Por Esperanza Cabello
La Cerca fue siempre el campo familiar, el campo de todos. Pertenecía en origen a la familia de nuestra abuela Julia por la parte de los Rubiales. Cuando murieron los bisabuelos, la heredaron todos los hermanos, pero nuestro abuelo Paco fue comprando poco a poco las partes a los hermanos de nuestra abuela Julia, includa nuestra tía Ana, que vivía con ellos.
La Cerca se convirtió muy pronto en un refugio para todos y en mucho más, porque durante la Guerra Civil se siguió cultivando la huerta y fue de gran ayuda para que la familia siguiera adelante (a ello también ayudaron las palomas que había en el palomar del la casa familiar). Era una huerta frondosa y bien cuidada que se mantuvo muchos años. Nosotros conocimos a Frasquito, siempre atento y siempre trabajando, con su burro, aprovechando el manantial y la alberca para regar las lechugas, recogiendo las nueces, las aceitunas y las almendras.
Nuestro abuelo nos contaba que tuvo un gran susto después de la guerra. A él le gustaba acercarse todos los días, y aunque el campo estaba junto al pueblo (es la actual urbanización Mirasierra), en realidad se encontraba aislado. Una tarde estaba sentado tan tranquilo, leyendo un ratito como en la fotografía de la entrada, cuando oyó que venían varias personas por los olivares. Se trataba de los maquis, y él temió que pudieran secuestrarlo o algo peor, así que salió corriendo, saltó alambradas y muros y fue capaz de saltar la pared de casi tres metros de las casas de las Reguera, que dan al Catalán. Él contaba que el miedo le dio alas, y nunca se explicó cómo había podido correr tantísimo.
Más tarde, a partir de los sesenta, la Cerca se convirtió en lugar de reunión familiar, Manuel Cabello agrandó la alberca, rehicieron la casa un poco y toda la familia se reunía allí. Recordamos a los primos, a los tíos, a la familia, a los amigos; las paellas, los revueltos, las aceitunas, las nueces; los baños, las tertulias...
Recordamos a nuestro tío Antonio Izquierdo contando anécdotas hasta altas horas de la madrugada para decir al despedirse: "Soy hombre de pocas palabras". Recordamos a los parientes de abuela Julia que venían a vernos y siempre era una novedad. Recordamos a nuestro abuelo sentado entre esas dos palmeras que creíamos que se había traído la abuela Joaquina desde Argentina (en realidad se había traído una platanera que siempre estuvo en el patio de la casa), o a nuestra abuela Julia buscando hinojos, porque le gustaban muchísimo, o a todos buscando palmitos, tagarninas, espárragos y caracoles, o los gamones para el Día de la Cruz, aunque poquitos, porque no era tierra de gamones.
Cuando se iba acercando la feria nos reuníamos los primos para coger algarrobas y venderlas, así teníamos un poco de dinero para los cacharritos. Después había que recoger aceitunas, poníamos una manta y vareábamos el olivo, y entre toda la chiburralea cogíamos muchísimas.
en plena primavera de 1983
La Cerca siguió siendo lugar de reunión incluso después de la muerte de los abuelos, pero ya no era lo mismo, cada uno había seguido su camino y ya estábamos desperdigados.
El pueblo siguió creciendo, hacía falta terreno para construir y se presentó la oportunidad de vender una parte de La Cerca. Con mucha pena la familia vendió un trozo, donde estaba el manantial, que se cegó, la casa y la alberca. Conservamos aún unos cuantos miles de metros, pero nunca nos volvimos a reunir allí.
En la actualidad quedamos sólo siete de los primos en Ubrique y tenemos o hemos tenido campito, y, aunque ninguno es como La Cerca, en todos nos seguimos reuniendo, hemos plantado palmeras y nogales; los niños juegan y se bañan y recogemos las algarrobas, las aceitunas, los espárragos, las tagarninas , los hinojos y los gamones.
¡Ojalá que nuestros hijos tengan los mismos maravillosos recuerdos que tenemos nosotros!
Esperanza Cabello Izquierdo, abril 2009
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