lunes, 17 de noviembre de 2025

Mi tatarabuela Isabel Coveñas Orellana: la lucha de las ubriqueñas en 1865 contra el "tributo de sangre"

 

 

Isabel Coveñas, dibujada por el artista Ubriqueño Zarva Barroso

 

Por Esperanza Cabello

Hace más de cinco años que la Diputación provincial hizo una publicación sobre mujeres destacadas de al provincia. Era una publicación preciosa, y, en la parte ubriqueña, nuestro amigo Zarva Barroso plasmó, con el aporte de las fotos que le proporcionamos, la imagen de nuestra tatarabuela y la escritora Sonia Arnáiz escribió su retrato, también con los datos que le proporcionamos.

Este era su escrito:

 

Isabel Coveñas Orellana

Ubrique (1837-19…)

Una historia de lucha compartida contra “el tributo de sangre”

“Muger”. Ésa es la profesión que tenía la joven madre Isabel Coveñas cuando en el año 1865 decidió estampar su nombre en una carta colectiva, firmada exclusivamente por mujeres ubriqueñas. Un manifiesto que tenía como destino el Gobierno y las Cortes Españolas en el lejano Madrid. Era el 24 de marzo de 1865.

Junto al nombre de Isabel, que figuraba en cuarto lugar, estaba el de 269 ubriqueñas más de todas las edades con un objetivo común: el de manifestar la injusticia de una ley que ponía en peligro la vida de sus hijos varones.

Con nuestra mirada del siglo XXI quizá parezca difícil de entender; pero en aquella época existía en nuestro país la llamada “Ley de Quintas”. Esta ley obligaba, en resumen, a que los jóvenes, cuando llegaban a la mayoría de edad, se incorporasen al servicio militar. Y no sólo eso, sino que uno de cada cinco que se incorporaba, debía quedarse obligatoriamente en el ejército. Así, se entiende fácilmente que cuando se aproximaba la edad, tanto los jóvenes como sus familias entrasen en pánico, pues el destino podía ser no sólo el ejército de manera definitiva sino, en el peor de los casos, la posibilidad de perder la vida en alguno de los territorios o, incluso en los frentes casi de guerra, que mantenía España en aquel momento muy lejos de la península.

Como siempre, existía otra posibilidad: la de librarse de ese nefasto destino con dinero. Tanto, que sólo las familias pudientes podían escoger mientras que las humildes no tenían más elección que la de ver cómo sus hijos, o a veces sus maridos, abandonaban sus casas y sus pueblos para incorporarse a la “mili”, que duraba entre tres y cuatro años y podía extenderse hasta los ocho.

Es fácil entender así que aquella joven de 28 años que era Isabel Coveñas en 1865 firmase aquel documento. Quizá había visto en alguno de sus cuatro hermanos o en las historias de su propio padre los nefastos efectos de aquella ley, ¡quién sabe! Quizá lo firmó incluso estando embarazada y quizá con la idea de hacer lo que estuviese en su mano para que en un futuro no lejano sus hijos varones, entonces niños, se librasen del servicio militar.

Y es que Isabel, casada con Pedro Rubiales Romero, de oficio curtidor, de familia acomodada y domiciliada con él y junto a sus cuatro primeros vástagos en la calle Agua, llegaría a ser la matriarca de una numerosísima familia -con más de una decena, entre ellos, “siete hijas como siete soles”-.

La carta fue publicada íntegramente por el diario democrático “La discusión”, unas semanas después de haber sido escrita, en su edición del 6 de abril de 1865 y se recoge íntegramente, incluso con los nombres de las 270 firmantes. Decía la crónica periodística que el escrito hablaba directamente “a lo hondo del corazón”. En él, las

mujeres ubriqueñas, dicen que inspiradas por una iniciativa similar jerezana y por “la conciencia de la justicia”, ejercen el derecho de petición que les asistía frente al Gobierno. A pesar de explicar que no actúan desde un punto de vista político, sino de justicia y de “amor a la humanidad”, está claro que su carta pretendía muy inteligentemente influir en el rumbo del país, vetado a las mujeres en aquel momento.

¿Hasta dónde llegó aquella carta? Pues justamente, hasta donde tenía que llegar. El Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados recoge el dictamen positivo de las Cortes para que pasase al Ministro de la Gobernación, lo que ya suponía todo un logro. Años después, finalmente, se derogaría; aunque el servicio militar permanecería vigente en nuestro país durante 120 años más.

De seguro que aquel documento puso su granito de arena. Entre sus firmantes, además de Isabel, Juana Gómez y sus dos extraordinarias hijas Francisca y Sebastiana Bohórquez, la primera en cursar el bachillerato en la provincia, en 1870. Pero eso, es otra historia.

 


 Isabel Coveñas Orellana, nuestra tatarabuela

 

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