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miércoles, 1 de junio de 2022

Prudencio Cabezas Calvo: Un hombre con lejanos horizontes

 




Por Mª Matilde Ariza Montes

 

Prudencio Cabezas Calvo: Un hombre con lejanos horizontes

 

 

Sí, el viernes se tiñó de luz para acompañar al fin de semana y descubrir la belleza de la sierra de Ubrique. Acompañada por mis amigos, Mª José y Manolo, me trasladé a esta tierra gaditana, donde visité a Prudencio Cabezas Calvo, padre, abuelo, bisabuelo y, sobre todo, hombre de negocios, emprendedor y amante de su tierra.

Merece ser no solo el protagonista de estas líneas sino el héroe de la historia más reciente de Ubrique, “el Quijote ubriqueño”, “el Onassis de la piel” o “el Elon Musk de Mulera”. Persona hecha a sí misma, con inquietudes desbordantes y con resultados impresionantes, ha sabido aprovechar cada situación en la vida como una oportunidad. Su capacidad de gestión le ha llevado a conseguir excelentes resultados en el ámbito personal y profesional. Prueba de ello, se puede encontrar tanto en sus siete hijos como en su patrimonio, conseguido desde el primer peldaño de la propiedad que hoy día atesora. Este ubriqueño nonagenario con plenas facultades físicas, psíquicas e intelectuales sigue sorprendiendo diariamente a todos los que rodea, su estilo tiene la impronta de la persona que va cosechando éxitos, tantos como se propone. Su carácter, su personalidad y su temperamento, todos inquebrantables, le sirven a diario para afrontar cada jornada con la soltura de quien tiene la mitad de sus años.

Se trata de Prudencio Cabezas Calvo, una persona singular, irrepetible e íntegra. Me lo ha demostrado en cada instante compartido este fin de semana del 18 de septiembre de 2021, al igual que siempre lo manifiesta desde hace 30 años, cuando lo conocí gracias a su hija Mª José.

Recorriendo el sendero de la calzada romana que une Benaocaz con Ubrique, como parte del gran recorrido europeo Tarifa-Atenas, me informa Mª José que está cercana la ciudad romana de Ocuri. Nos acompaña una bajada abrupta, escarpada y pedregosa que nos traslada a la época romana en las faldas de la sierra del Endrinal. Solo nos falta llevar las vestimentas romanas para integrarnos totalmente en la que fue una de las vertebraciones del imperio romano. Por suerte, hoy andamos con un calzado apropiado, zapatillas deportivas y de trekking, que nos permiten descender esta sierra para llegar a Ubrique sin excesivo esfuerzo y, en una hora caminando, Ubrique, Cuna de la Piel, se abre blanco, luminoso y serrano, para anunciarnos que nace un nuevo día, donde toda la pasión de la vida se puede apreciar observando a nuestro protagonista.

Prudencio tiene iniciativas, tiene disposición, tiene ilusión. Cualquiera que lo conoce, lo debe saber. Ha generado un gran patrimonio humano, siete hijos, todos frutos del amor de su vida, Julia. Paco, Pruden, José Manuel, Julio, Mª José, Sergio y Ana son los primeros de la zaga, esos que nacieron cuando Prudencio era joven y estaba en plena potencia, trabajando a destajo y sacando una familia adelante de nueve miembros. No era fácil, no era nada fácil, no era para nada fácil. La época tampoco acompañaba y las carencias se vislumbraban en aquella sociedad de los cincuenta, sesenta y setenta, aunque Prudencio se resistió al conformismo de otros y su gran espíritu emprendedor, junto a su ilusión y el apoyo de Julia, le permitió avanzar, evolucionar y transformar su vida, aquella que el destino posiblemente no le tenía preparada. Él fue contra corriente y en contra de lo previsto, por las circunstancias que lo rodeaban. Se desarrolló, creció y progresó. Como si de un pájaro se tratara, ansiaba libertad para descubrir nuevos horizontes, voló hacia nuevos retos, descubrió nuevas posibilidades, consiguió nuevas formas de ser feliz y de que sus hijos también lo fueran.

Como dijo Confucio en el siglo VI antes de Cristo, la mejor sociedad es la que tiene como lema el Respeto. Así él también la concibe, las pruebas como si de la ciencia se tratara están más que palpables. Todos sus hijos se han sentido libres siempre, nunca les ha negado nada, sus inquietudes siempre han sido valoradas y cada uno de ellos ha volado en la medida de sus desafíos, sus anhelos y sus virtudes. Fue la responsabilidad que les inculcó la que los hizo libres, libres de elegir sus estudios, libres de elegir sus destinos, libres de elegir sus futuros. Descubrir por sí mismos desde la más tierna infancia era el mejor acicate que unos padres pueden dar a sus hijos y así lo hicieron Prudencio y Julia.

A la vuelta de los años, todos han crecido a nivel familiar, profesional y social, todos con un status moral impecable, aprendido de la influencia, la vivencia y el ambiente familiar Cabezas-Cabello, que los rodeó siempre y que también están transmitiendo a sus descendientes. Y todo fruto de la raíz de esta familia, aquella que se formó con Julia y Prudencio hace ya casi siete décadas.

Reflexionando sobre todos estos años ya pasados y regresando al presente más actual, pienso en este fin de semana en Ubrique, descubriendo el día a día de Prudencio, nonagenario de 97 años al que visité junto a su hija Mª José y su yerno Manolo.

Como cualquier sábado, Prudencio se levantó con la ilusión de que uno de sus siete hijos lo acompañara el fin de semana, para compartir unas horas rodeado de los que más quiere, pues durante la semana cada uno tiene sus obligaciones, sus responsabilidades y su vida fuera de los espacios ubriqueños donde él se mueve cada día.

Esta vez, algo distinto ocurriría porque yo, amiga de Mª José desde hace treinta años, iba a invadir su terreno, si por invadir se entiende compartir su vida diaria, sus quehaceres diarios y sus horizontes de primera mano.

Al llegar a casa de Prudencio por la mañana, encontramos que ya había desayunado y estaba lleno de vitalidad. Lo acompañaba Aisha, la chica marroquí que atiende las labores de su hogar y cuyo marido Abderramán acompaña cada día a Prudencio a su finca Mulera, aquella que le da la vida a diario y donde se siente libre como el viento.

Lo saludé de inmediato y en el reflejo de su cara se percibía que seguía intacto, como hace tres décadas cuando fui a Mulera, su finca, por primera vez y lo observé in situ inmerso en la gestión de la celebración de una montería. Era mi primer contacto con él y justo allí ya me sorprendió, lo admiré por cómo estaba organizando aquel día donde los cazadores seguían al pie de la letra sus instrucciones. De la misma forma, admiré a Julia, que organizaba toda la comida para aquel grupo tan grande de personas. Venían de lugares muy variopintos y todo ello para llevarse el trofeo más preciado. Una cabeza de ciervo, corzo o jabalí bien podrían ser ejemplos de lo que allí se barajaba aquel día.

Hoy noté, la misma expresión en sus ojos de bienvenida y en su mirada, firmeza, seguridad y fortaleza. No importa que hayan pasado los años, Prudencio sigue con el cuerpo y la mente en plenas facultades, impresiona en cada instante porque reacciona de forma impecable a cualquier situación, discusión y eventualidad.

Con la misma autonomía de siempre, se sentó en su despacho para gestionar algunos asuntos desde su teléfono móvil y aunque yo no estaba poniendo atención en su conversación, me sorprendió muy mucho algo que escuché mientras conversaba con Mª José. Le estaba dictando a su interlocutor su dirección electrónica, prudenciocabezascalvo@gmail.com. Se ve que al otro lado del teléfono no lo escuchaba muy bien su dialogador y él, con toda su energía, repitió de nuevo su dirección electrónica. ¡¡¡Qué impresionante!!! le dije a Mª José, tu padre controla las nuevas tecnologías para comunicarse con los demás desde casa como hace cualquier ciudadano del siglo XXI, que está criado en la sociedad de la información y comunicación. Allí estuvo durante un rato, con su flexo encendido y con su mesa repleta de papeles variopintos de gestión y administración, hasta que acabó con todo lo que en temas burocráticos demandaba ese día.

A continuación, nos fuimos a Mulera, no sin antes echar gasolina que Prudencio pagó con su tarjeta de crédito como cualquier usuario joven haciendo una gestión con su entidad bancaria. No le noto ni un ápice de pereza al bajarse del coche para ir a la oficina de la gasolinera y gestionar, en este caso, su compra sin utilizar el pago en efectivo. De vuelta, se limita a decir “pues vamos a Mulera” y yo me maravillo una vez más de la habilidad de gestión de Prudencio.

Mª José conducía un Suzuki blanco con matrícula 0880 GWW, el coche que lo traslada cada día al campo y que le permite transitar por los carriles que discursen por esta zona protegida, por ser Parque Natural de Grazalema en las inmediaciones de la sierra de Ubrique. Un tesoro repleto de biodiversidad, donde Prudencio lo gestiona, lo cuida y lo mima. Todo allí tiene una historia. La más reciente, quizás, el Jardín Botánico de Plantas Aromáticas, un nuevo proyecto puesto en marcha por Prudencio hace un par de años. Romero, tomillo, menta, albahaca, perejil, entre otras, crecen libres en Mulera con la mirada atenta de Prudencio, que inspecciona cada día su desarrollo. Yo lo denominaría Prudencio’s Garden, un nombre que sonara en inglés y entendible para todos, por ser la lengua internacional del siglo XXI.

Observo a Prudencio, y me maravillan sus desplazamientos a pie. No lleva bastón, no se apoya en nosotros, no cojea. Cada uno de sus pasos es firme, está concebido con precisión, sin prisa y con estabilidad. Sube y baja escaleras sin ayuda de los más jóvenes, con la fortaleza, con la seguridad y con la decisión de cualquier persona joven. Por eso, es capaz de agacharse y, de hecho, se agacha para recoger del suelo una cuerda que se encuentra en su camino andando por Mulera. La lleva durante un rato en la mano izquierda que toca su espalda, mientras con la derecha habla con el lenguaje gesticular, que observo a unos metros, donde está informando a Mª José, con dos de sus dedos, sobre algún dato que requiere el número dos. Atenta, su hija lo escucha y toma nota de las instrucciones que su padre le da para los próximos minutos del día. Pasa el tiempo y la cuerda que cogió Prudencio en el camino descubre su nuevo sitio, la bolsa de la basura, lugar que no empaña ese paraíso ambiental pulcro que él concibe, sin invasiones de materiales que amenacen este entorno natural. Ese que él está cuidando desde que nació y que cuida con más esmero, si eso fuera posible, porque no solo lo ha sentido siempre, sino que también lo dirige desde que lo adquirió en 1986 cuando se jubiló y lo compró. Y andando y andando, y conversando y conversando, y compartiendo y compartiendo, me comenta que lo compró, y utilizando sus propias palabras me dijo “no para que me diera rentabilidad sino que era mi horizonte y el horizonte de mis padres”. Un terreno en el que la naturaleza es la protagonista absoluta y en el que Prudencio podía, puede y podrá cultivar cada día todo tipo de esperanzas y cristalizarlas con el mantenimiento, la mejora y el cuidado de este afortunado medio ambiente.

No fue la única vez que vea a Prudencio agacharse a recoger algo del suelo, durante el fin de semana. Inspecciona cada uno de sus pasos, sus movimientos y su entorno. La observación es una de sus inspiraciones, contemplar lo ha puesto en el sitio que merece y explorar lo ha llevado siempre a los lugares más recónditos, que él mismo ha seleccionado. Cualquier detalle lo capta como nadie, dentro y fuera o paseando por Mulera. Por ello, también recoge una vaina de algarroba, que utilizará más adelante como simiente, o una piedra, que quita del camino para que nadie tropiece. Estas son algunas de las actuaciones que hace en silencio, de forma sutil, sin protagonismos, pero dejando su excelente huella allá por donde pisa y yo, que lo voy contemplando, que lo voy siguiendo y que lo voy observando, voy aprendiendo con su ser, con su saber ser, con su estar, con su saber estar y con su realizar.

Escribiendo estas líneas, a mi recuerdo vienen unas palabras de Prudencio, que me enseñó en Torre del Mar, hace unos años, cuando él vivía con Mª José, “no olvides que una sociedad avanza si se crean escuelas y se plantan árboles”. Yo tomé nota y siempre que uso esta frase lo nombro como el erudito que es. Prudencio no solo habla con iniciativas fundamentadas, sino que también pone en práctica y hace realidad cada una de sus afirmaciones.

A lo largo de su vida, estoy segura que ha plantado miles de especies vegetales, árboles, arbustos y plantas de diferentes índoles, que hoy decoran la flora de muchos lugares que Prudencio ha ido seleccionando. De la misma forma, ha participado en la creación de escuelas. De hecho, el instituto de Ubrique se fundó en 1964, gracias a un grupo de personas, ubriqueños comprometidos, que apostaron por la educación, y allí nuevamente se puede advertir su huella, su apoyo y su ayuda a su entorno más cercano, a su pueblo natal y a su sociedad más inmediata.

Como seña de identidad, Prudencio siempre lleva sombrero o gorra. Con los años, también usa gafas y audífonos, que le permiten ver las imágenes con absoluta nitidez y escuchar los sonidos con total garantía y, en los últimos meses, ha añadido la mascarilla como cualquier otro ciudadano de a pie. Me maravilla que nada de estos anexos sean una dificultad para él, como verían otros de su generación, sino una oportunidad para estar plenamente informado a través de sus sentidos.

Prudencio me requiere para que busque una bandeja ovalada con agua, que debe encontrarse en una de las naves de Mulera y yo me pregunto mentalmente que para qué la querrá, a lo que él me responde, como si hubiera leído mi pensamiento, que es porque echó en días pasados unas semillas de algarrobo y, si ya se han hidratado suficientemente, es conveniente plantarlas para generar nueva naturaleza, que dará fruto y consecuentemente harina de algarroba.

Seleccionamos 23 semillas que, acto seguido, plantamos en Mulera. De nuevo, él me enseña de forma sistemática cómo debo hacerlo para que los 23 plantones estén listos, en un periodo no muy largo, para trasplantarlos en el suelo seleccionado para ello. En ese instante, pienso en su mente científica, magnífica, por cierto, que pone en práctica el método científico en cualquier actuación que lleva a cabo en su día a día. Primero, me comenta, debes seleccionar 23 bolsas de plástico que previamente se han llenado de tierra, luego debes echar una semilla en cada una y, por último, debes rellenar con más tierra cada una de las bolsas para cubrir las semillas. Siempre en ese orden, me dice, porque si echas la semilla y luego la cubres con más tierra, puedes equivocarte y dejar alguna bolsa sin semilla o bien echar dos semillas en una bolsa. Yo flipé, porque con su edad, me encontré con una persona más que exhaustiva, cosa imprescindible en la mente de un magnífico científico, como siempre intento inculcar a mi alumnado.

Volviendo de Mulera, nos paramos en una finca cercana a Ubrique, pues Prudencio debe gestionar asuntos relacionados con nuevas reformas en Mulera. La verja de la entrada a la finca está cerrada y Mª José toca el claxon, pero nadie contesta. Reanudamos la marcha y Mª José, que conduce, nos traslada a Ubrique donde yo me apeo en el Museo de la Piel. Coincido en el museo con Encarna, la amiga de la infancia de Mª José. Nos ilusiona un montón reencontrarnos y seguimos la explicación de Maribel, amiga de Prudencio. De nuevo, noto como Prudencio es también protagonista en las paredes que me envuelven. Todo allí es arte, es historia, es piel, es, sin duda, Prudencio. Sé que todos los utensilios, materiales y máquinas que allí se exponen, Prudencio las conoce desde antaño, porque seguro que él tiene una historia para cada pieza de este museo. Sus vivencias podrían convertirse en prosas enriquecedoras para los muchos ignorantes que visitamos esta tierra de la cultura de la piel, donde Prudencio lleva décadas dejando huella.

De nuevo en casa, encuentro a Prudencio sentado con la mente ocupada en su nuevo proyecto en Mulera, la construcción de nuevas viviendas, su gestión, sus posibilidades y como siempre, un denominador común, el desarrollo sostenible. Como empresario desde antaño, siempre le corre por las venas nuevos proyectos y lo más importante, siempre hace realidad lo que le ronda por la cabeza, y es la creación de empleo, el cuidado del medio ambiente y su aportación al desarrollo de la economía de su tierra, de su pueblo, de Mulera que tan bien conjuga con la preservación del medio ambiente. Y es que Prudencio pone en práctica el lema ecologista “Piensa global, actúa local” como el primero. No hay duda de que los medios de comunicación hubieran aprendido la frase solo contemplando a Prudencio, porque este no es solo su lema sino también su vida.

Llega la tarde y Prudencio tiene energía para salir de nuevo. Paseamos por las calles ubriqueñas, donde el algarabío de la gente empieza a notarse, después de que las restricciones de la pandemia estén disminuyendo. Prudencio nos sigue deleitando con su elocuencia. Tiene respuestas a todas mis preguntas, argumentadas con la sabiduría del erudito que es.

Nos cuenta que desde hace años cuenta del uno al cien y del cien al uno, siempre que se va a dormir. Lo hace a diario hasta que se duerme, pues considera que es una buena costumbre para mantener la mente en forma, ya que su cuerpo lo ejercita diariamente yendo a Mulera.

Descubro que realizó sus primeros estudios en Ronda y que fue capaz de enfrentarse a su maestro por una causa injusta. Imagino lo difícil y complicado que podía ser la consecuencia, de ahí de nuevo mi admiración por su coraje en los años en que un niño no tenía ni voz, ni voto y, en soledad, estaba sometido a diversas dictaduras cada día, incluida la del maestro de turno. Unos tiempos que él supo administrar más que bien cuando el resto de la población solo asumía las reglas impuestas, sin plantearse cambiarlas para mejorar una sociedad joven, pero pobre y analfabeta. Estoy segura de que Prudencio nunca se planteó ser líder, héroe o dirigente, sin embargo, en su ADN seguro tenía los ingredientes para ejercerlo, sin necesidad de ser visible. En la sociedad de posguerra tan mísere, que le tocó vivir, solo podía vislumbrar la luz del Sol, ya que otras luces no fueron posibles hasta unas décadas después, en que la democracia llegó, aunque Prudencio barajaba sus posibilidades para que la luz en su mundo siempre brillara.

Cae el día y Prudencio cena y se va a dormir. Nos dice que vayamos tranquilas a cenar, cosa que hacemos en la Plaza del Jardín, lugar que Mª José quiere compartir conmigo por ser un lugar emblemático de su adolescencia. Allí nos encontramos con el espectáculo titulado “Flamenco viene del Sur 2021”, con la actuación del bailaor flamenco Eduardo Guerrero, con motivo de la feria de Ubrique. No lo vemos entero, aunque el bailaor es tremendo, porque preferimos volvernos pronto para estar en casa y también descansar.

De nuevo del día se alza por la sierra y Prudencio se levanta. Ha dormido bien, desayuna, se encuentra de nuevo en forma y con ganas de cumplir su rutina: visitar Mulera. Tendrá que esperarnos un poco a que desayunemos los más jóvenes, pues Sergio y María nos visitan para compartir, como si de un día del Camino de Santiago fuera, un nuevo desayuno antes de iniciar una de las etapas del Camino Primitivo del pasado verano que hicimos entre Oviedo y Santiago de Compostela.

Llegamos a Mulera y Prudencio de nuevo tiene claro todo lo que hay que gestionar este día. Hoy toca llevarle alguna comida a los animales salvajes, seguro la esperan como agua de mayo los jabalíes, corzos o ciervos. Prudencio les ha habilitado comederos a lo largo de toda su finca. No solo descubro la flora de Mulera, sino también la gestión del mantenimiento de la fauna. Mª José, conductora nata, nos adentra por los caminos de Mulera donde Prudencio salta de su asiento debido a los baches, pues no se pone el cinturón de seguridad y yo que me sobresalto, me dice que “tranquila que yo hago estos caminos cada día” y que no me preocupe por él.

Visitamos la laguna, hoy seca por la falta de lluvias, que es un espacio donde Prudencio, de nuevo, nos enriquece con su sabiduría. Visitamos el pilar cercano a la laguna y nos enseña que sirve de bebedero a las aves, prueba de ello son las huellas que éstas dejan a su paso. Recorremos los puntos clave para llevarle de comer a la fauna salvaje y visualizamos paisajes tan impresionantes como la laguna de Ubrique, los altos de Mulera, el bosque mediterráneo en su esplendor, los matorrales, los encinares, los lentiscos, los majuelos, las jaras y un sinfín de naturaleza, que danza a nuestro alrededor, como si de un baile se tratara, donde los bailarines se entrelazan agotando todas las posibilidades de expresión, comunicación y entendimiento.

En el paseo, descubro las casas que Prudencio ha construido y en una de ellas, nos paramos. Prudencio se sienta en una silla y toma un zumo, lo ha traído de casa, es necesario a media mañana y después de tanta intensidad vivida. Charlamos pausadamente, nos sigue contando grandes, interesantes y conmovedoras historias, que solo pueden emanar con esa nitidez que la mente de Prudencio narra el pasado. Yo le sugiero que sus vivencias se escriban, a lo que él me responde que “para qué, si a nadie le interesa”, a lo que le contesto que sí, que a mucha gente le interesa su saber, empezando por mí, pues tenemos mucho que aprender de él.

Reanudamos la marcha y visitamos las trampas que hay puestas en Mulera para los jabalíes, pues es una especie que está proliferando mucho en Mulera y, por tanto, invade a otras especies. De ahí que Prudencio nos cuenta que con las trampas se ayuda al equilibrio de la fauna. Nos explica el mecanismo de las mismas y nos comenta que Sergio y Julio, en días pasados, habían capturado unos cuantos jabalíes con este método.

Cuando llegamos al punto inicial de la visita a Mulera, ya es mediodía y dejamos la finca para volver a casa, comer y emprender nuestra marcha de vuelta. Aunque antes, volvemos a visitar la finca cercana donde esta vez sí está el dueño y Prudencio da las explicaciones pertinentes al señor que nos atiende, como el empresario que es, y quedan para la realización de las tareas unos días después.

De nuevo, la rutina que tanto gusta a Prudencio, vuelta a casa y toca comer. Tiene apetito, la vida en el campo hace su efecto en él, y en todos nosotros, sin lugar a dudas. Se siente realizado por su gestión en Mulera y de nuevo la tarde le sirve para seguir alimentando el día, ese que regala una vida saludable por la que apostó desde siempre Prudencio.

Respecto a nosotros, Mª José, Manolo y yo, nos quedan unos kilómetros de carretera hasta Antequera y Torre del Mar, de ahí que partamos temprano hacia nuestro destino. Prudencio conversa con nosotros sobre las decisiones que tomará la próxima semana, pues multitud de ideas le rondan por la cabeza. Eso sí, él siempre es fiel a su mensaje y uno de los que he aprendido el fin de semana es que “Se hace una cosa después de otra, pues dos cosas a la vez no se hacen bien”. Me vuelvo a Antequera repleta de mensajes prudenciales de los que me he alimentado para siempre.

Ahí, se queda Prudencio, en su casa del Paseo de la Esperanza, 15 de Ubrique, envuelto en sus proyectos, ilusiones y pensamientos. No demuestra del todo sus sentimientos, nunca lo ha hecho, sin embargo, noto en su mirada, incluso en su sonrisa que este fin de semana lo ha pasado bien, muy bien, infinitamente bien, porque lo que más vida le da es ver como cada fin de semana llega, y uno de sus hijos abre la puerta y le dice ¿Qué tal papá?

 

Antequera, 10 de noviembre de 2021.

 

Bicentenario del Nacimiento de Dostoievski. 

41 Cumpleaños de Abel.

 

Con mucho corazón:

Fdo: Mª Matilde Ariza Montes, Premio Nacional de Física 2021

 

viernes, 10 de mayo de 2019

Antonio Rodríguez Agüera, un hito en la pintura ubriqueña

Antonio Rodríguez Agüera en su estudio
Fotografía gentileza de David Bulpe


Por Esperanza Cabello


Antonio Rodríguez Agüera, conocido cariñosamente en el pueblo como "Agüera", es uno de los decanos entre los artistas de Ubrique; siempre es una verdadera suerte poder hablar con él, hombre sencillo y humilde, apasionado de la pintura y con un enorme carácter. Te emboba mientras cuenta cómo ha pintado un cuadro o cómo conseguía fundir el zinc.
Ha comenzado una nueva exposición en el Convento de Capuchinos, "Conversaciones", inaugurada por la alcaldesa de Ubrique, Isabel Gómez García, la pasada semana y que estará abierta al público hasta el treinta de junio.


Cartel de la nueva exposición de Agüera en el Claustro del Convento


Una exposición que no puede dejar indiferente a nadie, y a la que hemos tenido la ocasión de asistir con el también artista ubriqueño Zarva Barroso, admirador de Agüera, con el que comparte la pasión por el dibujo y la pintura.
Hace poco más de un año, mientras preparábamos con David Bulpe el nombramiento de don Manuel Pérez Trastoy como Hijo Adoptivo  de Ubrique, tuvimos la gran fortuna de ir a su estudio en la calle Higueral para recabar su ayuda.
Aquella visita nos impresionó, no solo porque es un lugar increíble, una casa diminuta que fue el primer hogar de la familia de Antonio, que sus padres alquilaban entonces a Cristóbal "el de la Cal", sino porque Antonio, con esa personalidad fuerte y ese carácter afable, es un conversador cercano y divertido, tan ubriqueño en sus raíces que tienes la impresión de estar conversando y aprendiendo a la vez no solo historias de nuestro pueblo, sino también palabras y giros que incluso nosotros mismos desconocíamos. En aquella ocasión David, que es capaz de captar con su cámara el alma de las personas, hizo un magnífico trabajo.


Impresionante fotografía de David Bulpe del impresionante estudio de Agüera


El artista es, en cierto modo, como su estudio, un tesoro respetuoso y bien ordenado en el que se acumulan cuidadosamente miles de obras en distintas capas, retratando épocas, momentos y recuerdos de toda una vida.
Y es que Antonio Rodríguez Agüera, aunque parece un chaval, es un hombre que en su próximo cumpleaños tendrá ochenta años.
¡Ochenta! ¡Quién lo diría viéndolo con esa vitalidad,con esa pasión, con esas ansias de trabajar y de comenzar un nuevo proyecto!

Su padre era el ubriqueño Antonio Rodríguez Gómez, petaquero ahormador, él lo recuerda llevándose la tarea a casa y viéndolo pasar una y otra vez la patacabra sobre la pieza para que fuera tomando forma. Se había casado con Manuela Agüera Ordóñez, una muchacha que se había criado cerca de Prado del Rey, en el campo,  y que vino a Ubrique con su madre, que siempre vivió con ellos.
Antonio solo recuerda a esta abuela, a su abuela materna, que compartía casa con la familia. Mujer muy religiosa, se levantaba al alba y bajaba todos los días a la parroquia, sentada en la puerta hasta que la abrían.
Sus padres se habían casado poco antes de que comenzara la Guerra Civil, y pronto llegaron los niños; fueron seis hermanos, José, el mayor, que ha muerto a sus 84 años hace muy poco; Paco, que murió siendo un niño, con nueve años; Isabel, Antonio, Paca y Manolo.
Antonio, como todos sus hermanos, nació en esta casa que ahora es su estudio, el quince de febrero de 1940. Seguramente asistiera a su madre Isabel la Matrona.
Muy pequeño comenzó a ir a la escuela con don Manuel Janeiro, exactamente en el mismo lugar en el que hoy expone su obra. 
Es muy curioso que el antiguo Convento de Capuchinos haya sido y sea hoy día una referencia genuina de nuestro pueblo. Actualmente se encuadra en él una magnífica exposición permanente que conforma el "Museo de la piel", gestionado y cuidado por Maribel Lobato y Paco Solano con mimo y esmero. Hace cuarenta años era una ruina, y comenzaron allí los talleres escuela "Ocurris", para su restauración. En los cincuenta había sido escuela para niños, ya que los capuchinos se habían visto obligados a abandonar el lugar veinte años antes. Y desde mediados del siglo XVII fue uno de los ejes de formación del pueblo y una de las cunas de grandes hombres de la iglesia, los más conocidos fray Buenaventura, el beato Diego de Cádiz o Leopoldo María de Ubrique, el obispo Panal.

Pues precisamente en el mismo lugar en el que Agüera aprendió sus primeras letras e hizo sus primeros dibujos, en el convento, ahora, siete décadas más tarde, expone sus últimos trabajos.


 En el claustro del convento, con Zarva Barroso y Antonio Rodríguez Agüera
Fotografía gentileza de Paco Solano


Como decíamos, como  primer maestro tuvo a  don Manuel Janeiro Carrasco, sus recuerdos de la época, a pesar de su corta edad, son muy vivos. Antonio recuerda que había dos "patios", el "patio de los chinos", todo el exterior del convento; y el "patio de invierno", que era precisamente el claustro. Se refugiaban allí del mal tiempo invernal bajo las arcadas durante el recreo.
Recuerda a don Manuel como a un hombre recio y firme. Hubo un detalle que aún no se ha explicado, setenta años más tarde. Un día los hizo pintar sobre sus pizarritas una golondrina, el maestro había dibujado en la pizarra de la clase, con una tiza, una golondrina en vuelo, y les pidió que reprodujeran el modelo.
Poco a poco todos los compañeros iban acercando su trabajo al maestro, y Antonio no veía el momento de acercarse él. Cuando lo hizo, don Manuel le dijo que repitiera el dibujo; y así lo hizo, no una, sino tres veces. Aún no tiene claro nuestro artista porqué él lo repitió y los demás no. 
Queremos pensar que vio en él algo diferente ya con seis o siete años y que decidió ver hasta dónde llegaría.


Golondrina al vuelo. Antonio Rodríguez Agüera, 8 de mayo de 2019


Nos encanta ver cómo Antonio se expresa mucho mejor con un lápiz que de ninguna otra forma, hablándonos de la golondrina nos la mostró gráficamente.
Después de tres años de escuela, su madre decidió que ya era hora de comenzar a buscar trabajo, y con nueve años le encontró ocupación en la petaquería de "Pataíta" en la calle de Las Tenerías.
Al entrar en la fábrica le dieron una "espabilaera". Dar una espabilaera es gastar una broma a un novato o a un aprendiz. En su caso lo mandaron a la carpintería de Gonzalo a por una "horma de los siete picos", y al llegar, el carpintero (confabulado con su jefe) le dio un "pedazo de tarugo grandísimo", en palabras del propio Agüera.
Un niño de nueve años no podía mover aquel tarugo tan  pesado. Le dio un montón de vueltas hasta que, enfadado, lo dejó allí y se volvió al trabajo, donde todos se rieron muchísimo con la espabilaera.
Unos meses más tarde le gastaron otra. Diego "el Mosca" era su jefe, estaba "a parcerías" con "Pataíta", Antonio solo hacía pequeños trabajos como aprendiz de nueve años que era. Un día le dijo el jefe que le iba a dar una tarea de verdad, y le dio una tarea de correíllas.
El niño puso sus correíllas sobre el mármol, su almidón, todas sus herramientas. Se sentó en el banquillo y empezó a hacer la tarea... como es lógico le salió fatal, cada correílla de su padre y de su madre, y sus compañeros riendo la broma.

Pero mientras vivía aquel mundo de aprendiz de petaquero en el Ubrique de finales de los cuarenta, Antonio no había dejado de aprender. Por las tardes iba a clases particulares con Candelaria Chacón Quero,  la zapatera del San Juan, y con ella aprendió bien de cuentas y mejor de letras.

Un año más tarde comenzó a trabajar en el taller de Juan Carrasco León, el repujador. Tenía apenas diez años y pintaba con cuidado los repujados del taller, ahí comenzó de verdad su aficción por la pintura, todo un mundo de posibilidades se abrió a sus ojos, y comenzó al mismo tiempo a pintar piezas para otros fabricantes. Para la viuda de Castro pintaba botitas de cuero. Maribel Lobato nos recuerda que en el museo hay una de esas botitas.
Pensando que debía prepararse bien si quería avanzar en su pintura, Antonio comenzó cursos de dibujo artístico a distancia de la academia CEAC, en Barcelona. Cada mes le pedían un trabajo diferente, lo enviaba y se lo corregían. 
En una ocasión tenía que pintar una cabeza humana, y le pidió a su padre, que estaba malo, que posara para él. Su padre se puso de frente, con las manos apoyadas en el bastón y la barbilla sobre las manos, él le hizo un dibujo con tinta china y resultó tan especial que le preguntaron desde la academia: ¿lo ha hecho usted del natural? Así era la percepción de Antonio tan joven.


Antonio y Zarva Barroso, la experiencia aconsejando al nuevo artista


Antonio nos cuenta que mientras trabajaba en el taller de repujado de Juan Carrasco León hizo amistad con su amigo Francisco Peña Corrales,  carpintero. Agüera, muy joven, iba haciendo dibujos que iba enseñando a Francisco Peña.
A su vez, éste era amigo de Pierre Matheu, uno de los iconos de la pintura en Ubrique. Matheu se fijó en el pequeño Antonio y en su trabajo, y le recomendó a Francisco Peña que atendiera al joven pintor.
El salvadoreño venía a Ubrique cada año, en primavera y verano, para captar la luz de nuestro pueblo, venía a pintar del natural, y Agüera se lo encontraba muchas veces por la calle captando momentos y luces. Recuerda expresamente un día que pintaba en la callejuela de la Cárcel, hacia arriba, dibujando en primer plano unas margaritas que  impactaron a Antonio.
Poco a poco fue creciendo la amistad y el trato entre Agüera, un chaval, y el pintor Matheu, éste apreciaba su trabajo, mientras que otros chavales venían a mostrarle sus pinturas y Matheu les decía: "A lo mejor después de cien cuadros..."

Una noche, de madrugada, que iban subiendo por la calle Torre, Matheu preguntó al joven ¿De qué color ves el cielo? Agüera respondió claramente ¡Azul! (eran casi las dos de la madrugada), y su respuesta gustó mucho al pintor, el cielo, de noche, también es azul, no es negro. ¡Buena respuesta!



 Impresionante retrato de Agüera por David Bulpe


A veces, oyendo hablar a nuestro  pintor, recordamos (salvando las distancias) al escritor americano Hemingway, quizás por su tenacidad, por su seguridad, por la vida que da a su trabajo, por la pasión que pone en todo lo que hace, porque ha aprendido a que lo importante es lo importante, y lo demás siempre puede esperar. Para Antonio la pintura es lo importante, y no le interesan los datos ni las fechas, sí los conceptos y las personas.

Muy pronto decidió convertirse en su propio jefe y dejar de trabajar para Juan. Pensó en hacerse sus propios troqueles y sin amedrentarse por nada, con los medios de los que disponía, comenzó a tallar la madera, a trabajar la piel, a fundir el plomo. Era todo un espectáculo ver el cacharro con el plomo fundiéndose ¡en  la hornilla de su madre! 
Hacía falta mucha temperatura para fundir el plomo, y después había que echarlo sobre la piel que se estropeaba una y otra vez. Era muy difícil, pero más tesón tenía él. Lo intentó hasta que lo consiguió, se hizo un experto en fundir el plomo, e incluso hizo trabajos fundiendo zinc en el anafe de su madre, se veía el cacharro al rojo vivo.

Pero Antonio no había nacido para ser repujador ni petaquero. Siendo aún muy joven decidió que iba a dedicarse por completo a la pintura. Por aquel entonces ya había conocido a la que es la mujer de su vida, su esposa y la madre de sus hijos Enma y Antonio David.
Nuestro pintor nos cuenta que ha tenido muchísima suerte con su mujer, que lo ha apoyado y comprendido siempre, sin ponerle ningún pero a su dedicación al trabajo.
Y también con su familia, ya que ahora son los felices abuelos de Julián y Ana.

Volviendo a sus primeros pasos como pintor, sabemos que a finales de los sesenta y principios de los setenta hizo sus primeras exposiciones. Antonio recuerda a nuestro padre, Manuel Cabello, que le organizó la primera exposición en los salones de la AISS. También hizo una exposición con Pedro Lobato en la calle Cruz.
Antonio quería mucho a Pedro, lo admiraba y lo apreciaba, aún lamenta profundamente su muerte y habla con cariño del pintor y de su obra.
De los cientos de exposiciones y los miles de cuadros que ha pintado, siempre el trabajo más importante, el mejor,  será el que haga ahora.
Pudo apreciar  la obra de Rodríguez Cabas cuando el pintor sevillano expuso en el Casino de la Plaza, pero no lo conoció personalmente. Pocos años más tarde también expuso él mismo en el Casino. También en la Peña San Sebastián, en la Piscina de Ubrique y en tantos lugares que ni recuerda.
 Fue becado por la Diputación de Sevilla en Roma, donde estuvo pintando durante un mes. También viajó a Nueva York, era una de sus ilusiones y así lo expresó en una exposición aquí en Ubrique "si sale bien y vendo los cuadros, me iré a Nueva York a pintar". Los  vendió y se fue  a América, allí vendió un autorretrato.
Más tarde se puso en contacto con una galería americana y les envió unos veinte cuadros de pequeño formato... y ahí se quedó, de los cuadros nunca más se supo. 


 Ubrique como yo lo siento, por David Bulpe


Hablando con el pintor nos da la impresión de que  su determinación y su seguridad han hecho que se preocupe solamente de lo esencial, sin atenerse a modas ni a críticas. Su pintura está en constante evolución, y él hace lo que quiere. Siempre lleva encima lápiz y papel, y hace croquis del natural.
Nuestro amigo Zarva estaba interesado en conocer su opinión sobre el trabajo del artista, y su respuesta fue increíble:
"Si te gusta pintar, pinta. Dibuja, pinta, haz croquis. Trabaja y aprende. Cuanto más aprendas, más claro verás que te falta muchísimo por aprender, pero no pares, siempre que tengas ansias de aprender  todo irá bien."





 Llegado el momento de abandonar la exposición, nos ofrecimos a acompañar a Antonio hasta el Hogar, donde suele ir por las tardes a echar un ratito. No como profesor de pintura, porque él, humilde, dice que no puede ser profesor alguien que tiene muy claro que sabe tan poco, y que además para él es muy importante dedicarse por entero al trabajo, totalmente concentrado, y no iba a poder llevar bien los retrasos inevitables en las clases.




Al despedirnos, cuando Zarva le regaló uno de sus magníficos libros de Mitología  ibérica, Antonio nos confesó que una vez, hace muchos años, escribió unos versos que fueron incluso publicados.
Y aquí hay una novedad de nuestro pintor, después de un par de días buscando entre los libros de nuestro  padre, hemos encontrado, en una edición de 1975, dos escritos de Agüera:


El primero es un pequeño poema dedicado a Ubrique, muy en la línea de aquellos Juegos Florales de principios de los setenta.



Y el segundo un texto en prosa, explicando cómo sus ojos ven a Ubrique, nos parece magnífico el símil que hace con el petaquero y el pintor "encelado en su obra", y las alusiones a Walt Disney.
En la siguiente entrada transcribimos estos dos textos.

Hasta aquí un esbozo de biografía  de uno de nuestros ubriqueños más ilustres, uno de los pocos ubriqueños vivos que tienen nominada una calle, junto a otros pintores y escultores célebres.
Miles de cuadros  ("más de tres", nos ha dicho), cientos de exposiciones, una vida plena dedicada a la pintura y una vida entera en su pueblo natal, con su familia, con los suyos, con su pintura. Admirado por muchos y apreciado por todos, Antonio Rodríguez Agüera es, sin dudas, un ubriqueño que nunca desaparecerá.


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