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miércoles, 9 de diciembre de 2020

Redimir al cautivo, por don Francisco Fatou y Lucas

 

La correspondencia alicantina. Publicación de "Redimir al cautivo", por Francisco Fatou

 

 

Por Esperanza Cabello

 

Hemos localizado, en la Biblioteca Virtual de Prensa Histórica (en este enlace) dos periódicos de febrero y marzo de 1897, "La correspondencia alicantina" y "El Guadalete", que publican uno de los cuentos que escribió nuestro maestro más popular y más admirado, don Francisco Fatou y Lucas.

Es para nosotros un honor poder presentar, casi veinticinco lustros más tarde, esta entrañable historia tan tierna y tan llena de respeto escrita por un maestro ejemplar:

 

El Guadalete. Publicación de "Redimir al cautivo" por Francisco Fatou

 

 

Cuentos escolares

"Redimir al cautivo". Por Francisco Fatou y Lucas.

Nuestro punto de reunión era la plaza del pueblo. Nada tenía para nosotros tanto atractivo como aquel pedazo cuadrado de terreno cuya superficie terrosa era tan a propósito para señalar sobre ella la raya del marro o el agujerito del hoyuelo. A la hora en que el sol, filtrándose por entre el ramaje de las encinas, parecía adornar con un encaje de esmeraldas y diamantes los abruptos peñascos de la Sierra, era tal la algazara y trisca que teníamos en la plaza que, a veces, tal o cual vecino falto de paciencia y sobrado de coraje arremetía hacia nosotros armado con delgada varita de granado o acebuche. Huíamos  como bandada de pájaros que siente aproximarse a alguna persona, hasta que, repuestos del susto, uno por aquí, otro por allá, con desconfianza al principio y tranquilos luego, torna vamos a la reunión y a la escandalera.

En todos nuestros juegos llevaba la voz el grandullón Perico, un bestia lote que tenía lo menos trece años y todavía se andaba en el primer libro; pero, como era un Hércules en miniatura, cualquiera podía quitarle su autoridad omnímoda, conquistada por el derecho de sus puños.
Cierta tarde, cuando empezábamos a bailar los trompos, oímos el rataplán de un tambor y, al levantar la cabeza, nos encontramos con Miguelito, el amigo más querido de todos, así por su natural dulce y cariñoso como por el dominio que ejercía con su privilegiado talento, puesto a prueba victoriosamente en la escuela.

Sin duda por la enorme distancia que había entre su entendimiento y el de la generalidad, no despertaba envidia en ninguno, sino respeto y admiración; y a él acudíamos para que definiera sobre nuestras disputas, las pocas veces que nos enfrascábamos en discusiones sobre si don Pelayo fue el primero o el último de los reyes visigodos.

De todo esto resultaba que nosotros teníamos dos jefes: Perico, capitán de la fuerza bruta, y Miguel, general de la inteligencia.

Venía el niño satisfechísimo con su redoblante sujeto a la cintura por una correa de cuero negra, las manos ocupadas con los palillos y en la cabeza una montera de papel como un sombrero de tres picos.

Pronto los rodeamos y él nos explicó que aquel juguete se lo había traído su padre de la feria del pueblo inmediato.

Perico fue el primero que lo pidió prestado; pero no pudo tener el gusto de ceñírselo pues, aunque comprimió el vientre y aguantó la respiración, siempre resultaba el broche de la correa a cuatro dedos del enganche.

Sujetando el tambor con la rodillas fue como únicamente satisfizo su deseo de batir una marcha ¿Vamos a jugar a los soldados? —dijo de pronto —Sí, sí, a los soldados— contestamos todos.

En un momento nos encontramos armados con fusiles de caña y con monteras de periódicos, como la que llevaba Miguel. Yo soy el capitán, dijo Perico, y Miguelito el tambor. Sobre el hombro… march… ¡Plan rataplán, plan! Con la marcialidad de una compañía de veteranos llegamos a las afueras del pueblo y anduvimos un trozo de la carretera.

Estábamos en mayo y el campo se presentaba con todo su esplendor. Una alfombra verde, salpicada de flores, con un ancho festón blanco en medio, era lo que parecía el extenso valle por donde marchábamos. A lo lejos las empinadas montañas cerraban el horizonte en todo el círculo que podía recorrer la vista.

En uno y otro lado del camino ofrecían albergue a los pintados jilgueros y a los pardos ruiseñores: morales, álamos y acacias. ¡Alto! gritó Perico; descansen... arm... El tambor cesó en su monótono redoble y nosotros ejecutamos la maniobra con una precisión digna de aguerridos militares.

En aquel momento, como atraído por la curiosidad presentóse un jilguerillo saltando sobre las ramas del álamo más cercano.

Tal vez notó nuestro momentáneo asombro, porque con su lenguaje de gorgeos parecía decirnos: no si yo no voy a hacer daño, si a mí me gustan mucho los niños, vengo solo a presenciar el ejercicio.

 

 

Jilguero publicado en1888

 

¡Estarse quietos! -dijo Perico a media voz-, y con cauteloso paso se dirigió al árbol.

Todos vimos a nuestro capitán trepar por el robusto tronco con la agilidad de un marinero y ocultarse luego entre la fronda del álamo. A poco el pajarillo voló azoradamente hacia una acacia vecina, Y un grito, no sé si de pena o alegría, se escapó de nuestros pechos. Luego Perico se arrojó de un salto desde las ramas inferiores y vino corriendo hacia nosotros. Mirad, mirad lo que he cogido. Era una especie de canastillo formado de vajillas entrelazadas y sujetas con todo seco. En el fondo piaban tres jilgueritos aún no cubiertos de plumas.

Miguel fue el único que se no se acercó a Pedro; pero si el que habló.

-Te compro ese nido, dijo.

-¿Y que me vas a dar por él? preguntó el otro.

-Mi tambor, contestó nuestro segundo jefe.

Perico lo miró con una expresión de asombro ¿serías capaz de darme el tambor por esto? y alzó su atlético brazo por encima de nuestras cabezas enseñando a Miguel lo que nosotros estábamos viendo.

Sí, pero con la condición de que vuelvas a ponerlo en su sitio.Todos miramos a Miguel con los ojos muy abiertos.

-Me está dando pena, continuó el niño, de aquel pobre animalito (y señaló al pájaro en la en la acacia) que tal vez será la madre.

-¿No ves cómo pía? Yo sé que si a mí me sucediera alguna desgracia mi pobre madre lloraría sin consuelo; ¿no le pasaría otro tanto a la tuya? ¿Por qué le vamos a quitar sus hijos a ese pobre jilguero? ¿Quién sabe si nos está pidiendo clemencia? Anda, Pedro, toma mi tambor y ve a colgar de nuevo ese nido.

Perico bajó la cabeza; era la primera vez que dominaban su voluntad. Sin decir una palabra torno al árbol con la ligereza de antes y volvió a saltar de las ramas. Miguel fue ahora quien salió a recibirlo.

-Toma mi tambor, dijo desabrochándolo de su cintura.



-Si me está chico, tonto, contestó el capitán rechazándolo. Miguelito miró fijamente a Pedro y tal corriente de simpatía se debió de establecer entre ambos que, como arrastrados por una fuerza irresistible, sin conciencia exacta de lo que hacían, se unieron en estrecho y prolongado abrazo.

Un ¡hurra! Atronador dio a conocer a los dos jefes el entusiasmo que inspiraban a su compañía. Y como si el jilguero agradecido quisiera tomar parte en aquella manifestación de cariño, volvió a entonar sus alegres gorjeos sobre la ramita delgada del álamo.

-¡A caballo!, gritó Perico, que ya es casi de noche. Y tornándose en trotones las cañas que antes fueran fusiles, entramos a galope tendido en nuestro cuartel general, que era la plaza.

Al entrar en la escuela al día siguiente, me pareció más alegre que de costumbre la cara de nuestro maestro. Había en sus ojos como señales de una satisfacción comprimida, una cara así como la que debe de poner el artista cuando satisfecho mira su obra.

A los primeros que llegamos nos pasó la mano por la cabeza, y, cuando estuvimos todos reunidos, antes de empezar los ejercicios, dijo con un tono solemne: un hortelano me ha contado lo que sucedió ayer tarde en la carretera, y yo estoy contentísimo con tener tan buenos discípulos. Miguel practicó una obra de misericordia, la de redimir al cautivo; y Pedro tiene un corazón generoso. Seguid vosotros su ejemplo y seréis felices en esta vida.

Yo escribiré dos cartas de felicitación a los padres de esos niños, y desde hoy Pedro se colocará en la banca de honor en que se sienta Miguel. Más colorado que una amapola ocupó Perico su nuevo sitio.

Para toda la escuela fue un día de satisfacción.

 

FRANCISCO FATOU

 

 

 

Nota para los nacidos en los cincuenta y los sesenta: ¿Recordáis la canción "Pedrito y su tambor" que cantaban los Chiripitiflauticos? (A Pedrito le trajeron un magnífico tambor, sus papás del extranjero, chim pa chim pa chim pom pom) Esa es la que ha estado sonando durante la presentación de este cuento.💜

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