El ajuar en los cajones de una antigua cómoda
Por Esperanza Cabello
La vida va evolucionando y las costumbres, por supuesto, también. Poco a poco vamos teniendo una visión de lo cotidiano que difiere, cada vez más, de los muy jóvenes, y eso hace que nos empeñemos en dar a conocer un poco mejor antiguas costumbres y tradiciones que se han perdido o se están perdiendo.
No es que quisiéramos que volvieran, pero sí que no nos gusta que caigan en el más absoluto de los olvidos.
Pertenecemos a una generación que hizo de llave entre los tiempos antiguos, aquellos de la dictadura, y los modernos, estos de la democracia. Las costumbres de las casas han cambiado, aunque a veces no nos damos cuenta de que hay cosas que se perdieron.
Hace poco, durante una clase a chavales de diecisiete años, vimos un "coffre de mariée" (el baúl del ajuar) en uno de los castillos del Loira, y fue la primera vez que nos dimos cuenta de que la costumbre del ajuar, tal y como se conocía hace cincuenta años, se ha perdido para siempre.
Los chavales y chavalas no sabían que antes había que confeccionar a mano todo el ajuar. Explicamos que en tiempos de nuestra madre las mujeres preparaban, desde su más tierna infancia, su propio ajuar, desde su ropa hasta toda la ropa de casa: manteles, sábanas, paños de cocina, toallas, delantales y cualquier tipo de prenda. Todas estas prendas se guardaban en un baúl, o, en su defecto, en cajas debajo de la cama. Cuando las muchachitas se iban haciendo mayores toda la familia ponía su empeño en que fuera "preparando el baúl".
Nuestra generación aún conoció "el baúl" y también tuvimos ocasión de comenzar a hacer nuestros propios manteles. De hecho, comenzamos con la costura desde los primeros años. Al revisar nuestro "ajuar" hemos encontrado algunos mantelitos que hicimos con la señorita Mari Gloria Janeiro, la recordamos con mucho cariño, intentando enderezar aquellas torpes puntadas infantiles con sus diestras manos. Hicimos varios mantelitos en "El Asilo", pero también durante las largas tardes de verano. En aquellas ocasiones eran nuestra tía Reme o Teresita las que enderezaban con gran destreza todos nuestros puntos fallidos.
Lo más alucinante es que al aprobar las oposiciones al cuerpo de Enseñanzas Medias, en 1982, nos vimos obligados a entregar el certificado de haber realizado el "Servicio Social" de la Sección Femenina (que aún existía), y para poder expedirlo María Sánchez (que era la encargada) nos pidió que hiciéramos una mantelería y la entregásemos en El Asilo.
En aquella ocasión todas las manos de la familia ayudaron a hacer aquel trabajo.
Pero sigamos con el ajuar. Nuestra madre había confeccionado ella misma decenas de prendas con delicadas vainicas y las iniciales CI bordadas; nuestra bisabuela, por ejemplo, también había bordado hasta sus toallas (aunque ella les bordaba sus propias iniciales, porque decía que el ajuar era suyo); y nuestras abuelas habían cosido sábanas, paños, cortinas, toallas y todo tipo de mantelitos.
Como explicábamos antes, nuestra generación ya apenas conoció el baúl; había buenas tiendas en Ubrique y se compraban las sábanas de tergal, los camisones, las mantelerías ya bordadas y todo tipo de prendas necesarias para la casa.
Sin embargo atesoramos un precioso ajuar, muy poco estereotipado, eso sí, que nos permite recordar a todas y cada una de las mujeres de nuestra familia.
Bordados de María Teresa y de Tere; mantelitos de Teresita, de tita Reme y de Tita Carmen; mantelerías de nuestra madre; trapitos de abuela Natalia; manoplas y toallas de bisabuela Antonia; fundas de almohada de bisabuela Pepa; guarda-pañuelos de Antoñita; paños de croché de Dolores o de abuela Lola; marcadores de María, de María Teresa, de Antonia Mari, de Tere, de Esperanza, de Rosario, de Luisa; bolsas de peines de las Piñeritas.
Son todas obras de arte con puntadas milimétricas, con diminutos bordados, con puntillas de croché casi invisibles. Obras de arte que significan cientos de horas de costura, sentaditas en sus sillas bajas, afanándose por calibrar las puntadas, haciendo coincidir las esquinas, inventando puntos nuevos...
Así que el ajuar, ese montón de primores que las mujeres iban confeccionando desde su más tierna infancia preparándose para el "único" fin que la sociedad tenía pensado para ellas se ha convertido, a fuerza de insistencia y dedicación, en un verdadero muestrario de obras de arte.
La costura doméstica era una actividad exclusivamente femenina, y, a pesar de nuestras reivindicaciones y de denunciar que no se daba a las mujeres ninguna otra posibilidad de expresarse que cosiendo, hoy nos sentimos muy orgullosos de conservar y poder disfrutar de una parte del trabajo de las mujeres de nuestra familia, del "ajuar familiar" que, después de cinco generaciones, seguimos guardando en el cajón de la cómoda de las Piñeritas.
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