30 oct 2020
Y
llegó la festividad de Todos los Santos y el del piadoso recuerdo a
nuestros difuntos. Dos solemnidades de hondo sentido religioso y de una
enorme popularidad. Son el binomio trascendental de la vida y de la
muerte, de la alegría y la tristeza, del gozo y de la
pena.
Cada pueblo,cada país y hasta cada cultura la enriquece con
manifestaciones bien distintas. Y una oportunidad más para que
convirtamos esa neblina otoñal mañanera, pese a la pandemia, en unas
jornadas brillantes que internamente nos haga disfrutar del ser y del
existir.
Los santos que celebramos mañana no tienen corona y carecen de peana. Son de corbata y de alpargata, huelen a cocina y pasaron su
vida pendiente de los demás. Formaron parte de nuestras familias,
vivieron de su trabajo y ahora son como sombras que permanecen vivas.
El
Libro Santo los identifica: "Vi una muchedumbre inmensa que nadie
podría contar, de todas las naciones, pueblos, razas y lenguas de pie
delante del Trono y delante del Cordero"(Apoc. 7,2-4) y con la
solemnidad de los difuntos se basan en el misterio del Cuerpo Místico de
Cristo que está formado y permite la intercomunión entre la Iglesia
Triunfante, la Luchante y la Purgante!
Intercambiemos oraciones con la
intervención de estos santos que nos liberen de la pandemia...
Y los
difuntos. Aquí mi recuerdo se reviste de niño. Y se convierte en un
placer para todos los sentidos. También en Ubrique se celebraba la vida y
la muerte. El constante doblar de la campana del templo, la visita al
Cementerio, las tres misas seguidas con las naves de la Iglesia
repletas... y el tostón de castañas, los frutos silvestres de la sierra
hoy desaparecidos o prohibidos como el palmito, los churris, las endrinas,
los madroños, las murtas...
Y al día siguiente, dos de noviembre, la explosión de vida. Todo
el pueblo en el campo. Era el día de los Paseos.
Pepe Cabello Janeiro
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