a barrer las
sombras al alejarse acosadas por el alba, para abandonarlo tal vez muy lejos,
tal vez en el regazo de algún mar, en donde muera deshecho como un barquito de
niños?
Pero no. De nuevo emprende cada
mañana su nueva vida, su nueva vida de papel, blanca y tersa, triunfadora de
noches y nubes.
De nuevo prosigue cada mañana
dibujando en el cielo y la sierra su linda estampa, por entre el bosquecillo
hostil de estas finas navajas que el sol y el aire afilan de continuo.
Y llega el invierno. Y con el
invierno, el mejor engaño, el engaño
mayor, aunque, también, la mejor revancha, de este pueblecito de la sierra.
Engaño y revancha, traban, sí, su más enconada escaramuza cuando
cae de lo alto la crudeza y la sucia luz invernal. Cuando se humildizan hasta
las más bravas montañas, esas bravas montañas de babel, que escalan cielos
vírgenes.
El viento y el agua lo azotan
entonces duramente. Ese viento de la sierra fuerte y encrespado, y esa espesa
agua de las cimas, a la que el fuerte viento de voluntad de hacha.
Pero la ruda tempestad que
troncha los árboles, que desgaja las montañas, que atemoriza al hombre, resbala
dulcemente por las paredes de este pequeño pueblo de juguete, dejando sólo en
ellas una deliciosa pátina de suavidad, una mayor blancura y un enjambre de
gotas que son limpios brillantes.
Cuando se piensa verlo
desbaratado, aplastado, revuelto en un breve mar de papeles, sale erguido,
sereno, del mal tiempo, como un aluminosa sonrisa.
La realidad ha vencido al engaño.
El frágil pueblecito, de milagro entre dulces nubes y brisas, ha rubricado
inesperadamente su afianzamiento sobre la piedra, ha dicho su sólida verdad, ha
impuesto, en fin, su rotunda firmeza, entre el plomizo y ronco hervor de las
tempestades.
P. PÉREZ CLOTET
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