Vista panorámica de Grazalema (Foto Enrique Isasi)
Revista del Ateneo de Jerez número 18
En estos días de niebla y chimenea (hoy Villaluenga y Benaocaz
estaban totalmente cubiertos) no hay nada mejor que un buen montón de
revistas de los años veinte y muchos datos de nuestra tierra que ir
catalogando y ordenando. Seguimos con la magnífica Hemeroteca de la
Biblioteca Nacional y la Revista del Ateneo de jerez que nuestra amiga
Conchi Benítez nos ofreció.
Le ha tocado el turno a Grazalema, y no tenemos muy claros los
sentimientos del señor Durán con respecto al pueblo, seguramente nuestra
sierra en 1926 era aún un lugar de difícil acceso (unos años antes no
había ni carreteras) y debía de parecerle sublime e inaccesible a la
vez. Esta es su crónica:
"En el kilómetro noventa y nueve de Jerez a Ronda, y en una curva muy
rápida de la carretera, como si desde allí empezasen las dificultades
de comunicación en la sierra, parte un ramal, que conduce atravesando un
soberbio monte, donde la naturaleza parece rebosar en un derroche de
bravía fecundidad, a Grazalema, pueblo escondido en las asperezas de la
sierra del Endrinar (sic) y protegido por la gigantesca atalaya de San
Cristóbal, pico el más alto de esta provincia.
Sin datos que lo confirmen, se supone situada en un sitio tan abrupto
y especial por el obligado paso del puerto del Boyar que une Cádiz con
Málaga. Parece cierto, por lápidas encontradas cerca del hoy llamado
puente de la Terrona, la existencia de la antigua La Cidula (sic), de la
que nos ocuparemos oportunamente.
Muy pocas huellas quedan de los árabes, pues en el término de
Grazalema solo existe un puentecito que cruza el Guadalete, casi en su
nacimiento, y el castillo de Agüita en comunicación con el de Zara.
Escaso es, por tanto, el interés histórico de su término; no así el de
otros limítrofes, que poseen catillos como el de Fátima y Andas-Mora
(sic) y ruinas romanas tan interesantes como las de Acinipo, en donde se
encuentran en relativo estado de conservación su teatro, cuyo frente se
levanta todavía altivo en el sitio vulgarmente conocido por Ronda la
Vieja: si alguno, a pesar de la opinión en contra de tantos autores,
pregunta si fue efectivamente en el valle que desde allí se domina donde
se dió la batalla de Munda, le contestan señalando a gran distancia la
cueva de Pompeyo.
Pero no es en este sentido (con serlo mucho) por lo que Grazalema
merece ser visitada; son sus sierras perfumadas por los montes que la
rodean, rebosantes de poleo, tomillo, romero, rosas silvestres, violetas
amarillas y sobre todo de la aromática jara; es su bosque de pinsapos,
que cuando la nieve los cubre, es sin duda la más bella perla con que la
naturaleza se adorna; son los coros, fallas enormes que parece el
zarpazo de un gigantesco animal que ha dejado sobre las rocas las
huellas de sus garras; los Espartales que a unos 1.300 metros, levanta
al cielo sus crestas de granito, una de las cuales puede verse en la
presente fotografía;
Peñascos de los Espartales
Foto de Enrique Isasi
Revista del Ateneo de Jerez número 18
Es la poética Ribera, donde el espíritu más exaltado se tranquiliza,
porque allí se ve la vida dulce, que se desliza en paz y entre hermanos;
y, por último, la Ermita de la Garganta, llamada así por el ambiente
religioso que se goza en aquella deliciosa cueva donde las paredes
parecen adornadas de riquísimos terciopelos rosa y verde y donde impone
silencio su misma grandeza.
Esta es a muy grandes rasgos Grazalema, la desconocida, la olvidada,
pero siempre generosa y hospitalaria; la que no pudiendo dar otra cosa,
ofrece al resto de la provincia, con la cruz de San Cristóbal la
bendición de sus brazos.
A. DURÁN
Jerez y Enero 1926
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