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domingo, 16 de marzo de 2025

¿Qué es una badila?

 

Pequeña colección de badilas con más de un siglo

 

Por Esperanza Cabello

 

Algunas veces no somos conscientes de que nos estamos convirtiendo en esa parte de la población a la que se considera "mayores". Nos da un poco de risa pensar que, cuando comenzamos este blog, hablábamos siempre de nuestros mayores y sus enseñanzas, y ahora, veinte años más tarde, seguimos hablando de nuestros mayores, pero nos damos cuenta de que, tristemente, muchos de ellos ya no están con nosotros, y somos nosotros mismos quienes formamos parte de la población que culmina la pirámide de la vida.

Por cierto, que eso nos hace felices, hemos tenido la suerte de vivir hasta ahora, ¡y muchos años que nos queden! 

Después de esta introducción, quizás innecesaria, tendremos que explicar qué es una badila, aunque ya se irán haciendo todos una idea al mirar la fotografía.

Una badila (del latín batillus), es una paleta de metal que se utilizaba para remover el carbón, el cisco o el picón en los braseros. 

 


 

Curiosamente, en ubriqueño utilizamos la palabra badila en femenino (en la RAE se encuentra badil), y para decir brasero utilizamos la palabra copa, también reconocida en la RAE (: f. Brasero que tiene la forma de copa, y se hace de latón, cobre, barro o plata, con dos asas para llevarlo de una parte a otra.)

A medida que avanzamos en la entrada nos damos cuenta de que hay todo un vocabulario  genuino alrededor de la manera de calentarse en estos pueblos de la sierra de Cádiz, donde éramos tan pobres que no había, por supuesto, ni calefacción ni estufas (en los pueblos, algunas casas más privilegiadas tenían chimenea), pero en casi todas había una mesa camilla con sus enaguas, su tarima y su alambrera (para protegerse de las quemaduras o para extender la ropita de los bebés y que se secara. La copa se encendía desde temprano con cisco o picón, una brasita y, cuando se podía, se cubría con los papeles de aluminio del chocolate para mantener el calor.

Y a medida que avanzaba el día, se iba añadiendo el picón con la badila, removiendo la copa cuando se quería un poco más de calorcito.

 

El cruce de Los Alamillos, camino de Ronda

Fotografía gentileza de Francisco Diánez

 

Me gustaría añadir un recuerdo, por aquello de que ya voy perteneciendo a la generación de los abuelos y que me encanta contar batallitas.

 A principios de los setenta, varias decenas de niños y jóvenes ubriqueños íbamos cada lunes muy temprano a Ronda (en Los Amarillos), porque era el lugar más cercano en el que había instituto, y volvíamos cada viernes por la tarde, después de pasar la semana en internados.

Un lunes de invierno nevaba copiosamente, serían las cinco o las seis de la mañana, y la Guardia Civil paró el autobús en Los Alamillos, un cruce cercano a Grazalema, diciéndonos que, por el momento, no se podía pasar. (Esto sucedió varias veces durante los años que estuvimos en Ronda). El chófer (que entonces no decíamos "conductor"), se paró junto a la carretera y decidió esperar a ver si mejoraba el tiempo.

Yo estaba malísima, como en cada viaje, porque las curvas, el autobús y yo no nos llevábamos bien, y Pepe, así se llamaba el chófer, me dijo que me bajara un rato, para reponerme. Por aquel entonces tenía trece años. Con aquellos zapatitos, los calcetines calados, la falda (entonces las niñas no usábamos pantalones) y sin vestimenta adecuada para la nieve, di unos cuantos pasos cerca del autobús, "arrecía" de frío.

 

 

Ubrique nevado en los sesenta 

la fábrica ABC en primer plano

 

En el cruce había, por supuesto, una venta, y una señora muy mayor salió de la venta y me llamó "Niña, ven aquí." Yo me acerqué a la venta y aquella viejecita, muy agradable, levantó la cortina del hueco de puerta que separaba la venta del hogar, y me dijo "Métete en la copa, que te pondrás mejor".

Me senté en la mesa, ella removió la copa y me dio un poquito de café de pucherete. Entonces empezó a contarme su vida, siempre en aquellos chozos de Los Alamillos, lo duro que había sido todo, las pérdidas de la guerra, la vida en el campo. ¡Y lo feliz que era en aquel momento! Su hijo llevaba la venta, ella tenía una casita y una copa para calentarse en invierno.

Aquella señora, cuyo nombre nunca supe y que me recordaba a mi bisabuela Antonia. Tan arrugadita, con aquellas manos finas y aquella sonrisa un poquito desdentada, me había ofrecido lo mejor que tenía, su casa, su copa y su café, y eso ha quedado grabado en mi memoria para siempre. Ahora tengo ocasión de volver a agradecer tanta bondad.

Ya no recuerdo qué pasó con la nevada, ni si seguimos hacia Ronda o tuvimos que volver para Ubrique, era 1973 y la vida no se parece mucho a la de entonces. Pero "Métete en la copa" es una frase que no muchos entenderán (siéntate en la mesa y caliéntate), y que para mi sigue teniendo el significado de las cosa sencillas de la vida que te dan felicidad.
 

 

Billete de Los Amarillos 1969

Ubrique en el recuerdo
 

sábado, 3 de junio de 2023

El refino de bisabuela Antonia. Recuerdos

 

Cosiendo con adornos de más de cien años


Por Esperanza Cabello


De vez en cuando, como con la magdalena de Proust, se me vienen a la memoria recuerdos que creía perdidos, no solo con olores o sabores, sino mientras estoy sumergida en alguna actividad que requiere mi atención.

Hace poco, mientras intentaba coser a máquina dos trozos de un material plástico para un toldo sin conseguirlo, se me vino a la memoria mi querida Teresita que, cariñosamente como siempre, me regañaba "Esperancita, no puedes coser bien ese dobladillo si antes no le haces un hilván", y, efectivamente, después del hilván la costura fue muy fácil.

 

Ahora, preparando una cortinilla para la cocina, y buscando adornos y puntillas para adornarla un poco, abrí la caja de los lazos y toda mi infancia de pequeña costurera vino a mi memoria.

Mi bisabuela Antonia (Antonia Rivera Vázquez, en este enlace) era una mujer muy peculiar. Nacida en Grazalema, era la mayor de diez hijos, y sus padres se trasladaron a Ubrique, donde instalaron un batán, cerca del puente de Carlos III, en el que ella trabajó desde los diez años.

Más adelante se casó con Francisco Rivera, un arriero cuya familia había llegado desde Ataquines, en Valladolid, y que se dedicaba a transportar mercancías con sus mulas desde cientos de kilómetros. Ella puso un refino (una mercería) en el Portichuelo, la casa en la que nació nuestro abuelo Leandro. Y aprovechaba los viajes a Sevilla o a Jerez de los arrieros para ir con ellos y buscar bordados, encajes, puntillas, botones o abalorios (así además controlaba un poco la economía familiar, que era lo suyo).

 Antes de la Guerra Civil nuestros bisabuelos se trasladaron a la calle Real, con nuestro abuelo y su familia, y entonces cerraron aquel refino.

Nuestra tía Teresita guardaba en el soberado de su casa, en la que cuidó de nuestra bisabuela con mucho cariño y trabajo (que abuela Antonia era una mujer de armas tomar), todos los restos de aquella mercería ordenados primorosamente en cajitas y botes.

Aquel soberado fue el paraíso de varias generaciones, desde tito Leandro en los cincuenta hasta Elisa en los noventa. Teresita, con tanto amor, nos dejaba registrar entre aquellos tesoros y nos regalaba muchos de los aderezos que encontrábamos.

 

 

 

Cordoncillo verde  marca El As. "Alta novedad". Diez metros



Yo fui atesorando algunos de aquellos abalorios, y guardándolos con mucho cuidado, en este enlace podemos ver aquella caja de costura que era un verdadero cofre del tesoro.

Y casi nunca los he utilizado. A pesar de haber heredado una parte de aquella tradición costurera (todas mis mayores eran unas excelentes costureras, modistas y bordadoras), mi costura siempre ha sido más de andar por casa, y no merecía la pena utilizar aquellas maravillas.

Pero hoy, al buscar cintas para esta cortina, me he encontrado un par de encajes  de abuela Antonia y he pensado que ya era el momento de utilizarlos. Casi cien años después de haber estado expuestos en el refino de mi bisabuela, estas cintas están adornado una tela que, por desgracia, dista mucho de la calidad de los tejidos de entonces.

 

 


 

Y al coser, los recuerdos han ido fluyendo a borbotones. Bisabuela Antonia desmotando la lana (en este enlace), el ajuar (en este enlace), la primera caja de costura que me regaló abuela Julia en el 69; las clases de costura con la señorita Mari Gloria Janeiro, Teresita ayudándonos a hacer hilvanes y sobrehilados; abuela Natalia enseñándonos los primeros pasos del croché, mamá y tita Reme con el punto; tita Carmen haciendo jerséis en tiempo récord; María Teresa bordando con aquellas puntadas milimétricas; las canastillas de tita María Romero; los primeros trajes de Antonia Mari...

Aquellas veladas con nuestras primas Antonia María y María Teresa, que son las auténticas herederas de esta saga costurera y con las que compartimos tantos recuerdos entrañables; aquellas larguísimas tardes de verano haciendo mantelerías a punto de cruz y aquellos puntos de lana que se nos iban y se nos perdían para siempre, o el punto "muy apretao" con aquellas grandes agujas metálicas y aquellas manitas pequeñas en la azotea de abuela Natalia.

 

Mi bisabuela Antonia murió en el verano del 69,  había cerrado su tienda a principios de los años treinta, y ahora, más de noventa años después, yo estoy cosiendo con sus cintas y sus lazos... nostalgia asegurada y, como dijo Esperanza ayer:  

"Coser con encajes de tu bisabuela, eso es un punto". 💜💜💜



miércoles, 4 de agosto de 2021

Rociar la ropa: la plancha

 

Pequeña colección de planchas antiguas


Por Esperanza Cabello


En estos días calurosos de verano no hay nada mejor que levantarse tempranito y planchar con tranquilidad y sin prisas.

El planchado es una tarea doméstica curiosa, la mayoría de las personas la evitan todo lo que pueden y, cuando no pueden, planchan con tanta desgana que más valdría dejarlo.

A mí me gusta planchar (si mi abuela o mi madre oyeran esto se volverían llenas de asombro). Planchar tranquila, a primera hora de la mañana, es una especie de meditación, te concentras, preparas tu ropa (mi amiga Lorenza, en Rota, me decía siempre que si al recoger la ropa la doblabas, ya tenías media plancha liquidada), coges tu plancha, lo más simple posible, y te dedicas a planchar y doblar. Poco a poco el montón infernal de sábanas y ropa de casa se va convirtiendo en una pila perfectamente ordenada, lo que te llena de satisfacción.

Hoy, mientras planchaba y con el calor que hace que deja la ropa "tiesa", me he estado acordando de un gesto simple que he visto hacer miles de veces y que creo que se ha perdido, al menos no veo a nadie haciéndolo ni nadie lo ha referido: Rociar la ropa.

Cuando era chica en mi casa vivíamos siempre catorce o quince personas: abuelos, tíos, padres, hijos, hermanos, muchachas... Toda una tribu que usaba ropa de algodón, pañuelos de algodón, sábanas de algodón y todo de algodón, porque en los sesenta la fibra brillaba por su ausencia.

En la casa de mis abuelos siempre había ropa para planchar; se planchaba sobre una mesa de madera que había en la cocina de dentro. Encima de la mesa se ponía un follapepe (en este enlace) y sobre el follapepe un trozo de sábana antigua. Justo al lado de la mesa había un quinqué y una plancha antigua de carbón, que ya en los sesenta no se usaba.

 


Antigua plancha de carbón, el carbón ardiendo se metía dentro



Esta plancha antigua de carbón no se utilizaba ya entonces, pero alguna vez mi abuela la preparó para que viéramos cómo funcionaba, porque era un instrumento que llamaba la atención. Y era buenísima para los pañitos almidonados. Eso también era un arte, almidonar, que lamentablemente se está perdiendo.

Como decía, en casa de mi abuela siempre había plancha pendiente, supongo que habría un par de mujeres dedicadas en exclusiva a lavar y planchar la ropa, porque éramos muchos. En aquella época, sigo hablando de principios de los sesenta, aún había una cocina de carbón, que convivió unos años con la de butano, y había unas carboneras en los almacenes de arriba. Para encender la cocina se iba llenando la parte de abajo con carbón que se prendía. Para planchar, en la parte de arriba, en el "infiernillo" se colocaba una plancha de hierro con mucho cuidado, eligiendo el tamaño según la prenda que se iba a planchar. Había un planchero en el que se encontraban varias planchas ordenadas de mayor a menor.

 


Planchero con cuatro planchas de hierro


La plancha se sujetaba con un agarrador, que normalmente se hacía con trocitos de tela y una guata o un trozo de manta dentro, como este que hemos visto en este enlace.

 


Una vez caliente, se planchaba con mucho cuidado, probando primero en una esquinita de la prenda, y, normalmente, poniendo un trapito encima para no quemarla. Alguna vez, siendo muy chica, me dejaban planchar alguna cosa. Me subía a una silla, para llegar a la mesa, cogía la plancha e intentaba planchar con esmero los pañuelos que me daban, teniendo cuidado en las esquinas y aprendiendo a doblarlos de una forma curiosa, triangulares, con un doblez abajo y dos picos, para ponerlos en el bolsillo superior de la chaqueta.




Pero en verano, y aquí viene eso de "rociar la ropa", como la ropa blanca se secaba muchísimo, después de destenderla se colocaba cada prenda sobre la mesa de plancha, y en un cacharrito con agua (un cuenco o un plato) se iban metiendo los dedos y se iba rociando con mucho cuidado con gotitas de agua. Después se enrollaba y se iba haciendo una pila de ropa seca y rociada para plancharla al atardecer con la fresquita o, mejor aún, de buena mañana.

Entonces no existían pulverizadores de agua, ni planchas de vapor ni centros de planchado, solo planchas de hierro que además tenían formas diferentes según su función. 

De las planchas que tenemos en nuestra pequeña colección solo conozco exactamente la función de una, la que servía para planchar sombreros.

 


Plancha para sombreros, número 2


Sé que estas planchas eran para sombreros porque me lo explicó mi tía Isabelita (en este enlace) y se ven las planchas especiales en la foto de la sombrerería, y en la casa de mis padres estaba guardada junto al molde de sombreros que depositamos en el Museo de la Piel de Ubrique, y que podemos ver en este enlace.


También eran especiales unas planchas más pequeñas, que podríamos erróneamente considerar infantiles, pero que se utilizaban para cuellos, corbatas y cintas. Nuestra tía Juana Saborido Izquierdo, que vivía en la callejuela de la Cárcel, (en la casa en la que se refugió Marcos León López cuando lo perseguían los falangistas), era camisera, especializada en camisas de hombre, y tenía muchas de estas planchitas pequeñas.

 

Planchas camiseras, con números 1 y 2

 

En esta colección de planchas antiguas hay ejemplares de muchos mercadillos y traperos, incluso tengo alguna de Francia, y otra que me regaló una amiga inglesa. Algunas las hemos encontrado tiradas en el campo (la última no hace ni un año), a lo mejor sin asa o muy oxidada, pero son fáciles de reparar (si alguien saber soldar, claro). Imagino que al ser tan corrientes y al haber más de una en cada casa son miles las planchas que poco a poco han sido arrumbiadas.

Ya en los setenta empezaron a llegar las planchas eléctricas, y aquí también tengo una historia, peligrosa, pero con final feliz.


Antigua plancha de viaje de la marca Jata

 

Abuelo Leandro había traído de Madrid, como siempre, la última novedad tecnológica: una plancha portátil de viaje Jata.
Parecía de juguete, era roja, con una funda con cremallera y un enchufe adaptado a las tomas de varios países, con dos, tres o cuatro "patitas".

Un día, cuando vivíamos en Santa Rosalía, decidí que iba a ayudar a mi madre con la plancha y le iba a dar una sorpresa. Tendría siete años entonces. Como no se podía coger la plancha de hierro para no quemarse, cogí la maravillosa plancha de viaje  eléctrica, que no se usaba (pues estaba reservada para los viajes) me llevé la tabla de planchar a la habitación y no tuve otra ocurrencia que enchufarla sin comprobar la corriente, en realidad ni siquiera sabía nada de electricidad.

Lo único que conseguí fue un buen explotijo (que no se me olvide esta palabra para ponerla entre las especiales de nuestra zona, que no consta en la RAE), al enchufar la planchita: la mano quemada y la plancha estropeada para siempre.

 



Así que a partir de ese momento mi tarea de planchadora fue esa: rociar la ropa antes de que mi madre o Manola la plancharan. Durante mucho tiempo me entretuve rociando la ropa de plancha y preparándola bien enrolladita para que después fuera más fácil la tarea.

 


 

 

Y esa ha sido la reflexión y el recuerdo de esta mañana mientras transformaba el montón de ropa blanca, que nadie había rociado,  en una pila planchada y ordenada, es estupendo recuperar recuerdos de la niñez y aún más tener los objetos que refuerzan esos recuerdos.





miércoles, 16 de enero de 2019

La familia de los jarrillos



Por Esperanza Cabello



Hace siete años escribíamos (en este enlace) sobre un dicho muy ubriqueño: "Eres más apañao que un jarrillo de lata".
Un dicho que, como los propios jarrillos, se está perdiendo. Por eso no perdemos la oportunidad de  recoger no solo palabras y frases de nuestro pueblo, sino objetos que poco a poco están desapareciendo.
Es una lástima, el jarrillo de lata, que servía para llevar el café calentito a los petaqueros y petaqueras cuando el café era aún "de pucherete", es un objeto en vía de desaparición.
Pero nosotros somos afortunados, porque a la familia de jarrillos que ya teníamos (el de Pepita y el de Isabelita), se acaba de unir uno que nuestro hermano Manolo, en su afán por quitar la basura de nuestros campos, había encontrado.
Estamos seguros de que esta imagen, con las "estrebes"  (así llamamos nosotros a las trébedes, que es la palabra castellana (en este enlace) que recoge la RAE) en la chimenea,  la cafetera de pucherete y los tres jarrillos de lata, es una imagen casi irrepetible, a pesar de que no hace tanto era algo totalmente corriente en muchas casas ubriqueñas, más aún en las casas de campo.


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domingo, 25 de enero de 2015

El puchero

 Puchero de barro con mucha solera
perteneció a Juana Saborido Izquierdo


Por Esperanza Cabello

Hoy nos han regalado un precioso puchero de barro, y antes de colocarlo en un lugar de honor en nuestra cocina, junto al puchero de nuestra tía Juana Saborido, hemos decidido hacerle unas fotos para explicar algo que para muchos de nosotros es muy obvio, aunque para los más jóvenes va  a ser una revelación.
La palabra puchero se refiere al cacharro de barro en el que se ponía a cocer la comida. Por las mañanas, muy temprano, las amas de casa encendían el fuego y ponían el puchero a hervir. Los pucheros tienen el culo redondeado, para encajar bien en la "estrebe" (estrébede) y que no se volcara el contenido.
Poco a poco el nombre del recipiente se le fue dando al contenido, y así en el puchero de barro se cocinaba el puchero (con caldo).
Cuando hemos ido llegando a los tiempos modernos, a esta misma comida la hemos llamado "la olla".
Lo más gracioso es que esta misma comida se llama también cocido, o sea, que no solo el continente pasó a dar nombre al contenido, sino que la acción "cocer" dio nombre a la comida "el cocido".
Y eso no es todo, nosotros hemos conocido a muchas personas que llaman a esta comida hecha fundamentalmente con verduras, carne tocino y garbanzos "la comida".
Nuestra querida Leonor Bastida, gran cocinera y fiel compañera de nuestra abuela Natalia durante toda su vida, era una mujer acostumbrada a los buenos guisos. Unos días decía "voy a preparar pollo", otros "voy a hacer un potaje", otros "voy a guisar arroz", pero una vez a la semana decía "hoy voy a hacer la comida", refiriéndose a la comida por antonomasia: el cocido o el puchero.






Nuestros dos pucheros flamantes
Muchísimas gracias por este regalo


Y es que la comida, el puchero, la olla, el cocido... era la comida con mayúsculas. Nuestra madre nos contaba que cuando ella era chica ("los años del hambre") todos los días se comía el cocido. Si era el tiempo de las habas, cocido de habas; si era el tiempo de la calabaza, cocido de calabaza; si era el tiempo de los cardillos, cocido de cardillos.
Hemos recurrido a nuestros amigos de "Ubrique en el recuerdo" para recordar -nunca mejor dicho- cuáles eran las verduras que se añadían al puchero, y lo primero que nos ha llamado la atención es que en cada casa se prepara la olla de una manera diferente. En unas con morcilla, en otras con arroz y papas, en otras con jarrete y en otras con gallina y tocino. Unos utilizan tocino y costilla añejos, otros hueso blanco, otros hueso de jamón... Mil y una variedades diferentes.
Pero nuestros amigos han recurrido a su memoria y nos han apuntado un buen montón de verduras para hacer el cocido:
Cardillos, alcachofas, alcauciles, verdolagas, berros, habas, habichuelitas, coles, tagarninas, hinojos, cardos, borrajas, calabaza, incluso con las "pencas de las acelgas", como nos ha dicho Elisa.  Es increíble cómo nuestros abuelos recurrían a la naturaleza para hacer la comida.
María Clavijo nos ha explicado además que su madre le contaba que todos los días comían la olla, unas vecs de tagarninas, otras de hinojos... pero que era una familia de carboneros y los platos tenían un cerco del contacto con el carbón.
Muchas gracias Serafín, Juan, María, Remedios, Paqui, Juan Francisco, Mari Paz, Puri, María, Elisa, Miguel, María, Antonia, Cristina... Me habéis refrescado la memoria.

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miércoles, 7 de enero de 2015

Aquellos juegos infantiles: jugar a las muñecas

 Sábanas para el carrito de muñecas, bordadas en 1960



Por Esperanza Cabello

Hoy ha sido un día muy especial para todos los niños y niñas, también para sus padres y, por supuesto, para sus abuelos. Hoy ha sido el día de los Reyes Magos, el más recordado y el más sonado de todos los días de fiesta infantiles, al menos el más recordado para la gente de nuestra generación.
En nuestra casa se celebraba con "pompa y esplendor". La noche de Reyes hacíamos unos preciosos canastos con papeles de seda de colores (en este enlace) y dejábamos todo preparado en el salón de la casa para cuando llegaran sus majestades.


 El ajuar de una muñeca

 Nosotros éramos niños privilegiados, los reyes nos traían pelotas, muñecos, trajes de romanos, de indios o de vaqueros; cunitas, libros, caramelos y, casi siempre, ropita para los muñecos.
Hablando hoy con nuestra prima Antonia Mari hemos recordado aquella ropita de muñecos. Todas las mujeres de la familia eran verdaderas artistas que dedicaban, amorosa y primorosamente, una buena parte de su tiempo en hacernos ropitas para los muñecos con todos los detalles.
Hemos estado recordando un precioso vestido rojo y blanco de gitana, lleno de volantes; todo un primor. Pero también baberos y zapatitos de croché, ternos de cama para la cunita o el carrito, camisas, jerséis, vestidos, gorros, guantes.


 Jerseis y gorros para los muñecos de goma


Pero mientras hablábamos con nuestra prima pensábamos, con tristeza, que esas prendas bordadas, cosidas, preparadas y confeccionadas con esmero han desaparecido casi en su totalidad. Los niños no éramos capaces de dejar de jugar con ellas, y los trapitos sirvieron para mil y un usos diferentes. Y lo que es peor, como eran juguetes no les hacíamos mucho caso, además si uno se rompía o se perdía, siempre nos hacían otros.
Hemos estado intentando encontrar las ropitas de los muñecos, y, afortunadamente, hemos encontrado algunas piezas, aunque echamos en falta muchas más.
Todas aquellas colchas que nuestra tía Reme nos preparó, o las sabanitas bordadas que  María Teresa nos regaló, las camisitas como las de bebé que Teresita hizo, los baberos de croché de nuestra abuela o los jerséis y gorros de lana que hizo nuestra madre.
Recordamos cuando íbamos a hablar con Teresita o con Dolores para que nos cortara un "pico" para el muñeco (el pico era un trocito de tela triangular que se ajustaba al pañal del bebé para evitar que se moviera) con cualquier retal de tela y no solo nos lo cortaban, sino que lo sobrehilaban y le hacían siempre una gracia que los hacía diferentes.



 Gorrito de lana con pompón
Hecho por abuela Esperanza


Y en cada canasto de reyes, cada año, había prendas nuevas para nuestros muñecos. 
Después, cuando tuvimos hijos, también preparábamos los canastos de reyes, y también había muñecos, y del mismo modo siempre había ropita nueva para los muñecos: conjuntos de gorro, guantes y bufandas; pantalón y jersey; pantalón y rebeca; baberos; ropa para el cochecito de capota o para la cunita... Pero cada vez menos personas saben hacer esas maravillas.
Nuestra madre ha vestido a muchísimos muñecos para sus nietas, nuestra tía Carmen también (las últimas prendas que ha hecho han sido para los muñecos de su nieta Natalia), nuestra tía Isabelita a sus noventa y cinco años sigue haciendo jerséis, gorros, patines y pantalones.


Sabanitas y patines para las muñecas



Pero cuando esa generación de abuelas ya no haga ropita de muñecos habremos perdido para siempre ese lujo y ese privilegio. Nosotros hemos sido capaces de preparar colchitas, sábanas, ropita, vestidos... Pero nunca podremos llegar a igualar, ni en sueños, la maestría y la perfección de nuestras mayores.



Pensamos en esas sabanitas que nuestra tía María Teresa nos bordó para la cunita de juguete hace más de cincuenta años, con los festones, los muñecos, los detalles, las iniciales, el perrito, la vela, el pollito, el canasto.
Es un pequeño tesoro del que pudimos disfrutar tanto tiempo tapando a nuestros muñecos y que ahora conservamos preciosamente.





Ojalá esta entrada sirva para que todos nos preocupemos un poco más por aquellos juguetes tan especiales de nuestra infancia y los recuperemos de cajas y altillos. Seguro que al recordar que fuimos niños y niñas privilegiados por haber disfrutando tanto de nuestros padres, tíos y abuelos recuperamos un poco de aquella ilusión infantil.


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sábado, 16 de agosto de 2014

Petacas de Ubrique: un golpe de suerte

Las petacas recién adquiridas
Recibiendo un buen baño de crema, regenerando la piel



Por Esperanza Cabello

De vez en cuando nuestra búsqueda incesante de retazos de Ubrique por internet nos da sorpresas inesperadas. Tenemos la costumbre de hacer habitualmente un barrido en el buscador con palabras clave que para nosotros son muy interesantes: Ubrique, Ocurris, gamones, gañotes, petacas, curtidos, petaquero y un buen montón de palabras que son muy representativas.
Pero en esta ocasión hicimos un pequeño cambio, escribimos "piel/tabaco" en el buscador, y uno de los resultados nos llevó a una página de compraventa:
"Vendo varias cajas para tabaco de piel, antiguas"
Parecía muy interesante, el vendedor nos pedía unos pocos euros y pensamos que, aunque pudiera resultar una decepción, merecería la pena arriesgarse.


Dos de las petacas, empapadas en crema "Famos"


Y nos dispusimos a esperar nuestro paquete. Finalmente, envueltas en un montón de papel de embalar y metidas en una cajita bien preparada, han llegado estas verdaderas maravillas a nuestras manos:
Tres petacas magníficas, de la primera época de las petacas repujadas, y una purera más moderna, del primer tercio del siglo XX, de la Gran Fábrica de Petacas de Lorenzo Chacón.
Nos hace mucha ilusión imaginar que quizás algunos de los que están en esta fotografía sean los que fabricaron  precisamente nuestra purera.




Purera de Lorenzo Chacón
Recién embadurnada en "Nivea"



Las piezas estaban muy usadas, aún huelen a picadura de tabaco, y la piel estaba completamente reseca y un poco resquebrajada, pero eran espectaculares, una de las petacas de gran tamaño y profusamente repujada, y la purera, mucho más fina y de piel más delicada, se nota que las separan veinte o treinta años de "diseño en piel".



Sello de la fábrica de Lorenzo Chacón, en la calle Real


Al ver el estado de la piel nos acordamos de nuestro padre cuando compraba petacas y todo tipo de piezas en todos los mercadillos del mundo: Cada vez que tenía ocasión, recorría sábados y domingos los mercadillos de Jerez, de Cádiz, de Sevilla, de la costa... y siempre venía con alguna pieza que traía como un tesoro.
Ponía un trozo de tela de algodón sobre su mesa de despacho, limpiaba primero la petaca, después le ponía un poquito de crema de manos, Nivea, Famos, Atrix... esperaba a que se secara y finalmente volvía a pasar el paño de algodón con mimo y con ritmo, hasta que la piel recuperaba su brillo y su tersura. Si las piezas estaban muy estropeadas volvía a repetir la operación, pero siempre conseguía el resultado deseado.


Petaca repujada de finales del siglo XIX



Entonces nos dispusimos a buscar crema de manos y paños de algodón. Queríamos encontrar las mismas cremas que usaba nuestro padre, y nos fuimos a la farmacia a buscarlas, allí nuestra amiga Pepi nos dijo dónde podríamos encontrar esas cremas antiguas. 
Embadurnamos las piezas, las dejamos secar, las abrillantamos, las limpiamos... y ahora estamos seguros de haber adquirido cuatro auténticos tesoros.
Las petacas tienen un repujado parecido al troquel de Doroteo Rivero (en este enlace) por lo que pensamos que deben de ser de la misma época y quizás del mismo fabricante.


Un magnífico repujado en una petaca espectacular

Desde luego el resultado no ha podido ser más positivo.
Así que, a partir de hoy, nuestra búsqueda de documentación por internet se ha ampliado, estamos seguros de que además de libros, citas, datos y manuscritos también podemos encontrar objetos muy valiosos para nuestra historia y nuestro patrimonio.


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sábado, 31 de agosto de 2013

La hojalatería de Francisco Vallejo Canto

Sello de Francisco Vallejo. Ubrique, en una cántara




Por Esperanza Cabello

La artesanía siempre ha sido considerada un arte, y en nuestro pueblo ha habido miles de buenso artesanos de todos los campos posibles. Hoy estamos rindiendo un homenaje a uno de lso hojalateros del pueblo, don Francisco Vallejo Canto, hombre culto y con grandes inquietudes intelectuales y sociales, además de un gran artesano.
Orgulloso y satisfecho del trabajo que realizaba, Francisco Vallejo sellaba todos sus trabajos, tenía varios tipos de sello, el abreviado, como el de esta cántara, uno completo, con su nombre y el nombre del taller y otro más adornado, encuadrado y con una greca (esos son los que hemos podido observar hasta el momento.



 Sello de la hojalatería en un barreño de zinc


 Aún hoy en día, setenta y siete años después de que  Francisco fuera asesinado y su hojalatería desmontada,podemos encontrar por todo Ubrique piezas de todo tipo, desde grandes depósitos de aceite o de petróleo hasta pequeños jarrillos de lata, pasando por aceiteras, alcuzas, anafes, bañeras, candiles, cántaras, cubos, embudos de líquido, faroles, floreros, foniles, juegos de medidas, lecheras, palanganas, palas, regaderas, tapaderas, vinagreras...



 Tapadera con asa
Gentileza de Luis y Memi

 Aquí les traemos una pequeña muestra de objetos, todos ellos fabricados en la hojalatería de Francisco Vallejo, que estaba en el 37 de la calle Real, calle que entonces se llamaba Profesora Ángeles Bohórquez.



 Tapadera de zinc y jarrillos de lata
Gentileza de Luis y Memi


 Francisco Vallejo perteneció a una familia de hojalateros al casarse con la hija del hojalatero Juan Gómez, María Gómez Gallardo. No tuvieron hijos, pero sus cuñados Juan y  Francisco continuaron con la profesión. Aún recordamos cuando íbamos a la calle Prim a algún encargo o para recoger alguna compostura.

 Sello de cobre en la tapadera
Gentileza de Luis y Memi


La siguiente pieza es excepcional, propiedad de Juan Pedro Viruez, se trata de un depósito de aceite que  aún se conserva, a pesar del uso constante que tuvieron estos objetos en su momento.
En la casa de nuestros abuelos, arriba en la bodega, había dos gigantescos depósitos, uno para el "petróleo" y el otro para el aceite. Se compraba en invierno el aceite necesario para todo el año y se iba sacando a medida que se necesitaba con ese grifito que tenían en la parte inferior.



Depósito de aceite de la hojalatería
Gentileza de Juan Pedro Viruez



Sello del depósito de aceite
Gentileza de Juan Pedro Viruez

 Y ahora es el turno de un depósito de agua que se podía calentar. Tiene un ingenioso dispositivo con tapadera en el que se  puede meter el carbón, mientras que el agua está en el depósito. También fabricado en la hojañatería de Francisco Vallejo.



 Caldera para calentar un depósito de agua


 Barreños y cántaras eran, sin duda, los objetos más utilizados, nosotros tenemos una pequeña cantarita, que seguramente sirvió para la leche, que se conserva increíblemente bien, a pesar del baño de pintura que le hemos dado para decorar.

Cántara pequeña
Con el sello abreviado de la hojalatería


Estamos convencidos de que en muchas de las casas de Ubrique hay piezas fabricadas en la hojalatería de Francisco Vallejo, y los invitamos a que las fotografíen y nos envíen esas fotos para que podamso adjuntarlas a  esta galería de oras de arte en hojalata, realizadas con destreza, con sabiduría y con mucha dedicación, que fueron indispensables para nuestros padres y abuelos.


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jueves, 10 de enero de 2013

Botines y zapatos de Ubrique

Botines de Ubrique
Fabricados a mano en la primera mitad del siglo XX


Por Esperanza Cabello

Hace unos días contábamos que habíamos encontrado un auténtico y genuino sombrero de Ubrique, fabricado en la fula de la calle Prim por la familia Arenas Rubiales.
Pues hoy traemos otro pequeño tesoro para nuestra historia y nuestro patrimonio: dos pares de botines de señora, uno abotonado y el otro con cordones.




Botines de señora con cordones
Aún no han sido estrenados


En Ubrique la industria marroquinera tuvo un claro precedente: la fabricación de zapatos. La piel curtida era idónea para las suelas y las más delicadas para el cuerpo del zapato.
La primera botinería que hubo en nuestro pueblo fue la de don Serafín Vecina Poley, en el número 47 de la calle Real de Ubrique, y eran reconocidos sus productos por su calidad y diseño.


 Detalle de la abotonadura de los botines
Fotografía: Luis Eduardo Rubio

 Nuestros botines no son seguramente del siglo XIX, pero si de principios del XX, en Ubrique hubo muy buenos zapateros. Hemos podido leer en un escrito de Robustiano del Canto Moreno, publicado en el libreto de la feria de 1975, los principios de la historia de los botineros en nuestro pueblo:

Ana Poley Ortiz murió en Ubrique el 8 de diciembre de 1847, según leemos en el siguiente enlace. 
Por el año de 1795, llegan a Ubrique don Ángel Becina de Malta y doña Ana Poley Ortiz, matrimonio, los cuales traen con ellos a su hijo, llamado Serafín. Figuran, excepto el padre, como vecinos de Ronda. 
Este Sera­fín contrae matrimonio con Beatriz Rodrí­guez el día 8 de marzo de 1833. Del matrimo­nio nacen Cecilia -casada con Miguel T. Bohórquez, ganadero-, Elisa, Ana, Ánge­les, Aurelia y Ricardo, casadas con un mé­dico -Bohórquez- un sombrerero. -Nieto-un administrador de fincas -Janeiro- y un fabricante de curtidos -Corrales-. Ricardo, muere soltero.
Otro hermano de Serafín, Buenaventura, se casa tres años más tarde que su hermano el 18 de diciembre, con Ana de Jesús Rodríguez. Es muy posible que las esposas de ambos estuvieran emparentadas. Este matrimonio tuvo dos hijas: Ana y Rosa, que contrajeron matrimonio con un sastre apellidado Paradas y un agricultor llamado Oliva.
No continúa Buenaventura el oficio familiar. Escoge una profesión radicalmente diferente: se hace confitero.
 Sobre el año 1796, llega un primo de don Ángel -José Becina Burgos, rondeño y sombrerero-. ¿Fue éste el maestro de los célebres sombrereros de Ubrique? Es muy posible.
Para distinguirlos de otros Becinas de di­versas profesiones, a la familia de don Ángel se le llama «Los Botineros».


 Botines de Señora
Dos modelos diferentes

 La siguiente coplilla serrana también fue recogida por Robustiano y publicada en el mismo libro de feria de 1975:

"De Ubrique son mis botines
Son de la piel lo mejor
Becina me los hizo
Para que los use yo
De Ubrique la piel y el contrabando
Y de las buenas petacas de cuarterón 
De Becina y Aragón, el galardón.
Ubrique, pueblo mío
Yo a mi serrana dejé
Huyendo del contrabando
Mis petacas olvidé.
La manta de Grazalema
Llevaban los bandoleros
Y de Ubrique, sin dilema,
Los botines y el sombrero."






Sombreros y botines de Ubrique
Complementos de lujo por fabricantes de lujo


Nuestros sombreros y nuestros botines son una buena muestra de la artesanía ubriqueña. En Ubrique hubo magníficos zapateros en todas las generaciones: el maestro Pepe (nuestro tío José Piñero de la Rosa), Candelaria la zapatera, Juan María Mateos, José Esquivel, Carretero, Rivera... y todos ellos contribuyeron a agrandar el prestigio de Ubrique.



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