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jueves, 30 de julio de 2015

Los bolindres de Miguel Jiménez Angulo y su maestro Manuel Cabello

Bolindres de barro cocidos
Fotografía de Julia Ruiz Cabello




Por Miguel Jiménez Angulo


 Yo hacía los bolindres como muchos otros niños, con barro, unas pequeñas bolas, después las metía en la sarteneja de cisco y picón (en la copa). Mis bolindres solían romperse cuando les daban con otros bolindres. Un día hice una candela con tablas de las cajas de pollo pensando que si ponía el barro junto a las llamas se cocerían mejor y serían más resistentes.
 A esto aparece don Manuel Cabello y me preguntó: ¿qué estás haciendo? Entonces le conté mi historia. Él se sonrió. 
Por esa época, los niños llevábamos pantalones cortos en verano e invierno, no sé por qué siempre me asomaban los bolsillos por debajo del pernil de mi pantalón corto, llenos de bolindres, porque llevaba un buen montón, esa era señal para que los demás niños quisieran jugar con uno, ya que si veían que teníamos muchos pensaban que nos podían ganar.
 Un día don Manuel me dijo: "Angulo, el miércoles cuando esté tu padre en el matadero, te vas con él  y me esperas en la puerta". Yo no sabía bien qué ocurría, o si había hecho algo mal y quería hablar con mi padre para darle quejas, eso me tuvo unos días siendo un niño ejemplar, ni siquiera me llevaba el tirachinas a la escuela. Yo no sé si quería que llegara el miércoles o no, pero llegó el día y le dije a mi padre: "Papá, me ha dicho don Manuel que lo espere aquí." A mi padre también le extrañó y me preguntó  si yo había hecho algo que él debiera saber, le contesté que yo creía que no había hecho nada malo, solo quemar unas cajas de pollos. 
Al llegar don Manuel, me dió un tortacito en la cabeza como de alegría, y mi padre le pregunto: ¿Don Manuel, ha hecho algo el niño? Y este contestó: Sí, este niño tiene mucha imaginación y se preocupa por mejorar las cosas, ahora cosas pequeñas como él pero cuando sea mayor, se preocupará de mejorar cosas grandes como él será. Mi padre le dijo que no entendía lo que le quería decir y don Manuel metió su mano en el bolsillo de su chaqueta, sacó un cucurucho de papel de estraza y lo abrió mostrando el contenido a mi padre. 
Eran bolindres. 
Don Manuel había ido a Arcos, se había pasado por una fábrica de cantaros y había pedido que le cocieran un puñado de bolindres, después me los entregó delante de mi padre a la vez que le explicaba lo que yo intentaba hacer con la candela y el barro. 
Ya no se me rompería ninguno, y a todos los que yo les diera los partiría por la mitad. 
Ni mi padre ni yo dábamos crédito a lo que veíamos, ya que don Manuel había perdido su tiempo y había pedido favores para potenciar el esfuerzo e inventiva de un niño que solo sabía trabajar y escribía burro con V. 
Esta es mi gran historia, ésta no la superan ni las del servicio militar. Pido disculpas por haberme extendido tanto, pero espero que comprendáis que esa actitud de don Manuel hizo que yo trabajara y estudiara.
 Hoy gracias a esa actitud, soy Agente de Medio Ambiente, Naturalista, y experto paisajista en temas medioambientales.

Miguel Jiménez Angulo



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