Hoy hace diez años que murió Manuel Cabello Janeiro, mi padre. Uno de los ubriqueños que más hizo por que nuestro pueblo fuera conocido y apreciado en todas partes. Una de las personas que más se ha ocupado de preservar nuestra cultura, nuestras tradiciones y nuestra historia. Hoy queremos recordar las palabras que Serafín, su nieto, le escribió hace unos meses en "Veneno para ardillas", su blog.
Por Serafín Ruiz Cabello
Hace diez años...
Voy a contarte una historia que ya sabes, aunque si no recuerdo mal, solo la sabemos tú y yo si no se la has contado a nadie desde entonces. Fue el siglo pasado, que ya es decir. Estábamos a finales de marzo de 1999. El año antes habías tenido "inquilinos" en casa; una hija, un yerno y dos nietos (pronto fueron tres) que se acababan de venir de Rota un poco con una mano delante y otra detrás, cargados de tiestos y todavía sin casa.
Entre las cosas que llevamos, había una demasiado grande para subir por las escaleras que se quedo a vivir en el salón. Era un piano de pared con el que Julia y yo dimos parte de nuestros primeros pasos en el mundo de la música y que se vino con nosotros. Ya por entonces, alguna tecla rebelde desafinaba siempre, pero era un piano genial, de verdad, con todas sus octavas, que es algo de lo que no muchos podrían presumir. El caso es que al año siguiente nosotros nos fuimos a un piso de alquiler, pero el piano no vendría con nosotros aún, y se quedó un ratito más en la calle Matadero mientras esperaba que sus dueños le buscaran un sitio más grande.
Y es aquí cuando nos plantamos en marzo del 1999, tú y yo solos en el salón. Fue aquel día cuando te conté un secreto que no sería revelado hasta dentro de unos días, cuando llegase el cumpleaños de una de tus hijas (no creo que necesites que te diga cuál). El secreto estaba escrito en una pequeña hoja de papel pentagramada, y eran unas pocas notas musicales formando algo que ni siquiera llegaba a canción. Te dije que quería enseñarte algo y te pasé aquel trozo de papel. Tú cogiste la hoja y, después de llevártela a los ojos y examinarla bien, me preguntaste algo que todavía hoy recuerdo prefectamente: -¿Qué es? ¿Una creación tuya? Lo que hace una sola palabra. De repente aquella pobre melodía ya no era cualquier cosa. Ni una cancioncilla ni nada parecido ¡Era toda una creación! Y aquel regalo tenía mucho más valor del que habría tenido nunca.
Pero no fue aquello único que hiciste. Quisiste ayudarme a que el regalo fuera aún más especial, y decidiste que había algo que podíamos añadirle: letra. Por supuesto, iba a ser tu labor, porque si a mí me costaba trabajo sacarle notas decentes al piano, más todavía me habría costado colocarles encima las palabras adecuadas. Pero éstas nunca fueron un secreto para ti. Después de tocarte la melodía un par de veces, ya tenías todos los hilos conectados. Fuimos a por un folio a tu despacho y en cinco minutos, ya teníamos letra. Sólo la ensayamos una vez, allí mismo. Repetí la canción mientras tú improvisabas tu letra, que en algún sitio no encajaba bien del todo (que te venga la inspiración tan rápido a la cabeza juega esas malas pasadas a veces), pero que iba sobrada de sentimiento y ganas. Creo que entonces llegó alguien a casa y no queríamos revelar el secreto antes de tiempo, así que ahí quedo la cosa por el momento. Y si como dije al principio no recuerdo mal, fuimos los únicos que llegamos a conocer la "creación" completa. Porque no consigo acordarme de si el día del estreno el regalo fue interpretado a dúo o a piano solo.
No sé si la letra se perdió en un cajón o si fue entregada junto con la partitura. De hecho, no recuerdo nada del día del cumpleaños, sólo recuerdo aquel día en que no había nadie más y juntos le dimos forma a aquella pequeña gran historia. Al año siguiente, los dos os marchasteis. El piano se vino a una casa mayor para poder seguir haciendo lo que mejor sabía y llevaba tiempo sin hacer; dejarse tocar. Lo malo es que el pobre ha tenido que rivalizar con otro más joven, más moderno y más electrónico que se afina solo y que puede tocarse, ironías de la vida, en silencio. Todavía están los dos por ahí.
Y tú, imagino que acabaste decidiendo que mayo te gustaba demasiado y que no querías dejarlo escapar. El día que le tocaba irse, hiciste la maleta y te fuiste con él.
Vino muchísima gente a despedirse de ti, estoy seguro de que te habría gustado verlos y poder dedicarnos algunas palabras de ánimo y de fortaleza de esas que siempre llevabas en la manga. Porque aquel día no estabámos para muchos trotes. Siempre que alguien se va, se dice que fue antes de tiempo, pero en tu caso no es una exageración. Te quedaba mucho que hacer y que ver por aquí.
Ver a los nuevos nietos que has tenido, cómo tus nietos pequeños se iban haciendo grandes y como los que ya éramos un poco mayores nos íbamos echando al mundo para conquistarlo.
Te sorprendería saber todos los sitios donde estamos ahora: Huelva, Cádiz, Sevilla, Granada, y un pueblecito que hay más al norte que no sé si te sonará de algo. Estamos todos de maravilla y los varones vamos sintiendo el efecto de los genes "Cabello", que son muy guasones y nos han puesto a todos a criar frente.
Te quedaba llevar aquellas cajas al museo de la piel; nueve cajas llenas de petacas que hasta no hace mucho estuvieron en el sitio donde las habías dejado.
Te quedaba ver a tu Sevilla (¡y a tu Betis!) levantar copas; sí, los dos lo consiguieron, hasta España ganó una eurocopa el verano pasado.
Te quedaba ver que los polos de limón que nos comprabas en Cádiz dejaban de valer 25 pesetas para valer 50 céntimos de euro.
Y seguro que te quedaban muchas palabras en tu máquina de escribir, dispuestas a plasmarse en el papel y seguir contando historias de Ubrique y de los ubriqueños. Pero seguro que, dialogante y conciliador como eres, te las has apañado para que alguien te haga un sitio para ver todas esas cosas desde donde te toque estar.
Y... también te quedó dejarme crecer un poco más antes de irte, para poder conocerte no sólo con los ojos de la niñez, sino con los de la juventud; para poder contarte mis triunfos, mis errores, mis vivencias, y escuchar las tuyas. Todos reconocemos en nosotros mismos gestos de nuestros padres cuando vamos creciendo, y yo muchas veces he creído ver en mí pequeños gestos tuyos. Cuando me atreví a hablar delante de cientos de personas sin sentir ningún temor. Cuando mi primer lápiz se atrevió a enfrentarse a una hoja en blanco para sacar una historia de ella. Cuando después de mucho, mucho tiempo, me atreví a cantar yo solo una canción. Cuando sentí que tenía la fuerza suficiente para hacer lo que me propusiera. Cuando mis palabras gustaron a alguien. Cuando miré a la Luna y la vi tan lejana... y tan cercana al mismo tiempo.
Hoy día todos en tu pueblo te recuerdan con cariño y sigue siendo un orgullo ser nietos, hijos, esposa, hermanos... de don Manuel Cabello Janeiro. Y todavía, en el lugar donde a muchos les dicen que no se les olvida, a ti no te decimos eso, porque de sobra la sabes. A ti te decimos que te queremos, aunque tampoco es algo que nadie tenga que recordarte.
Felicidades, Abuelo.
P.D: Años después de todo aquello, te preparé un regalo de cumpleaños que no llegué a darte. Aunque esté un poco más elaborado que aquella hoja de papel, no deja de ser una pequeña creación. Ésta es para ti. Besos.
Entre las cosas que llevamos, había una demasiado grande para subir por las escaleras que se quedo a vivir en el salón. Era un piano de pared con el que Julia y yo dimos parte de nuestros primeros pasos en el mundo de la música y que se vino con nosotros. Ya por entonces, alguna tecla rebelde desafinaba siempre, pero era un piano genial, de verdad, con todas sus octavas, que es algo de lo que no muchos podrían presumir. El caso es que al año siguiente nosotros nos fuimos a un piso de alquiler, pero el piano no vendría con nosotros aún, y se quedó un ratito más en la calle Matadero mientras esperaba que sus dueños le buscaran un sitio más grande.
Y es aquí cuando nos plantamos en marzo del 1999, tú y yo solos en el salón. Fue aquel día cuando te conté un secreto que no sería revelado hasta dentro de unos días, cuando llegase el cumpleaños de una de tus hijas (no creo que necesites que te diga cuál). El secreto estaba escrito en una pequeña hoja de papel pentagramada, y eran unas pocas notas musicales formando algo que ni siquiera llegaba a canción. Te dije que quería enseñarte algo y te pasé aquel trozo de papel. Tú cogiste la hoja y, después de llevártela a los ojos y examinarla bien, me preguntaste algo que todavía hoy recuerdo prefectamente: -¿Qué es? ¿Una creación tuya? Lo que hace una sola palabra. De repente aquella pobre melodía ya no era cualquier cosa. Ni una cancioncilla ni nada parecido ¡Era toda una creación! Y aquel regalo tenía mucho más valor del que habría tenido nunca.
Pero no fue aquello único que hiciste. Quisiste ayudarme a que el regalo fuera aún más especial, y decidiste que había algo que podíamos añadirle: letra. Por supuesto, iba a ser tu labor, porque si a mí me costaba trabajo sacarle notas decentes al piano, más todavía me habría costado colocarles encima las palabras adecuadas. Pero éstas nunca fueron un secreto para ti. Después de tocarte la melodía un par de veces, ya tenías todos los hilos conectados. Fuimos a por un folio a tu despacho y en cinco minutos, ya teníamos letra. Sólo la ensayamos una vez, allí mismo. Repetí la canción mientras tú improvisabas tu letra, que en algún sitio no encajaba bien del todo (que te venga la inspiración tan rápido a la cabeza juega esas malas pasadas a veces), pero que iba sobrada de sentimiento y ganas. Creo que entonces llegó alguien a casa y no queríamos revelar el secreto antes de tiempo, así que ahí quedo la cosa por el momento. Y si como dije al principio no recuerdo mal, fuimos los únicos que llegamos a conocer la "creación" completa. Porque no consigo acordarme de si el día del estreno el regalo fue interpretado a dúo o a piano solo.
No sé si la letra se perdió en un cajón o si fue entregada junto con la partitura. De hecho, no recuerdo nada del día del cumpleaños, sólo recuerdo aquel día en que no había nadie más y juntos le dimos forma a aquella pequeña gran historia. Al año siguiente, los dos os marchasteis. El piano se vino a una casa mayor para poder seguir haciendo lo que mejor sabía y llevaba tiempo sin hacer; dejarse tocar. Lo malo es que el pobre ha tenido que rivalizar con otro más joven, más moderno y más electrónico que se afina solo y que puede tocarse, ironías de la vida, en silencio. Todavía están los dos por ahí.
Y tú, imagino que acabaste decidiendo que mayo te gustaba demasiado y que no querías dejarlo escapar. El día que le tocaba irse, hiciste la maleta y te fuiste con él.
Vino muchísima gente a despedirse de ti, estoy seguro de que te habría gustado verlos y poder dedicarnos algunas palabras de ánimo y de fortaleza de esas que siempre llevabas en la manga. Porque aquel día no estabámos para muchos trotes. Siempre que alguien se va, se dice que fue antes de tiempo, pero en tu caso no es una exageración. Te quedaba mucho que hacer y que ver por aquí.
Ver a los nuevos nietos que has tenido, cómo tus nietos pequeños se iban haciendo grandes y como los que ya éramos un poco mayores nos íbamos echando al mundo para conquistarlo.
Te sorprendería saber todos los sitios donde estamos ahora: Huelva, Cádiz, Sevilla, Granada, y un pueblecito que hay más al norte que no sé si te sonará de algo. Estamos todos de maravilla y los varones vamos sintiendo el efecto de los genes "Cabello", que son muy guasones y nos han puesto a todos a criar frente.
Te quedaba llevar aquellas cajas al museo de la piel; nueve cajas llenas de petacas que hasta no hace mucho estuvieron en el sitio donde las habías dejado.
Te quedaba ver a tu Sevilla (¡y a tu Betis!) levantar copas; sí, los dos lo consiguieron, hasta España ganó una eurocopa el verano pasado.
Te quedaba ver que los polos de limón que nos comprabas en Cádiz dejaban de valer 25 pesetas para valer 50 céntimos de euro.
Y seguro que te quedaban muchas palabras en tu máquina de escribir, dispuestas a plasmarse en el papel y seguir contando historias de Ubrique y de los ubriqueños. Pero seguro que, dialogante y conciliador como eres, te las has apañado para que alguien te haga un sitio para ver todas esas cosas desde donde te toque estar.
Y... también te quedó dejarme crecer un poco más antes de irte, para poder conocerte no sólo con los ojos de la niñez, sino con los de la juventud; para poder contarte mis triunfos, mis errores, mis vivencias, y escuchar las tuyas. Todos reconocemos en nosotros mismos gestos de nuestros padres cuando vamos creciendo, y yo muchas veces he creído ver en mí pequeños gestos tuyos. Cuando me atreví a hablar delante de cientos de personas sin sentir ningún temor. Cuando mi primer lápiz se atrevió a enfrentarse a una hoja en blanco para sacar una historia de ella. Cuando después de mucho, mucho tiempo, me atreví a cantar yo solo una canción. Cuando sentí que tenía la fuerza suficiente para hacer lo que me propusiera. Cuando mis palabras gustaron a alguien. Cuando miré a la Luna y la vi tan lejana... y tan cercana al mismo tiempo.
Hoy día todos en tu pueblo te recuerdan con cariño y sigue siendo un orgullo ser nietos, hijos, esposa, hermanos... de don Manuel Cabello Janeiro. Y todavía, en el lugar donde a muchos les dicen que no se les olvida, a ti no te decimos eso, porque de sobra la sabes. A ti te decimos que te queremos, aunque tampoco es algo que nadie tenga que recordarte.
Felicidades, Abuelo.
P.D: Años después de todo aquello, te preparé un regalo de cumpleaños que no llegué a darte. Aunque esté un poco más elaborado que aquella hoja de papel, no deja de ser una pequeña creación. Ésta es para ti. Besos.
Ésta es la carta de Serafín, la música podemos oírla aquí.
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