miércoles, 30 de abril de 2025

¿Se puede cazar un ubrique?

 

 

Revista Estampa. 22 de octubre de 1932

Hemeroteca digital

 

Por Esperanza Cabello

 

Esta semana habría sido el cumpleaños de nuestra madre. Esperanza Izquierdo nació el 28 de abril de 1932, y si siguiera con nosotros tendría noventa y dos años💜.

Cada año escribimos sobre ella y sus "preciosas primaveras", más cuando, desde hace cuatro años, nuestra nieta cumple añitos el mismo día. Pero el 28 de abril de 2025 fue un día difícil para las tecnologías (imaginamos que se conocerá para siempre como "el gran apagón").

Pero de todas formas hemos estado consultando en la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España,  investigando sobre los sucesos que pudieran haber ocurrido en Ubrique en 1932.

Y nos ha llamado la atención un relato publicado en al revista Estampa, publicada en 22 de octubre de este año, en el que habla sobre las exageraciones de  generalmente utilizan los cazadores.

Este es el relato:

 

DOS MENTIRAS

Para terminar esta información, publicamos las respuestas de dos grandes cazadores a nuestra pregunta: “¿Cuál es la mayor mentira cinegética que ha escuchado en su vida?”

DON ÁLVARO DE FIGUEROA DICE:

"La mentira es la salsa de la caza; por eso se admiten como buenas las más estupendas.

” Yo he oído a un cazador de ribera, que de un tiro hizo la carambola de trucha y conejo.”

DON RAFAEL SÁNCHEZ-GUERRA DICE:

“¿La mayor mentira cinegética que he oído en mi vida? No sé si será la mayor ésta que voy a contar ahora; pero, desde luego, fue la más oportuna y la más ingeniosa. Por discreción no doy nombres, porque los protagonistas son personas de todos conocidas; pero el hecho es rigurosamente cierto.

"Se celebraba, hace siete u ocho años, una montería en uno de los cotos más famosos de Sierra Morena. Por la noche, después de la cena, nos reuníamos casi todos los invitados y se contaban las incidencias de la jornada cinegética, recordando, además, diversas anécdotas de ella. En aquellas tertulias solía llevar la voz cantante un joven aristócrata, que nos relataba infinidad de proezas suyas en África, en India, etc. Todos estábamos ya hartos de sus mentiras y de su petulancia.

—Casi todos los atavíos que yo uso para montear—nos dijo una noche, son producto de mis cacerías.

Estas botas que llevo puestas me las hicieron con la piel de un cocodrilo que maté en El Cairo; la bolsa para cartuchos es de piel legítima de elefante, al que tuve la suerte de pegarle un tiro en la cabeza, en Calcuta; la funda de mi rifle está también confeccionada con la piel de uno de los muchos antílopes que cacé el Canadá...

Uno de los que le escuchaban, un señor ya de edad, montero muy antiguo, andaluz de pura cepa, sacó en ese momento una petaca y nos ofreció a todos cigarrillos. Era una petaca corriente, de piel de Ubrique, pero muy original, porque tenía incrustados en ella los hierros de casi todas las ganaderías de reses bravas.

Se la devolví, elogiándosela, y entonces, en voz muy alta, para que le oyeran todos dijo:

”—Sí; es bonita, y, además, tiene mucho mérito.

"¡Me la hicieron con la piel de un ubrique que tuve la buena suerte de poder matar en Cádiz!’’

 

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