viernes, 5 de febrero de 2016

Mi homenaje a la mujer ubriqueña, por Robustiano del Canto

La tienda de Robustiano del Canto en los años setenta
Dos conocidos personajes de Ubrique: Robustiano y Manuel
Gentileza de Ubrique en el Recuerdo




Por Esperanza Cabello

Si hay un personaje conocido y recordado en Ubrique, ese es Robustiano del Canto. Hombre polifacético e instruido, tenía un conocidísimo negocio de calzado en la calle del Perdón en el que, además, vendía todo tipo de objetos de decoración y escritura.
Robustiano, además, era un hombre de cultura extensa y pluma rápida que escribió varios artículos sobre Ubrique y su historia.
El artículo que publicamos hoy, homenaje a la mujer ubriqueña, es, al mismo tiempo, una pequeña historia de los inicios de la marroquinería en Ubrique.
Fue publicado, además, en el ABC del 5 de septiembre de 1975.
Agradecemos a su hijo Antonio que nos haya permitido transcribirlo  para que todos podamos conocer, un poco mejor, algunos detalles de la historia de nuestro pueblo.





MI HOMENAJE A LA MUJER UBRIQUEÑA, por Robustiano del Canto


Ahora que conmemoramos el Año Internacional de la Mujer, me ha parecido de justicia colaborar en el homenaje que a las mismas se les tributa redactando estas líneas desde este maravilloso rincón de la serranía gaditana para ensalzar la labor artesana de aquellas mujeres que, sin tener nada que envidiar a los hombres, e incluso superándolos en el trabajo, pusieron los cimientos de nuestra actual industria marroquinera.
La primera mujer que trabaja en Ubrique el artículo de piel es la esposa de don Ángel Becina de Malta: doña Ana Poley Ortiz. Llega este matrimonio a nuestro pueblo en el año 1795, procedente de Ronda. Trae con él a su hijo Serafín. Tanto la madre como el niño figuran como ciudadanos de la patria de Pedro Romero. No así el padre que, oriundo de Italia, se afinca en Ronda. No es improbable que llegara a ella siendo aún mozo, y que aprendiera el oficio en los talleres de la familia Poley. Los miembros de esta familia tienen fama en toda la comarca como inmejorables artesanos del cuero. El padre de doña Ana es el más renombrado guarnicionero serrano del siglo XVIII.
Trabajan con mimo la piel y sus creaciones son únicas: zahones, botines, alforjas, cananas y correajes, a los que las mujeres de la familia ponen la nota femenina en forma de diminutos tallados, incrustaciones y bordados.
Llegan a Ubrique no muy sobrados de medios económicos. Se instalan en una casa que adquieren en la calle Ronda y comienzan a trabajar. Doña Ana, aunque forastera, consigue granjearse pronto el afecto de sus convecinos. De exquisita bondad y excelente trato, recatada y de esmerada educación, llega a manejar el negocio con tanta soltura como su marido.
Cuando éste fallece, sigue al frente del taller artesano, manteniendo y acrecentando la ya numerosa clientela, ayudada por su hijo Serafín, que contrae matrimonio con Beatriz Rodríguez el 8 de marzo de 1833; del matrimonio nacen Cecilia –casada con Miguel T. Bohórquez, ganadero-, Elisa, Ángeles, Ana, Aurelia y Ricardo.
Las mujeres, casadas con un médico –Bohórquez-, un sombrerero –Nieto-, un administrador de fincas –Janeiro- y un fabricante de curtidos –Corrales-, Ricardo muere soltero.
Doña Ana tiene otro hijo de su matrimonio, llamado Buenaventura, que no continuará el oficio de la familia. Y al poco tiempo de afincarse en la villa se les une un primo de don Ángel, José Becina Burgos, también rondeños, de oficio sombrerero. Es bien posible que el tal pariente fuera el maestro de los célebres sombrereros de Ubrique.
Los primeros trabajos de la familia fueron los del calzado que cubre la parte superior del pie y buena parte de la pierna. Por ello, y para diferenciarlos de los otros Becina de diversas profesiones, se les conoce por “Los botineros”.
Vendían sus artículos en Sevilla, Málaga, Ronda y Cádiz, donde tenían numerosos clientes y hasta donde llegaban a lomos de caballerías. Más de una vez se acercaron a su casa, de madrugada, los bandoleros, para que les fueran vendidos correajes y botines. Fue delatado en cierta ocasión, ya que, sorprendidos los forajidos en la subida de Benaocaz –en Vega Redonda-, declararon que “habían estado en casa de Becina, para comprar botines”. El corregidor, don Juan de Mancilla, arrestó a don Ángel durante cuarenta y ocho horas en el Ayuntamiento por no haber denunciado la presencia de los bandoleros. Para evitar estas visitas nada agradables, adquirieron una finca más hacia el centro del pueblo.
En la partida de defunción de doña Ana –murió en 1843, cuando contaba setenta y dos años de edad- figura dedicada al “servicio del comercio”. Idéntica anotación incluye la de su hijo Serafín, fallecido igualmente a los setenta y dos años.
Sus hijas y nietas aprendieron el oficio, así como el arte de coser a mano con puntada menuda. Se cuenta que, al ir un día aquellas –hermosas y elegantes- a visitar a un familiar enfermo en la calle Torre, y al pasar por un corro formado por varias mujeres que cosían a mano en la puerta de una casa y al decirles: ¡Qué bien lo hacéis!, éstas se alegraron mucho al verlas y les respondieron que gracias a su padre y abuelos conocían ellas el oficio  que, a su vez, enseñaban a familiares y amigos.
Como quiera que de la fabricación de piezas grandes sobraban retales de cierto tamaño, al objeto de aprovecharlos, se comenzaron a hacer las petacas. Se confeccionaban con artísticas costuras al centro y alrededor y en estas costuras es donde las mujeres ubriqueñas derrochaban primores. Hay petacas premiadas con sello grabado en las que se aprecia, junto a la calidad, la antigüedad de las mismas.
A la par se hacían las llamadas “precisas” o “precisos”, bolsos para llevar en su interior la yesca, el pedernal, el librillo de papel de fumar y la picadura –casi siempre gibraltareña y de contrabando-.
Doña Francisca Larrea, madre de Fernán Caballero, viene en 1824 a pasar unos días a nuestro pueblo. Se aloja en la casa propiedad de don Manuel Romero, en la plaza de la Santísima Trinidad, casa que, posteriormente, fuera de don Diego Arenas. Debemos a esta dama una de las descripciones más notables que se conservan de la villa. Entresacamos de los párrafos de su diario aquellos que mejor nos pueden aportar noticia sobre la naturaleza y forma de ser de nuestras mujeres. Dice en el anotado correspondiente al día 15 de julio:
“Tiene Ubrique fábrica de paños, telares y tenerías, en todo lo cual trabajan también las mujeres. Estas son todas bonitas y en vez del hormigueo de chiquillos que nos atolondraba en Bornos, se ven bandadas de mozas, morenas, es verdad, pero de facciones preciosas, sentadas en las puertas, bordando o haciendo calcetas, cantando y riendo. El pueblo todo parece una gran familia; todos entran y salen de las casas cuyas puertas están a todas horas abiertas, como si todos fuesen dueños de todas.”
En otro inciso del diario, correspondiente al día 30, la esposa de don Nicolás Böhl de Faber comenta:
“Ayer tarde pagamos las visitas de las señoras que nos han favorecido con las suyas. Me ha agradado mucho observar cómo las personas pudientes de aquí viven con la misma sencillez que las gentes del pueblo. Las casas no se diferencian sino en el tamaño. Las visitas se reciben como en casa de los pobres, en lo que llaman cocina, y es una habitación que está a la entrada con su gran chimenea que reúne en su derredor las vecinas en las largas noches de invierno.”
Del día 2 de agosto: “Ayer estuvimos convidadas por una de nuestras vecinas… Mis hijas fueron acompañadas por una docena de muchachas a cual más bonita…”
Y al describir –el día 12 de agosto- la visita que hiciera a la madre y hermanas del célebre guerrillero Zaldívar, apunta que: “Además de las tareas campestres, hay telares y paños, rasas, jerga y lienzo, tenería o fábricas de curtir cordobanes y badanas, tintorerías, que las mujeres tejen, hilan y hacen calceta…”
Me parece oportuno recordar en este trabajo a aquella mujer sevillana, oficiala de zapatería que, muy joven, ponía moñas a las zapatillas con tanta gracia y arte como para que la burguesía sevillana no quisiera otras. Eso hacía Sor Ángela de la Cruz, fundadora de las hermanitas cuya abuela, Ángeles Benítez, era ubriqueña y quizás le enseñara el trabajo. Los naturales de esta villa nos vanagloriamos no poco de su ascendencia.
Para no extenderme más de lo debido, quiero dedicar un recuerdo a las hijas de don José Vallejo Padilla, enseñadas por su padre a realizar toda clase de trabajo marroquinero, y a doña María Moreno, viuda de Castro, que es también un claro ejemplo del quehacer artístico de nuestras mujeres.
Cuando en el año 36 el pueblo quedó casi vacío de hombres y solo permanecieron viejos y niños, las mujeres tuvieron entrada en los talleres, dejando su trabajo en casa y todavía más, si cabe, sus manos finas y primorosas, habilísimas, han continuado poniendo el sello de su delicadeza en el artículo de piel, orgullo de nuestro pueblo."

Robustiano del Canto, Ubrique, septiembre de 1975


 


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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy interesante, me gustaría saber algo mas de Robustiano, era primo de mi padre, y las dos veces que estuve con el era un persona que se abría a la gente y de fácil trato.

Cadiz, en carne viva!!? dijo...

Qué maravilla de pueblo y que orgullosos deben de estar de su labor, el escrito precioso,cualquiera diría que son mujeres de estos tiempos.