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jueves, 3 de octubre de 2019

Manual de la provincia de Cádiz. 1847

Primera página del "Manual de la provincia de Cádiz"
de don Luis de Igartuburu, 1847



 Transcribimos a continuación la descripción que de Ubrique da don Luis de Igartuburu en 1847, en su "Manual de la provincia de Cádiz", una curiosísima publicación que nos habla de los orígenes de todos los pueblos de la provincia y de la etimología de algunos topónimos.




UBRIQUE
Villa del partido de Grazalema, una de las cua­tro hermanas de la serranía de Villaluenga, á orillas del Majaceite.
Su nombre actual parece arábigo, pero su crea­ción es mui anterior á la dominación de los moros, si es cierto que este pueblo era el Ocurrís de los lati­nos : aunque tampoco sobre esto se bailan acordes los autores, pues alguno de ellos supone que no se llamá sino Ogarrys.
En el año de 1587 se nombraba Obrique, era del duque  de Arcos, tenia una pila bautismal i contaba 287 vecinos, según aparece de la relación dada en 19 de Enero de aquel año por el Obispo de Málaga, de que he hablado en la primera parte.
Fué del partido de Ronda antes de pasar á la Provincia de Cádiz por la última división del ter­ritorio.
Da buenos i abundantes pastos á toda clase de ganados: en sus llanos hai viñas, olivos i cereales, i se habla de algunas minas de hierro en su tér­mino[1].
Celebra anualmente en los dias 15, 16 i 17 de Setiembre una de las ferias de ganados mas concur­ridas de la Provincia.
Ubrique es una de las conquistas de los Re­yes Católicos, como los demás pueblos de la misma serranía.
Habiéndose conducido con igual heroicidad que los demás pueblos del partido de Grazalema resis­tiendo á las armas francesas en la guerra de la inde­pendencia, le son debidos los mismos elogios i ad­quirió la misma gloria; sobre lo cual puede verse el artículo de Benaocaz en que se hace una breve, reseña de aquel comportamiento, que he colocado allí solo por exigirlo el orden alfabético que se sigue en este Manual.


[1]
Uno de los mayores alicientes que tuvie­ron las naciones bárbaras i extranjeras para apode­rarse, sin reparar en los medios, de nuestra España, fué la multitud de minas de oro, plata, azogue, plo­mo i otros metales que había en todo el país, con es­pecialidad en Andalucía i de consiguiente en esta nuestra Provincia; testigo de ello el famoso Amílcar, general cartaginés, que al decir de nuestras historias halló á su entrada en esta parte del Reino que no solo eran de plata los muebles i vasijas de servicio, sino que encontraron hasta pesebres del mismo metal: testigos los fenicios que para poder llevarse todo el oro i plata que encontraron, tuvieron que fabricar de estos me­tales los utensilios de sus navios, como dejamos in­dicado en el artículo de Tarifa; i testigos los romanos que empleaban de continuo 40.000 operarios en la explotación do nuestras minas, las cuales les produ­cían 25.000 dracmas diarias.
Estrada asegura que además se cogian perlas, coral i otros objetos preciosos.
Las minas del Nuevo Mundo nos hicieron olvidar i abandonar las del Viejo: hoi que aquellas se per­dieron para nosotros volvemos la vista á estas; pero están ya tan oscurecidas por el largo desuso, que cuesta harto trabajo el hallarlas.
En los primeros tiempos se consideraban des­honribles los trabajos materiales de la explotación de las minas, i solo se dedicaba á ellos á los esclavos i á los delincuentes que no eran de pena capital. La idea del infierno en las entrañas de la tierra por una parte, i los graves peligros de estos trabajos por otra, pudieron ser causa de aquella costumbre ó preocupacion, que los tiempos i la ilustración han destruido completamente.

 


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