El convento de Ubrique antes de su restauración
El Convento de Capuchinos de Ubrique
El artículo que
podemos leer a continuación fue escrito por Manuel Cabello Janeiro a
principios de los 70 para participar en los juegos florales de la
sierra. Fue publicado en el diario ABC el 11 de septiembre de 1974 y por
el Diario Sur de Málaga
"Del seráfico
convento, barco varado en el solitario mar de sus huertas, aún quedan
enhiestos dos mástiles de sutiles alturas: la espadaña trinitaria de su
campanario y su centenaria palmera.
El convento de
Capuchinos de Ubrique, sobre una liviana moheda, está vacío muchos años
ha. Solo el santuario lo ocupa la Patrona, Santísima Virgen de los
Remedios.
La mole conventual,
tranquila, reposada y blanca, atesora sobre la piedra su recuerdo y se
airea con los acompasados movimientos de una palmera. Su figura es como
una huella indeleble y fiel de su pasado. Esa única y gigantesca
palmera, de tronco recto y alto, con hojas laciniadas formando su
penacho, se encuentra en el pequeño camino que conduce a una alameda; en
ésta, entre fuentes y manantiales, pilones y albercas, la reminiscencia
de un exhuberante pasado. Ella misma se doblega con rítmicos vaivenes
tocados por el aire: A la izquierda y a la derecha, a todos lados, en
reverenciales movimientos desde su altura hace un esfuerzo por
escudriñar lo que por su alrededor pasa.
Mientras... Soledad y silencio.
Al pie de la palmera yo descanso y me quedo profundamente dormido...
"¿Qué buscas tú por
aquí?" -me pregunta la palmera. Ya ves, yo siempre sola. A veces me
distraigo mirando de un lado para otro, así cambio mi monótona postura.
Hoy te he encontrado a tí.
Nací cuando
trajeron a la Virgen de Sevilla ¿Lo sabías? Yo era muy chica, apenas era
un palmito en el suelo. Junto a mí, en esa gran piedra junto al
instituto, se apareció la Señora a Leonor, la hija del hortelano. ¡Qué
susto pasó la pobre!
Varios años antes,
en 1663, el Duque de Arcos, Don Rodrigo, había pedido construir un
convento en Ubrique, porque dos veces los capuchinos le habían salvado
la vida, y él sabía que los capuchinos les harían mucho bien al pueblo.
Pero no fue la Casa Ducal quien construyó el convento. Lo hizo el pueblo
entero, bajo el patronato de aquel genial Alonso Borrego, que en su día
quiso ser cartujo, o carmelita, o capuchino, y terminó siendo "cura de
misa y olla". Con él trabajó incansablemente el síndico capitán Morales.
Aún sin terminar
vino una pequeña comunidad de capuchinos. Se instalaron en el San Juan.
Como superior venía fray Bernardino de Granada.
Cuando la Virgen se le apareció a Leonor (tenía la niña ocho años), le entregó un cordón de sayal y una carta.
Ya te digo que todo
el pueblo trabajó para construir el Convento. Con tanto ahínco y tesón
que la monumental obra fue realizada en un tiempo récord de ocho años:
entre 1660 y 1668. Y hubo hasta sus anecdóticos accidentes. Recuerdo
que un grupo de ubriqueños se adentró en los montes propios de Cortes
de la Frontera para cortar la madera necesaria para las obras y fueron
hechos presos por la Guardia. Hubo que andar muy prestos para poderlos
liberar.
Cuando trajeron esa
bonita imagen de la Patrona, la que está en el Santuario, desde
Sevilla, regalo de la comunidad Trinitaria, Leonor, que estaba muy
cerquita de mí, gritaba y gritaba, a sus veintidós años, que era Ella,
la mismísima, que de niña se le había aparecido.
¡Si vieras cuántas y cuántas cosas he visto desde mi altura...!
Recuerdo al hermano
Diego de Cabra, que por olvidar una cartera en la fuente perdió la
vida. A fray Pedro de Teba, el "eminentísimo ingeniero", creador del
suministro de agua del convento y de la población. Y ¿qué decir de los
venerables Felix José de Ubrique, predicador en la corte de Carlos II, e
Ignacio Calvo, muerto en olor de Santidad?
¿Y de aquella noche
tormentosa, en la que el padre Buenaventura subía a los picos de
nuestra sierra pidiendo a Dios que calmara la tempestad? Allí dejó
clavadas tres cruces, la del Tajo, la de la Viñuela y la del Benalfelix;
y no contento con esto construyó El Calvario y su Vía Crucis.
¿Y José Caamaño, el beato Diego de Cádiz chiquito?
¿Te cansas de
tantos nombres? Desde mi altura he visto todos los azotes habidos en
Ubrique. El cólera de 1.800; la peste amarilla y los vómitos negros de
1.804; la sequía de 1.817, el cólera morbo de 1.855, centenario ya el
voto de los cabildos.
He contemplado las
numerosas vicisitudes políticas, cómo el 16 de mayo de 1.810 los
franceses arrasaron el pueblo; los graves atropellos que sufrió la
población entre 1.869 y 1.873, con el asesinato del alcalde Toro; los
efectos funestos de la Mano Negra, ahora hace un siglo; los incendios de
1.936... ¿Para qué te voy a hablar más de tanta tragedia?
Porque pienso que
tras todas las tormentas llegó la paz y la calma. Pues ahora, desde mi
altura, sólo veo la quietud, la laboriosidad, la entrega total de un
pueblo, mil veces renacido de sus propias cenizas, como el Fénix de
leyenda.
Párate y observa tú
mismo esa grandeza. Mira el Calvario, clavel blanco en la solapa de la
Sierra, y pensarás en el Beato Diego de Cádiz de niño. Mira sus cruces
iluminadas, llamas hacia el cielo, y recordarás al seráfico
Buenaventura. Columbra la Cornicabra, y sentirás envidia de su altura,
porque allí se está más cerca de Dios. Observa el San Antonio, con los
rubores de antaño, y a sus pies intrincadas callejuelas, con sabor
morisco, mostrando sus desnudeces con cándida hermosura. Sus nombres son
nostálgicos recuerdos: Fuentezuela, Ladereta, Libertad, Caracol, Saúco,
Guindaleta; o pícaras reminiscencias del pasado: la de los gatos, la
del pescado, Culito, Tragamasa...
Y todo esto
forjando un Ubrique moderno, que nace de sí mismo, haciendo bandera de
su nombre. Bandera que portan sus hombres como estandarte en la batalla
de la vida. Luchan y vencen, levantando nuevos mundos . El mundo de la
industria, del poder y la riqueza. El mundo del prestigio, ganado paso a
paso, gota a gota por la habilidad de sus manos artesanas. El mundo del
amor, porque amor ponen en las piezas que construyen. El mundo de la
fraternidad con los otros pueblos de la Sierra. El mundo, en fin, de su
propia grandeza.
La tarde comenzaba a
declinar. La palmera me dijo un suspirado adiós, nacido del mejor de
sus contoneos. Después... Soledad y silencio.
Manuel Cabello Janeiro. Ubrique, agosto de 1974.
Enamorados de este
monumento de Ubrique, Manuel Cabello Janeiro y Esperanza Izquierdo
Fernández abogaron siempre por su restauración, y lo propusieron en
repetidas ocasiones como sede del futuro Museo de la Piel de Ubrique.
Hoy día, tenemos la suerte de contar con la exposición "Manos y magia en
la piel", auténtico germen de un verdadero museo.
Esperanza Cabello Izquierdo. Ubrique, marzo de 2009.
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