Por Esperanza Cabello
Hace muchos, muchos años, en una azotea no muy lejos de aquí, un montón de niños ilusionados y contentos esperaban, con paciencia, a que las pipas de melón o de calabaza se secaran para después repartirlas y comérselas.
Y no es que esos niños pasaran hambre, no era ese el caso, sino que en aquella época no se desperdiciaba nada. Es más, en aquella casa de más de quince personas apenas había basura.
Los vidrios se guardaban de una vez para otra, se consideraban tan valiosos que cuando algo de vidrio se caía se "quebraba". "Cuidado con la taza, no se vaya a quebrar", decía nuestra abuela. Y cuando ya no tenía remedio la rotura, los vidrios, machacados, servían para la construcción.
El hierro se utilizaba una y otra vez, para eso estaban los buenos herreros, las puntillas se guardaban, los clavos también. Todo era útil y se reutilizaba. Si alguna vez había una lata de conservas, se utilizaba como maceta. El papel servía para encender la chimenea, incluso en algunas casas se utilizaban los periódicos como papel del baño. En algunas ferreterías nos daban unas monedas por los montones de revistas o periódicos, que después se utilizaban para envolver. Y nosotros guardábamos el papel de celofán de colores de los caramelos para las manualidades. Hasta el papel de plata del chocolate se usaba para encender la copa.
Y en la cocina no había basura. Todo se aprovechaba. Los cascarones de huevo y la zurrapa del café para abonar las macetas, las cáscaras de fruta y los restos de verdura o comida se echaban en un cubo de zinc que diariamente venía a recoger la buena de Isabel, la Malagueña, para dar de comer a los cerdos.
Con el aceite y la grasa sobrantes se hacía jabón, con los trocitos de tela que quedaban después de cortar un vestido o una camisa se confeccionaban trapos de cocina, con las yemas de huevo acumuladas (porque las claras se usaban para limpiar las pieles) nuestra abuela hacía flanes y hasta la nata que se quedaba sobre la leche cuando se hervía se utilizaba para el arroz con leche.
Por aprovechar usábamos los platillos de las cervezas para jugar al cuadro, o para, aplastados, colocarlos en la guita de los trompos. Tampoco se tiraban los tapones de corcho de las botellas, porque eran muy útiles en la casa, pero también los usábamos, como los carretes de hilo, para simular tacones en los zapatos y jugar. Incluso jugábamos a las tabas con algunos huesos de cabra bien limpitos, o hacíamos silbatos haciendo un agujero a los huesos de los amascos.
En aquellos días tan lejanos, había muchas ocasiones de golosinas para los niños, una de ellas era cuando se hacían piruletas calentando azúcar con un poquito de agua y dejando enfriar el dulce sobre el mármol de la cocina, sobre un palillo de dientes. Y otra, muy festejada, era cuando se abría un melón o una calabaza.
Las pipas se dejaban aparte, se enjuagaban bien, sobre un colador, teniendo mucho cuidado de quitar toda la pulpa, y después las poníamos a secar sobre un papel de estraza con un poquito de sal al sol en la azotea.
Las dos o tres horas en las que teníamos que esperar a que se secaran bien a veces se hacían interminables, pero había que echar paciencia y seguir esperando. Después era muy entretenido comer aquellas semillas tan chicas, aunque las pipas "Los Curro" eran las mejores.
Esta tarde, cuando estén bien secas, podremos recordar aquellos sabores de la infancia.
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