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jueves, 18 de diciembre de 2008

Leopoldo de Ubrique, el obispo Panal, “un anciano hecho del barro de los mártires”



Agradecemos a José María Gavira que nos haya permitido compartir su trabajo en nuestro blog, publicado originariamente en "5*U", más tarde en "Historias del Mediodía" y  actualmente en proceso de publicación en "Historias de Ubrique" (en este enlace).



POR JOSE MARÍA GAVIRA VALLEJO
Un día un amigo me recomendó La Fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa. Me contó de qué iba el libro y, la verdad, no me sedujo en aquel momento sumergirme en la vida de un repugnante dictador dominicano del siglo pasado (Trujillo). Pero me convencieron estas palabras: “si lo empiezas, no lo podrás dejar”. Y así fue. Vargas Llosa siempre lo consigue. Ya plenamente prendido en la trama, los acontecimientos narrados cobraron un interés adicional cuando, pasado el ecuador de la obra (capítulo XIV), saltó a mis ojos el nombre de Ubrique. Concretamente, se encuentra en el párrafo que copio:
El editorial de Radio Caribe, reproducido por La Nación, aseguraba que monseñor Panal, el obispo de La Vega, «antiguamente conocido por el nombre de Leopoldo de Ubrique», era fugitivo de España y fichado por la Interpol. Lo acusaba de llenar «de beatas la casa curial de La Vega antes de dedicarse a sus imaginaciones terroristas», y, ahora, «como teme una justa represalia popular se esconde detrás de beatas y mujeres patológicas con las que, por lo visto, tiene un desaforado comercio sexual».
El obispo Panal, de Ubrique - loscallejones5uEn cuanto a monseñor Francisco Panal Ramírez, no es ese el primer pasaje en que se hace referencia a este hijo de Ubrique nacido en 1893 y muerto en Santo Domingo en 1970, que fue el primer obispo de la nueva diócesis dominicana de La Vega, entre 1954 y 1965. Desde el capítulo II se van relatando algunos hechos de este singular personaje que, con el norteamericano Tomás Reilly, recibió la siguiente descalificación –una de tantas– por parte de la emisora trujillista La Voz Dominicana:
(…) no nacieron bajo nuestro sol ni sufrieron bajo nuestra luna (…) y se inmiscuyen en nuestra vida civil y política, pisando los terrenos de lo penal.
Y es que el obispo Panal, “el españolete”, el “hijo de puta” (como lo califica el personaje de Trujillo en la novela), le estaba haciendo la vida imposible al Chivo recriminándole cada vez que podía su tiranía y su libertinaje; primero discretamente, después abiertamente, en un proceso de agravamiento de la animadversión que desembocó en guerra declarada el domingo 25 de enero de 1960. Ese día, Panal y los otros cuatro obispos dominicanos leyeron en el púlpito una carta pastoral “que estremeció la República” y “enloqueció de furor a la Bestia”.
Los prelados denunciaban la tiranía, pedían oraciones por los presos políticos que abarrotaban las cárceles y los centros de tortura del país, se acordaban de los “«millones de seres humanos que continúan viviendo bajo la opresión y la tiranía», para los que no hay «nada seguro: ni el hogar, ni los bienes, ni la libertad, ni el honor»”; defendían “[el derecho] a formar una familia, el derecho al trabajo, al comercio, a la inmigración, a la buena fama y a no ser calumniado «bajo fútiles pretextos o denuncias anónimas (…) por bajos y rastreros motivos»”. La pastoral reafirmaba que “todo hombre tiene derecho a la libertad de conciencia, de prensa, de libre asociación…” y elevaba preces para que “«en estos momentos de congoja y de incertidumbres (…) hubiera «concordia y paz» y se establecieran en el país «los sagrados derechos de convivencia humana»”.
rafael trujillo republica dominicana - loscallejones5u
El Generalísimo tenía bien aprendida en la carne ajena de Juan Domingo Perón (Argentina), Marcos Pérez Jiménez (Venezuela), y Gustavo Rojas Pinilla (Colombia) el daño que podían hacer las aparentemente inocuas pastorales de la Iglesia. De hecho, Perón se lo advirtió al Chivo al partir de Ciudad Trujillo, rumbo a España: “Cuídese de los curas, Generalísimo. No fue la rosca oligárquica ni los militares quienes me tumbaron; fueron las sotanas. Pacte o acabe con ellas de una vez”. Pero el Padre de la Patria Nueva dominicana optó por iniciar una campaña de propaganda contra los obispos, sobre todo contra los dos extranjeros, Francisco Panal y Tomás Reilly. Estos, “desde ese negro 25 de enero de 1960 (…) no habían dejado un solo día de joder. Cartas, memoriales, misas, novenas, sermones”. El tirano barajó varios planes criminales para acabar con el problema:

Uno, usando como escudo a los paleros, matones armados de garrotes y chavetas de Balá, ex presidiario a su servicio, los caliés irrumpirían a la vez, como grupos recalcitrantes desprendidos de una gran manifestación de protesta contra los obispos terroristas, en el obispado de La Vega y en el Colegio Santo Domingo, y rematarían a los prelados antes de que las fuerzas del orden los rescataran. Esta fórmula era arriesgada; podía provocar la invasión. Tenía la ventaja de que la muerte de los dos obispos paralizaría al resto del clero por buen tiempo. En el otro plan, los guardias rescataban a Panal y Reilly antes de ser linchados por el populacho y el gobierno los expulsaba a España y Estados Unidos, argumentando que era la única manera de garantizar su seguridad.
Pero sopesó los pros y los contras y decidió “[seguir con] la guerra de nervios. Que no duerman ni coman tranquilos. A ver si ellos mismos deciden irse”. No sabía que se estaba enfrentando con una personalidad de carácter tan tenaz como el suyo propio. Trujillo lo intentó todo para callarlo. Incluso organizó “una sacrílega pantomima contra monseñor Panal, en la iglesia de La Vega, donde el obispo decía la misa de doce”:

En la nave atestada de parroquianos, cuando monseñor Panal leía el evangelio del día, irrumpió una pandilla de barraganas maquilladas y semidesnudas, y ante el estupor de los fieles, acercándose al púlpito insultaron y recriminaron al anciano obispo, acusándolo de haberles hecho hijos y ser un pervertido. Una de ellas, apoderándose del micrófono, aulló: «Reconoce a las criaturas que nos hiciste parir y no las mates de hambre». Cuando, algunos asistentes, reaccionando, intentaron sacar a las putas fuera de la iglesia y proteger al obispo que miraba aquello incrédulo, irrumpieron los caliés, una veintena de forajidos armados de garrotes y cadenas, que arremetieron sin misericordia contra los parroquianos. ¡Pobres obispos! Les pintarrajearon las casas con los insultos. A monseñor Reilly, en San Juan de la Maguana, le dinamitaron la camioneta con la que se desplazaba por la diócesis, y le bombardearon la casa con animales muertos, aguas servidas, ratas vivas, cada noche, hasta obligarlo a refugiarse en Ciudad Trujillo, en el Colegio Santo Domingo. El indestructible monseñor Panal seguía resistiendo en La Vega, las amenazas, las infamias, los insultos. Un anciano hecho del barro de los mártires.

costaverdedr.com
Todo esto removió la conciencia de Salvador Estrella Sadhalá, un católico ferviente, de comunión diaria, que se confesaba a un cura así:

Voy a matar a Trujillo, padre. Quiero saber si me condenaré (…). Ya no puede ser. Lo que están haciendo con los obispos, con las iglesias, esa asquerosa campaña en la televisión, en radios y periódicos. Hay que ponerle fin, cortando la cabeza de la hidra. ¿Me condenaré?




manuel cabello janeiro - loscallejones5u
Casi cuarenta años después de su muerte, el obispo Panal sigue ocupando un lugar en la memoria y el corazón de muchos fieles dominicanos entre los que goza de fama de santo. Tanta, que no hace mucho el actual obispo de la diócesis de La Vega, Antonio Camilo González, hizo una discreta visita a Ubrique que tenía algo de devota peregrinación. Monseñor Camilo quería conocer en persona el lugar donde vio la luz una figura tan admirada en su país. Le sirvió de sin par cicerone nuestro recordado Manuel Cabello Janeiro, en cuya proverbial inquietud de historiador de todo lo nuestro quedó sembrada una semilla de interés que acabó transformándose en entusiasmo incondicional hacia tan ilustre paisano. Don Manuel viajó a la República Dominicana siguiendo el rastro del olor a santidad y narró sus experiencias en su obra Obispo Panal, un hombre comprometido.
En este libro, que como el de Vargas Llosa no se deja cerrar hasta que se concluye, Cabello nos cuenta algunos detalles históricos y nuevas sabrosas anécdotas de la vida de aquel ubriqueño diamantino que nació el 20 de septiembre de 1893, hijo de Manuel y María, en la casa familiar de la calle de la Palma. Desde muy pequeño frecuentaba con sus hermanos mayores el convento de Capuchinos, donde, al parecer, quedaba hechizado ante la celda que había ocupado el beato Diego José de Cádiz. Tanto, que se despertó en él la vocación de “catequizar herejes”, y para disponerse a ello ingresó con doce años en la Escuela Seráfica de Antequera, en 1905, pasando en 1909 al colegio que la Orden tiene en Granada. En 1914, con el nombre de Fray Leopoldo María de Ubrique (un homenaje a Fray Leopoldo de Alpandeire), llegó a la República Dominicana para no retornar jamás a España. Allí llevaba 16 años cuando Rafael Leónidas Trujillo Molina, tras un golpe de Estado, llegó al poder, en el que se mantuvo hasta 1961 siempre bajo un velo de mendaz constitucionalidad. Durante 31 años tuvo tiempo sobrado para hacerse dueño de medio país, robarle a sus compatriotas unos 100 millones de dólares y convencerse a sí mismo de que era una especie de semidiós con patente incluso para nombrar a su hijo Ramfis coronel a los 7 años y general a los 10 (según narra Vargas Llosa). La cantidad y “calidad” de las tropelías del Generalísimo Trujillo difícilmente las podrá supera ningún dictador contemporáneo.

catedral de la vega republica dominicana loscallejones5u
 

Cuenta Manuel Cabello que un día Trujillo asistía a la misa que oficiaba Panal en su catedral. Se habían dispuesto dos reclinatorios en el altar, uno para el obispo y otro para el jefe del Estado; este iba a dirigir su propia “homilía”, que iba a ser retransmitida a toda la nación por su expreso deseo. El tiro le salió por la culata. Al parecer, cuando el prelado pidió que todos se hincaran de rodillas, el Generalísimo se resistió a acatar tamaña afrenta a su dignidad de morador del Olimpo. Pero tampoco Panal estuvo dispuesto a consentir tal insumisión, por lo que recalcó en voz alta e imperiosamente: “¡Todos, todos!”. Y el Generalísimo bajó la testuz y se puso de hinojos… El príncipe de la iglesia le soltó un sermón de padre y muy señor mío sobre las iniquidades que se estaban cometiendo en el país, preguntándole al dictador si no estaba enterado de ellas. Trujillo acabó levantándose y salió de la catedral como alma que lleva el diablo –nunca mejor dicho– con la idea fija de que aquel cura se las iba a pagar caras.


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