Por Esperanza Cabello
Hoy hace catorce años que murió
Manuel Cabello…
¡Catorce años! Parece demasiado
tiempo ya, y, sin embargo, sigue estando entre nosotros, a veces en el
pensamiento, a veces en nuestros propios actos, pero siempre cerca.
Perder a un padre es algo
indefinible, hace que te sientas tan vulnerable y tan solo a veces. Aunque hay
algunas cosas que están muy claras, ya a
estas alturas: las personas no se pierden, no se van. Siguen estando a nuestro
lado mientras las recordemos, y seguirán viviendo en nuestros pensamientos y en
nuestras acciones.
Hoy quería hacer un homenaje a mi
padre, llevo unos días pensando que en una ocasión me encargaron hacer una
semblanza de él, aunque fuera apasionada, y he estado pensando qué diría, cómo
lo organizaría, si sería reivindicativa…siempre he querido exigir el
reconocimiento oficial que el pueblo y la familia ha dado a un hombre de tanta
valía, ese reconocimiento que algún político mezquino le negó en su momento…
He estado pensando si contaría cómo trabajaba de sol a sol vendiendo libros, poniendo persianas, dando clases en la escuela, con clases particulares, con representaciones, para mantenernos a los cinco, darnos estudios, llevarnos a la universidad. Porque no se crean que el sueldo de maestro daba para mucho.
También he pensado que hablaría de cómo nos llevaba a todos al campo cada domingo, o de cómo nos organizaba para conocer otros países, otras ciudades, de nuestras excursiones a Portugal o a Marruecos, o al sur de Francia, o a Madrid.
Pero al empezar a escribir he
reflexionado, y me he dado cuenta de que ese homenaje se lo hacemos a diario: somos
cinco hermanos, y en estos catorce años siempre he sabido que somos, todos y
cada uno de nosotros, hijos de Manuel Cabello y de Esperanza Izquierdo.
Esos
días que han sido más difíciles, esos momentos en los que todo se hacía cuesta
arriba, cuando ha habido que arrimar el hombro, cuando ha habido que hacerse
responsables, ahí hemos estado todos, y todos sabemos que podemos contar con los demás, siempre de acuerdo, siempre dispuestos. Y esa actitud, ese saber estar, esa ejemplaridad de todos mis
hermanos, es el mejor homenaje que ningún hijo podría hacer jamás a sus padres.
Y si Manuel Cabello sigue entre
nosotros, en nuestros corazones, seguro que está feliz y orgulloso de sus cinco
niños, esos “locos bajitos” que recorren la sierra, que siguen siendo maestros,
que se entusiasman con una tradición o con una imagen, que hablan de Ocurris
con todas sus erres, que cantan con pasión, que conocen cada rincón de la
sierra, que buscan fuentes y manantiales con entusiasmo, que estudian y
respetan nuestro pasado y, sobre todo, que se ocupan de su madre con toda la
dedicación y el amor que ellos nos han inspirado, todos a una.
Esta semblanza de Manuel Cabello
me ha salido muy mal, o quizás no, porque hablar de él es hablar de su familia,
y reflexionando un poquito, si miran a sus cinco hijos en su conjunto, o a
cualquiera de sus nietos, verán en ellos algunas de las pasiones de sus padres, porque
siempre encontrarán en nosotros a algún maestro, o excursionista, o apasionado
de su pueblo, o carnavalero, o bromista, o músico, o escritor, o estudioso, o
investigador, o meticuloso, espeleólogo, coleccionista, fervoroso, tradicional,
turbulento, discreto, extrovertido, organizador, impaciente…
Gracias, papá, gracias mamá, por habernos
enseñado tantas cosas y por habernos transmitido tantos valores, siempre seréis personas excepcionales.
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Te ha salido muy bien. Precioso
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