Costurerito de niña de los años sesenta
Fotografía: Luis Eduardo Rubio
Por Esperanza Cabello
Al hablar de la camisería de Fernando Corrales Cordón ha venido a nuestra memoria un pequeño tesoro que guardamos desde hace cuarenta años, pero cuyo interior debe de tener ya más de cien años.
Nuestra bisabuela Antonia Rivera tenía un refino en el Portichuelo. Era un pequeño negocio en el que vendía paños (sus padres tenían un batán), hilos, pasamanería, encajes, tiras bordadas, botones y mil y un detalles para las costureras. En aquella época (nos referimos al principio del siglo pasado) toda la ropa se confeccionaba a mano en las casas, por lo que se hacían imprescindibles todos los utensilios de costura para cada familia.
El costurero contiene cajitas e hilos del refino
El refino del Portichuelo estuvo funcionando hasta finales de los años veinte, época en que nuestro abuelo Leandro consiguió montar su propia empresa y toda la familia se mudó a la calle Real.
Más tarde nuestros bisabuelos se mudaron a la calle San Pedro con su querida Teresa, y allí, en el soberado de la casa, donde tantos buenos ratos pasamos en nuestra niñez, se acumularon todos los hilos, botones y cintas sobrantes del negocio en cajitas y latas muy bien ordenados en los estantes.
Aquel era el paraíso de todos los niños de la familia, no solo porque a veces jugábamos entre la pequeña azotea y las escaleras de madera, sino porque nuestra tía Teresita, con su infinita paciencia y su infinita bondad, nos dejaba trastear entre aquellos tesoros y elegir pequeñas cosas que después nos permitía quedarnos.
Carretes de hilo
Su madera se convertía en unos mágicos tacones
Pasamos muchas tardes, muchos días, mirando en aquellas cajas con Teresita, a veces aparecían cosas de nuestros tíos o de nuestra madre. A veces eran folletos de propaganda del cine. Otras eran fotografías familiares. Otras muchas eran cositas brillantes (botones, lentejuelas) que nos encantaban y Teresa nos regalaba para una caja de costura que abuela Julia nos había regalado.
Para aquellas manos infantiles cualquier cosa era un tesoro. De vez en cuando salía rodando un carrete de los de madera, ya vacío, que convertíamos en tacones cortándolos por la mitad. Unas vez cortados los pegábamos con "super" en las suelas de nuestros zapatos y jugábamos a ser mayores.
Carretes de hilo de colores
Una vez conseguimos tener tacones todas las primas, y nos fuimos corriendo a la petaquería para que nos ayudaran a hacernos los zapatos de tacón. después organizamos un desfile de modelos por los pasillos de la casa de abuela, dando vueltas alrededor de las cristaleras.
Otra vez conseguimos tener varios carretes, pero estaban sin estrenar, y no servían para hacer tacones, y sin estrenar llevan más de cuarenta años.
Un original sobre de agujas
Muy elegante
Agujas de "La exposición Sevillana"
Cada sobre valía 1´50 (bastante caritas, la verdad)
Y hoy, al hablar de la camisería del "Catalán" y buscar unos gemelos para la entrada. Hemos recordado todos aquellos tesoros que acumulamos con aquella ilusión infantil y hemos querido rescatarlos por un minuto de sus cajitas y latas en las que están cuidadosamente guardados desde hace tanto tiempo.
Así que por un día estos modestos instrumentos de costura se convierten en los protagonistas de nuestro blog, sabiendo que ya han adquirido, casi todos ellos, la categoría de centenarios:
Un puñado de botoncitos de azabache
Un puñado de botoncitos de cristal
Un puñado de botoncitos de nácar
Un puñado de botoncitos de madera
Un puñado de botoncitos de pasta
Borlones para pasamanería
Botones forrados de hilo y de tela
Un botón de luto, para el ojal
Este botón es mucho más moderno, de septiembre de 1971
Perteneció a nuestro padre
Borlones de seda natural
Un pisacuellos simple
Unos gemelos de metal
Punzones y agujas de hueso
Antes era habitual ir al "moriero de los burros" a recoger huesos
para hacer utensilios y herramientas para la costura y la marroquinería
Dos huevos de madera para zurcir calcetines
Uno perteneció a "las Piñeritas", el otro a nuestra abuela Natalia
En aquel soberado quedan aún mil y un tesoros, que otras generaciones de
niñas exploraron después que nosotras. A Teresita le encantaba que su
nieta Elisa fuera una de las exploradoras y admiradoras del refino de
nuestra bisabuela. Y seguro que estará feliz pensando que dentro de
poco nacerá su bisnieta o su bisnieto, y en pocos años una nueva
generación de "exploradores", la quinta, volverá a subir los escalones
de madera para admirar los "tesoros" de la "retatarabuela" Antonia.
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Impresionante Esperanza, sin duda un recuerdo del ayer único, y cargado de historia,un auténtico tesoro, saludos.
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