Julia Janeiro Rubiales el día de su boda
Por Esperanza Cabello
Siempre que llega septiembre es tiempo de nostalgias y faltas. Se termina el verano, los días se acortan, hay que volver a las clases y tenemos ocasión de dar un repaso a lo que ha sido el verano.
También es el momento, como en enero, de hacer nuevos proyectos, de emprender nuevas aventuras, de acostumbrarnos a nuevas personas.
Pero para nosotros, en este tiempo agridulce, siempre hay un recuerdo especial, cuando nuestro padre fue, en el año 1971, a unos cursos de verano en una universidad del norte. Eran unos cursos muy importantes para él, que era maestro, y todos estábamos impresionados.
Durante aquellos cursos sucedió una de las mayores desgracias que puede suceder en una familia: su madre, nuestra abuela Julia, murió.
No había pena más grande en el mundo que la de aquel hijo, volvió lo más deprisa que pudo, pero era inconsolable.
Nosotros éramos entonces pequeños, pero la falta de nuestra abuela la sentimos con una gran fuerza. Abuela Julia era una mujer muy especial, con una fuerza impresionante, con una personalidad arrolladora y tan amante de su familia, tan cariñosa, que para todos nosotros era un gran lazo de unión.
Esquela de abuela Julia publicada en ABC el tres de septiembre de 1971
Nuestro padre guardaba su esquela en sus cajones, junto a muchas fotografías. Su madre siempre había sido muy especial para él, enérgica y decidida, había planeado meticulosamente cómo sería su vida y la de sus hijos.
Siempre contó con la gran ayuda de su hermana Ana, que la apoyó en todo y fue su compañera en el cuidado de la casa y de los hijos, y era, como todas las Janeiro, familiera y amante del café. Una mujer culta, la recordamos escribiendo largas cartas con aquella letra menuda y cuidada, o abriendo su correspondencia, y guardando sobres y cuartillas bajo el hule de la mesa.
El Rodezno de Ubrique, pintado por Julia Janeiro Rubiales
Y aunque parece que hace mucho tiempo, las personas especiales siempre dejan una gran huella, no hay nada más que ver el profundo sentimiento que todos en la familia, hijos y nietos, sentimos cuando hablamos de ella, cuando la recordamos, cuando vemos algo que ella hizo...
Porque abuela Julia era una mujer activa, artista y culta. Este cuadrito de El Rodezno, que nuestro padre guardaba como oro en paño, había sido pintado por ella.
Julia pintó otros muchos cuadros, pues fue aficionada a la pintura, como su padre o su hermano Rogelio, nos encantaría poder fotografiarlos todos.
Así que cada año, al llegar el tres de septiembre, con el ánimo lleno de nostalgia por el verano que se fue y con la alegría de emprender nuevos proyectos, nos detenemos un ratito para disfrutar recordando a nuestra abuela Julia, a la que seguimos queriendo como si nunca se hubiera ido.
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