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sábado, 8 de diciembre de 2012

Grazalema en 1926

 Vista panorámica de Grazalema (Foto Enrique  Isasi)
Revista del Ateneo de Jerez número 18
 Por Esperanza Cabello

En estos días de niebla y chimenea (hoy Villaluenga y Benaocaz estaban totalmente cubiertos) no hay nada mejor que un buen montón de revistas de los años veinte y muchos datos de nuestra tierra que ir catalogando y ordenando. Seguimos con la magnífica Hemeroteca de la Biblioteca Nacional y la Revista del Ateneo de jerez que nuestra amiga Conchi Benítez nos ofreció.
Le ha tocado el turno a Grazalema, y no tenemos muy claros los sentimientos del señor Durán con respecto al pueblo, seguramente nuestra sierra en 1926 era aún un lugar de difícil acceso (unos años antes no había ni carreteras) y debía de parecerle sublime e inaccesible a la vez. Esta es su crónica:

"En el kilómetro noventa y nueve de Jerez a Ronda, y en una curva muy rápida de la carretera, como si desde allí empezasen las dificultades de comunicación en la sierra, parte un ramal, que conduce atravesando un soberbio monte, donde la naturaleza parece rebosar en un derroche de bravía fecundidad, a Grazalema, pueblo escondido en las asperezas de la sierra del Endrinar (sic) y protegido por la gigantesca atalaya de San Cristóbal, pico el más alto de esta provincia.
Sin datos que lo confirmen, se supone situada en un sitio tan abrupto y especial por el obligado paso del puerto del Boyar que une Cádiz con Málaga. Parece cierto, por lápidas encontradas cerca del hoy llamado puente de la Terrona, la existencia de la antigua La Cidula (sic), de la que nos ocuparemos oportunamente.
Muy pocas huellas quedan de los árabes, pues en el término de Grazalema solo existe un puentecito que cruza el Guadalete, casi en su nacimiento, y el castillo de Agüita en comunicación con el de Zara. Escaso es, por tanto, el interés histórico de su término; no así el de otros limítrofes, que poseen catillos como el de Fátima y Andas-Mora (sic) y ruinas romanas tan interesantes como las de Acinipo, en donde se encuentran en relativo estado de conservación su teatro, cuyo frente se levanta todavía altivo en el sitio vulgarmente conocido por Ronda la Vieja: si alguno, a pesar de la opinión en contra de tantos autores, pregunta si fue efectivamente en el valle que desde allí se domina donde se dió la batalla de Munda, le contestan señalando a gran distancia la cueva de Pompeyo.
Pero no es en este sentido (con serlo mucho) por lo que Grazalema merece ser visitada; son sus sierras perfumadas por los montes que la rodean, rebosantes de poleo, tomillo, romero, rosas silvestres, violetas amarillas y sobre todo de la aromática jara; es su bosque de pinsapos, que cuando la nieve los cubre, es sin duda la más bella perla con que la naturaleza se adorna; son los coros, fallas enormes que parece el zarpazo de un gigantesco animal que ha dejado sobre las rocas las huellas de sus garras; los Espartales que a unos 1.300 metros, levanta al cielo  sus crestas de granito, una de las cuales puede verse en la presente fotografía;

Peñascos de los Espartales
Foto de Enrique Isasi
Revista del Ateneo de Jerez número 18


Es la poética Ribera, donde el espíritu más exaltado se tranquiliza, porque allí se ve la vida dulce, que se desliza en paz y entre hermanos; y, por último, la Ermita de la Garganta, llamada así por el ambiente religioso que se goza en aquella deliciosa cueva donde las paredes parecen adornadas de riquísimos terciopelos rosa y verde y donde impone silencio su misma grandeza.
Esta es a muy grandes rasgos Grazalema, la desconocida, la olvidada, pero siempre generosa y hospitalaria; la que no pudiendo dar otra cosa, ofrece al resto de la provincia, con la cruz de San Cristóbal la bendición de sus brazos.

A. DURÁN

Jerez y Enero 1926

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