domingo, 30 de agosto de 2009

Manuel Janeiro Córdoba: La perrita Adriana

Plaza de la Verdura, Ubrique
Escenario de la lectura pública de las noticias de la Guerra de Cuba
Fotografía recuperada por Esperanza Cabello

 

Nuestro padre conservó y atesoró multitud de documentos históricos relacionados con Ubrique y su comarca, no sólo de producción propia, sino de interés general, fundamentalmente los relacionados con la cultura en general. Entre ellos hemos encontrado el primer número de "El Halcón", el noticiero mensual de la Sociedad Deportiva de Caza y Pesca "El Halcón" de Ubrique. Este número es del uno de abril de 1980.
No conocemos los detalles, pero el editorial de este primer número le fue encargado a Manuel Cabello. Él no se dedicó a la caza, quizás en algún momento se interesó por los jilgueros, pero sí fue un enamorado de la naturaleza, le gustaban los largos paseos, buscar manzanilla o espárragos... Así que debió de resultarle difícil escribir para cazadores.
Acostumbrado a salir airoso de los retos, escribió en este caso sobre una perrita de cacería que había sido de nuestro bisabuelo. Transcribimos a continuación su artículo: 

Cabecera de "El Halcón"
1980 

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"Hablar yo de cacería, como me pide vuestro presidente, es un imposible categórico. Yo creo que no he disparado ni en la “mili”, en razón a que en aquel feliz tiempo, mi menester militar se ocupaba de los servicios sanitarios del Arma de Artillería, durante mi época de campamento en África; y durante el acuartelamiento en la Estación 320 de la Estación Meteorológica de Ceuta.
Pero accediendo a la amable invitación, acudo hoy a las páginas de este nuevo y dinámico Boletín informativo con una historia que no sé si llamar humana, sentimental o de animales, pero que rompe con todo lo que de incomprensión pueda tener el amor a los animales.
Ya he dicho que de cacería, nada de nada; no es mi hobby. Incomprensiblemente, ya que por mi apellido Janeiro debería serlo. Nuestra provincia gaditana y numerosos pueblos de la de Málaga se vanaglorian de tener o haber tenido extraordinarias escopetas entre los habitantes “janeiros”, apellido este originario de Galicia, donde, igualmente, existen magníficos cazadores, pero enfin, a mí no me tocó esa fortuna.
Mi abuelo y mi tío Manuel y Eduardo Janeiro Córdoba me han dado la mejor lección de amor a los animales. Inédita, no conocida, pero que encierra en sí misma una de las páginas más bonitas de este mundo que vosotros vivís. Si no, juzgad vosotros mismos:
Corrían los aparatosos años de finales del siglo pasado, 1898. La isla española de Cuba se estremecía en la contienda que por su liberación había encendido a los Estados Unidos de América, en lucha desigual, con las tropas españolas. Eran varios los ubriqueños que luchaban en los más destacados sitios de la guerra cubana. Lógicamente, las noticias no llegaban a la Península con la rapidez que todos deseaban, y mucho menos a Ubrique, cuya única salida eran los caminos verederos a Cortes de la Frontera y las calzadas para diligencias y carretas hacia Arcos y Villamartín, en cuyo caminar había que realizar jornadas completas: la prensa llegaba tarde, la correspondencia también y la radio, por supuesto, no existía.



Ilustración de la perrita Adriana
Noticiero "El Halcón"

 
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Había que buscar una solución para que al menos los periódicos, sobre todo “El Diario” (cuyo nombre no recuerdo bien) llegara con prontitud a Ubrique. A mis familiares se les ocurrió la solución: amaestrar a una perrita que no se destacaba por sus dotes de cazadora. No era de pura raza, sino de las que en el argot de caza se denominan “garabita”, mezcla de setter inglés y perro lobo. De regular alzada, muy peluda, perfil afilado y unos ojillos resplandecientes que hablaban de su vivacidad. Se llamaba “Adriana”.
Mi abuelo fue el encargado de adiestrarla; en ello tardó más de un mes, yendo a diario a Cortes, unas veces a pie y otras sobre las recuas del pescado, y haciendo volver sola a la perra, que traía en el collar, bien sujeto, un número de “El Diario” que, lógicamente debía llegar pronto a Ubrique, donde todos estaban deseosos de conocer, día a día, los datos de la tragedia cubana.
Así una y otra vez, engolosinada la perrita Adriana, llevaba a su salida de Ubrique el dinero en el collar y traía a su vuelta de Cortes el diario bien atado en el mismo. Traía la prensa un día sí y otro no, a la caída de la tarde. Así llegaba al Café de Janeiro, en la Plaza de la Verdura, despertándose la natural expectación, no exenta de ansiedad, por la lectura pública de las noticias ante un silencioso corro, que a veces sobrepasaba el centenar de criaturas.



Ilustración de Pedro Janeiro
leyendo las noticias de la guerra de Cuba
en la puerta del Café de Janeiro


 

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Estas lecturas públicas tenían un todo de ritual. Primero el lector, ante la concurrencia, entre la que normalmente se encontraban las autoridades locales, con voz fuerte y potente, sentado en una silla sobre una mesa en el centro de la plaza, leía todas las noticias interesantes relacionadas con Cuba: un día Cavite, otro Santiago, otro La Habana... Después, para quitar todo el amrgor y el hierro de la penosa información, un sobrino de mi abuelo, esteponero, Pedro Janeiro, se subía a la misma palestra y en tono burlón leía, parodiaba y explicaba la noticia, así el auditorio, a pesar de la tragedia, se despachaba el humor a su gusto y esa noche descansaba tranquilo.
Así siguieron las cosas mucho tiempo, y la perrita Adriana un día, jugando con unos críos, mordió a uno de ellos. Mi abuelo, indignado, se deshizo de ella dándosela a unos señores que en esos momentos estaban en el Café de Janeiro. Estos personajes eran contrabandistas y, conocedores del buen hacer de la perra, la reeducaron para sacar tabaco de Gibraltar, por el mismo procedimiento del collar. Los carabineros sospecharon de ella y la perra, a su vez, aprendió a eludirlos, agazapándose ante la guardia.
Pero un día, en una fuente próxima al Tesorillo, agotada por una persecución y el esfuerzo de cargar el enorme bulto de tabaco que llevaba, dejó de existir. Fue todo un ejemplo de perro al servico de su dueño hasta el final".


Manuel Cabello Janeiro, abril 1980

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