Dos ubriqueñas con estrechos lazos de amistad
Doña Isabel Esquivel y doña Francisca Gutiérrez
Hace casi un año nuestro amigo Félix Mateos Guillén, nieto de doña Isabel Esquivel, nos envió esta fotografía en la que podemos ver a las dos conocidas maestras ubriqueñas. En aquella ocasión compartimos la fotografía en "Ubrique en el recuerdo", y varios miembros del grupo tuvieron palabras de agradecimiento para "Paquita Gutiérrez" como la conocíamos cariñosamente.
Pero hoy nuestro amigo Pedro Bohórquez Gutiérrez ha escrito en el grupo un texto magnífico que no podíamos dejar que se perdiera.
Por Pedro Bohórquez Gutiérrez
Francisca
Gutiérrez García, hermana de mi abuelo materno Bartolomé Gutiérrez
García, y por tanto mi tía abuela, es la tercera por la derecha. Fue
maestra desde finales de años veinte, hasta principio de los setenta.
Fue, por tanto, una de las primeras mujeres ubriqueñas que estudió
Magisterio en Cádiz. Casi cincuenta años de servicio, más de media vida.
Hoy no es muy recordada en su pueblo, donde no se le hizo en vida, que
fue larga (falleció a comienzo de los noventa con más de noventa años)
el reconocimiento que por su labor y su trabajo hubiera merecido como
mujer ubriqueña pionera en su profesión.
Como alguien ha comentado doña
Francisca Gutiérrez fue esposa de Francisco Díaz Baena, en segundas
nupcias. Pero me gustaría más que fuera recordada, y supongo que a ella
también, más que como la mujer de... como una mujer luchadora y
trabajadora, que accedió a los estudios universitarios gracias al
sacrificio de su familia, de condición modesta, cuando no era frecuente
que la mujer estudiara para tener independencia económica y pudiera así
realizarse profesionalmente y seguir una vocación, más allá del papel,
casi exclusivo, de ama de casa que la sociedad le reservaba entonces
(hablo de los años veinte y hasta no hace tanto). Dedicó más de la
mitad de su larga vida, repito, a la noble tarea de enseñar en distintos
lugares de la geografía española a donde le llevaron los destinos de su
primer marido, Antonio Benítez Cáceres, militar de profesión (Huesca,
San Roque, Ceuta) e hijo de militar y de una maestra que estuvo
destinada en Ubrique, Doña Ana, en tiempo de doña Ángeles Bohórquez.
No
tuvo una juventud fácil. Su marido militar se mantuvo fiel a la
República tras el golpe de estado del año 36 y salió de las cárceles
franquistas, ya enfermo, para morir a los pocos días, mediada la triste
década de los cuarenta. No puedo ser más preciso porque hablo de
memoria, de lo que supe de niño y de lo mi madre Remedios Gutiérrez
González (cuya perdida reciente aún nos duele) nos contó de nuestra tía
Francisca.
Yo sé de su buen hacer y de su paciencia como maestra: ya
jubilada, me dio clases particulares porque en la escuela de finales de
los sesenta yo era un niño distraído que echaba a volar la imaginación
durante las clases de matemáticas y me perdía en un marasmo de números
con las divisiones con decimales y de varias cifras y no me arriesgaba a
declarar mi ignorancia, lo que en aquella época podía tener unas
consecuencias impredecibles y nada gratas para nuestros tiernos mofletes
infantiles.
Mi tía fue muy amiga de Isabel Esquivel, que si no me
equivoco fue discípula suya, y como era una persona vitalista y que
gozaba de buena salud creo que viajó con ella a Jerusalén, ya
octogenaria avanzada. Tengo a mi tía Francisca por una buena persona,
una luchadora en tiempos difíciles, muy educada y todo una señora,
merecedora de mejor suerte. Y de un recordatorio que nunca se le ha
dedicado. Ejerció en la posguerra en varias localidades de la provincia,
en Chipiona, en Ubrique y en las escuelitas rurales de la Vega o El
Palmarejo.
Tenía carnet de conducir, algo infrecuente en una mujer de la
posguerra, aunque formada en los tiempos más abiertos a la modernidad
de la II República. A mí me regaló mi primer Quijote (una versión
adaptada, abreviada e ilustrada con pastas verdes que aún conservo) que
leí con diez años y sin el peso de la obligación, movido por la
atracción de las ilustraciones y porque me lo regaló mi tía Francisca.
Aunque solo fuese por ese detalle y por el de poner orden en mi cabecita
infantil para que comprendiera lo que para mí era un baile de números,
le estaré agrecido por siempre.
A estas palabras de Pedro se han unido varios ubriqueños, entre ellos nuestro tío José María Cabello, cuyas palabras también transcribimos como reconocimiento a doña Francisca.
Por José María Cabello Janeiro
Pedro,
eres el epicentro -por tus apellidos- de montón de recuerdos de mi
infancia y mi relación con las dos ramas de tu familia. Siento el
fallecimiento reciente de Remedios, tu madre, la mejor amiga de mi
hermana Julia.
Aunque, a longe, tuve siempre contacto con tu familia a
través de tu tío Manolo, que con Manolo Janeiro y Manolo Ponce formaban
un simpático trío que arrasaba en Ronda de los cincuenta. También
recuerdo la casa familiar de la calle Real. Arriba, el trocito de sierra
que conformaba el patio. Abajo la carpintería con el abuelo Bartolomé y
su bigote blanco, con un permanente olor a madera y a virutas recién
cortadas.
Y de los Bohórquez..."numquam satis". Por mi edad mantuve
siempre amistad con Pedro, ya que tu padre y Elisa me superaban en
edad. Tu abuela Pepa, un ejemplo de bondad natural, sencillez y
fortaleza...
También conocí a doña Francisca en su escuela contigua a la
sacristía de la Parroquia, que frecuentaba desde mis tiernos años. Un
local, que los años de la Civil sirvió de cárcel para los que perdieron
su vida entre Ubrique, Benahocaz o El Bosque.
Fue una maestra
ejemplar, educadora de una generación difícil de la posguerra. Seguro que
la profesión militar de su primer marido condicionó su vida
profesional.
Fue una sufridora. Ni siquiera su segundo matrimonio con el
popular dentista jerezano le hizo desaparecer aquel ictus triste que
mantenía en su mirada. Me uno a este tardío homenaje merecido a doña
Francisca, que con su amiga Rosario Martel han sido dos maestras
ejemplares, orgullo de sus familiares e inicio de la saga de educadores a
todo nivel, en paralelo al incremento cultural de nuestro pueblo Porque
también echo de menos, Pedro, aquellas maravillosas crónicas que nos
regalabas desde Galicia o los pequeños rincones y tesoros que nos guarda
la Gran Sierra.