Por Esperanza Cabello
Nuestro hermano Leandro nos descubrió ayer un fantástico paraíso bibliográfico. Se trata de los archivos digitalizados en Internet Archives con la colaboración de varias universidades norteamiericanas y que incluyen, afortunadamente para nosotros, una serie de libros de los siglos XVIII y XIX en los que hemos podido encontrar un buen montón de historias de nuestra historia.
Esperamos tener mucho tiempo para poder ir publicando al menos los más interesantes. El primero será el capítulo XIV del libro "Los Capuchinos de Andalucía en la Guerra de la Independencia", escrito en 1910 por Fray Ambrosio de Valencina.
En este capítulo trata de la invasión de las tropas francesas en Ubrique, y aunque habíamos tenido referencias a este escrito nos ha parecido muy interesante.
¡Gracias, Leandro!
Entran los franceses en Ubrique: estragos que hicieron: levantamienlo
en la Serranía: saqueos, destrozos é incendios de los enemigos: queman tres
veces el convento: magnanimidad de los Capuchinos: religiosidad del pueblo: generosidad
del municipio: restauración del convento: acción de gracias.
Arrojados los
franceses de las Andalucías, nuestro M. R. P. Serafín de Ardales, que era
Ministro Provincial, ordenó á los religiosos que empezaban á reunirse en los
conventos escribir una relación detallada de los estragos hechos por las tropas
napoleónicas en cada uno de ellos. Dichas relaciones estuvieron algunos años
enriqueciendo la parte histórica de nuestro archivo provincial, hasta que los
vándalos de 1835, peores que los franceses, saquearon archivos é Iglesia,
destruyendo á mansalva obras de arte y de ciencia, que derramaron por
baratillos y tiendas. Una cuarta parte de aquellas relaciones han llegado
providencialmente á nuestro poder y vamos á extractarlas para dar conocimiento
de ellas á nuestros lectores, empezando por la del convento de Ubrique.
Viendo los PP.
de esta Comunidad que era inevitable la entrada de los franceses en esta villa,
y sabiendo los estragos y ruinas que causaban en todas partes esos enemigos de
Dios y de la Religión, determinaron con su Guardián al frente que el Archivo y
papeles de la Comunidad, las alhajas y vasos sagrados, como cálices, custodias
y demás, se repartiesen entre los religiosos, para que cada uno de su parte lo
guardase: y esta fue la causa de que se salvara la crónica de aquel convento,
de la cual tomamos esta relación.
Entraron
efectivamente los franceses y dieron orden de que se disper-sara la Comunidad y
no permaneciera ningún religioso en el convento, poniendo el término perentorio
de veinte y cuatro días para que se quitasen los hábitos y vistiesen traje
seglar: y de no hacerlo, pasado este término, serian castigados como desobedientes.
Los religiosos, pocos ó ninguno nos quitamos el santo hábito, (habla el autor
de la crónica) esperando que Dios nos remediaría, como en efecto nos remedió,
porque antes de cumplirse el plazo, el día penúltimo ó antepenúltimo, acaeció
el levantamiento de la Sierra, salieron fugitivos los franceses que estaban
aquí de guarnición, y quedó libre de su dominio el pueblo.
Este no volvió
jamás á ser subyugado. ni prestó obediencia á la tiranía francesa: ni las
amenazas y promesas que le hacían los jefes extranjeros pudieron rendirlo ni intimidarlo:
y así permaneció siempre firme y constante en la obediencia y fidelidad al
Católico rey de España, por cuya causa ha sufrido los mayores estragos, ruinas
é incendios, que casi pueblo alguno, siendo quince veces las que han entrado,
destrozando, saqueando é incendiando al pueblo.
El 16 de Mayo
de 1810 entraron de ambas armas 400. En Junio, de ambas armas, 600. En 13 del
mismo. 300 de ambas armas. En 6 de Julio, más de mil de infantería. En 7 de
ídem, un escuadrón que era de caballería y seguía á la Infantería del día anterior.
En 30 de Septiembre de ídem, 200 de ambas armas. En 25 de Marzo de 1811, como
100 de ambas armas. En 18 de Septiembre de ídem, 300 de ambas armas. En 23 de
ídem, 300 de ambas armas. En 27 de ídem otra división, cuyo número se ignora.
En 28 de ídem, otra fuerte división de ambas armas. En Octubre (se ignora el
día) la mayor que ha pasado de ambas armas. A los ocho días des-pués volvió la
misma. En 28 de Febrero de 1812, una pequeña de 600 hombres entró al amanecer.
El Viernes Santo entró la mayor de todas las que van dichas. Todas las
referidas veces entraron á sangre y fuego, y de un modo especial se cebaban
en este convento, que fué tres veces incendiado
y quemado.
La primera,
que fué la de menos consideración, por haberlo apagado pronto los paisanos,
dieron fuego al convento por la parte de la cocina y enfermería. La segunda vez
prendieron fuego á la Iglesia por el altar mayor, con el depravado fin de
quemar las pinturas del retablo, que eran muchas y de gran mérito, y de ellas
no quedó ni vestigio: el altar mayor se vino á tierra, quedó hecho cenizas el
camarín y retablo de la Virgen de los Remedios, é igualmente el de la Virgen de
los Dolores, siendo tanto el fuego, que se descubrían las piedras secas de las
paredes, de modo que las gentes lloraban al ver el templo de la Virgen, que es
su lPatrona y su Madre, casi irreparable, tanto por sus muchas ruinas como por
la escasez y miseria en que quedaba el pueblo. La tercera vez incendiaron la
sacristía con la cajonería y las demás cosas que se contenían en ella, echando
sobre el fuego puertas, ventanas y cuanto habían á manos, dejando el convento
en tal estado, que parecía imposible su reparación. En medio de tan horrenda
persecución los religiosos de este asolado convento han perseverado congregados
en Comunidad, alabando, bendiciendo y glorificando á Dios Ntro. Señor, cumpliendo
sin desmayar ni desfallecer sus religiosos deberes de culto divino, predicación
y confesonario con tanta exactitud y observancia en toda su disciplina, como si
hubiéramos estado en tiempo de la mayor tranquilidad, podiendo decirse con toda
verdad que sólo se ha faltado á los actos de comunidad el tiempo que los
franceses ocupaban el pueblo, que entonces era forzoso dispersarnos y escondernos
para librarnos de la furia de aquellos nerones.
Los ejemplos
de fortaleza, patriotismo y religiosidad, que daban nuestros religiosos, tenían
al pueblo tan edificado, que el Ayuntamiento, motu proprio. ordenó que se diera
por su cuenta á cada uno ración diaria de comida, beneficio que duró lo que la
estancia de los franceses, que fue el tiempo de dos años, y lo consignamos aquí
para mostrar la gratitud y reconocimiento de esta Comunidad á un acto de tanta
devoción y caridad por parto de la villa é individuos que la constituían: pues
con tanta generosidad, y sin haberlo pedido por nuestra parte, nos han
socorrido en un tiempo de tanta escasez y miseria.
¿Y acaso se ha
limitado la generosidad y devoción de éste pueblo á nuestra sola manutención? ¡No
por cierto!, sino que como verdaderos católicos romanos, en quienes la fe no ha
padecido ningún eclipse, su esperanza se halla animada, su caridad no se ha
resfriado, ni han admi-tido los falsos sistemas y perversas doctrinas que los
franceses, afrancesados, libertinos é incrédulos de los nuestros con tanto
ahinco han sembrado en los corazones de los incautos españoles, con sus
corrompidas costumbres y depravada conducta.
Nada de esto
ha echado raíces en este pueblo piadoso, por la gracia de Dios, sino que,
animados sus hijos de celo santo por la gloria divina, lo primero que han
pensado ha sido en el reparo, aseo, decencia y adorno de la casa de Dios,
concurriendo cada pobre con sus limosnas, las que liberal y generosamente han
franqueado sin pedírselas, hallándose á los pocos meses de haberse ido los franceses
reparado el convento, aseada la Iglesia y sacristía con admiración de los de
dentro y fuera que no saben de dónde y cómo se ha hecho tanto; pues se halla
todo en mejor estado del que tenía antes de los franceses. En la sacristía se
han renovado los vasos sagrados, habiéndose hecho la custodia nueva, un cáliz
clásico, copón y tacita de consagrar, porque todo lo que había lo destrozaron ó
se lo llevaron los franceses. Se ha concluido el tabernáculo y retablo decentísimo
y hermoso del altar mayor, todo hecho con el mérito de la sana obediencia, para
cuyo fin pedí, como presidente de este Convento la correspondiente licencia á
N.M.R.Padre Provincial Fr. Serafín de Ardales, quien me la dió gustoso para
cuanto me pareciera conveniente, según nuestro pobre estado. La mano de la
Providencia divina se ha visto patente en este convento y en todo el pueblo de
Ubrique durante la invasión francesa, porque en medio de tanta inquietud,
turbaciones, trastornos y pérdidas, casi incalculables de esta pobre villa, por
los robos, saqueos, incendios y destrozo universal causado por los enemigos, y
á veces por los nuestros, sin poderlo remediar: por las consecuencias fatales
que trae consigo la guerra, y guerra tan cruel, injusta, tirana y opresora como
ésta, que casi no tiene semejante en la historia; en medio, digo, de tanto
laberinto, nada, nada le ha faltado al pueblo ni á esta comunidad para su
honesta manutención; antes bien parece que más se aumentaba el empeño de estos
pobres vecinos en favorecernos con su pobreza, cosa que precisamente Dios se la
ha de premiar, como se lo pedimos al Señor. Beneficios son estos tan patentes
de la Divina Providencia, que al mismo tiempo que nos obligan á levantar las
manos al cielo para alabarla y bendecirla, nos hacen exclamar: No á nosotros, sino á Dios y á su santo y
adorable Nombre demos la gloria y cantemos para siempre sus grandes
misericordias, porque tan bueno, tan liberal y generoso nos ha visitado con la
piedad y devoción de estos fieles. Es verdad que nos ha probado sobremanera en
las aflicciones, angustias y extremados conflictos, que hemos experimentado en
la persecución de los enemigos, con la profanación del templo santo y la
desolación del pueblo; pero no nos ha entregado á la muerte.
El autor de
esta relación, que lo fué el P. Diego Francisco de Ubrique, Superior de la
Comunidad, termina así su edificante relato: Reconozco y confieso, ¡oh Dios
mío!, que la causa única de tantos beneficios ha sido ante todo y sobre todo
vuestra amable bondad é infinita misericordia: por ella os daremos continua é
incesante acción de gracias, y por ella bendeciremos en todo tiempo á vuestro
santo y adorable Nombre, sin que jamás falte de mi boca vuestra alabanza: pues
no hallo causa alguna para haber merecido favores tan singulares, sino el deseo
de serviros y alabaros y glorificaros, para cuyo fin convidaba á ésta mi venerable
y religiosa Comunidad á cantar vuestras alabanzas cuando más grande era la
persecución de nuestros enemigos.
La misma ó
peor suerte que el convento de Ubrique tuvieron otros varios de la Provincia,
quemados por los vándalos del Sena,
entre ellos los de Jaén y Andújar, y los que no fueron incendiados y quemados,
fueron demolidos ó destrozados en la forma que diremos en otro capítulo.
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