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miércoles, 15 de marzo de 2023

Presentación de "¡Ay mi niño!" en Sevilla

 

Amparo Carmona, Ángela Ortiz y Juan Ramírez en la presentación del libro



Por Esperanza Cabello

 

Como explicábamos la semana pasada (en este enlace), el lunes tuvo lugar en Sevilla la presentación del libro "¡Ay, mi niño!", del ubriqueño Juan Ramírez Domínguez.

En el acto, celebrado en la Casa de la Provincia, Juan estuvo acompañado por Amparo Carmona Casado, de la Asociación Alma y Vida, y la psicóloga Ángela Ortiz.

Un acto emotivo, del que todos los beneficios fueron destinado a la Asociación "Alma y Vida", que ayuda a padres y madres en el duelo por la pérdida de un hijo.

 


 

Nuestro amigo Juan nos ha enviado el guion de la presentación, que además fue grabada por Canal Sur, a continuación podemos ver una pequeña entrevista




P R E S E N T A C I Ó N

 

          - Saludos y agradecimientos: a los asistentes, a Amparo (Facilitadora de duelos) y a la psicóloga Ángela Ortiz.

          Me emociona ver caras conocidas y también aquellas que no lo son. Quiero comenzar con esta frase de

           Baltasar Gracián, escritor español del Siglo XVII, dijo que

          “La muerte para los jóvenes es un naufragio, y para los viejos es una llegada a puerto”.

          Del que se produjo en nuestro hogar, aunque lejos de nuestra casa, nace “¡Ay mi niño!, y diferencio hogar de casa, esta es sólo un lugar, mientas que el hogar es un sentimiento que siempre nos va a acompañar vayamos a donde vayamos.             .                                       Un día, en nuestro caso inesperado y ni siquiera intuido, en un segundo la vida nos cambió. Todavía no sabes que ya no volverás a ser nunca más la persona que eras, y empiezas a lamentarte por lo que te han hecho, cuando realmente se lo han hecho a ellos. 

   

  Nos adjudicamos el papel de víctimas, y lo somos, pero de una forma colateral. Las verdaderas son ellos, los que se han ido. Rechazamos la realidad de que todos iremos desapareciendo, que el aire vendrá a llenar el hueco que un día ocupamos como dueños y señores de un espacio en el que siempre estuvimos de paso. La vida sigue sin él, aunque ya nunca podrá ser la misma. Todos los textos son el intento de devolvérsela al que no está. Todo concluye en un grito desgarrado por restituirle la presencia:

A tu lado 

Aunque no te vea

Respirándote

Aunque no te tenga

Escribiéndote

Aunque no me leas

             

 

          ¿Sigue siendo la naturaleza la misma, cuando ya no es observada por el que no está? Juan Ramón Jiménez, con su delicada sensibilidad, sintió ese mismo presagio más allá de su vida 

 

Y yo me iré

Y se quedarán los pájaros cantando

Y se quedará mi huerto

Con su verde árbol

Y con su pozo blanco

 

          Coger papel y lápiz fue el primer mecanismo que vino en mi ayuda. Ya tenía alguna experiencia. ¿Quién a los 13 años no emuló los versos de Bécquer? Pero ahora había que escribir otras cosas aunque me dolieran mucho, recordando a Dante en el Canto V de su Divina Comedia:

 

Ningún dolor más grande,

Que el de acordarse del dichoso tiempo

En la desgracia

 

          - L E C T U R A. Epílogo (Dos párrafos).

 

          Escribir este libro no ha sido ni un reto ni una obligación, ha sido una imperiosa necesidad que me ha ayudado a acercarte y a la vez a desmitificarte, hijo mío. A verte y aceptarte como una persona independiente, adulta, en toda la extensión de la palabra, madura y noble.                    

 He escarbado en tu vida y en la mía, me he reencontrado con tu añorada infancia dulce y feliz como tenía que ser. Con la siempre alborotada pubertad: la mía y la tuya, con el ser bueno, cariñoso, protector y generoso que se nos perdió en este cruento, gratuito y odiado naufragio.                                                          

 

          - El libro es un conjunto de conversaciones solo de ida, sé bien que nunca las habrá de vuelta, en ellas me dirijo a él en primera persona, como si lo tuviera físicamente junto a mí, esperando que cuando escribo esté apoyado en mi espalda leyendo por encima de mi hombro.                                                                                                         No es una novela, ni un libro de aventuras. Es una elegía, un permanente diálogo de amor, sin los tonos tan excesivamente trágicos de Jorge Manrique, ni la profundidad de la que Miguel Hernández escribió a su amigo Ramón Sijé, pero es mi libro para mi hijo, el que saltó de los sentimientos que anidan en mi corazón.   

          - Está ordenado cronológicamente, por eso se entremezclan poemas, relatos y reflexiones, los recojo en el momento que me llegan. Van a ser los recursos literarios sobre los que se sustenta. He usado el nuevo lenguaje que trae la pérdida, en el que palabras como amor o ausencia cobran otra dimensión. El lenguaje en el que nos entendemos los huérfanos inversos, con el que no nos hacemos daño cuando nos comunicamos entre nosotros.

         

          - En los poemas es donde brotan las lágrimas del alma. Ya desde que puse el pie en el aeropuerto de la ciudad donde fuimos a recogerlo, las palabras se me fueron agolpando en la mente. Querían salir y no sé si lo hacían para amortiguar o para hacer crecer el dolor, pero a pesar de ello, te vuelves a encontrar con la ternura. Os leeré dos.

 

 

          - L E C T U R A 

          - El primero lo escribí después de haber permanecido sentado un buen rato en su cama con los ojos cerrados, lo titulo: Nana para Juanma   (Número 76).

 

          Templad la voz,

          corred las cortinas,

          andad de puntillas,

          que mi niño se ha dormido.

 

         

          Dejémosle soñar

          con unicornios dorados,

          que toque el arcoíris,

          que vuele como un pájaro,

          que salte de nube en nube,

          que llegue a las estrellas,

          que sople polvos de hadas,

          que corra con los duendes,

          que escale las más altas montañas,

          que patine sobre lagos de hielo,

          que ruede por las dunas de arena,

          que blanda espadas de acero,

          que desplegue las velas al viento,

          que navegue sobre olas de plata,

          que reme por los rápidos del río,

          que sueñe con caballos alados.

 

          Apagad por favor las luces,

          que todo se quede en silencio,

          que aunque el nido parezca vacío

          yo estoy velando sus sueños,

          porque mi niño está sólo dormido.

 

 

 

        - El segundo fue la felicitación por su cumpleaños cuando ya no estaba: Treinta barquitos veleros  (Número 26).

 

          Sobre las olas del mar azul,

          con sus velas retando al viento,

          pintados de sal y espuma,

          vuelan hoy por la bahía,

          treinta barquitos veleros.

 

 

          Sobre las olas del mar azul,

          cuando esta noche la luna,

          se asome al firmamento,

          se encenderán para siempre,

          treinta luceritos nuevos.

         

                    - El relato es una búsqueda profunda de la persona, desde su llegada hasta su partida. Me bastó con desempolvar los recuerdos, eso sí, pagando el alto tributo de convertir aquellos que fueron felices en tristes. 

 

 

          - L E C T U R A.- Tu cunita de palos torneados  (Número 9).

 

          Desde el pasillo contemplo la habitación vacía. El cabecero de tu cama está teñido día y noche por los resplandores de sol, estrellas y luna que se cuelan por la ventana. En mi retina brillan y se manifiestan aquellos momentos, que ojalá hubieran sido eternos, en la que estuvo llena de mucha vida, de tu vida, de nuestras vidas.

          Te percibo en tu cunita pegada a la pared. Unas veces sumergido en un profundo, apacible e inocente sueño. Otras muchas, nada que se le pareciera. Te veo de pié, agarradito a los barrotes sonriéndome y buscando con tus vivaces ojillos el rastro de algún peluche o cochecito, que segundos antes con un gesto radiante de pillería habías lanzado por los aires, y que no alcanzas a localizarlo en el suelo.

          Cierro los ojos y me regresa ese olor a la ternura de tu infancia que me asaltaba al abrir la puerta. Ahora, lo busco, lo persigo, lo fuerzo, pero no me llega. No está perdido del todo, lo conservo aún en la memoria.

          Cuando oyes que mis pasos se te acercan te pones de puntillas y me extiendes tus bracitos;

 

          - Ahora te cojo mi vida.

 

          Ahora mismo nos iremos a mi butaca del salón. Allí te recostarás sobre mi pecho y nos dormiremos a la vez, y también a la vez, se fundirán en un enorme abrazo tus sueños y los míos.

 

          - La reflexión es el intento infructuoso de encontrar respuestas a las miles de preguntas que se me planteaban. Es el espacio en el que descargar la inmensa rabia y la ira que te está destruyendo, es donde poner en duda las creencias, donde rechazar el destino, donde revelarte contra el final de un ciclo que llegó de una forma antinatural.

         

          - L E C T U R A.- Desvaríos  (Número 84).

 

          No será así, pero muchas veces llego a creer que sobre mis hombros estoy soportando solo todo el peso de la desgracia, y me hace sentir desgraciado, hundido, vencido, entregado al abandono, al vacío que va horadando segundo a segundo mi alma, sin tener ni una sola tregua para engranar los sentimientos ni para recomponer la “nueva vida” con la que gratuitamente me han castigado.

          Los padres, en silencio, sin hablarlo, vivimos martirizados por el temor de perder a un hijo, rogando siempre desde nuestro frágil interior que no nos suceda nunca. Si llega el terrible infortunio no estamos preparados para afrontarlo. Es imposible. Pensamos que sólo es un temor y que nunca pasará de ser sólo eso. Desde nuestra infancia vamos viendo desaparecer a personas queridas de nuestro entorno. Nos apenamos, pero lo aceptamos porque sabemos o intuimos que es el ciclo vital de los seres humanos. Una cadena que comienza con el nacimiento, que a través de nuestro camino cada uno va enriqueciendo con los eslabones que libremente eligió. Mientras tanto se envejece, y siempre, siempre, habrá un final. El eslabón viejo sujeta al joven, pero llega un momento en que se desgasta y se rompe. Para eso estamos preparados, hemos sido muchas veces testigos. ¿Pero y si sucede al revés? ¿Y si se ha roto el orden natural? ¿Y si nos toca ver morir a quién hemos visto nacer? ¿Cómo nos preparamos para ser protagonistas en el miserable escenario de crueldad que se nos ha venido encima? ¿Cómo se hace? ¿Cómo poder entenderlo? ¿Cómo creernos que ha pasado? ¿Cómo vamos a prepararnos para oír campanas de duelo si en nuestros interiores aún resuenan las nanas que parece que fue ayer cuando se las cantábamos? ¿Cómo estar preparados para aceptarlo? ¿A quién hay que odiar por consentirlo? ¿A quién hay que pedir piedad para soportarlo?

 

          Me han quitado el suelo de debajo de los pies. Caigo en barrena por una espiral interminable dejando jirones de mi corazón en cada golpe de realidad que voy recibiendo. No hay donde agarrase, no se puede frenar esta locura autodestructiva que nos han asignado. El tiempo se hace interminable, se hace eterno desde el desastre, pero el tiempo no existe cuando se trata de olvidarlo.

          No sé si serán pensamientos negativos de una mente desquiciada o desvaríos de un espíritu  mortalmente herido. Más de una vez, más de dos y más de las que debiera me acabo preguntando:

 

           ¿Y por qué a mí me han dejado aquí?

 

          Sé que no habrá respuestas, lo sé a ciencia cierta, pero si las hubiera, sé también que ya no querría conocerlas.                                                       

          Finalizo la intervención como acaba el Epílogo, que es como acaba el libro. En este párrafo final hago un agradecimiento a la dedicación abnegada de esas personas, que sin pedir nada a cambio,  nos ayudaron, y siguen me ayudándonos en la reconstrucción de nuestras vidas. 

Me refiero a los Psicoterapeutas voluntarios de Alma y Vida de la sede de Chiclana de la Frontera. Lo hago extensivo a todos los que nos atienden en cualquiera de las poblaciones en los que está implantada la Asociación.

 

          L E C T U R A.- Alma y Vida. Epílogo  (Último párrafo).

 

          Nos vemos cada dos semanas en las terapias grupales. Juan, Fernando, José, Isabel y Águeda. No me olvido de África, que además, por cuestiones de organización es la psicóloga, y ya amiga, de nuestras terapias individuales. Le agradezco profundamente su afán por curar mi alma. Palabra a palabra, sonrisa a sonrisa y abrazo a abrazo, va consiguiendo que llegue un rayito de luz a mi dolorido espíritu. A todos los quiero, los respeto y los admiro como a héroes, porque lo son. En las tardes de los viernes, a las 19 horas, cuando han acabado la última jornada laboral de la semana, se apartan de su hogar y de sus familias para atendernos a todos, que en conjunto somos un volcán de dolor y sufrimiento. Ellos, se nos acercan sin miedo a acabar achicharrados por nuestras ardientes lavas. Junto al resto de padres formamos una familia donde consolarnos y comprendernos, donde compartir sin ninguna clase de prevención el amor por nuestros hijos perdidos, donde llorar sin ninguna vergüenza que limite nuestra voluntad, donde aunque sea pasito a pasito vamos mejorando. Estamos unidos por un lazo invisible que anudó el infortunio, pero que es más fuerte que los obligados por la sangre.                              

 

          La última frase del libro es una despedida desesperada:

 

          Hijo mío, encuentra pronto el camino de vuelta a casa.

 

Muchísimas gracias por vuestra asistencia y atención.

 

 

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