La escuela de doña Francisca de Paula Contreras Márquez
Ubrique, edificio ABC, 1935
Por Esperanza Cabello
Doña Paquita Contreras, como se conocía cariñosamente a doña Francisca de Paula Contreras Márquez, fue una maestra cordobesa (nacida en 1911 en la aldea de los Zapateros) cuyo primer destino fue la escuela de niñas número 1 de Ubrique, en la ermita de San Pedro a principios de la década de los treinta del siglo pasado.
En esta magnífica página web podemos conocer su biografía y su increíble historia. Pero nosotros hemos recordado un escrito que publicó su marido, Fermín Sánchez de Medina Benavides, en el libro de feria de Ubrique de 1974, y nos ha parecido una historia simpática y entrañable.
Lástima que esta gran maestra y escritora no se quedara en nuestro pueblo toda su carrera, ya fue maestra de maestras, (fue la maestra de primer grado de nuestra tía María de los Ángeles Janeiro Carrasco) pero para todos nosotros habría sido un honor contar con esta escritora tan notable, de pluma tan sensible, entre nuestros paisanos.
Este es el recuerdo que su marido Fermín Sánchez de Medina publica en el libro de feria, a modo de cuento...
Érase una vez una muchachita cordobesa, que, habiendo ganado las Oposiciones al Magisterio con un número tan bueno como para poder escoger un gran pueblo, eligió Ubrique.
Ubrique es un gran pueblo -para mí el más grande- pero no en número de habitantes, que es lo que suele identificarlos a la hora de la elección. ¿Cómo entonces, esta maestrita, teniendo ante sí un gran racimo de pueblos voluminosos, vino en señalar a nuestro pueblo, favorito?
Nunca, hasta ahora, di mayor importancia a este, al parecer, insignificante detalle, pero ahora...
Recuerdo que supe por una sobrina suya con la que arribó a Ubrique, que ya posesionada de su plaza en “La Ermita”, iban cierto día paseando, y al ver la fábrica de don Manuel Romero, con aquella gigantesca y chorreante rueda legendaria, se paró, tomó fuerte del brazo a la sobrina, y casi en éxtasis, exclamó: - “¡Esto lo he visto yo; yo lo conozco!”. La verdad es que la sobrina dio poca importancia a las palabras de su tía. Siguieron carretera de Cortes adelante. La maestrita miraba y remiraba las bellezas del lugar un poco absorta, hasta que, llegadas a determinado punto, dijo de pronto: - "Mariquita: Ahí detrás hay una fuente”. Cuál no sería la estupefacción de la chiquilla, al ver surgir al recodo del camino, una vieja fuente -la de san Francisco- mientras la tía, ensimismada, ni hablaba ni parlaba: Estaba en la inopia.
El regreso fue feliz y alegre para la maestra. Para la chiquilla fue fatal: Verdaderamente asustada, miraba a su tía pensando en poderes ocultos y embrujamientos.
Después de conocer estos y otros muchos “sucedidos” igualitos, que no hacen sino afianzar mi idea, he visto claro: Esta mujer, dotada, por lo visto, de un sexto sentido, debió de ver oníricamente al pueblo, se enamoró de la imagen que su fantasía creó -que resultó ser real- y ¡zas!, Ubrique que eligió.
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De esto que te cuento, paisano lector, han pasado muchos años, muchos...
Algunos de ellos, ejerció en Ubrique normalmente, y en estos momentos tiene que haber muchas madres de familia y hasta abuelas, que fueron alumnas suyas. ¡Ah!, eso sí: Todas deben ser bellísimas, inteligentísimas y simpatiquísimas, pues ella sólo tuvo -según dice- alumnas sobresalientes en todo... por ubriqueñas.
Pero su dicha de disfrutar de Ubrique de por vida, se truncó de golpe, porque tuvo la debilidad de enamorarse de un indígena -no podía ser de otra manera- nada de “mal parecío”, con la fatalidad de que hubo de dejar el pueblo y carrera, cuando al marido “le salió colocación” fuera.
Y aquí comienza, amigo que me lees, el verdadero delirio, la suma locura y la extrema pasión de esta pobre señora, porque desde entonces, suspira por Ubrique, habla de Ubrique, quiere ir a Ubrique y, en fin, la verdad es que todos los que la rodean están ya de Ubrique hasta los pelos. Y los que no la rodean también: En cada visita que hace o que le hacen, coloca en seguida su “long play” -que es “longuísimo”- cantando las excelencias de todo orden del lugar de sus amores: Desde el Salto la Mora al Solimán y desde la Cruz del Tajo hasta las Cumbres, no hay rincón ni calle ni plaza que no le “largue” a las gentes, detallándoles el tipismo y su belleza sin par: Que si el Benafín, que si el Algarrobal, que si el Calvario, que si los Nueve Caños... El Convento, el San Juan, la Cornicabra, el Peñón de la Becerra, la Trinidad, la Pilita de Abajo, la Salía del Lugar, la calle La Cárcel, el callejón de Janeiro, la Fuentezuela, el Carril ... y el San Antonio, del que no deja de decir nunca, que lo hizo un antepasado de su marido al que por llamarse D. Gil Gil Gil, le pusieron de mote “Gilito”.
Pero se comprende que, si ella “vio” Ubrique sin verlo, ahora que lo conoce, ve más cosas que nadie. Por supuesto, muchas más que yo, que allí nací.
Lo curioso del caso es que la mayoría de esas amistades suyas, cuyas cabezas ha llenado de los encantos y hermosuras de Ubrique, han picado y van a conocerlo y le dicen a la vuelta: - “Hija, creíamos que exagerabas porque ¡vamos! que parecía que no había otro pueblo en el mundo, pero ¡vaya con Ubrique! Es mejor de lo que nos figuramos. ¡Te quedaste corta, hija!”. Y todas se hacen lenguas del lugar y pregoneras de su hechizo.
La casa de esta señora es una exposición permanente de artículos de piel de Ubrique. Para ella no hay mejor regalo de bautizo, Ia comunión, santo o casorio, que los porta-retratos, el álbum, el billetero, la pitillera, el bolso, el estuche, la cartera, el costurero, el joyero... y las mil variedades de todo, que conoce a la perfección porque sus cuñadas, afincadas en Ubrique, la nutren de cuantas novedades salen y así está al día en todo lo que nace de las manos de aquellos artistas de ley que son “sus paisanos”.
Y se preguntarán ustedes ¿Y del marido, que fue?
Mi bolígrafo, señores, tiembla al llegar aquí, porque el cuento se torna sombrío, y el relato barrunta un fin trágico: El pobre señor, tomó la pasión de su señora, -que ha ido “in crescendo”- por excentricidades y exageraciones propias de la edad y el sexo, y hasta le halagaba saberse de un pueblo tan importante, por naturaleza, y tan querido de su costilla. Pero, sí, sí, ... Un aciago día, oye por vez primera la palabra “parapsicología”. Triste y pesadumbroso día aquel, en que el hasta entonces tranquilo señor se torna, primero inquieto, y preocupadísimo luego. La nueva ciencia le causa verdadero pasmo, y con un temor indecible inquiere noticias, provoca el tema en las conversaciones, e indaga y busca sin tregua, las conexiones misteriosas de “aquello” con su mujer.
Cada vez se afianza más en la idea de que él formó parte de aquella “visión anticipada” de la que hoy es ya abuela de sus nietos, y se pregunta el hombre todo confundido y compungido: -” ¿Fui yo “visto” como marido propiciatorio, y el “engancharme pa toa la vía” fue cosa de corrientes invisibles y poderosas, más allá del amor y de la muerte y, por supuesto, ajenas por completo al “flechazo” y al “anzuelo”?”.
No para aquí la cosa: Tras su obsesión parapsicológica, lee un día -otro día gracioso- que se está celebrando un “Congreso de Brujología”. El hombre desfallece: ¿Será su mujer una bruja?
Tras muchas dudas y cavilaciones, decide encasillarla fuera de la parapsicología y la brujería: Su mujer tiene sorbido el seso, pero únicamente por amor puro: Es locura de amor por Ubrique, y se acabó.
¡Si hubiera sido así de sencillo! La duda emerge siempre, vive en perpetua incertidumbre, se angustia, aparece el desequilibrio nervioso, las depresiones le siguen... Adiós a la armonía conyugal que siempre presidió su hogar. Adiós a la paz y al sosiego. Adiós a todo...
He aquí, amigos míos del alma, cómo un hombre a una edad ya provecta, por mor de la belleza y del encanto de su pueblo, que saturó todas las fibras de la compañera de su vida, toda la materia gris de su cerebro, y toda la musculatura vital de su corazón, está a punto de perder la razón, quizás a dos pasos del ingreso en un Hospital psiquiátrico y de creerse un Napoleón o un Juan Sebastián Bach.
En escasos momentos de sosiego, se le ve un fondo de serenidad y heroísmo al oírsele ofrendar con voz queda y temblorosa: “¡Todo por Ubrique, Señor, ¡todo por Ubrique!”.
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Esto que transcribo, lector, es una realidad tangible. ¡Si lo sabré yo!
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