Esperanza Izquierdo Fernández, 1953
Fotografía gentileza de Salvador Romero
Por Esperanza Cabello
Ayer murió nuestra madre.
Este es, con diferencia, el trabajo más difícil al que nos hemos enfrentado en estos años. Explicar que nuestra madre ha muerto. Intentar hacer un esbozo de esos ochenta y cuatro años de vida, pretender escribir en varias líneas lo que representa para nosotros, procurar las palabras adecuadas y despedirla como merece.
A pesar de ser ley de vida, de ser una muerte previsible y temida, nos hemos quedado huérfanos, y ese sentimiento es desgarrador.
Esperanza Izquierdo nació en abril de 1932 en un Ubrique de poco más de seis mil habitantes. Sus padres, Leandro Izquierdo,un jovencísimo frabricante de petacas; y Natalia Fernández, una hacendosa ama de casa de buena familia, se habían casado tres años antes, y Esperanza fue su segunda hija, ya había nacido Paco, su hermano mayor.
Su infancia transcurrió en las inmediaciones del San Juan, ella había nacido en la casa familiar en la entonces calle Profesora Ángeles Bohórquez (ahora calle Real), muy cerquita de su querida abuela Pepa y sus tías las Piñeritas. Su universo se extendía desde el Asilo, donde comenzó a asistir a clases desde los tres añitos, hasta la ferretería de Maza; pasando por la tienda de su amiga Mercedines y la de sus tías.
Con cuatro añitos la Guerra Civil partió su vida familiar, pues su padre estuvo tres años en prisión, y, al volver, ya nada sería lo mismo. En esos años de guerra y dificultades comenzó lo que sería una de sus pasiones, que la haría diferente y muy especial: la lectura.
Antes de cumplir los nueve años ya había leído las obras completas de los hermanos Álvarez Quintero (no había otros libros a su alcance), y esa afición la acompañó toda la vida.
Aún hoy muchas personas nos paran por la calle para hablarnos del Club de Lectura, para expresarnos su admiración por la enorme cultura y sensiblilidad que mostraba.
En esa época pasó su primera grave enfermedad: casi deshauciada por otros médicos por una afección desconocida entonces, don Serafín Bohórquez la curó, y les recomendó un cambio de clima, por lo que Esperanza se fue a estudiar a Ronda en 1942, con nueve añtos.
Allí comenzaría a cultivar su segundo pilar: la religiosidad y la espiritualidad. En Ronda encontraría a una segunda madre de la que hemos oído hablar toda su vida: madre Santa Fe, y también muchas buenas amigas de buen recuerdo, Concha Arias, Juanita Jiménez...
Pocas personas conocemos tan profundamente religiosas como nuestra madre. Una religiosidad sincera y verdadera, humilde y devota. Lejos de las alharacas y lucimientos que vemos a diario en los supuestamente religiosos. Muy cerca de las enseñanazas de su Cristo y muy humana a la vez.
También hay muchas personas que nos paran por la calle y nos cuentan que nuestra madre fue su catequista, demostrándonos su admiración.
En los cincuenta, ya vuelta del colegio con un expediente brillantísimo, conoce al que representaría la parte más importante de su vida, a Manuel Cabello Janeiro, su compañero de siempre, su esposo, el padre de sus cinco hijos.
Y aquí comienza el pilar fundamental de la vida de Esperanza: su familia.
Sería imposible resumir en estas líneas la figura de nuestra madre, pero no les quepa duda de que ha sido una mujer excepcional: dedicada en cuerpo y alma a su familia, a la educación de sus hijos, al cuidado de sus mayores y a su esposo.
Sus verdaderos sentimientos religiosos, su extensa cultura y su humanidad han hecho que Esperanza sea tan especial, tan diferente tan querida por todos, derrochando amistad, paz, ternura y felicidad en todas las personas que la han conocido.
Estos versos de su hermano Leandro resumen, aunque sea mínimamente, el sentimiento de todos con nuestra madre:
Santa Esperanza, por Leandro Izquierdo
Aujourd'hui maman est morte...
Así empezaba una novela de Camus que leímos hace muchos años. Y desde entonces nos hemos horrorizado pensando que algún día nosotros tendríamos que decir lo mismo: "Hoy ha muerto mamá".
Y es terriblemente cierto, dar la noticia de la muerte de nuestra madre es lo más triste que hemos hecho nunca.
Porque se nos ha ido con ella una parte de nuestra vida, uno de los pilares de nuestra existencia. Pero, al mismo tiempo, tenemos una gran alegría de pensar que somos muy afortunados de ser sus hijos. Su profunda humanidad y su bondad han hecho de nosotros, sus hijos, unas buenas personas, dispuestas a seguir su camino por encima de cualquier otra consideración.
Tenemos la alegría de haber disfrutado de la vida a su lado, de haber aprendido a leer, de haber sido sus alumnos, de haber reído tanto, de haber llorado a su lado.
Tenemos el orgullo de haber conocido la vida de su mano, una mano limpia y generosa, que siempre se ha dado a todos y siempre ha puesto a los demás por encima de sus propios intereses.
Tenemos la suerte de haber heredado, entre unos y otros, hijos y nietos, muchas de sus cualidades, unos el sentimiento religioso, otros el tesón y la voluntad de hierro, otros el amor a la familia, otros la humanidad y la generosidad, otros el amor por los libros y la cultura, otros la humildad y la sencillez, otros ese don de palabra y esa facilidad de escritura que la caracterizaban.
Y nuestra herencia, la mejor herencia que una persona puede tener, es habernos convertido en una piña alrededor de ella. Pocos hermanos pueden decir a boca llena que han cerrado filas alrededor de su madre como nosotros. Y esa es la mayor prueba de que somos hijos de una mujer excepcional que ha conseguido hacer de su familia una sólida roca en la que todos sus miembros se quieren y se apoyan unos a otros.
Comenzábamos este entrada pensando que sería imposible escribir sobre nuestra madre, y nos hemos dado cuenta de que lo realmente imposible es dejar de escribir sobre ella. Pero no hay más remedio, hay que parar momentáneamente de hablar de esta mujer increíblemente buena y dedicarle el primero de los miles de homenajes que le haremos en nuestra vida.
¡Gracias, mamá!
Gracias por habernos dedicado toda tu vida
Gracias por habernos querido tanto
Te querremos siempre
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