viernes, 2 de septiembre de 2016

No a la suelta de toros en nuestras calles.





Por Esperanza Cabello
Escribiendo en femenino singular


Hace un par de años, cuando un grupito de mi pueblo decidió comenzar a organizar un espectáculo que consistía en maltratar a un par de toros por las calles de Ubrique estaba convencida de que ese sinsentido no llegaría a ninguna parte:
Los ubriqueños hemos demostrado mil veces ser una sociedad madura y solidaria, preocupada por temas culturales, sociales y sindicales; cada vez más alejada de amarillismos, morbo y barbaridades.
Las reacciones durante los preparativos y la celebración de aquel espectáculo de maltrato animal fueron diversas. En primer lugar el asombro y la decepción absolutos al ver que todos los gobernantes municipales votaban a favor, incluso los más progresistas.
 En segundo lugar la indignación porque el grupo que propugnaba el espectáculo se refería  a una actividad desaparecida hace más de un siglo como si fuera una tradición del pueblo, intentando aferrarse a lo que ya no existía para que las autoridades gubernamentales les permitiesen esta práctica de riesgo.
Y en tercer lugar el miedo por los insultos y amenazas de aquellos que, amparados en el anonimato, arremetieron contra los que nos habíamos pronunciado en contra de esta práctica de maltrato.
Aquel miedo fue en aumento cuando comprobé que a mis hermanos les habían provocado daños en sus coches o que a una amiga le rompieron el toldo de su tienda y cuando además un buen amigo próximo a esos círculos me advirtió de un peligro real.
Aquel miedo lo sintieron en sus carnes algunos amigos que, ajenos a la encerrona que les habían preparado, asistieron a una manifestación en contra de esta actividad retrógrada en el centro de la avenida.

Supongo (aunque no soy antropóloga ni he hecho estudios sociales) que el movimiento social que hubo contra la celebración de la suelta de toros aquel primer año fue, precisamente, y en contra de lo que nos hubiera gustado, lo que le dio fuerza y que todo fue incluso más "divertido" para aquellas personas, pues además de maltratar a dos animales por las calles del pueblo, tuvieron ocasión de liberar adrenalina en la "guerra contra los antitaurinos", porque hubo posturas y actitudes para todos los gustos en ambas partes.

Hace dos años se celebró la suelta del toro... y el año pasado también. De nuevo me sentí decepcionada con la decisión de nuestros gobernantes municipales de votar a favor por unanimidad, de nuevo sentí vergüenza de ser ubriqueña durante unos días de septiembre y de nuevo me fui  del pueblo para no saber nada de ese desatino.

Y este año parece que otra vez tendrá lugar ese lamentable espectáculo por las calles de mi pueblo. 

Ya sé que intentar luchar de forma pacífica contra esto  es casi como predicar en el desierto. Pero confío en el poder de la palabra y, sobre todo, en el poder de la educación. También confío en que podré dejar a mis nietos y a los nietos de mis nietos un mundo mejor, un mundo en el que las atrocidades que hoy se cometen sean historia, como lo son hoy las luchas de gladiadores, por ejemplo.
La actividad taurina está, sin lugar a dudas, en vías de extinción por causas naturales, la evolución de la sensibilidad social hace que poco a poco hasta los más exacerbados se planteen en un momento dado la legitimidad de torturar a un ser vivo. 

Pero quizás necesitemos a unos educadores ambientales que  desde los primeros años de nuestras vidas nos enseñen a respetar y proteger a todos los seres vivos.
Quizás necesitemos también voces claras y altas, lejos del miedo, que se atrevan a expresar su opinión y a marcar caminos para la evolución lejos de la sinrazón.
Quizás necesitemos  legisladores de mentalidad avanzada y con más valentía para plantar cara a determinadas situaciones y no facilitar ni, por supuesto, financiar la práctica de estos espectáculos en plena calle, a la vista de todos, mayores y pequeños, y con el consiguiente riesgo para la ciudadanía.
Quizás necesitemos a adultos sensatos que analicen los pros y los contras de este tipo de actividades y encuentren cualquier otra alternativa sin tanto alcohol que algunos necesitan para elevar los niveles de testosterona.

La verdadera imagen de Ubrique, esa imagen de gente trabajadora y alegre, esa imagen de "colmena encantadora" que con tanto esfuerzo forjaron nuestros mayores, esa imagen actual de calidad y lujo por la que trabajan incansablemente nuestros paisanos ya fue brutalmente dañada hace unos años (y también desde el mundo del toro) por motivos que nada tenían que ver con nuestro pueblo, con nuestra cultura ni con nuestro trabajo. 
En los últimos tiempos por fín habíamos dejado de salir en la prensa amarilla y morbosa o en los programas-basura de determinada cadena televisiva.
(También habíamos superado el choque de las facturas falsas, de los amiguetes delincuentes que paseaban con alaracas por la avenida, a pesar de las condenas judiciales y el socavón de algunos fraudes que personajillos relacionados con nuestro pueblo habían orquestado).

Ahora que de nuevo estamos retomando nuestro aire de paraíso natural; nuestra categoría de bolsos de lujo; nuestra paleta de pintores infinitamente condecorados; nuestro patrimonio cultural íbero, romano, árabe; nuestra música; nuestra librería de autores ubriqueños; nuestro elenco de universitarios galardonados; nuestra imagen de turismo rural de calidad; nuestro amplísimo abanico de actividades deportivas de todo tipo; nuestra fuerte conciencia social con todos los grupos desfavorecidos; nuestra infinita solidaridad; nuestra capacidad de trabajo; nuestro gusto por preservar las tradiciones familiares que nos hacen únicos (aquellas chirigotas que te emocionan, esos gañotes que te endulzan la vida, estos gamones que crujimos con ilusión, ese Belén Viviente que nos apasiona).
Ahora que de nuevo todos estamos orgullosos de ser ubriqueños y llevamos el nombre de nuestro pueblo a gala allá donde vamos, volvemos a tener un feo nubarrón en el horizonte: en las calles de nuestro pueblo, a la vista de todos y con financiación municipal (o sea, en nombre y con el dinero de todos, pues la actividad recibe también dinero de las arcas públicas, una cantidad de dinero similar a otras) se maltrata a unos toros correteándolos por las calles para llevarlos después al matadero y sacrificarlos igualmente.

No consigo comprenderlo y no puedo estar de acuerdo. En Ubrique se hizo la gran tontería de demoler la plaza de toros histórica y construir una carísima plaza de toros nueva. Ya que está construida, y ya que hay gente interesada en celebrar eventos taurinos ahora que aún son legales, lo único lógico sería que los que están interesados se fueran a esa plaza a realizar la actividad que sea, dejando nuestras calles libres, sin molestar a los vecinos, sin mostrar ese despliegue de "egos" y, sobre todo, sin dañar más nuestra imagen en el exterior.

No sé cuánto tiempo pasará antes de que esto termine, no sé cuántos años más tendré que armarme de valor y explicar mi punto de vista, no sé si los que nos sustituirán en las aulas harán una mejor tarea que nosotros mismos en el fomento del respeto a los seres vivos, no sé si alguna corporación municipal tendrá la valentía de no permitir el maltrato animal en el pueblo.  Pero soy optimista, y espero ver cómo en mi pueblo se respeta, también en septiembre,  a los seres vivos.

Y para que no quede ninguna duda, seguimos siendo muchos, muchísimos, los ubriqueños y ubriqueñas que no que queremos que se celebre ninguna actividad de maltrato animal en nuestro pueblo, y pedimos a nuestros comerciantes, a nuestros gobernantes, a nuestros vecinos, que reflexionen por un momento y piensen qué gana quién con todo esto, seguro que la respuesta les abre los ojos y cada años somos más los que pedimos, como en 2014.

No a la suelta de toros en Ubrique
No en mis calles
No en mi nombre
No con mis impuestos


Esperanza Cabello Izquierdo
1 de septiembre de 2016 


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1 comentario:

JMRG dijo...

Totalmente de acuerdo Esperanza, se puede decir más alto, pero no más claro, en mi nombre, no...
Tomo prestados uno de tus párrafos: ...de nuevo sentí vergüenza de ser ubriqueño durante un día de septiembre y de nuevo me fui del pueblo para no saber nada de ese desatino.
Gracias por tu valentía
Juan Manuel Román García