El Constitucional, 13 de abril de 1842 Biblioteca virtual de prensa histórica |
Por Esperanza Cabello
Hace unos días unos transportistas de Jerez vinieron a Ubrique a ayudar con una mudanza. A media tarde, con un chaparrón de los buenos de la Sierra y con todas las calles encharcadas.
Llegaron con casi una hora de retraso, para llegar al centro histórico habían dejado la furgoneta en la zona de la plaza de la Estrella y al entrar en la casa dijo ella: "¡Vaya calles que tiene este pueblo, es horrible!
A nosotros las calles de Ubrique nos parecen estupendas, poco a poco se han ido arreglando y, con algunos peros, están bastante bien. Pero a estas personas entre la lluvia, los paraguas, las cuestas, la circulación y la escasez de aparcamientos, las calles de Ubrique han sido para ellos como para un viajero que en 1842 comparaba las calles de Toledo con las calles de Ubrique, recordando incluso un poema (terrible) que habían dedicado a nuestro pueblo.
¡Pero las calles! Vive Dios que si hay un remedo vivo de las dificultades de nuestra situación, son las calles de Toledo. Solo el laberinto de nuestra hacienda se puede comparar a aquellos estrechos, tortuosos e intrincados callejones. Aquello no es andar, aquello es una continua representación de la Ascensión y el Descendimiento; un incesante alternar entre el “tendimus ad alta” y el “ad ima descendit” y algunas están tan pendientes que casi es menester ir provisto de una escala portátil para subir por ellas. Cada piedra es una conspiración contra los pies; cada canto una cuestión inabordable: y aun podría muy bien aplicarse a las calles de Toledo lo que de la villa de Ubrique, en el reino de Granada, dejó escrito un curioso viajero, de esos poetas decimistas que hay por el estilo del cura de Fruime:
De las calles el trabajo
No tiene ponderación
Porque todas ellas son
Cuestas arriba y abajo
Cada piedra es como un ajo
Con picantes punterías,
Y en continuas agonías
El que a pisarlas se atreve
Resbala siempre que llueve,
Y llovió en aquellos días.
Yo andaba ya tan molido, que hubiera deseado poder cambiar los pies por las manos, a fin de proporcionar a aquellos el descanso indispensable…
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