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miércoles, 29 de noviembre de 2023

El castillo de Matrera, por Pedro Pérez Clotet

 


 

Portada de la Revista geográfica número 15. Dedicado a Cádiz


Por Esperanza Cabello

Nos interesamos muchas veces por Pedro Pérez Clotet, nacido en Villaluenga en 1902, un personaje controvertido del que solo estudiamos su faceta cultural, pues era un magnífico escritor enamorado de su tierra. Escribió en varias ocasiones sobre Ubrique y estudió nuestras raíces, aunque en esta revista escribe sobre Matrera.

Hemos tenido la suerte de adquirir el número quince de la Revista Geográfica Española, una publicación también controvertida que dedica este número a la provincia, y en el que encontramos varios artículos escritos por conocidos personajes del mundo de las letras de aquella época.

Pedro Pérez Clotet escribe sobre el Castillo de Matrera, ilustrando su artículo con fotografías de Esteve.


 

 


 

Se levanta este bello castillo —sus melancólicas ruinas —, tan importante un día lejano, entre Villamartín y Prado del Rey, pueblos del partido judicial de Arcos de la Frontera. Sobre una elevada montaña que termina en un tajo casi vertical, inaccesible por su lado Norte. Su situación era magnífica, entre la campiña y la sierra. Por eso, y por su reciedumbre y señorío, y por la aspereza natural de su sitio, seguramente su nombre. Torre vigilante y sagaz, suspicaz y experimentada, frente al poder y astucia del enemigo.

Se conserva bastante bien parte del lienzo de murallas de la gran plaza de armas —constituida por un polígono tan abierto que le da apariencia circular—, con dos puertas, ambas defendidas con torres, llamadas del Sol y de los Carros, a oriente y a poniente.

Dice Romero de Torres que las murallas son del tiempo de la Reconquista. Y el historiador arcense don Miguel Mancheño, de quien recogeremos enseguida unas líneas, dice que Matrera —y al decir esto debe de referirse a sus murallas— está lleno de restos de la dominación arábiga y de la Reconquista. Un indicio de arco de herradura que queda en una de las puertas, parece indicar la construcción arábiga del recinto. Puede ser que, una vez conquistada la fortaleza, fuera más sólidamente amurallada por sus nuevos poseedores. Las murallas están sin almenar; y por uno de sus lados, conservan vestigios de antemuralla baja, sin duda por ser el sitio más accesible del castillo. Por el lado Norte se pierde la muralla. Y en este lado se alza lo más interesante de Matrera: una fuerte torre cuadrada, posiblemente de construcción visigótica - compuesta de tres estancias superpuestas, con bóvedas de medio cañón formadas por grandes piedras sin labrar—, que, dada su importancia, quizás tuviese algo decorativo, perdido con el tiempo.

 «El tedio de cada una de estas estancias —dice el ya citado Mancheño, al describir la fortaleza-, consiste en una bóveda primitiva, y la llamo así por ser la única construcción que conozco con semejante clase de aparejo». «La forma extraña de esta construcción —añade— tan ajena a la de los árabes, es lo que me hace atribuiría a los visigodos, no pudiendo de manera alguna calificarla de romana.

La impresión que del examen de ella resulta, es sorprendente. Las informes dovelas, desiguales en longitud y grueso, redondeadas unas, terminadas en punta otras y afectando su mayor parte formas irregulares y caprichosas, parece como que se desprenden y desploman sobre el curioso, y su misma desigualdad produce la ilusión de que las piedras se han salido de alvéolos, y casi se ven caer, por un fenómeno de óptica muy curioso».

Y digamos ya algo de la historia —está por hacer— de esta importante fortaleza, que hoy llaman también en la región: Torre de Pajarete. En un libro que preparamos sobre los Castillos de la Sierra de Cádiz nos ocuparemos también, con detenimiento y con el conveniente aparato documental, del de Matrera. Primero, lugar avanzado de la Serranía árabe; y más tarde, cuando lo ganan las armas españolas, fortísimo espolón cristiano, frente a la Sierra, que, temerosa, ingente, parece una gigantesca fortaleza toda ella, recortada bravamente en el horizonte.

 

En Matrera permanecen los moros hasta el año 1257, en que es tomado por Don Pedro Yáñez o Petrus loannis, Maestre de Calatrava. El Rey don Alfonso X lo cede a dicha Orden. Y es su primer Comendador don Espinel, también Comendador de Sabiote. Llega el año 1265. y el monarca envía a don Nuño González de Lara y a don Juan González, Maestre de Calatrava - no de Alcántara como dicen algunos cronistas— en socorro de Matrera y de su alcaide y Comendador don Alemán, sucesor de don Espinel, que estaba allí cercado por los moros. Cuyo auxilio impidió que la fortaleza fuera por éstos expugnada.

Dice la Crónica del Rey Don Alfonso décimo que «los moros que y eran fuéronse donde, que no osaron esperar, o basteciéronla de homes o de viandas, o la torre o el cortijo fincó en poder de los cristianos». La Crónica impresa de Alfonso X pone Utrera en vez de Matrera: sin duda por error; pues como dice el diligente Ortiz de Zúñiga, «Utrera, por este tiempo lugar abierto en diverso sitio del que oy está no tenía Torre ni Castillo, ni tocava defensa al Orden de Calatrava. Matrera sí. que era suya... la semejanza del nombre dio lugar a la equivocación de imprenta que en exemplares de la Crónica manuscrita. muy antiguos. Matrera se lee, y no Utrera». Y la misma equivocación debió de padecer, en su Crónica de Calatrava, Fray Francisco de Rades y Andrada, que al par cambia la fecha del cerco del castillo; sus palabras nos dan nuevos detalles del suceso: «Era de mili y dozientos y noventa y nueve, año del Señor de mili y dozientos y sesenta y uno. los Moros de Xerez, Arcos, Lebrixa y Utrera, se alzaron contra el Rey don Alonso, por el Rey Moro de Granada, y tenía el castillo de Utrera (léase Matrera) un Fraile Cavallero de la Orden de Calatrava. que se dezía don Alemán. Los moros... salieron... para el Castillo, pensando prender a don Alemán con buenas palabras sobre seguro: más él estando hablando con ellos fuera del Castillo entendió lo que pretendían, y acogióse a la Torre mayor del Castillo. Luego los Moros le pusieron cerco, y le tuvieron cercado mucho tiempo, y dieron grande combate a la Torre: más el buen Cavallero con poca gente se defendió, de manera que nunca los Moros pudieron ganar la Torre». 

 

 


 

No la ganaron entonces; más sí después, en fecha que ignoramos. De moros era el año 1541, en que recobra la plaza el «muy conqueridor» Rey don Alfonso XI. como término de aquélla fecunda campaña que abriera contra el Rey de Granada, y en la cual fueron lomadas Alcalá de Benzaide, Priego, Rute y Benamejí. Barrantes Maldonado nos dice que Matrera fué conquistado en cinco días. Y en el venerable Poema de Alfonso XI, se dan curiosas noticias de este importante hecho de armas.

 

EI buen rrey por bien bió

De a Dios padre sentir,

E de Córdoba salió.

Pasó aguas de Alquiuir.

Atravesó la frontera

Este rrey,que Dios defienda,

Fué luego cercar Matrera,

Sobre ella puso su tienda.

El noble rrey don Alfonso

Sus gentes fiso allegar,

 Brafaui Beni Pedrecho,

Ouo gela de dar.

Los moros duelo fesieron

E maldesieron su ley,

E en Matrera posieron

El pendón del noble rrey.

E pues Matrera leuara,

 El buen rrey torne la vía,

E a Seuilla llegara

Con la su cauallería.

A Dios mucho loando

E a la Virgo coronada.

Así se yua el rrey vengando

De los moros de Granada».

 

 

Por Privilegio rodado, fechado en Tordesillas en 1º de abril de 1542, hace don Alfonso el onceno, donación a Sevilla del castillo y lugar de Matrera «que nos agora ganamos de los moros», juntamente con el lugar de Ortales, que era en término de Matrera. Es merced que el Rey hace a Sevilla para premiar sus muchos servicios pasados y presentes, y para acrecentar sus términos y rentas. Y Sevilla disfrutaría del término de Matrera, con todas sus pertenencias, rentas y derechos, bien y cumplidamente, «como lo ouo e auia la orden de Calatrava al tiempo que era suyo ante que lo perdiesen e lo ganasen los moros».

Posteriormente. por Ordenamiento del mismo monarca fecha 6 de Julio de 1544, se regula lo que Sevilla había de dar por la tenencia del castillo. Y en fin, en las Ordenanzas dadas también por Don Alfonso XI, reglamentando los arrendamientos de los Propios de Sevilla, se señalan: «Las tierras dehesas, prados, pastos y montes, veras, cañadas, abrevaderos y otras cosas que están en el Campo de Matrera».

Completemos lo dicho con algunas Delicias venatorias —referentes a diversos montes de los alrededores de Matrera— contenidas en el Libro de la Montería de Alfonso XI:

«La ladera de Matrera es buen monte de puerco en invierno. El es la vocería por cima de la cumbre de la ladera de este monte. Et son las armadas al Encinar.

El Espinar de Alcaudete que es cabo Matrera, es buen monte de puerco en invierno. Et es la vocería por cima de la cumbre desde monte. Et son las armadas al arroyo del un cabo del arroyo, el del otro, et otra en el camino que va de Matrera a Zahara.

El Espinar, que es cabo este monte que de suso habernos dicho, es buen monte de puerco en invierno. El es la vocería por cima de la cumbre deste monte. El son las armadas, la una en el camino de Zahara; et la otra entre este monte et el Pinar de Alcaudete».

Los montes y breñas de Matrera sirven de refugio a los moros cuando, por febrero de 1452, un ejército mahometano, con fuerte empuje, toma la vuelta de Arcos y Bornos, y don Juan Ponce de León acude a batirlos valerosamente; líbrase un gran combate en el sitio llamado Encinar de Mataparda, desastroso para los moros, que huyen, al anochecer, hasta los cerros de Almajar, Pajarete y Matrera, buscando esquivar el golpe protegidos por la maleza y por las sombras; más los cristianos los persiguen por aquellos breñales hasta que cierra bien la noche, causándoles un recio descalabro.

Matrera representa, desde su conquista española, la permanente contención de la morisma de las Serranías de Ronda y Villaluenga, que a veces, sin embargo —se acaba de ver un ejemplo—, logra irrumpir en el campo cristiano y repasar sus fuertes defensas; la protección más próxima de los cristianos cautivos en las plazas moras fronterizas, cuando consiguen evadirse y correr a tierra fraterna; y una importante escala de los ejércitos nacionales, en sus frecuentes expediciones contra las villas y castillos serranos.

 

 


 

Con la liberación de la Sierra del yugo mahometano, como consecuencia de la caída de Ronda, pierde Matrera su importancia militar. A la guerra sucede la labranza, ya en paz los ubérrimos campos que se extienden a la sombra del castillo. Y entonces, Sevilla - conforme a las prerrogativas que el Privilegio de don Alfonso XI le había concedido—, decide dar esos terrenos a población, y ofrécelos, a censo perpetuo, a cuantos quisieran acudir a edificar en ellos. Acuden de la campiña y de la sierra. Y pronto el nuevo pueblo de Villamartín cuenta con más de cuatrocientos vecinos. Mas las cosas no marchan tan bien en adelante. Pocos años después comienza Sevilla a intervenir en la administración de los bienes e intereses de los pobladores. sin que éstos hubiesen infringido en lo más mínimo lo pactado con el Concejo sevillano, y en 1507, los despoja de su tranquila y legítima posesión. Esto da lugar a un dilatado pleito entre los vecinos de Villamartín y Sevilla, que dura tres siglos —ha quedado el dicho popular: «más largo que el pleito de Matrera»— y que, al fin, tras muchas diligencias, mucho papel y mucho ruido, logra ganar Villamartín. Si se iba olvidando la fama bélica de Matrera, la gran fortaleza de otro tiempo, su nombre, por virtud del famoso largo pleito, sigue resonando todavía durante luengos años; amparando- corno símbolo de calladas heroicidades- una nueva lucha tenaz y secular por la posesión de una tierra conquistada, tan esforzadamente con las nobilísimas armas de la honradez y del trabajo.

 Pedro Pérez Clotet

 

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