Manuel Cabello rodeado de sus nietos medianos
Ubrique, 15 de noviembre de 1996
Por Esperanza Cabello
Ayer nuestra hija pequeña nos pedía que le habláramos de su abuelo. Nos extrañó mucho esa petición, porque ella está acostumbrada a leer el blog, y aquí podría, realmente, hacerse una buena idea de su abuelo.
Nos explicó que en el blog hablamos de sus libros, de su trabajo, de sus historias, de sus petacas. Pero que ella estaba interesada en saber cómo era su abuelo, cómo jugaba con ella, qué le contaba, qué le decía, si se entretenía con ella.
Nuestro padre murió hace exactamente quince años, en la madrugada del 31 de mayo del año 2000, cuando tenía 68 años.
Para todos nosotros fue un mazazo, tenía tanta vida por delante, tantas cosas por hacer, tantos viajes pendientes, tantos libros proyectados.
Y para sus nietos, para todos sus nietos, fue una pérdida muy grande. Para los mayores, porque sus abuelos se habían desvivido por ellos, y para los pequeños porque no tuvieron la fortuna de conocerlo.
Manuel Cabello tenía dos grandes pasiones en su vida: su familia y su pueblo.
Y era, como buen Janeiro, familiero de verdad. Le encantaba su vida familiar, su mujer, sus hijos, sus hermanos... pero sobre todo sus nietos.
Sus nietos mayores, Ester y José Manuel, fueron para él una catarata de vida y de alegría, siempre pendiente, siempre ocupándose, siempre haciendo de padre, de abuelo, de niñero, de compañero de juegos.
Los cuatro siguientes fueron un terremoto, jugando en "el cuartel", aquellos veranos eran apasionantes, y por aquel entonces, ya con menos trabajo, el abuelo podía encargarse de todos, llevarlos a la playa, al fútbol, a comprar un polo. Hacerles churros, tortillas o cualquier cosa que les gustara.
Con María tuvo delirio de abuelo, aquella niña tan zalamera, tan guapa, tan simpática. Y aquel abuelo que se moría de risa con sus ocurrencias.
Esperanza apenas lo conoció, él murió cuando ella tenía quince meses, pero, aunque ya tenía menos fuerzas, esa nietecita pequeña le devolvió la vida, y también hizo churros para ella, también le montó los juguetes de sus primeros Reyes en el salón, también la subió en sus rodillas para cantarle la canción del caballito.
Los dos pequeños, Laura y Leandro, llegaron cuando él ya se había ido, y no tuvieron la suerte de conocerlo, pero tienen el consuelo de ver a su padre, Leandro, fiel retrato de su abuelo tanto en su físico como en sus aficiones, en su pasión, en su interés, en su forma de hacer las cosas.
Y es verdad que de ese abuelo hablamos poco. Del abuelo que nos reunía a todos para recoger manzanilla en la sierra, que preparaba churros para todos las mañanas de los domíngos y podía pasarse en la cocina todo el tiempo necesario para que hubiera churros para todos.
Que venía a visitarnos a Rota o a Jerez, o a Sevilla, o a Porcuna y que apenas había aparcado ya estaba diciendo que se iba.
Que asistía a todos los teatros, conciertos y partidos de sus nietos como fan número uno.
Que preparaba cumpleaños y celebraciones con todo tipo de adornos, música, pasteles y a lo grande, reuniendo a veces a toda la familia.
Era un abuelo familiero y cariñoso, al que le encantaba que hubiera niños jugueteando por la casa, y llevárselos a todos a hacer excursiones por la sierra.
¡Ojalá los tres pequeños hubieran podido disfrutar un poquito de él!
Hoy hace quince años que murió, para los que lo conocimos es muy fácil cerrar los ojos y pensar que está aún con nosotros, y entonces tendremos que aprovechar y contar a sus nietos cómo era su abuelo y dejar que su recuerdo perdure.
¡Te queremos, papá!
Abuelo no paraba quieto nunca, siempre estaba organizando alguna cosa, y siempre tiraba de nosotros, que todavía éramos pequeños. Me vienen miles de recuerdos a la cabeza. Parece que fue ayer...
ResponderEliminar