Hoy hemos tenido la suerte de oír un relato entrañable de la vida de una niña en Ubrique en los años 20. Nuestra tía Isabel Álvarez nos ha contado algunas historias de su vida cotidiana:
"Yo era la cuarta hija de una familia muy numerosa, y la segunda nieta de una familia más numerosa aún. Todos mis tíos y tías me buscaban, me compraban regalos y me llevaban de excursión o de paseo. Mi tío Eloy, por ejemplo, que emigró a Argentina, tenía un coche (sería el año 22) y se iba al teatro a Prado del Rey con sus amigos, entre ellos José Coronel, y me llevaban con ellos.
Con mi tío Ángel me llevaba muy bien, siempre me quiso mucho, y mi tía Julia me buscaba para estar conmigo.
A mí no me gustaba demasiado ir a la escuela, pero los paseos, las fotografías, los mandados y el trabajo no me importaban en absoluto.
No era una época mala, no pasábamos hambre ni nada, teníamos todo lo necesario. Mi madre me daba una gorda (diez céntimos de peseta) para ir a comprar lechugas. Si iba a la tienda, me daban una, si iba a las huertas que estaban al otro lado del río me daban cinco o seis lechugas.
También me mandaban a por azúcar y café "ancá la Facana", con un real de azúcar y café había para tres o cuatro días. La Facana, Amalia, era una confitera excepcional, era nuestra vecina, hacía todo tipo de dulces caseros, y era una buena persona.
Cuando pelaban los conejos, llevaba el pellejo a la Fula (taller de sombreros), y me daban una chica por cada uno. Con una gorda (dos chicas) iba a la confitería de Rafaela y Sebastián, al principio de la calle Botica, y compraba un bollo de leche y un pocillo de chocolate (la palabra pocillo se refiere a una onza. Un pocillo es una tacita pequeña de cerámica en la que se tomaba el chocolate, de ahí el nombre).
Otras veces iba a la confitería de María La Paz y Serafín, en la calle del Perdón, que después fue de Eloísa, y compraba con una gorda cualquier dulce de los más buenos.
(Nuestra madre, nacida en 1932, dice que cuando ella era pequeña los dulces valían tres chicas en lo de María La Paz, y que compraban bollos de Bilbao, bucaritos, caracolas y bollos de leche).
Cuando tenía nueve años, en 1927, empecé a trabajar cosiendo sombreros; trabajabamos de nueve a doce por la mañana y de una a cinco por la tarde. A las doce en punto se comía, según el día unas migas cocidas, sopas del cocido o lo que hubiera (huevos casi nunca). A las cinco se tomaba el puchero, de calabaza, de habichuelas o de lo que diera la estación.
"Yo era la cuarta hija de una familia muy numerosa, y la segunda nieta de una familia más numerosa aún. Todos mis tíos y tías me buscaban, me compraban regalos y me llevaban de excursión o de paseo. Mi tío Eloy, por ejemplo, que emigró a Argentina, tenía un coche (sería el año 22) y se iba al teatro a Prado del Rey con sus amigos, entre ellos José Coronel, y me llevaban con ellos.
Con mi tío Ángel me llevaba muy bien, siempre me quiso mucho, y mi tía Julia me buscaba para estar conmigo.
A mí no me gustaba demasiado ir a la escuela, pero los paseos, las fotografías, los mandados y el trabajo no me importaban en absoluto.
No era una época mala, no pasábamos hambre ni nada, teníamos todo lo necesario. Mi madre me daba una gorda (diez céntimos de peseta) para ir a comprar lechugas. Si iba a la tienda, me daban una, si iba a las huertas que estaban al otro lado del río me daban cinco o seis lechugas.
También me mandaban a por azúcar y café "ancá la Facana", con un real de azúcar y café había para tres o cuatro días. La Facana, Amalia, era una confitera excepcional, era nuestra vecina, hacía todo tipo de dulces caseros, y era una buena persona.
Cuando pelaban los conejos, llevaba el pellejo a la Fula (taller de sombreros), y me daban una chica por cada uno. Con una gorda (dos chicas) iba a la confitería de Rafaela y Sebastián, al principio de la calle Botica, y compraba un bollo de leche y un pocillo de chocolate (la palabra pocillo se refiere a una onza. Un pocillo es una tacita pequeña de cerámica en la que se tomaba el chocolate, de ahí el nombre).
Otras veces iba a la confitería de María La Paz y Serafín, en la calle del Perdón, que después fue de Eloísa, y compraba con una gorda cualquier dulce de los más buenos.
(Nuestra madre, nacida en 1932, dice que cuando ella era pequeña los dulces valían tres chicas en lo de María La Paz, y que compraban bollos de Bilbao, bucaritos, caracolas y bollos de leche).
Cuando tenía nueve años, en 1927, empecé a trabajar cosiendo sombreros; trabajabamos de nueve a doce por la mañana y de una a cinco por la tarde. A las doce en punto se comía, según el día unas migas cocidas, sopas del cocido o lo que hubiera (huevos casi nunca). A las cinco se tomaba el puchero, de calabaza, de habichuelas o de lo que diera la estación.
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