Bolindres de barro cocidos
Fotografía de Julia Ruiz Cabello
Por Miguel Jiménez Angulo
Yo
hacía los bolindres como muchos otros niños, con barro, unas pequeñas bolas,
después las metía en la sarteneja de cisco y picón (en la copa). Mis
bolindres solían romperse cuando les daban con otros bolindres. Un día
hice una candela con tablas de las cajas de pollo pensando que si ponía
el barro junto a las llamas se cocerían mejor y serían más resistentes.
A
esto aparece don Manuel Cabello y me preguntó: ¿qué estás haciendo? Entonces le conté mi historia. Él se sonrió.
Por esa época, los niños llevábamos
pantalones cortos en verano e invierno, no sé por qué siempre
me asomaban los bolsillos por debajo del pernil de mi pantalón corto, llenos de bolindres, porque llevaba un buen montón, esa era señal para que los
demás niños quisieran jugar con uno, ya que si veían que teníamos muchos
pensaban que nos podían ganar.
Un día don Manuel me dijo: "Angulo, el miércoles
cuando esté tu padre en el matadero, te vas con él y me esperas en la
puerta". Yo no sabía bien qué ocurría, o si había hecho algo mal y quería
hablar con mi padre para darle quejas, eso me tuvo unos días siendo un
niño ejemplar, ni siquiera me llevaba el tirachinas a la escuela. Yo no sé si
quería que llegara el miércoles o no, pero llegó el día y le dije a mi
padre: "Papá, me ha dicho don Manuel que lo espere aquí." A mi padre
también le extrañó y me preguntó si yo había hecho algo que él
debiera saber, le contesté que yo creía que no había hecho nada malo,
solo quemar unas cajas de pollos.
Al llegar don Manuel, me dió un
tortacito en la cabeza como de alegría, y mi padre le pregunto: ¿Don Manuel, ha hecho algo el niño? Y este contestó: Sí, este niño tiene
mucha imaginación y se preocupa por mejorar las cosas, ahora cosas
pequeñas como él pero cuando sea mayor, se preocupará de mejorar cosas
grandes como él será. Mi padre le dijo que no entendía lo que le quería
decir y don Manuel metió su mano en el bolsillo de su chaqueta, sacó un
cucurucho de papel de estraza y lo abrió mostrando el contenido a mi
padre.
Eran bolindres.
Don Manuel había ido a Arcos, se había pasado por una
fábrica de cantaros y había pedido que le cocieran un puñado de bolindres, después me los entregó delante de mi padre a la vez que le explicaba lo que
yo intentaba hacer con la candela y el barro.
Ya no se me rompería
ninguno, y a todos los que yo les diera los partiría por la mitad.
Ni mi
padre ni yo dábamos crédito a lo que veíamos, ya que don Manuel había perdido
su tiempo y había pedido favores para potenciar el esfuerzo e inventiva de un
niño que solo sabía trabajar y escribía burro con V.
Esta es mi gran
historia, ésta no la superan ni las del servicio militar. Pido disculpas
por haberme extendido tanto, pero espero que comprendáis que esa
actitud de don Manuel hizo que yo trabajara y estudiara.
Hoy gracias a
esa actitud, soy Agente de Medio Ambiente, Naturalista, y experto
paisajista en temas medioambientales.
Miguel Jiménez Angulo
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