Fotografía gentileza de Eduardo Janeiro
1953. Día de los Paseos. Ubrique
Por José María Cabello
30 octubre 2020
Y llegó la festividad de todos los Santos y el del piadoso recuerdo a nuestros difuntos. Dos solemnidades de hondo sentido religioso y de una enorme popularidad. Son el binomio trascendental de la vida y de la muerte, de la alegría y la tristeza, del gozo y de la pena.
Cada pueblo, cada país y hasta cada cultura la enriquece con manifestaciones bien distintas. Y una oportunidad más para que convirtamos esa neblina otoñal mañanera, pese a la pandemia en unas jornadas brillantes que internamente nos haga disfrutar del ser y del existir. Los santos que celebramos mañana no tienen corona y carecen de de peana. Son de corbata y de "espargata", huelen a cocina y pasaron su vida pendiente de los demás. Formaron parte de nuestras familias, vivieron de su trabajo y ahora son como sombras que permanecen vivas.
El Libro Santo los identifica: "Vi una muchedumbre inmensa que nadie podría contar, de todas las naciones, pueblos, razas y lenguas de pie delante del Trono y delante del Cordero"(Apoc. 7,2-4) y con la solemnidad de los difuntos se basan en el misterio del Cuerpo Místico de Cristo que está formado y permite la intercomunión entre la Iglesia Triunfante, la Luchante y la Purgante!
Intercambiemos oraciones con la intervención de estos santos que nos liberen de la pandemia.
Y los difuntos. Aquí mi recuerdo se reviste de niño. Y se convierte en un placer para todos los sentidos. También en Ubrique se celebraba la vida y la muerte. El constante doblar de la campana del templo, la visita al cementerio, las tres misas seguidas con las naves de la Iglesia repletas y el tostón de castañas, los frutos silvestres de la sierra hoy desaparecidos o prohibidos el palmito, los churris, las endrinas, los madroños, las murtas...
Y al día siguiente, el dos de noviembre, la explosión de vida. Todo el pueblo en el campo. Era el día de los Paseos.
Pepe Cabello Janeiro 87 años