Cédula personal de doña Josefa Llucia Soto
Gentileza de Damián Cabezas Llucia
Por Esperanza Cabello Izquierdo
Hace seis años nuestro amigo Damián Cabezas Llucia nos envió la imagen de una cédula personal de su madre (en esta entrada), y estuvimos explicando que la cédula personal era el precedente del actual carnet de identidad, aunque con muchas diferencias.
Según Martí Marín, la cédula personal era, más que un documento identificativo tal y como hoy conocemos, un impuesto directo sobre la renta reflejado en un documento que aclaraba el estatus de su poseedor. Estaban exentos de solicitarlo los menos adinerados, y se calcula que aproximadamente la mitad de la población (dependiendo de la época) no disponía de cédula personal.
Estuvo en vigor noventa años, desde 1854 hasta 1944, y, como en realidad era un impuesto directo que no estaba extendido a toda la población, ni respondía a un modelo único, ni tenía registro centralizado, es de suponer que los trucos y las tretas para librarse de los pagos lo convertían en un documento poco efectivo, pues no representó, en absoluto, una ficha policial universal, ya que solo los mayores de catorce años que no fuesen "pobres de solemnidad, braceros, jornaleros, peregrinos, huérfanos o viudas" estaban obligados a solicitarlo en los ayuntamientos.
Hasta tal punto algunos ciudadanos consideraban este documento un fraude que podemos encontrar muchas referencias a trucos, burlas y críticas a tan variopinto documento. Y aquí llega, precisamente, nuestra reflexión de hoy, después de haber leído, en un ejemplar de Mundo Gráfico de la Hemeroteca Digital, un artículo escrito por Valentín Guerra en julio de 1926.
Como ustedes saben, nuestras búsquedas están normalmente relacionadas con nuestro pueblo, y la referencia a Ubrique de este escritor nos ha parecido genial, no solo por el tono sarcástico e irónico que utiliza para burlarse del citado documento, sino por el "repaso" que ha dado a los ingleses (en la época no había relaciones muy amistosas) y la utilidad que, finalmente, encuentra a las cédulas personales.
Lo que aún nos parece más brillante es que, para ridiculizar todo el asunto, Valentín Guerra alude al rey Ramiro II, en la Edad Media, cuando en realidad fue durante el reinado de Isabel II cuando se instituyeron las cédulas personales.
Mis veinte libras de oro, por Valentín Guerra
Publicado en Mundo Gráfico el 7 de julio de 1926
BNE Hemeroteca Digital
MIS VEINTE
LIBRAS DE ORO
La carta del
director del Daub’s Mail decía así:
“Recibí su oferta, literatura
eficiente. Tenemos copiosa demanda de artículos occidentales, y puedo pagar á
usted veinte libras de oro por cada columna compacta…”
La proposición me llenó de regocijo.
Los ingleses son gentes ingenuas, amantes de las truculencias transatlánticas, y me pagarían
veinte libras por cada columna de literatura
made in Spain; así, no había más sino hacer un poco de literatura de
exportación, y la fortuna, que rara vez pasa en dos ocasiones por la misma
puerta, era mía. Cogí la pluma y escribí:
“Los españoles son gentes
apasionantes, violentamente religiosas y fatalistas. Desde tiempos inmemoriales
todo español lleva consigo celosamente un documento extraño, especie de amuleto
ó relicario que consiste en un rectángulo de papel impreso con un deplorable
gusto tipográfico, al que llaman cédula personal. Es cosa comprobada que el
artefacto mencionado no sirve ni ha servido jamás para nada. Ostenta vagas
referencias de filiación; pero lo realmente curioso es que jamás corresponden
con las circunstancias del portador. Los ministros llevan papeles de este
género, en esos que se lee Empleado; los empleados tienen cédulas donde ponen jornaleros; en las de los jornaleros se
lee cesante…
Hay
todavía otros datos, como edad, estado civil, etc.; pero siempre son
arbitrarios y opuestos á la condición del titular.
Existen
raras leyendas acerca del origen de estos “contrivances” ibéricos. Autores hay
que opinan que el artefacto mencionado tiene un carácter religioso; otros
afirman que los españoles les atribuyen cualidades maravillosas contra la peste
y el mal de ojo, y es cosa comprobada que se ha oído afirmar á posesores de
este raro amuleto que “les obligaron a adquirirlo”; pero no se ha podido nunca
averiguar qué extraño poder hubiera podido ejercer tan funesta violencia sobre
individuos libres y de reconocida bravura…”
Terminado
el artículo anterior, lo remití al director del Daub’s Mail. No obtuve contestación… ni mis veinte libras de oro.
Insistí sin resultado: volví a escribir. Un día, al fin, recibí la deseada
contestación. Decía, poco más o menos:
No
puedo pagar su artículo porque está mal elaborado, lleno de datos falsos.
Afirma usted que la cédula personal española carece de toda utilidad ó valor;
pero datos recogidos por nosotros posteriormente nos permiten afirmar que se
trata de un documento introducido por
Real Disposición del Monarca D. Ramiro II para fomentar la industria del cuero
de Ubrique…”
Y no he podido cobrar nunca mis
veinte libras de oro.
Valentín Guerra, 1926.
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