martes, 31 de diciembre de 2024

Historia de los curtidos árabes y romanos en Ubrique. Capítulo VI de "Ubrique, encrucijada histórica".

 



CAPÍTULO VI

CURTIDOS ROMANOS Y ÁRABES

 

 

El Rodezno, en otro tiempo tan verde y exuberante, había perdido, no decimos un poco, sino un mucho de su grandiosidad y belleza pasadas. Aquel pequeño rincón ubriqueño era algo así como un centro para la vida ciudadana, bien para el solaz y recreo, bien para una actividad febril en varios aspectos.

Dos o tres molinos[1] hacían girar sus descomunales ruedas harineras con el agua que, procedente del cercano nacimiento de la Cornicabra, caía en cascada sobre los arcaduces o cangilones de una noria conectada a la rueda dentada que engranaba con la principal de la tahona, y que en el argot molinero se conocía como «rodezno», de ahí que a la zona se le hubiera bautizado ya, con el nombre de Rodezno. Y debió ser muy antigua la instalación de estos molinos, porque escudriñando en las ruinas de uno de ellos, en determinada ocasión, encontramos una piedra escrita a manera de lápida, que conservamos y que textualmente decía: «JHS (es un símbolo religioso). ESA OBRA HIZO GASPAR Y CABEZA AÑO DE 1682». Como puede desprenderse, se trata de una lápida conmemorativa, escrita en castellano antiguo, y para nosotros, los de la Pandilla, de un hallazgo más.

 

Las aguas, enfurecidas por la caída, salen al exterior por debajo de los molinos y como despedidas hacia afuera, formando arcadas reverberantes.

Y era bonito porque tiempo atrás, amén de aquel oficio de panadero, también se ejercitaba allí el de las lavanderas, mujeres, que, con paneras de madera o corcho, de escalones redondeados longitudinales, en aquellas limpias y frescas aguas, realizaban el lavado de la ropa, con tan solo «jabón del verde» (hecho en labor artesanal con la cáustica y el aceite) y el agua. Y sobre todo ¡mucho pulmón! para una tela más pulcra.

Aquellas féminas daban al ambiente un tono de jovialidad y alegría. ¡Era agradable estar en el Rodezno!

Las aguas salidas del molino, al unirse con las de otro arroyo que procedía del Rano, formaban un pequeño afluente del río de Ubrique, cuando se fundían en el Llano del Río, como a unos cien pasos más abajo. A partir del Rodezno y casi en ese centenar de metros se sucedían los molinos harineros, movidos por la misma agua, y las tenerías, que precisamente aquella misma tarde en que nos habíamos citado allí, pretendíamos conocer con más detalle, ya que hacía bastantes años que estos centros de producción de «pellejos curtidos» (fenomenales pieles que, a través del tiempo, habían dado origen a la famosa marroquinería ubriqueña) habían desaparecido; tan solo quedaban allí ruinas y desolación. ¡Eran el imperio de la salvaje vegetación y de las ratas!

Igual ausencia ocurría con los molinos harineros que, salvo uno, levantado sobre ruinas pasadas se había enganchado en el carro del progreso. Los demás habían desaparecido.

En realidad, estábamos muy interesados por conocer una fábrica de curtidos, porque nos habían comunicado en el ayuntamiento que, durante la segunda república, el número de ellas, a lo largo del río de Ubrique, en casi un kilómetro, pasaba del medio centenar, y que, durante la Guerra Civil se militarizaron las que quedaban, en número de 40.

En el propio Rodezno existían 5 tenerías, de las cuales tan solo quedaba una propiedad de don Manuel Rojas, muy decrépita y en ruinas. Las otras cuatro habían desaparecido ya, por ampliación del camino de la Esperanza, paralelo al río, o por adecuación para viviendas. Así pues, solo podíamos investigar algo en lo que quedaba de la del señor Rojas.

Efectivamente, era una auténtica ruina. Tuvimos que penetrar en ella en guardia ante el posible evento de un desprendimiento, y mientras lo hacíamos, la primera pregunta que dirigimos a su dueño fue que, por qué junto al río de Ubrique se habían dado tantas tenerías. Su contestación fue inmediata: «El agua, es de una gran calidad para los curtidos, por su alto contenido en cal, magnífico curtiente que se emplea desde la más remota antigüedad».

-Pero los curtidos -inquirimos- ¿a qué fecha se remontan?

-Creo que existen documentos exactos de la curtición de pieles en el antiguo Egipto -contestó el señor Rojas- y a través de pinturas jeroglíficas se puede determinar más o menos fecha y manera de hacer el curtido.

-Y concretamente aquí, en Ubrique, ¿desde cuándo?

-Pues hijos, eso ya no lo sé yo. Tengo cierta idea, y esto es posible que entre dentro del campo de la hipótesis y de la fantasía de que los árabes supieron ya hacer una curtición tan perfecta, que muchas de sus rodelas y escudos de guerra, estaban confeccionados con piel de Ubrique. Me refiero a los árabes que ocuparon España durante casi 8 siglos. Os enseñaré en el interior una piel curtida, no sabemos la fecha, porque cuando se compró esta fábrica, que lo hizo mi padre, ya estaba aquí. Sobre los años 30. Verán ustedes qué dureza, qué curtición; sería muy difícil que la traspasara una flecha ni cualquier otra arma por el estilo. Aparte observaréis su ligero peso.

Y efectivamente. Nada más traspasar el umbral del segundo portón, al entrar en una habitación que olía a abandonada, dándonos cierta sensación de antigua oficina, por entre las maderas rotas de un viejo estante, se veía algo parecido a una manta mal doblada. Se trataba de una piel de becerro gruesa curtida en Ubrique hacía más de una veintena de años y que los familiares del señor Rojas usaban de vez en vez, cuando eran necesarias unas «medias suelas» para los zapatos. Era dura como la madera, y su peso, aún a pesar del tamaño que pudiera tener (no estaba estirada) no debía ser grande, de unos 10-12 kilos. Con estos datos no nos extrañaban las aseveraciones que había formulado nuestro acompañante.

Penetramos más al interior, una especie de patio porticado donde estaba el «alma mater» de su pasada industria. Todo como hemos dicho indicando ruinas: vigas caídas, tejas rotas por los suelos, desconchones, telarañas; en fin, un auténtico caos.

No obstante, pudimos comprobar que en el suelo se hallaban dispuestos varios pilones o pequeñas piscinas, todos muy profundos, que alcanzaban los 2-3 metros. El tamaño de ellos, muy irregular. Se ajustaban en realidad a las medidas de este patio porticado. Unos medirían, sobre superficie, 4x5 metros, otros 4 x 2 y así en este orden hasta completar 6 pilones o noques, distribuidos 4 semejantes en paralelos y dos a todo lo largo del rectángulo que formaban los 4 mencionados.

-He ahí -dijo el señor Rojas- donde estaban los pellejos para su curtición. Contenían aguas preparadas para descarnar, depilar y conservar. Todo se hacía de manera natural, a base de sal común, que la traían las bestias desde las Salinas de Hortales, que ustedes ya conocen; curtientes como el tanino y el tejido suberoso de la encina y el alcornoque y la cal, principal elemento en la curtición.

Una vez tratadas las pieles -continuó animado nuestro anfitrión- se pasaba al laboreo, sobre esas mesas que aún, milagrosamente, se conservan en pie. Esa de formas redondeadas e inclinada sobre el suelo, se usaba para el trabajo de «rivera», que era el primero que se efectuaba sobre las pieles, junto al río, por donde se mandaban las inmundicias de pelos, lanas y carnazas.

En las otras mesas, como veréis de mármol encuadrado con madera, se efectuaba el trabajo de «rematado», donde la piel, libre ya de todas las impurezas, recibía manipulaciones de perfeccionamiento, hasta conseguir un curtido de gran calidad, que de siempre fue muy famoso.

-Archiconocida era -prosiguió- la piel de Ubrique, hasta hay quien piensa, que «el Ubrique» era un animal especial.

Todos reímos la salida.

¿Y como cuánto tiempo se tardaba en curtir una piel? -fue en esos momentos la pregunta obligada-.

-Pues, más o menos... Mirad, -nos dijo- esa piel que hemos visto en la oficina, mi padre nos decía que habían tardado dieciocho meses en prepararla. Nada menos que año y medio. ¿Qué os parece?

Le tocó el turno al instrumental. Sobre las paredes había de todo. Y por los suelos, ¿cómo no? también. Tras un simple ojeo pudimos catalogarlos en dos grupos, en los que las únicas diferencias se manifestaban por los tamaños. Después supimos que a los instrumentos de uno de los grupos se llamaba estiras, y a los del otro, cuchillos. Estos últimos eran los más grandes, como de medio metro cada uno. Básicamente estaban formados por una larga hoja de acero semicurva, a manera de mandoble, en cuyos extremos se encontraban los mangos en madera. La piel, salida del noque correspondiente, (unos con cal, otros con salmuera, otros con los curtientes), y bien reblandecida, se ponía sobre el tablero de «rivera», y la destreza del tenerario o curtidor iba limando las impurezas que contuviera el pellejo: Pelos, carnaza, restos cárnicos o impurezas con los cuchillos de pelar, descarnar, desollar…

Estos restos pilosos -o epiteliales- se dejaban secar al sol, y de los mismos se obtenía una magnífica cola para carpintero, muy apreciada por su alta calidad. Seguía el proceso, y la piel, después de varias semanas en los noques correspondientes, pasaba al tablero o mesa de rematado, donde con los otros instrumentos, llamados estiras, más pequeños que los cuchillos, como de unos 15 cm.; le iban dando la consistencia necesaria y el ahormado preciso para que quedara una piel de bonito acabado.

La visita fue muy entretenida y quedamos satisfechos, pero lo estuvimos aún más, cuando pedimos al señor Rojas unas muestras del instrumental y algunos objetos en desuso de la tenería, y muy amable nos los regaló.

En nuestras manos quedaba todo un muestrario de piezas de antología, correspondientes al instrumental de una fábrica de curtidos antigua, que, por imposición de la vida moderna, que para entonces había aportado nuevas técnicas para la curtición, habían desaparecido. Gracias a nuestra visita este material se salvaba, y con la mejor ilusión prometimos guardarlo hasta que se creara el museo de la piel de Ubrique.

Después hemos buscado y rebuscado por otras antiguas tenerías ubriqueñas, sobre todo por aquellas que se militarizaron entre los años 1936-1943, y no pudimos encontrar nada más. Todo había sido aniquilado por el abandono.

Nuestras conclusiones de estas visitas fueron muy claras y concisas. Bien merecían estas tenerías un profundo estudio etnológico, por la importancia vital que para Ubrique han tenido, no sólo para su desarrollo comercial, sino porque el curtido ha sido base fundamental para hacer a Ubrique “Cuna del artículo de piel”.

 Historiadores y etnólogos son los que Ubrique necesita.

Salimos de la tenería. Frente por frente, nuevamente, nuestro Convento ahora en silencio tras la exclaustración de la comunidad Capuchina que lo ocupara hasta el año 36. Solo queda como testimonio religioso el ser Convento Santuario de la Patrona de Ubrique, la Virgen de los Remedios. Y junto a él, saliendo casi de sus pies, unas enormes arcadas, 12 en total, que soportan una conducción de agua a través de un canal que pasa por encima, a manera de acueducto romano.

No sabemos ni cómo, ni por qué, uno de la Pandilla había hecho un pequeño trabajito para el libro de feria, y no sabemos cómo, ni por qué, nos invitó a su casa y allí nos lo leyó. De todas maneras, era muy interesante. Vean ustedes:

«Cuando hace más de 300 años, justamente en 1668, se finalizó la construcción de ese Convento de Capuchinos que acabamos de dejar, faltaba dotarlo del agua necesaria para el gasto de la comunidad que en él había y para el riego de la huerta que le circundaba.

Fue el padre Nicolás de Córdoba quién, a mediados del siglo XVIII, nos dejó un interesante relato (que se conserva en el archivo histórico de los capuchinos de Sevilla) de la propiedad que dicha comunidad capuchina tenía sobre el agua que procedía del nacimiento cercano del Benalfí (en aquel entonces ya podíamos dar otra solución al significado del Benalfí, que explicaremos en capítulos siguientes). El referido autor, por las fechas antes indicadas, investigó sobre la base jurídica de dicha propiedad, sacando en conclusión que era una servidumbre del convento desde su fundación.

El agua era llevada, en esta primera época, al convento por atajeas descubiertas y para pasar el arroyo llamado Seco, que procede de Benaocaz, había un canal de madera sobre postes.

Posteriormente un hermano capuchino, Fray Pedro de Teba, al que popularmente se le llamaba «eminentísimo ingeniero», vino a Ubrique, restauró por completo toda la traída de aguas al convento, encauzándola a través de cañerías y comenzó la obra de los Nueve Caños, terminándose esta después de su muerte en el año de 1723, según consta en la lápida conmemorativa que allí existe, en bastante mal estado, debido a las concreciones del agua y la humedad; y podíamos esperar que estas palabras sirvieran para que se tome conciencia de ello, para poner testimonio de la Historia en lugar más indicado y seco.

El cabildo de la villa solicitó, a principios de 1726, al entonces Padre Provincial de Capuchinos, autorización para la traída de aguas a una fuente de utilidad pública que proyectaban construir en la Plaza de la villa. Dicha autorización fue dada con fecha 20 de octubre de ese mismo año.

Se comenzó entonces por fabricar un acueducto que salvara el desnivel del Rodezno (lugar en el que estuvimos hoy). Era, y es, un acueducto arcado, y tenía una fuente con abrevadero en el extremo de la calle Nueva, fuente que subsistió hasta que en 1937 se realizó la llamada “Obra nacional de traída de aguas a Ubrique”. Posteriormente se llevó el agua a la fuente de la Plaza por un sistema de atanores.

La fuente se construyó al gusto de la época, teniendo paralelos en Benaocaz, Villaluenga y Grazalema, claro que, en estas tres últimas localidades, han sabido respetar los «mascarones» que guarnecen los chorros del agua, tallados en roca dura, mientras que en Ubrique desaparecieron en las fechas en que se restauró la fuente en 1903.

La parte ornamental la misma está realizada en piedra arenisca labrada (y es muy posible que la fachada del Ayuntamiento actual, construido en la misma época, esté fabricado con el mismo material de adorno, oculto bajo una gruesa capa de cal por ser un conjunto armónico), y el pilón es de una sola pieza, en piedra caliza, de la variedad de mármol rosado, procedente de nuestra sierra, donde es abundante. La total terminación de la obra fue en 1737, once años después de iniciada, acreditando este dato el texto lapigráfico existente en el frontispicio de la fuente que textualmente dice así:

«A ESPENSAS DES- TA V.a (VILLA) SE HIZO ESTA OBRA SIENDO COREGD, (CORREGIDOR) EL S. (SINDICO) DON FERNANDO MARQUES BARREÑO. AÑO 1727»[2].

Casi dos siglos más tarde se estructurarían estos sistemas de conducción de aguas a la villa, dentro de la obra nacional, forjándose un sistema más moderno de traída de aguas, no ya para la fuente, sino para el resto de la villa.

Se tomaron aguas del Benalfil y del Nacimiento de la Cornicabra y, por medio de una central elevadora, se llevaron a un gran depósito con capacidad para más de medio millón de litros, agua más que suficiente para el abastecimiento de una mediana ciudad. Este nuevo servicio de aguas fue inaugurado por el general Queipo de Llano a quien acompañaba el general Bohórquez, hijo de Ubrique, y quizás el auténtico impulsor de esas obras. Esto ocurría el 4 de octubre de 1937».

Y continuamos paseo hacía abajo, por el camino de la Esperanza. Próximo a un centro escolar, una entidad bancaria preparaba por aquellas fechas la construcción de una guardería infantil. Apenas se habían iniciado los sondeos para la cimentación. El estar uno de los padres de los habituales de la pandilla en las obras, nos obligó a parar un poco mientras se saludaban. Cuando de nuevo se incorporó al grupo, (tenemos que recordar que ese buen señor era una de los expertos contratados por el director de las excavaciones del Salto de la Mora, y, conocía en parte todo el tejemaneje de esos delicados trabajos) y, nuestro compañero nos contó a media voz, como si no quisiera desvelar algún secreto, que en los fondos de las cimentaciones están apareciendo unos «muros muy raros».

- «Dice mi padre -continuó- que no conviene que penetremos en la obra ahora. Hay muchas visitas y pueden ponerse en guardia. Que, si encuentra algo, nos lo dirá rápidamente».

Y sin más, no creyendo que tuviera mayor interés, continuamos hacia nuestros respectivos domicilios, no sin antes fijar día y hora, para recoger todo el material que el señor Rojas nos había cedido de la tenería. En total 75 piezas.

Convinimos en que sería el sábado y que podríamos estar todos juntos disfrutando del fin de semana.

No obstante, antes de separarnos decidimos hacer una nueva visita, ya que por referencia sabíamos que, de todas las tenerías existentes en Ubrique, había una que se conservaba casi en el estado en que quedó cuando paralizaron los trabajos y que por ciertas circunstancias nosotros desconocíamos.

Se encontraba en el Llano del Río, justamente donde se mezclaban las aguas del arroyo Seco y las procedentes del Rodezno, y era propiedad de don Miguel Romero.

¡Señores, cuánta amabilidad! Nos conocía y tenía las mejores referencias de nosotros y de la labor que en pro de los curtidos veníamos desarrollando.

No sólo nos atendió, sino que nos dio una auténtica lección de buen curtido, y además nos ofreció «su ayuda en todo».

Y no es que quisiéramos abusar de él. Es que nos obligó a ello. Ni corto ni perezoso, tan pronto entablamos las primeras conversaciones, nos invitó a ir a su tenería, mostrándonosla tal y como hacía varias decenas de años la dejara. De su estructura poco nos podía enseñar, porque contábamos con conocimiento para ello, pero el ofrecimiento que nos hizo fue de lo más extraordinario que se pensara: Podíamos coger, libremente, cuantos artilugios nos faltaran de la tenería del señor Rojas, y sin discusión alguna -eran sus palabras-, ¡cuántos quisiéramos!

Recordamos que por aquellas fechas se estaba proveyendo de fondos el nuevo museo de Artes y Costumbres Populares de Sevilla, y que, fundado por don Florentino Pérez Embid, iba a ser dirigido por el arqueólogo del Salto de la Mora y amigo nuestro, don Salvador de Sancha Fernández, quién en más de una ocasión nos había pedido material etnológico de la piel para su museo.

Todo fue muy sencillo. Establecimos las líneas de contacto del señor Romero y el señor de Sancha, y no hubo problema ninguno para que aquel material fuera a ese nuevo museo andaluz, donde, para nuestro orgullo, se expone.

Pero había una pequeña condición. Nosotros, y para un futuro de Ubrique, tendríamos prioridad para seleccionar las piezas que nos faltaban. No eran muchas, pero las que seleccionamos eran de calidad: Estiras centenarias, estiras de cristal de roca, tridentes, garfios, balanzas, pesas desde los 100 gramos a los 50 kilos (para el pesado de las suelas y los curtientes) alcuzas, faroles, etc. y un sin fin de menudencias, que conservaríamos, con vistas al futuro Museo de la Piel en Ubrique[3].

Y llegó el anunciado sábado. Los dos que estudiaban en Sevilla se unieron a nosotros. Y tal como lo habíamos proyectado fuimos a visitar las obras de cimentación de la futura guardería infantil. Aquel día, mejor dicho, mediodía, no se trabajaba, pero estaba de vigilancia y guardia el padre de nuestro amigo.

Habrían hecho unos 50 o 60 pozos, de 1,5 x 1,5 por 3/4 metros de profundidad. Y a través de sus aberturas ¡que maravillas detectamos!: muros perfectos de fabricación romana (su argamasa y tipo de sillares así nos lo decían) unos a manera de pared, otros revestidos como depósitos hidráulicos. Claro que no se veía todo el muro, longitudinalmente, sino solo a través de esos pozos, porque la obra se encontraba como a 2 metros de profundidad. Y donde quiera que habían sacado tierra, envueltos en ella, restos cerámicos, ladrillos vistosos, fragmentos de vasos, cerámica «sigillata», algunas monedas imperiales romanas y, lo que más nos asombró, por el enorme contenido didáctico que tenían, eran dos piezas de plomo, auténticas reliquias para la arqueología: una, un ensamble con dicho metal, con 25 cm. de longitud, y 35 kilos de peso y la otra, restos de la misma tubería con 85 cm. de longitud. Y decimos de alto valor didáctico, porque aquello nos demostraba que los romanos, grandes técnicos en la ejecución de sus obras, no eran fontaneros al uso, porque tanto el ensamble como la tubería carecían de soldaduras... ¡A lo bruto!

Igualmente, otra valiosa pieza encontrada aquel día, (que por cierto sería lo último, para nosotros, no para la autoridad que llamamos a Cádiz) fue una lucerna muy original. Estaba construida en una almeja. ¡Muy curiosa!

Vimos que todo estaba relacionado con el agua. Su proximidad al nacimiento del Benalfelí, junto al río del arroyo Seco en la base de la ladera del Salto de la Mora (Ocurris), y junto a la calzada que ascendía hacía Benaocaz en el norte, y por la de Las Cumbres, hacia el oeste, por donde se subía a Ocurris.

Y llegaron representantes de la Dirección Provincial de Bellas Artes. Nosotros no pudimos entrar, porque no nos dejaron. Pero después de su visita de inspección, el fallo que emitieron, a pesar de cuantos inconvenientes había para una buena inspección ocular, era que estábamos ante una auténtica fábrica de curtidos de época romana.

Se anunció igualmente una posterior visita, pero cuando llegaron, todos los pozos de la cimentación estaban cubiertos. Bajo aquel suelo se encontraba, enterrado para siempre, el origen histórico de la Piel de Ubrique. Nosotros, por nuestra parte, supimos guardar aquellos vestigios encontrados en nuestra primera visita, igualmente dispuestos a ser entregados en ese ansiado Museo etnológico de la piel[4].

 



[1] Uno de estos molinos, conocido como el de Cotrino o del Nacimiento, fue en 1893, sede de la primera Fábrica Municipal de Luz, y principio de la Central Autóctona de «Eléctrica de la Sierra».

En aquel antiguo molino, durante el día se molturaba el trigo y por la noche se producía la electricidad.

(De nuestros trabajos sobre «El Alumbrado Público Ubriqueño», 1986).

 

[2] En realidad, el segundo apellido es Mancheño, se trata de una errata en piedra. https://historiasdeubrique.wordpress.com/2010/01/30/una-errata-grabada-en-piedra-el-corregidor-que-gobernaba-cuando-se-hizo-la-fuente-de-la-plaza-1727-no-se-apellidaba-barreno-sino-mancheno/

[3] Actualmente en el museo escolar del C. P. Reina Sofía. Ubrique.

[4] En el museo escolar anteriormente reseñado.

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