Vía Crucis original desde el San Antonio al Calvario de Ubrique
erigido por Fray Buenaventura de Ubrique al principio del siglo XVIII
Litografía de S. Scherzinger en 1876
Por Esperanza Cabello
Hace un par de meses que nos preguntaron por la "Leyenda de las tres cruces" y la verdadera historia de las cruces de Ubrique. Nuestro padre, Manuel Cabello, escribió en sus libros sobre el padre fray Buenaventura de Ubrique (1691-1753), un hombre santo del que tenemos muy pocos datos y lo único que ha trascendido a nuestros días es que colocó las tres cruces de Ubrique (la de la Viñuela, la del Benalfí y la del Tajo), que fundó el Vía Crucis y el calvario de Ubrique, de Benaocaz y de Villaluenga (al menos) y que fue modelo de santidad para el Beato Diego José de Cádiz.
El padre Sebastián de Ubrique, en su obra "Historia de la villa de Ubrique" le dedica unas páginas en su libro, en el apartado de hijos ilustres. Páginas que hemos transcrito y que traemos a este blog íntegramente aunque por su extensión (casi cinco mil palabras) merecería un lugar de excepción.
Las dos fotografías que ilustran esta entrada (no existe ninguna imagen de fray Buenaventura) fueron realizadas por Manuel Cabello Janeiro en los setenta, cuando, siguiendo la tradición, restauró con sus niños de Misión Rescate el Vía Crucis del padre Buenaventura, obra de que se conserva aún actualmente una buena parte.
HIJOS ILUSTRES DE UBRIQUE
El V. P. Buenaventura de Ubrique
El V. P. Buenaventura de
Ubrique es una de las figuras más populares de nuestra historia. Su nombre
andaba de boca en boca, y sus dichos y milagros los contaban emocionadas las
madres a sus hijos. Si el beato Diego José de Cádiz irradia su fama desde
Ubrique a toda la nación, el V. P. Buenaventura es el “apóstol de la Serranía”
y su vida y sus hechos se circunscribieron a estos lugares, donde ejerció
preferentemente su ministerio apostólico.
La historia ha sido con
él avara de datos. Los únicos que poseemos se hallan en la Historia instrumental de la fundación del convento de capuchinos de
Ubrique. por el M. R. P. Nicolás de Córdoba, y estos con ocasión de
redactar su necrología. Los restantes pertenecen a la Vida documentada del V. P Diego José de Cádiz por el M. R. P. Luis
Antonio de Sevilla.
Debió de nacer en 1691, a
poco de fundado el convento de Ubrique, y en este una de las primeras
vocaciones que dotó a la orden. En fecha desconocida tomó el santo hábito y
profesó al siguiente año en Sevilla.
Insertamos el siguiente
relato del R. P. Nicolás de Córdoba, donde está resumida la vida de este
siervo de Dios:
“En el año 1753 murió
también en la villa de Olvera el P. Fr. Buenaventura de Ubrique, predicador y
misionero apostólico, siendo de edad de 52 años. Para referir la historia de
este venerable religioso, era menester mucho tiempo y llenar muchos volúmenes,
y como es preciso ceñirnos a este breve compendio, en este sólo diremos que la
virtud de este religioso y su vida fue tan rara, que parece quiso Dios
manifestarnos con ella cuan incomprensibles son sus inicios y los caminos por
donde Dios lleva los almas al cielo.
Aunque este religioso
manifestaba tener vivacidad de luces naturales, por lo que la provincia lo puso
a los estudios de filosofía y teología, asignándolo entre los discípulos del P.
Fr. Juan Francisco de Mairena; pero su mayor estudio lo aplicó a vivir retirado
de todo comercio, aun de sus propios condiscípulos, y sólo aspirar a ejercer
el oficio de la predicación, sin que se descubriese en él acción singular, pues
en su vida, si bien ajustada á nuestro seráfico instituto, sólo se le notaba el
retiro con que procuraba vivir. Cumplidos todos los estudios, se le dio el título
de predicador, y con eficaces ansias solicitó también se le diese el de
misionero apostólico. Luego que se halló con uno y otro empezó a ejercer su
apostólico empleo por un modo tan extraño, que, siendo así que sus sermones
nada llevaban de estudio o sabiduría humana, pues se referían a unas palabras
naturales o a referir ejemplos, era tanto el gusto con que le oían, y tanto el
fruto que causaba, que, siendo así que en aquellos principios iba acompañando
en las misiones a algunos de los célebres predicadores que hemos tenido en la
provincia, aunque a estos lo celebraban por lo docto de sus sermones y por la
gracia de su decir, en predicando el P. Fr. Buenaventura, con su sencillez en
el hablar suspendía los auditorios, profiriendo muchas veces hombres de letras
y virtud que en aquel religioso resplandecía la predicación evangélica, pues
bajo lo inculto de sus voces se ocultaba la virtud divina de que solo
participaban los que con sencillez de ánimo lo oían.
Fue tanto el conato con
que por medio de sus evangélicas tareas solicitaba el bien de las almas, que
para él jamás hubo mayor diversión ni ocupación más grata que andar
perpetuamente haciendo misión, y así en este ministerio gastó 23 años, habiendo
conseguido admirables conversiones de almas perdidas, que se hablan entregado
a la esclavitud del demonio, viviendo en las cadenas de los vicios. Muchos
casos pudiéramos referir en confirmación de esto: hasta sólo el que nos refirió
el licenciado don Francisco Cordero, abogado de los reales consejos y fiscal
eclesiástico del obispado de Cádiz.
Hallábase el padre de
dicho don Francisco, siendo hermano mayor de la Caridad de Algeciras, donde era
síndico nuestro, y sucedió allí que, sentenciado a ser pasado por las armas un
soldado, y metiéndolo para este fin en la capilla, este se mantuvo dos días tan
obstinado que, siendo así que concurrieron a exhortarlo a que se confesase
cuantos hombres doctos hubo en aquellas cercanías, nada pudieron conseguir de
él sino irritarlo más, prorrumpiendo su enojo en horrorosas blasfemias. Puso
este funesto lance en contristación a todos: pero mucho más a nuestro síndico,
que, siendo hombre de singular virtud, sentía sobremanera la pérdida de aquella
alma, por lo que interiormente estaba deseando pudiese venir a convencer a aquel
hombre el P. Fr. Buenaventura; pero, como no sabía donde se hallaba entonces,
no pudo practicar alguna diligencia sobre esto.
No quiso Dios quedaran
ilustrados los caritativos deseos del hermano mayor de la caridad, y así la mañana
del día en que se había de ejecutar la sentencia entró por las puertas de su
casa el P. Buenaventura. Regocijado nuestro síndico con la visita del varón de
Dios, y, atribuyéndolo a singular providencia del cielo, lo recibió con los
brazos abiertos y le informó del caso. Suponemos para los que le leyeren esta
historia y no conocieren al siervo de Dios, que este fue un hombre de tan pocas
palabras, que jamás siguió conversación sobre asunto alguno, sino con solas medias
palabras y encogiéndose de hombros y bajando la cabeza haciendo ademán de que
no entendía lo que se le hablaba, respondía siempre.
Luego que nuestro síndico
le informó de lo que dejamos dicho el siervo de Dios, haciendo los expresados
ademanes respondió —¡Pues yo qué!— Y volviéndole las espaldas, se volvió a
salir de la casa. El síndico, que no advirtió por el pronto, creyó se iba a la
puerta a hablar con alguien; pero reparando que salía a la calle salió a
llamarlo, cuando advirtió que iba bien distante, porque su andar parecía lo
ejecutaba con alas. Aceleró nuestro síndico el paso; pero cuando volvió la
esquina ya lo perdió de vista, causándole nuevo quebranto el ver se frustraban
sus ansias, que eran que el P. Buenaventura fuese a exhortar a aquel miserable
hombre; y como él no le había dicho dónde estaba la capilla en que se hallaba
el soldado no le pasó por el discurso pudiese haber ido allá. No obstante, su
cuidado lo llevó a la capilla, y, entrando en ella, halló al cura con el
capellán del regimiento y otros eclesiásticos, llenos de admiración,
confirmándoles lo que habían visto. Preguntóles nuestro síndico por la
disposición del reo y ellos, llenos de júbilo, le dijeron cómo estaban
admirados de lo que pasaba y acababan de ver, y que solo por este medio lo
hubieran creído: y fue que, estando ellos empellados en reducir a mejor acuerdo
a aquel soldado, entró el P. Ventura, y encarándose con el soldado le dijo: Tontillo,
tontillo ¿no sabes que esta tarde vas a morir? Ea, vamos a confesar. Quedóse
un rato el soldado mirando al P. Fr. Buenaventura, y hechos sus ojos dos
fuentes, le dijo: Pues vamos a confesar. Como en efecto estaba confesando, por
lo que ellos se habían salido del cuarto y estaban conferenciando con asombro
lo que habían visto.
Fue humildísimo
sobremanera, y tan pobre, que jamás tuvo a su uso más que las alhajas
constituidas por un hábito, el breviario y un pañuelo. Su pureza fué angelical,
y para conservarla trajo tan mortificada su vista, que nunca miró alguno a la
cara. Su mortificación (aunque en su porte siempre fue según la vida común de
los religiosos, sin que se le notase particularidad) era mucha, pues su comer
era muy poco y su trabajar por el bien de las almas era mucho. Siempre anduvo a
pie, y aunque tan agrios son los caminos de la Serranía de Ronda, a él le
parecían muy suaves, andándolos frecuentemente para hacer misión en todos los
lugares que hay en ella.
Tenia especialísima devoción
a la Pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo, y para radicarla en los
corazones de los fieles, en todos los lugares donde estuvo fundaba Vía Crucis,
y en los cerros más eminentes colocaba cruces, llevando a aquellos sitios
grandísimos maderos, como hoy se ven en muchas partes, cosa que sin evidente
milagro no era posible.
Igualmente era devoto de
María Santísima Señora nuestra, y así procuraba establecer en todos los lugares
donde predicaba la devoción del santo Rosario con tanto fervor que recreaba a
todos los católicos el ver con el desvelo que aplicaba a que se le tributasen
cultos a nuestra común Madre. Repartía cédulas de la Concepción, encargando la
devoción a este misterio, y que los tomasen con viva fe así los que padecían de
calenturas, como las mujeres que estaban de parto, habiéndose experimentado
innumerables maravillosos efectos. Uno de los que han llegado auténticos a
nuestra noticia es el que sucedió en Cortes. Pasaba un día el varón de Dios por
una calle de aquel lugar, donde vivía una mujer, llamada Ana de Soria, la cual
se hallaba en días de dar a luz, y viendo al siervo de Dios lo llamó,
pidiéndole la encomendase a su Majestad para que le sacase con felicidad de su
cuidado. El P. Ventura le dió una cedulita de la Concepción, encargándole que
cuando se sintiese con los dolores del parto, la tomase, encomendándose muy de
veras a María Santísima Señora nuestra rezase tres Ave Marías gloriadas.
Ejecutólo así la paciente. y apenas le empezaron los dolores, cuando tomó la
cédula y con felicidad mucha dió a luz un niño a quien en el bautismo pusieron
por nombre Antonio, y hoy se llama Antonio Fernández Guerrero. Pero lo que aquí
hay digno de admirar es que la criatura sacó en lo mano derecha la misma
Cedulita que la madre había tomado, lo cual depuso con juramento el P. José de
Cortes, afirmando era público y notorio.
Otros innumerables
prodigios obró Dios por los méritos de su siervo en todos cuantos lugares hizo
misión, como es público y notorio, por lo que aquí omitimos referirlos,
reservándolos para cuando tratemos de este siervo de Dios cuya Crónica de esta
provincia, concluyendo esta materia con decir, que siendo así que él Siempre se
halló pronto a predicar la palabra de Dios, aun donde no lo llamaban, nunca
quiso ir a la villa de Olvera, aunque para ello le hicieron en varias ocasiones
repetidas instancias: pero este año, luego que acabó la cuaresma, sin haber
sido llamado, se partió de este convento para dicha villa y llegando a la de
Villaluenga entró en casa de nuestro síndico, que era el cura de dicha villa, y
hallándolo accidentado, lo exhortó a la conformidad con las disposiciones
divinas, y, al tiempo de despedirse de él le dijo estas palabras: Ea, hermano,
usted ahora, y luego iré yo a Dios, que me voy a Olvera. No entendieron por
entonces el sentido de las palabras, pero muy en breve se conoció habían sido
proferidas en sentido profético, porque al tercer día murió nuestro síndico, y
el P. Buenaventura, luego que llegó a Olvera, se halló acometido de un
tabardillo y dolor de costado, accidente que en breve le causó la muerte en la
que sucedieron muchos prodigios y cosas dignas de grande edificación, como en
compendio se contienen en la carta circular que para dar noticia a la provincia
de su muerte, escribió el padre fray losé de Argamasilla, guardián que era
entonces de este convento, la cual es del tenor siguiente:
“R. P. guardián del
convento de...
Recibidos los santos sacramentos,
murió en la villa de Olvera, a los 52 años, el P. Fr. Buenaventura de Ubrique, predicador
y misionero apostólico, en cuyo ministerio trabajó con incansable fervor y
celo del bien de las almas, por espacio de 23 años consiguiendo con la
apostólica tarea, su religiosa vida y muchos milagros (que de él se refieren)
la común veneración y opinión de santo, no sólo en los inmediatos pueblos,
sino también en los distantes. Murió en la misma opinión que había vivido
porque, despoblados los lugares vecinos a la noticia, para verlo, entre
sentidos clamores, repetían: ¡Murió el santo! ¡Murió el P. Ventura!
Confirmó esta piadosa
creencia y veneración el religioso fervor con que se dispuso para el tremendo
trance de la muerte, pues, siendo el accidente agudísimo dolor de costado con
tabardillo, lo pasó con admirable tolerancia sentado en una silla, hasta que,
ya sin aliento, lo pusieron con mucha instancia en la cama que tenía prevenida.
En ella se puso en cruz, así se mantuvo con universal edificación hasta que
acabó la vida. Divulgada esto noticia, se arrojó el cadáver la indiscreta
devoción, y sin poderlos contener las razones, le despojaron de la cuerda,
habito y paños menores, que dividieron en pedazos por reliquias, y le cortaron
la barba y pelo del cerquillo. Muerto, le sentaron en una silla como de enea,
sin brazos, en la que se mantuvo, hasta que a las 14 horas lo pusieron en la
caja con la flexibilidad en brazos y manos que cada cual movía a su voluntad y
aplicaba a donde quería. A las seis horas después de muerto le sangraron y dos
después le quitaron la venda y cabezal y en una y otra salió abundancia de
sangre, que la conservaron en una redoma como preciosa reliquia, para
satisfacer la devoción de tantos como habían concurrido. Le tuvieron expuesto
sin darle sepultura cincuenta horas, tocando todos con grande fe en el cadáver
rosarios, medallas y otras alhajas.
Últimamente, después de
grandes molestias y reñidas disputas (que temieron terminasen en lastimosos
escándalos) entre los RR. PP. de san Francisco de Paula, clero y criados del
Excmo. Sr. duque de Osuna lo sepultaron en una capilla de nuestro Redentor
Jesús, de quien fué singular devoto, de la iglesia parroquial en una caja
nueva con tres llaves, una de las cuales se dio al clero de dicha villa, otra a
la justicia y otra al señor corregidor por el excelentísimo señor duque de
Osuna, como patrono de dicha iglesia, hasta que S. E. determinase donde debía colocarse:
noticia que doy a V.R. para que lo haga notoria a esa comunidad santa, y a mi
mande cuanto sea de su obsequio.
Nuestro Señor guarde a V. R. muchos
años.
Ubrique, y abril 20 de 1755 años.
B.L.M. de V.C. su afmo., servidor
Fr. Joseph de Argamasilla, guardián”[1]
Fundación del Calvario.
Según se desprende de la
narración del P. Nicolás de Córdoba, y se confirma por la tradición, el V.P. Buenaventura
de Ubrique fué el fundador del Vía Crucis y Calvario de Ubrique, y en general
de los levantados en casi todos los pueblos de la Serranía.
Con la ayuda de todo el
pueblo, trabajando gratuitamente los vecinos, aportando materiales y recursos,
empezó a construir el Vía Crucis y el Calvario, a imitación del que partía
desde la casa de Pilatos a la Cruz del Campo, de Sevilla, y de los erigidos en
otras muchas ciudades de Andalucía.
En el construido por el
V.P. Buenaventura, arrancaban los postes desde la Iglesia de san Antonio,
coronados por sencillas cruces de hierro forjado. En la estación XII había un
Cristo de mármol, que se conserva todavía y será instalado en el nuevo
Calvario reconstruido[2].
Finalizaba el Vía Crucis
en una capillita con sencillo y pobre altar, en el que se veneraba el Cristo
del Calvario, de poco más de una vara de alto.
Esta imagen llegó a ser
una de las de mas veneración en Ubrique. Las promesas, en las enfermedades,
guerras, ausencias y peligros consistían en mandar una misa y encenderle una
luz durante la noche, permaneciendo siglo tras siglo el Calvarlo iluminado,
como si fuera el foro indicador de la fe del pueblo y como una nota tierna de
tipismo y poesía.
La capillita tenia
adosada una pequeña sacristía al lado y habitación detrás, donde cata la soga
de la campana y dormía el ermitaño al cuidado del Cristo.
En 1801 la amplió D.
Pedro Romero con un atrio cubierto, para que se resguardara la gente en caso de
lluvia y de temporal, aumentando su capacidad para las funciones y misas que
se celebraban.
La tradición cita el
hecho de que vieron al P. Buenaventura bilocarse. Sabiendo el padre guardián
que había ido ni Calvario y no había vuelto, y estando todas las puertas
cerradas, se lo encontró con sorpresa suya orando en el coro a la hora del acto
de comunidad. Hechas las debidas diligencias, se halló que había estado al
mismo tiempo en el convento y en el Calvarlo.
Era una cosa típica y
emocionante ver los Vía Crucis, dirigidos por el V.P. Buenaventura, y cantados
por el pueblo, durante los cuales hacía fervorosas exhortaciones a los Heles,
cargado con una pesada cruz.
El Vía Crucis era doble:
uno que partía, como hemos dicho, de la antigua parroquia de san Antonio, y
otro que arrancaba de las proximidades del corral del concejo, reuniéndose los
fieles de la parte norte de la población con los de la parte sur en la altura
del Calvario.
Al desescombrar el derruido
emplazamiento de la ermita se han descubierto placas de un Vía Crucis en
cerámica sevillano de medio relieve. Esto hace suponer o que los relieves estaban
colocados en la parte superior de los postes o en un Vía Crucis interior en la
capillo para comodidad de los fieles.
El V.
P. Buenaventura de Ubrique fué además, como se ha dicho, el fundador de los Vía
Crucis y Calvarios de Benaocaz, cuya silueta en lo alto de la sierra era tan
típicamente bella; del Calvarlo de Villaluenga (véase P. Pérez –Discurso de recepción en la academia
hispano-americana de ciencias y artes p, 66). y del de Grazalema y otros
más de la Serranía.
Nótese cómo su elocuencia logró
empapar a estos pueblos en la idea de lo
Pasión, habituarlos a la mortificación y a la penitencia,
y hacerles practicar
y sentir la devoción a los dolores de
Cristo y Madre Santísima. Así consiguió modelar un pueblo sufrido y fuerte,
austero y grave, aquí donde lo vida tiene que ser necesariamente dura, porque
es dura y hosca la naturaleza que lo rodea. En cambio, la revolución al entrar
vino soliviantando todos las pasiones, excitando a todos los placeres y
diversiones, hundiendo a las masas en el cenagal del cine de donde salieron
los salvajes de trajes de última moda y melenas onduladas y de almas de escribas
y sayones, que habían de echar por tierra lo obra secular del V. P.
Buenaventura.
El P. Buenaventura de Ubrique y el beato Diego José de Cádiz
Es Indudable, y así lo
afirma el R.P. Luis Antonio de Sevilla que el V.P. Buenaventura de Ubrique
conoció al niño José Caamaño. El P. Buenaventura era un sol que se ponía: el
beato Diego era otro sol que asomaba por el oriente. El venerable anciano
habló con el niñito de diez o doce anos e inflamó su corazón en el amor divino.
«Había en el convento, dice, un sacerdote ejemplarísimo con el que me confesé
y con su dictamen lo hacía todos los domingos, con gran consuelo y utilidad
mía, pues la menor imperfección me parecía una montaña, sin declinar jamás a
escrúpulos, antes me reía de ellos. Al oír a este religioso, que tenía don especial
de hablar de Dios, me encendía en divino amor y en unas ansias insaciables de
ser santo».[3]
El beato Diego cuando
niño, se cría en una atmósfera saturada de perfumes de santidad, de virtudes y
milagros que rodea al V. P. Buenaventura. Mas tarde, cuando vuelve ya
sacerdote, trata de buscar su vida y tomarlo por modelo. Esto nos plantea a nosotros
un problema: ¿Se escribió la vida del V. P. Buenaventura o la que él leyó es
la contenida en la crónica del convento que hemos insertado nosotros? A casi
dos siglos de distancia nos es casi imposible averiguarlo. Tal vez se escribió
una vida aparte que se ha perdido. Lo mismo debe decirse de la crónica general
de la provincia que anuncia el P. Nicolás de Córdoba, la cual, si se escribió,
ha debido perderse, conservándose sólo las crónicas particulares de los conventos,
y no todas.
La vida del P.
Buenaventura fue el molde en donde se formó el beato Diego. De niño, con su
dirección y enseñanzas; de sacerdote joven leyendo su vida y proponiéndose
seguir en todo sus huellas.
Ubrique: Cristo de mármol de una sola
pieza que formaba la XII estación del Vía Crucis del Calvario. En poder de don
José Rodríguez Sánchez.
“Lleno de espiritual
alegría, dice el P. Luis Antonio de Sevilla, llegó a aquel convento (Ubrique)
singularizado ciertamente entre otros de la provincia, y santificado,
digámoslo así, por las vidas de muchos ejemplarísimos religiosos, como el V. P.
Buenaventura de Ubrique, misionero incansable de aquellas sierras que murió por
los años de 1750 (la fecha está tomada a bulto y equivocada: fue en l755) en
la villa de Olvera, donde está su cuerpo en gran veneración, a cuyo pueblo siempre
se había excusado de ir a predicar, y de su motivo fue en aquella ocasión,
habiéndose notado que, contra su costumbre, no sólo se despidió de los
religiosos, sino de algunos devotos v parientes que allí tenía. A este
convento, escuela y taller de muchos venerables nuestros llegó fray Diego, y a
poco de estar en él buscó la vida del dicho padre Buenaventura, como quien
quería en ella tomar lecciones para arreglar la suya. Pero ¡ah! que si Dios eligió
a aquel praedicare pauperibus, a fray
Diego lo había destinado para que lo hiciera coram gentibus el regibus et filiis Israel”.[4]
Y refiriéndose el mismo
autor a los primeros tiempos del apostolado del beato Diego, dice: “La memoria
del antiguo misionero ya citado, padre Ubrique, resucitó en aquellas villas y
poblaciones, y en todas se le llamaba comúnmente el sucesor del P. Fr.
Buenaventura». (-2)
En 1731 habla muerto el P.
Félix José de Ubrique. Con él desaparecía el auténtico representante de la
oratoria culterana. El P. Buenaventura inicia la oratoria sencilla y popular.
El beato Diego eleva esta oratoria apostólica a la cumbre, hasta hacerse el
primer orador de España en su siglo.
Del P. Buenaventura toma
el espíritu y la sencillez franciscana.
El apostolado de P. Buenaventura se circunscribió
a los pueblos de la Serranía, mientras los PP. Luis de Oviedo, Isidoro de
Sevilla, Feliciano de Sevilla recorrían toda Andalucía, y el beato Diego, que
había de sucederle evangelizaría a toda España.
En muchos aspectos de
este apostolado el beato Diego se conserva fiel a la tradición del V. P.
Buenaventura. La devoción del beato Diego de repartir cedulitas de la
Inmaculada, que sus émulos tanto combatieron, y en defensa de los cuales hubo
de escribir la Apología de las cedulitas
de la Inmaculada Concepción, es del P. Buenaventura, dándose e1 caso de curaciones
y milagros en todo similares, así como la devoción del Vía Crucis y otras
practicas del gran apóstol.
Por este tiempo, primera mitad del
siglo XVIII, entró en Ubrique la devoción a la Divina Pastora: debió fundarse
altar y hermandad, tal vez en la parroquia, y la Divina Pastora sirvió de base
a los rosarios populares, que tanto auge tomaron en la villa. El P.
Buenaventura trabajó en los rosarios en su honor y en propagar su devoción.
Las cruces del Tajo, la
Viñuela y del Benalfi las colocó el padre Buenaventura.
La memoria del P. Caamaño
y del P. Ventura es la que ha conservado con más cariño la tradición en
Ubrique, y son las que más han contribuido a mantener el ambiente patriarcal y
religioso de la masa popular en el pueblo, antes de que llegara a envenenarlas
la revolución.
Sepulcro del P. Buenaventura.
Durante muchos años permaneció en
Olvera el P. Buenaventura hasta que lo trasladaron a Ubrique. El hecho lo
cuenta el P. Luis Antonio de Sevilla de la siguiente manera:
«El V. P. Buenaventura de
Ubrique, quien, como ya se ha notado, parece que exprofeso quiso morir fuera del
claustro, falleció en Olvera en casa de una señora devotísima de nuestra orden,
cuyo cadáver permaneció en aquella parroquia con mucha estima de todo el
pueblo, hasta que (no ha muchos años)
un religioso nuestro, con imprudente devoción, lo extrajo de allí como
furtivamente, y sin ninguna precaución ni documentos que diesen fe ni
autoridad: y por la suya, le trasladó a la ermita o capilla de Jesús de la
villa de Ubrique, donde se dice que está.”
La Iglesia del Jesús está
hoy en ruinas, y no hemos dado con una lapida ni inscripción, ni menos con una
noticia que por tradición nos indique el lugar exacto donde se encuentran sus
restos. Si logran encontrarse, convendría depositarlos en la iglesia del convento,
el día que sea reedificada y abierta al culto. Tal es el estado de completo
abandono en que se encuentra una de las primeras figuras históricas de
Ubrique.
En el archivo provincial
de los padres capuchinos de Sevilla se conserva un documento de tamaño de
folio, que contiene, la comisión dada por el M. R. P. provincial al R. P.
Nicolás de Córdoba, autor de las crónicas de varios conventos y de la Brevis notitia y notable historiador,
para proceder al proceso informativo sobre las virtudes y milagros del V. P. Buenaventura
de Ubrique. Contiene el decreto del M. R. P. provincial; el decreto en nombre
del obispo de Cádiz, Fr. Tomás del Valle; el cuestionario para el proceso y
deposición de los testigos; un ejemplar de la carta del P.Fr. José de
Argamasilla, guardián del convento de Ubrique, que dejamos copiada, y una
relación de su muerte, que es en substancia la que hemos copiado, y no añade
datos a los nuevos antecedentes.
Fue una lástima que este proceso no
se hubiera seguido, y hoy pudiéramos venerar en los altares a un hijo de
Ubrique.
Tampoco se ha conservado
retrato ninguno auténtico de él.
[1] P. Nicolás de Córdoba: Historia instrumental de la
Fundación del convento de capuchinos de Ubrique, págs. 49 al 54 La fecha de
1755 que da el padre Nicolás de Córdoba está equivocada: era 1756.
[2]
El padre Sebastián publicó su libro en 1944, pero el Cristo de mármol nunca
volvió al calvario, se quedó en manos de la familia que lo había recogido en
1933 para salvarlo de la destrucción del calvario.
[3] El Director Perfecto y el dirigido
santo—Carta del 16 de julio de 1779.
[4]
415 P.Luis Antonio de Sevilla: Vida documentada del V.P.Fr.
Diego José de Cádiz. Sevilla, Impr de Izquierdo—1882 p. 66.
Muchísimas gracias, la verdad es que ha sido un poco complicado por la extensión del texto, pero con un poquito de paciencia...
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