Claustro del 2018. Jubilación de Eulalia, Antonio y Rafael
Por Esperanza Cabello
Ayer, 30 de junio, tuvo lugar el último claustro de mi vida.
Así de fácil y tan intenso a la vez. Había deseado tantas veces llegar a la jubilación que, ahora que la tengo entre las manos, no consigo de verdad hacerme a la idea. Y eso que el claustro ha sido telemático, sin ver a los compañeros, solo a través del ordenador. Este año no hay foto de claustro final.
Toda mi vida he querido ser maestra. Cuando era muy pequeña jugaba a las maestras con mis muñecas o con mis primas. Cuando empecé a crecer y vi que mis padres desempeñaban los dos esa profesión me pareció maravilloso. Mi madre nos daba clases de lengua y de latín. Lo de mi padre eran las matemáticas y la historia. Así que era casi normal que nosotros también quisiéramos ser maestros.
Mariola, Antonio, Eulalia, Cande
Algunos de mis mejores apoyos
Hay que tener vocación, hay que ser de una manera especial para ser maestro. Ya sé que tenemos una "familla" de poco trabajadores y de muchas vacaciones (tarea que ahora, mientras hemos estado confinados, los padres y madres han podido comprobar en su propia piel).
Pero ser maestro es mucho más que haber hecho estudios en la universad, mucho más que haber superado cursos y másteres, mucho más que haber hecho unas oposiciones terribles. Para ser maestro hay que enamorarse cada día de esta profesión, hay que superar miedos y fobias porque los niños están por encima de todo, hay que vivir con el traje de maestro 24 horas al día todos los días de la vida.
Y yo quería, por encima de todo, ser maestra. Así que con una carrera de cinco años, mi máster en educación y unas oposiciones en Madrid me encontré con mis veintiún añitos con el sueño de mi vida en las manos: ya era maestra. Comencé en la primavera del 82 en mi propio pueblo, en el que había sido unos años mi instituto, haciendome cargo de los alumnos de un profesor que quiso probar fortuna en la política.
Después vino una vorágine de destinos y viajes; en aquella época, hace más de 38 años, aunque tuvieras oposiciones estabas "en expectativa de destino". Lora del Río, Coria, Carmona, Sevilla... Esos fueron mis primeros institutos. Allí conocí a mi primer jefe de estudios, Delfín Lopera, que me ayudó terriblemente en mi inexperiencia, y a mi primera jefa de departamento, Marie-Paule Sarrazin, con quien aprendí lo que era la enseñanza del francés.
Con Patricia y Esther, dos compañeras excepcionales
Aprendí todo de ella, aún la recuerdo enseñándome qué verbos se conjugan con être en el passé composé, una retahila que todos mis niños han aprendido año tras año desde entonces.
Después han sido muchos años increíbles con muchos compañeros y alumnos aún más increíbles. Me doy cuenta de que muchos de ellos se han quedado en el camino, y de todos y cada uno he aprendido infinitamente.
A pesar de mi despiste para los nombre y de mi memoria escasa, recuerdo los nombres de muchos de los chicos de mi primera tutoría (Chon, Míguez, Paco...) que ahora deben de ser casi abuelos.
Muchos años en Porcuna, de allí siempre recordaré a Felisa y a Julia, que tanto me dieron, y a Brigi, que fue mi corazón durante todo ese tiempo.
Otros muchos años en Rota, donde fui muy feliz y me consagré como bibliotecaria. Allí se quedaron mis amores con Maite, Paco el Choco, Severiano y tantos compañeros y compañeras excepcionales.
Reunión de profesores en la antigua biblioteca, donde se celebraban los claustros
Y hace veintidós años volví de nuevo a Ubrique. Me dieron por destino Las Cumbres, un instituto con el que no tenía mucha relación, pero en el que estaban mi hermano Francisco, mi hermana Natalia, mi cuñado Jesús, mi prima Irene y mi Rafael.
Nunca podría imaginar que me iba a enamorar de esta forma de Las Cumbres y sus gentes. Aquí he sido muy feliz, y también he pasado malos ratos, es verdad, pero todos se han ido olvidando y difuminando con el tiempo, dejando espacio solo para los buenos momentos y las buenas personas, que he conocido a muchas.
Sería imposible mencionar a todos, y además mi memoria me juega malas pasadas y olvidaría quizás a los más especiales, pero hay muchas personas que guardarán un lugar en mi vida para siempre. Había empezado a escribir un listado y no va a ser posible, hay tanta gente increíble que he conocido aquí...
Mariángeles, Juan, Manuel y Justa
Compañeros deslumbrantes
Ayer, para mi último claustro, tenía un pequeño discurso preparado, pero se me olvidaron todas las palabras al ver la emoción de mi director, Antonio Macías, al despedirse. Yo hubiera querido haber destacado el grandísimo trabajo que el Equipo Directivo hace y ha hecho en estos tiempos difíciles, lo bien organizado que está el centro "virtual" y lo mucho que nos han ayudado a todos a reconvertirnos.
Quería haber agradecido a los padres y madres su dedicación y su comprensión. Quería haber dado las gracias a todos los que hacen posible que el centro siga abierto, a Javier, a Carmen, a Pepi, a Isabel, haber recordado aquellos primeros tiempos, haber hablado de los cuatro directores y equipos que he conocido: Manuel Villanueva, Rafael Vilches, Ignacio Calvo y Antonio Macías, haber dedicado un recuerdo especial a los que ya no están con nosotros, alumnos y profesor (Álvaro, de Grazalema, siempre me acompaña su sonrisa; Juan Pablo, que murió a manos de su padre recién empezado el curso; y nuestro Juan, que nos ha abandonado este año de mal recuerdo).
Escalera de la vida, en recuerdo a Juan Pablo y Laura, con mi compañera Carmen
También quería recordar en ese discurso que nunca existió a aquellos antiguos alumnos que ahora eran compañeros y a todos los que han ido dejando su impronta en Las Cumbres, sobre todo a los compañeros de departamento (José Antonio, Esther, Fernando, Pablo, Antonio, Patricia, Begoña, Carmen...).
Trío de ases, faltan mi Fernando y mi José Antonio para hacer el pleno
Y aquí me veo, después de ese claustro final, recordando a todos, a veces en bloque, a veces a cada uno. Y recordando también momentos inolvidables, tantas actividades, tantos viajes, tantos intercambios, tantas ferias del libro, tantas celebraciones para las que siempre ha estado Javier, con quien he podido contar siempre, sobre todo si se trataba de solidaridad. Más de viente años en un instituto dan para muchos recuerdos.
Pero una de mis partes favoritas son mis alumnos, "mis niños", como yo los llamo desde siempre, y que siempre serán mis niños; hace tantos años que algunos de mis antiguos alumnos son mis médicos, mis ferreteros, mis enfermeras, mis libreras, mis carniceros, mis mensajeros, mis peluqueras, mis esteticistas, mis arquitectos, mis cajeros, mis mecánicos, incluso son los padres de mis alumnos o mis compañeros o mi familia, pues mis primos, mis sobrinos, mis hijos e incluso mi marido han sido mis alumnos.
Los cuatro primeros jubilados de Las Cumbres
Buenos profesores y mejores personas
Imposible elegir a uno solo
Y como se trata en realidad de mis "niños", en este último claustro de mi vida mi mayor recuerdo va por ellos, personalizándolos en los últimos que he tenido este año. Jamás se me hubiera ocurrido pensar que terminaríamos el curso así, comunicándonos por teléfono o por internet, haciendo exámenes por videoconferencia y corrigiendo los ejercicios con una aplicación.
A muchos de ellos los conocía desde hace varios años, otros eran mis alumnos por primera vez, y todos en estos últimos meses han renovado en mí la ilusión de ser maestra. He aprendido tantísimo de ellos. Haber podido hablar con ellos de uno en uno; estar pendiente de todos veinticuatro horas al día, ver cómo algunos buscaban apoyo, cómo otros se superaban a sí mismos, cómo otros apreciaban el trabajo, cómo otros sacaban fuerzas de flaqueza y apartaban la inquietud con su trabajo.
Esa ha sido una de las mejores cosas que he podido vivir en los últimos tiempos, sentir que luchábamos codo con codo para rehacernos, para dominar la situación, para buscar a qué asirnos para hacer que la vida continuara, para luchar por su futuro.
En la ruta literaria de Las Cumbres, con Beatriz Ortega, antes alumna, ahora compañera llena de brillantes ideas, que se encargará de nuestra querida biblioteca.
Y así ha sido, lo hemos conseguido todos juntos: niños, padres y profesores. En este último claustro, mientras Pepe Olmedo revisaba para todos nosotros las estadísticas, he visto cómo "mis niños" obtenían unos resultados magníficos, cómo las estadísticas mostraban el cien por cien de aprobados en tantas ocasiones, cómo mis niños de segundo estarán magníficamente preparados para selectividad y, mientras miraba esas estadísticas pensaba "Lo mágico es que son todavía mejores personas que estudiantes".
Una de las estadísticas "clavadas" de este curso: 100% magníficos
Me voy de Las Cumbres y del mundo de la enseñanza con una espinita muy clavada. No he podido despedirme de mis niños como me hubiera gustado; me he quedado sin mi "pasillo" de despedida y sin esos adioses tan emotivos, y eso que ellos, mis niños, me han escrito deseándome lo mejor de mil formas diferentes, me ha encantado intercambiar con ellos mensajes de gratitud, de reconocimiento, de buenos deseos y de mucha alegría.
Volveré al instituto a despedirme de mis compañeros, claro que sí, seguro que en unos meses podremos volver a reunirnos y a desearnos lo mejor, pero ya entonces no estarán mis niños.
Lo que sí me llevo es el cariño de tantas personas que me han escrito preciosos mensajes, que me han enviado todos sus buenos deseos y que me han demostrado que el mundo de la enseñanza sigue siendo un mundo vocacional, un mundo de grandes esfuerzos y grandes satisfacciones, en el que la mayor de todas ellas es sentir el cariño de los demás.
Infinitas gracias de corazón a todos.
Esperanza
P.S.: Después de tantísimos años escribiendo en las páginas web y en los diferentes blogs las noticias del instituto, he pensado que estaría bien recordar las despedidas de los diez compañeros que nos han precedido en la jubilación.