La tienda de Robustiano del Canto en los años setenta
Dos conocidos personajes de Ubrique: Robustiano y Manuel
Gentileza de Ubrique en el Recuerdo
Por Esperanza Cabello
Si hay un personaje conocido y recordado en Ubrique, ese es Robustiano del Canto. Hombre polifacético e instruido, tenía un conocidísimo negocio de calzado en la calle del Perdón en el que, además, vendía todo tipo de objetos de decoración y escritura.
Robustiano, además, era un hombre de cultura extensa y pluma rápida que escribió varios artículos sobre Ubrique y su historia.
El artículo que publicamos hoy, homenaje a la mujer ubriqueña, es, al mismo tiempo, una pequeña historia de los inicios de la marroquinería en Ubrique.
Fue publicado, además, en el ABC del 5 de septiembre de 1975.
Agradecemos a su hijo Antonio que nos haya permitido transcribirlo para que todos podamos conocer, un poco mejor, algunos detalles de la historia de nuestro pueblo.
MI HOMENAJE A LA MUJER UBRIQUEÑA,
por Robustiano del Canto
Ahora que conmemoramos el Año
Internacional de la Mujer, me ha parecido de justicia colaborar en el homenaje
que a las mismas se les tributa redactando estas líneas desde este maravilloso
rincón de la serranía gaditana para ensalzar la labor artesana de aquellas
mujeres que, sin tener nada que envidiar a los hombres, e incluso superándolos
en el trabajo, pusieron los cimientos de nuestra actual industria marroquinera.
La primera mujer que trabaja en
Ubrique el artículo de piel es la esposa de don Ángel Becina de Malta: doña Ana
Poley Ortiz. Llega este matrimonio a nuestro pueblo en el año 1795, procedente
de Ronda. Trae con él a su hijo Serafín. Tanto la madre como el niño figuran
como ciudadanos de la patria de Pedro Romero. No así el padre que, oriundo de
Italia, se afinca en Ronda. No es improbable que llegara a ella siendo aún
mozo, y que aprendiera el oficio en los talleres de la familia Poley. Los
miembros de esta familia tienen fama en toda la comarca como inmejorables
artesanos del cuero. El padre de doña Ana es el más renombrado guarnicionero
serrano del siglo XVIII.
Trabajan con mimo la piel y sus
creaciones son únicas: zahones, botines, alforjas, cananas y correajes, a los
que las mujeres de la familia ponen la nota femenina en forma de diminutos
tallados, incrustaciones y bordados.
Llegan a Ubrique no muy sobrados
de medios económicos. Se instalan en una casa que adquieren en la calle Ronda y
comienzan a trabajar. Doña Ana, aunque forastera, consigue granjearse pronto el
afecto de sus convecinos. De exquisita bondad y excelente trato, recatada y de
esmerada educación, llega a manejar el negocio con tanta soltura como su
marido.
Cuando éste fallece, sigue al
frente del taller artesano, manteniendo y acrecentando la ya numerosa
clientela, ayudada por su hijo Serafín, que contrae matrimonio con Beatriz
Rodríguez el 8 de marzo de 1833; del matrimonio nacen Cecilia –casada con
Miguel T. Bohórquez, ganadero-, Elisa, Ángeles, Ana, Aurelia y Ricardo.
Las mujeres, casadas con un
médico –Bohórquez-, un sombrerero –Nieto-, un administrador de fincas –Janeiro-
y un fabricante de curtidos –Corrales-, Ricardo muere soltero.
Doña Ana tiene otro hijo de su
matrimonio, llamado Buenaventura, que no continuará el oficio de la familia. Y
al poco tiempo de afincarse en la villa se les une un primo de don Ángel, José
Becina Burgos, también rondeños, de oficio sombrerero. Es bien posible que el
tal pariente fuera el maestro de los célebres sombrereros de Ubrique.
Los primeros trabajos de la
familia fueron los del calzado que cubre la parte superior del pie y buena
parte de la pierna. Por ello, y para diferenciarlos de los otros Becina de
diversas profesiones, se les conoce por “Los botineros”.
Vendían sus artículos en Sevilla,
Málaga, Ronda y Cádiz, donde tenían numerosos clientes y hasta donde llegaban a
lomos de caballerías. Más de una vez se acercaron a su casa, de madrugada, los
bandoleros, para que les fueran vendidos correajes y botines. Fue delatado en
cierta ocasión, ya que, sorprendidos los forajidos en la subida de Benaocaz –en
Vega Redonda-, declararon que “habían estado en casa de Becina, para comprar
botines”. El corregidor, don Juan de Mancilla, arrestó a don Ángel durante
cuarenta y ocho horas en el Ayuntamiento por no haber denunciado la presencia
de los bandoleros. Para evitar estas visitas nada agradables, adquirieron una
finca más hacia el centro del pueblo.
En la partida de defunción de
doña Ana –murió en 1843, cuando contaba setenta y dos años de edad- figura
dedicada al “servicio del comercio”. Idéntica anotación incluye la de su hijo
Serafín, fallecido igualmente a los setenta y dos años.
Sus hijas y nietas aprendieron el
oficio, así como el arte de coser a mano con puntada menuda. Se cuenta que, al
ir un día aquellas –hermosas y elegantes- a visitar a un familiar enfermo en la
calle Torre, y al pasar por un corro formado por varias mujeres que cosían a
mano en la puerta de una casa y al decirles: ¡Qué bien lo hacéis!, éstas se
alegraron mucho al verlas y les respondieron que gracias a su padre y abuelos
conocían ellas el oficio que, a su vez,
enseñaban a familiares y amigos.
Como quiera que de la fabricación
de piezas grandes sobraban retales de cierto tamaño, al objeto de
aprovecharlos, se comenzaron a hacer las petacas. Se confeccionaban con
artísticas costuras al centro y alrededor y en estas costuras es donde las
mujeres ubriqueñas derrochaban primores. Hay petacas premiadas con sello
grabado en las que se aprecia, junto a la calidad, la antigüedad de las mismas.
A la par se hacían las llamadas
“precisas” o “precisos”, bolsos para llevar en su interior la yesca, el
pedernal, el librillo de papel de fumar y la picadura –casi siempre
gibraltareña y de contrabando-.
Doña Francisca Larrea, madre de Fernán
Caballero, viene en 1824 a pasar unos días a nuestro pueblo. Se aloja en la
casa propiedad de don Manuel Romero, en la plaza de la Santísima Trinidad, casa
que, posteriormente, fuera de don Diego Arenas. Debemos a esta dama una de las
descripciones más notables que se conservan de la villa. Entresacamos de los
párrafos de su diario aquellos que mejor nos pueden aportar noticia sobre la
naturaleza y forma de ser de nuestras mujeres. Dice en el anotado
correspondiente al día 15 de julio:
“Tiene Ubrique fábrica de paños,
telares y tenerías, en todo lo cual trabajan también las mujeres. Estas son
todas bonitas y en vez del hormigueo de chiquillos que nos atolondraba en
Bornos, se ven bandadas de mozas, morenas, es verdad, pero de facciones
preciosas, sentadas en las puertas, bordando o haciendo calcetas, cantando y riendo.
El pueblo todo parece una gran familia; todos entran y salen de las casas cuyas
puertas están a todas horas abiertas, como si todos fuesen dueños de todas.”
En otro inciso del diario, correspondiente
al día 30, la esposa de don Nicolás Böhl de Faber comenta:
“Ayer tarde pagamos las visitas
de las señoras que nos han favorecido con las suyas. Me ha agradado mucho
observar cómo las personas pudientes de aquí viven con la misma sencillez que las
gentes del pueblo. Las casas no se diferencian sino en el tamaño. Las visitas
se reciben como en casa de los pobres, en lo que llaman cocina, y es una
habitación que está a la entrada con su gran chimenea que reúne en su derredor
las vecinas en las largas noches de invierno.”
Del día 2 de agosto: “Ayer
estuvimos convidadas por una de nuestras vecinas… Mis hijas fueron acompañadas
por una docena de muchachas a cual más bonita…”
Y al describir –el día 12 de
agosto- la visita que hiciera a la madre y hermanas del célebre guerrillero
Zaldívar, apunta que: “Además de las tareas campestres, hay telares y paños,
rasas, jerga y lienzo, tenería o fábricas de curtir cordobanes y badanas,
tintorerías, que las mujeres tejen, hilan y hacen calceta…”
Me parece oportuno recordar en
este trabajo a aquella mujer sevillana, oficiala de zapatería que, muy joven,
ponía moñas a las zapatillas con tanta gracia y arte como para que la burguesía
sevillana no quisiera otras. Eso hacía Sor Ángela de la Cruz, fundadora de las
hermanitas cuya abuela, Ángeles Benítez, era ubriqueña y quizás le enseñara el
trabajo. Los naturales de esta villa nos vanagloriamos no poco de su
ascendencia.
Para no extenderme más de lo
debido, quiero dedicar un recuerdo a las hijas de don José Vallejo Padilla,
enseñadas por su padre a realizar toda clase de trabajo marroquinero, y a doña María
Moreno, viuda de Castro, que es también un claro ejemplo del quehacer artístico
de nuestras mujeres.
Cuando en el año 36 el pueblo
quedó casi vacío de hombres y solo permanecieron viejos y niños, las mujeres
tuvieron entrada en los talleres, dejando su trabajo en casa y todavía más, si
cabe, sus manos finas y primorosas, habilísimas, han continuado poniendo el
sello de su delicadeza en el artículo de piel, orgullo de nuestro pueblo."
Robustiano del Canto, Ubrique, septiembre de 1975
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Muy interesante, me gustaría saber algo mas de Robustiano, era primo de mi padre, y las dos veces que estuve con el era un persona que se abría a la gente y de fácil trato.
ResponderEliminarQué maravilla de pueblo y que orgullosos deben de estar de su labor, el escrito precioso,cualquiera diría que son mujeres de estos tiempos.
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