sábado, 7 de noviembre de 2009

Leandro Izquierdo Rivera: la increíble historia de la doble muerte de nuestro abuelo

Leandro Izquierdo y su socio
Tomás Bueno Ortíz de Azcárate,
Sevilla, 1935


Por Esperanza Cabello

Hoy hace veintiún años que murió nuestro abuelo Leandro, y hoy es también el aniversario de la casualidad más increíble que podría ocurrirle a una persona.

Leandro Izquierdo, don Leandro, murió el siete de noviembre de 1988 en Madrid, a causa de un fallo respiratorio, después de una vida intensa y muy poco "normal". Fue un mazazo para toda la familia, que, a pesar de su edad y de haber superado una operación recientemente, no esperaba esta muerte.


Esquela de Leandro Izquierdo
Recorte del ABC


Ya hemos contado anteriormente que nuestro abuelo había nacido en Ubrique en el "Portichuelo", cerca de la Trinidad. Sus padres, Francisco y Antonia, tenían un refino y varios burros para el transporte de mercancías (nos gusta decir que nuestro bisabuelo era arriero). Desde muy joven se hizo cargo de las riendas de la familia y, casado y con cinco hijos en el mundo, era su propio representante de artículos de piel. Había comenzado con Emilio Santamaría y muy pronto se puso a parcerías con su tío Luis Piñero y con el socio Tomás Bueno (aunque siempre su padre, Francisco, se ocupaba del negocio).

Leandro intentaba vender sus artículos en todos los comecios de calidad que se preciaran: camiserías y tiendas de lujo en toda España.

Cuando empezó la Guerra Civil, Leandro estaba en Madrid, intentando abrirse paso en la capital. Parece que alguien que no lo quería bien dió su nombre, y terminó rápidamente en la cárcel Modelo.
Como él decía siempre, "... ni sé porqué me metieron, ni sé porqué me sacaron."
Nos contaba que la vida en la cárcel fue horrorosa, había demasiada gente, todos hacinados, mezclados unos con otros, comiendo a veces sí, a veces no, sin orden ni concierto. Pasados unos meses, empezó a haber menos gente en la cárcel. Un día se llevaron a unos cuantos presos, y esa noche, alguien le dijo: "Cuando te llamen, no respondas"
Era uno de los responsables de la prisión. La mañana siguiente comenzó de nuevo la saca, y empezaron de nuevo a llamar a los presos. Cuando le llegó el turno, nuestro abuelo no contestó, lo llamaron de nuevo, y su "amigo" dijo: "A ese ya nos lo llevamos de los primeros".
A partir de ahí siguió su odisea en la cárcel, se puso muy enfermo, de pulmonía, y estuvo a punto de morir por esa enfermedad.
Un día, sin más, salió. Aún duraba la guerra y se refugió en una fonda, concretamente en la Pensión de Doña Lola, en la Plaza de las Cortes, número 3, en la que se han seguido hospedando ubriqueños muchos años después. Consiguió hacer saber a su familia que estaba bien por medio de unos amigos que estaban en Galicia, las noticias iban de una punta a otra del país. En esta pensiónse quedó el resto de la guerra, sin meterse en ningún conflicto.

Cuando las tropas llegaron a Madrid, Román, uno de los panaderos de Ubrique, iba a ir con su camión cargado de pan a abastecer la capital. Nuestro bisabuelo Francisco, padre de Leandro, le dió al panadero sus señas y le encargó que lo buscara y lo trajera de vuelta.
Presa de una gran impaciencia, Francisco no pudo esperar y aprovechó la primera oportunidad que tuvo, dos días más tarde, para ir a Madrid a buscar a su hijo. No tenía noticias de él desde hacía más de seis meses.
En el camino tuvieron que parar en Valladolid a hacer noche, porque el viaje era demasiado largo. Al entrar Francisco en el hotel, mientras estaba esperando que le dieran habitación, oyó que lo llamaban: ¡¡¡Era Leandro!!! La casualidad había hecho que padre e hijo se alojaran en el mismo hotel la misma noche. (Leandro Izquierdo, abuelo de nuestro abuelo, era de Valladolid).

Nuestra madre cuenta unas historias escalofriantes del momento en que vio aparecer a su padre por la calle de las Ánimas, ella tenía siete años y hacía tres que no veía a su padre, llegaba muy delgado y consumido, con algo de barba y muy cansado.

Hasta aquí la primera parte de la historia. La segunda empieza el día en que nuestro tío Leandro leyó un libro de Ian Gibson: "Paracuellos, cómo fué"



Portada del libro de Ian Gibson

Este libro es un intento del hispanista de aclarar qué sucedió realmente en las matanzas de Paracuellos del Jarama y Torrejón de Ardoz. Ian Gibson defiende que es necesario saber qué pasó durante la guerra con tantos muertos de un bando y de otro para la salud de la nación.
Comienza el libro con un relato de Ricardo Aresté, alcalde (en 1983) de Paracuellos. Él tenía 19 años en 1936, y se acercaba a abrir la tienda muy temprano cuando, a las ocho de la mañana del siete de noviembre, vio que llegaban tres autobuses de dos pisos con presos (eran los autobuses "londinenses", de los que se usaban para el transporte público en Madrid), los presos, atados, iban bajando, y allí, con armas automáticas, los mataban.
El mismo horror se reprodujo al día siguiente, y siguió después.
Esto que cuenta Ricardo Aresté es exactamente de lo que se libró nuestro abuelo cuando no respondió a la llamada de la saca en la cárcel.

Es un libro muy interesante, claro y bien documentado, en el que se incluyen entrevistas muy cuidadas y varios apéndices que nos han llamado poderosamente la atención:


Ian Gibson: "Paracuellos, como fue" Apéndice 1

Este apéndice es la lista nominal de presos sacados de la cárcel Modelo el 7 y 8 de noviembre de 1936, esos que fueron conducidos a Paracuellos y asesinados.
Si seguimos leyendo, y llegamos a la letra I, encontramos a nuestro abuelo:


Ian Gibson: "Paracuellos, cómo fue"
En el listado de muertos aparece Leandro Izquierdo Rivera

Y esta es la realmente asombrosa y macabra casualidad: nuestro abuelo fue declarado muerto por primera vez el 7 de noviembre de 1936, y murió realmente el 7 de noviembre de 1988, cincuenta y dos años después de haber sido "fusilado" en Paracuellos del Jarama.
Si aquel "amigo" no le hubiera dicho que se callara, si no se hubiera "difuminado" en la cárcel el tiempo que continuó allí, si no hubiera superado esa pulmonía, nuestra vida nunca habría sido como fue.
Él nunca supo que había estado en esa lista, nunca leyó a Ian Gibson y nunca entendió porqué estuvo en la cárcel. Era un joven trabajador hijo de un arriero que luchaba por sacar adelante a sus cinco hijos.
Después de la guerra Leandro tuvo dos hijos más, José Luis y María Remedios, y muy pronto recuperó su fábrica, sus pieles y su negocio.


Nosotros, además, vivimos una historia muy especial aquel día. La noche en que murió nuestro abuelo, por insuficiencia respiratoria, la más pequeña de la familia, Julia, tenía sólo dos meses, y estaba muy enferma con tosferina. Estuvo muy malita, y aquella mañana mejoró de pronto increíblemente. Siempre hemos pensado que no sólo existen las casualidades... Gracias, abuelo.


Ubrique, 7 de noviembre de 2009

6 comentarios:

Feder dijo...

Gracias por este bonito relato.
Nos gustaría que nos contaras la historia de la casa de los Izquierdo, la de la calle Beato Diego.Es una pena que su actual o actuales propietarios la estén dejando caer.

Esperanza Cabello dijo...

Hay muchas historias en esa casa, el 25 de agosto contamos una de ellas:

http://manuelcabelloyesperanzaizquierdo.blogspot.com/2009/08/la-casa-de-la-familia-izquierdo-un-poco.html

Pero hay muchas más que contar, lo tendremos en cuenta. Gracias por el comentario.
Esperanza

Trufa con la letra "TRU" dijo...

Eso eso, gracias bisabuelo!!!!la historia es un poco macabra, pero es muy curiosa!asi que se supone que yo estoy viva porque el pobre se murió...cosas de la vida!
1besito

Manuel J. dijo...

Vaya, ¡Qué historia! Lo que no haya ocurrido en tu familia... es de película de suspense.

Feder dijo...

Formidable la historia de la casa. Y digo yo que con los grandes capitales que hay en Ubrique ¿no sería buena idea que la restaurasen para hotel?. Lo de la madera de pinsapo no lo sabía, le da un valor aún mayor
.Podría destinarse también a casa-museo está en un lugar muy apropiado para ello, y es más grande que la Ermita de SAN JUAN.

Esperanza dijo...

La verdad es que siempre hemos estado alrededor de ella, pero nunca hemos tenido bastante dinero para recomprarla y restaurarla.
Nos hubiera gustado convertirla en museo, pero cada vez está más lejos este proyecto. ¡Una pena!