Por Esperanza Cabello
Entre los recuerdos de nuestra madre ocupa un lugar preferente uno de los Boletines del Arciprestazgo de Ubrique, concretamente el número 12, año II, correspondiente a febrero y marzo de 1950. En él podemos leer la despedida de don Rafael Jiménez Cárdenas y la bienvenida a don Francisco Lanzat Ríos, que llegó a Ubrique, procedente de Fuente de Piedra, el 17 de enero; también hay muchas noticias de interés general, noticias de Benaocaz y la festividad de San Blas, de Ubrique y San Sebastián y un artículo de don Francisco García Parra sobre la ingente labor de reconstrucción de la parroquia por don Rafael Jiménez en los años que siguieron a la guerra civil.
Además podemos leer un escrito del padre Sebastián de Ubrique ("Pensamientos") y, lo que más nos ha llamado la atención: el artículo del Presbítero don J. Campos Giles del que tantas veces hemos oído hablar y nunca, hasta ahora, habíamos podido leer:
"Ubrique, un pueblo jugando al esconder". Habíamos leído referencias en la prensa y nuestra madre nos había contado cómo el presbítero había descrito el pueblo, pero es la primera vez que hemos podido leerlo.
Se trata de un relato de lo que podría encontrar un viajero a la llegada al pueblo, viniendo desde Ronda. También podría ser un folleto turístico, teniendo en cuenta que fue escrito hace sesenta años...
El retrato que hace de los pueblos vecinos deja mucho que desear, pero copiamos un extracto para saber qué escribió el padre Giles:
J. Campos Giles, 1950
Publicado en “Horizontes”, Boletín del Arciprestazgo de Ubrique,
Año II, número 12. Febrero y Marzo de 1950
..."Al entrar, la torre del San Antonio, milagro de equilibrio y de acrobacia, enhiesta sobre las altas rocas, nos mira sonriendo y alargando su espadaña sobre el azul. Esta torre alpinista es el brazo en alto con que Ubrique saluda a sus visitantes.
Torre del San Antonio y Cruz del Tajo. Ubrique, 1986
Foto: Esperanza Cabello
Un fuerte olor a tanino que emana de las fábricas de curtidos es el primer anuncio del pueblo laborioso e industrial, que estampando su nombre sobre carteras y petacas, como otro caballero andante, le ha dado la vuelta al mundo.
Todo el pueblo es un inmenso colmenar humano; por sus calles corre un zumbar de abejas laboriosas. Chillan sin parar, durante el día, las “patas de cabra”, que abrillantan las pieles, las máquinas eléctricas de rebajar y de cortar, las estecas bruñidoras, y no para un momento el jolgorio de risas y de coplas de las muchachas laboriosas, que tomando el sol, junto a la puerta en medio de esas calles, mitad morunas y cristianas, cosen, inclinadas sobre el cuero, sus famosas petacas. Y en las puertas y ventanas, secándose al sol, veréis la bella policromía de los mil artículos de sus acreditadas manufacturas; desde la diminuta rosariera, hasta la cartera repujada con un cuadro velazqueño, que se levanta orgullosa de sí misma entre bolsos y carteras, y los mil envoltorios de cueros chillones de la coquetería femenina.
Foto: Manuel Cabello. Ubrique, 1990
Pueblo trabajador y emprendedor, bullanguero y espléndido, fácil e imaginativo, todo lo asimila y lo copia, y lo que no copia, ¡lo inventa!
¿Qué no han de inventar ellos? Por difícil que sea, si dice verdad esta copla:
“El demonio no intentara
Lo que hicieron los de Ubrique
Que amortajaron a un gato
Y le echaron un repique”.
Un aire de modernidad y urbanización ha corrido por la villa, con pretensiones de ciudad, y la sencilla aldea de ayer ha comenzado a acicalarse con esmero. Una alineación y pavimentación modernísima de sus principales calles, la instalación de aguas hasta en los hogares más humildes, limpieza y pulcritud de sus moradores, bien le merecen al pueblo llevar sobre su nombre este mote de orgullo: “Cádiz el chico”.
Ubrique, 1991. Foto: Manuel Cabello
Pero saliendo de este centro modernizado y elegante ¡qué tipismo más encantador el de esos barrios moriscos, enredados como madejas en los altos peñascales! Callejones revueltos y caprichosos, largas escalinatas de piedras toscas y duras, con sus cenefas de cal, casitas de pie sobre las rocas en posturas inverosímiles, patinillos que escalan la sierra, cruces en las esquinas y tiestos de flores en ventanas y balcones de arbitraria arquitectura. ¡Y qué nombres los de esas calles para un cuento de Fernán o un cuadro de Julio Romero!
La Fuentezuela o el Pozuelo; el caracol, que sube a gatas en difícil espiral, agarrado a las breñas como un Babel en miniatura; la Guindaleta y los Gatos, ¡calles de encomendarse a Dios en una noche sin luna! Y aquella plaza graciosa y pueblerina de la Trinidad, con su cruz y con su patio, y su nicho, con el cuadro que mandó pintar el Beato Diego, junto a la casa en que moró aquella musa del pueblo andaluz que se llamó Fernán Caballero. Y por encima de todas las callejuelas, la sierra majestuosa, cortada a tajos por unos sitios, bajando en graciosos declives por otros; la sierra imponente, recortando un cielo de azul intenso por donde vuelan las águilas.
Plaza de la Verdura, 3 de mayo de 1986
Fotografía: Esperanza Cabello
Parece que los altos riscos van a caer, de un momento a otro, sobre el pueblo atrevido que vive de milagro; pero no, que tres cruces, abiertos sus brazos como símbolo de amor, coronan los más altos picachos. ¡Cruces del Benalfí, del Tajo y de la Guindaleta, que nos miráis con ojos de misericordia desde los altos pedestales de nubes y de rocas!
El amor a la cruz es una de las más bellas y simpáticas devociones de este pueblo serrano. Cuando mayo florido nos trae su fiesta, en las plazuelas y en los patios florecen las cruces, por un milagro de amor, las llamas y las fogatas iluminan las calles, se crujen los gamones y de ventana a ventana se tiende la cuerda del columpio, donde, entre risas y cantares, se mecen las doncellas, y columpian los mozos enamorados.
¡Y qué coplas se bordan sobre el viento de la noche, en una cantinela tristona, con aire de gaita gallega!:
“Morena soy, morena soy,
Y no niego mi color,
Que fue la Virgen morena,
Y crió al niño Dios,
Más blanco que una azucena”...
El texto completo del Padre Giles puede ser leído en este enlace, y el Boletín del Arciprestazgo está a la disposición de quien lo necesite.
Rincón de Ubrique
Foto: A. Rodríguez Carrión
Comentario de José María Cabello del 26 de enero de 2016:
Jose Maria Cabello Janeiro Me
ha encantado volver a leer el famoso articulo del Padre Campos, que
siempre recordó sus primeros años en Ubrique. Aquí fundó la primera coral
con algunas canciones propias a las que armonizaba en el armonium el
Maestro Mateo (digno de algún comentario)
y acompañado al violín por Juan Yuste, de tan temprano fallecimiento.
Ya intervenía como solista brillante Juan Vallejo.
Como letrista fue
autor de los himnos de las Patronas de Málaga, de Ronda y de Melilla. Y
gozó de una popularidad extraordinaria en El Bosque y Benamahoma, hasta
el punto que ante un desgraciado "desliz" de un cura sucesor en el
pueblo, el Obispo Don Balbino (que "se las traía") tuvo la ocurrencia de
cerrar dejándo vacíos los sagrarios de los dos pueblos atendidos
religiosamente desde Ubrique.Tuvo que volver don Jose Campos, tan
querido entonces, para calmar la legitima irritación de los feligreses y
restaurar el culto del que tan injustamente habían sido privados por la
mala conducta de un cura a la que los pueblos eran ajenos.
Y se
consiguió el efecto contrario: que el desliz se convirtió en una
sonora escandalada. Ya en edad madura y siendo un destacado escritor y
un excelente poeta se fue de Misionero a Venezuela a la diócesis de
Maturin acompañado por Miguel Ángel Corrales Gracia, nuestro paisano,
que dejo su Parroquia de Nerja para su labor misionera. Allí falleció el
Padre Campos en los años setenta.
5 comentarios:
Hace muchísimo que no voy a Ubrique, desde cierto verano que me tocó repartir las guias telefonicas en toda la sierra... A ver si en una visita de estas a Cadiz cojo mas dias de lo comun y me hago una visita a todos estos pueblecitos...
Pues te esperamos aqui cuando quieras, ya verás cómo merece la pena. Un beso. Esperanza
¿Cádiz el chico? ¿Eso se decía antiguamente o simplemente nos apodó de esa forma él?
A los ubriqueños les gustaba entonces pensar que Ubrique se estaba convirtiendo en una ciudad, porque la prosperidad llegaba poco a poco con los artículos de piel. Así que, durante una época, nuestros abuelos llamaron a nuestro pueblo "Cádiz el chico". Ese apelativo se perdió ya hace mucho tiempo.
Pues es como Cadiz, que es "un pueblo grande"
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