jueves, 9 de junio de 2011

Los Bujeos Altos

El Grupo de Rescate 208 de prospección


Hace unas semanas hablábamos en este blog de Los Bujeos Altos,  una finca ubriqueña en la que hay vestigios romanos, y contábamos también que nuestro padre había estado muy interesado por esos vestigios, siendo su estudio sobre estas construcciones el único publicado, por el momento.
Hoy transcribimos el capítulo VIII de su obra "Ubrique, encrucijada histórica"  (1987), que trata, íntegramente, de este lugar arqueológico.
Las fotografías, originales de Manuel Cabello, fueron tomadas in situ justo en el momento en que hicieron la limpieza.




CAPÍTULO VIII UN MAUSOLEO HISTÓRICO Y SUNTUOSO.

La tarde caía plácidamente, como todas las tardes de la primavera.
La Pandilla se encontraba colaborando en la «plantá» de la fogata del barrio que ardería aquella misma noche, como muchas más (decenas de ellas) lo harían en Ubrique, el tres de mayo, el día de las candelas.
De nuestras actividades de prospección y campo, ya nos conocían algunos compañeros de estudios. Y fueron, precisamente dos de ellos, los que nos delataron la existencia de una oquedad, con muros muy antiguos, en terrenos conocidos por “Los Bujeos Altos”, a unos cuatro kilómetros de Ubrique, y en su propio término municipal.
Estos chicos se habían adentrado en el monte en busca de los famosos gamones (platas liliáceas silvestres) que aquella noche explotarían con ritual manera en las seculares candelas que, con motivo del día de la Cruz, 3 de mayo, se encienden en Ubrique, en unas fiestas llenas de luz y colorido.
Nos contaron cómo en el promontorio elevado de un pequeño cerro, a manera de talud, casi cubiertos por arbustos y malezas, emergían dos gruesos muros, semiinclinados sobre el suelo, y que lógicamente, les habían llamado la atención. Mucho más cuando observaron que, entre ambos muros, existían unos escalones que se adentraban en el interior.

Su relato nos “picó” bastante, y, aunque próximo el atardecer, organizamos rápidamente una de nuestras habituales expediciones, para comprobar «in situ» lo acontecido a nuestros amigos.
Bastó una pequeña inspección ocular para darnos cuenta de que se trataba de un interesante monumento ¿romano? Sí... ¿por qué no? Era una especie de hipótesis que basábamos en los estudios efectuados en el Columbario romano del Salto de la Mora (Ocurris), y que conocíamos, casi, casi, a la perfección.
Como la tarde caía (nos anocheció en el regreso) y el pueblo nos esperaba con aquellas fiestas ancestrales de Cruz y Fuego, entre gamón y gamón, entre a «la salud» este o de aquel...» preparamos para el siguiente día, que por cierto era domingo, una nueva excursión.
La Pandilla iba al completo, e incluso se agregaron los dos chavales, amigos nuestros, que habían descubierto el yacimiento.
En este paseo nos pertrechamos de todos los útiles necesarios para hacer planos, fotos, dibujos... etc., y además entablamos conversación con el dueño de la finca, muy conocido en el pueblo, don Miguel Bohórquez Carrasco (q.e.p.d.).



Aquella luminosa mañana dominguera, íbamos a vivir unos emocionantes momentos; porque aquellos restos, envueltos por jaras, lentiscos y retamas, despertaban en nosotros el deseo vehemente de saber de qué se trataba, qué hacían allí y cuál era su historia... Nuestras mentes bullían en busca de una cierta respuesta que, de antemano, íbamos adobando con mil y una sugerencias., Incluso, y a la vista prospectiva del monumento, en el hipotético caso de que se tratara de un enterramiento, dábamos por bueno que los huecos dejados en las paredes del interior, por la caída de sillares, eran sin duda las hornacinas para las urnas de incineración... Porque, pensar en un recinto hidráulico, piscina, alberca o estanque, era muy aventurado pensarlo. No había base para ello...
De todas maneras, y así lo hicimos constar en nuestro Cuaderno Diario de Excursiones, estábamos «contentos y felices, no sólo por haber localizado un monumento para la Historia, en muy buen estado de conservación, sino que al creerlo templo funerario, será el mismo monumento quien  en definitiva aporte algunas soluciones a los numerosos problemas e incógnitas que se han planteado en la restauración del Columbario del Salto de la Mora, por el paralelismo que, entendemos, corre entre las dos edificaciones...».
Nada más lejos de la realidad, aunque hemos de justificar estas primeras apreciaciones nuestras, por nuestro desmedido afán de emitir unos razonamientos, anticipándonos a lo que sucedería después...
Aquel domingo el dueño de la finca no estaba allí. Pero al siguiente, en que volvimos al lugar para completar nuestro reportaje fotográfico, sí tuvimos la fortuna de saludar a don Miguel que ya conocía nuestros anteriores paseos por la finca.
“Yo siempre entendí que era un aljibe árabe en el que mi padre descubrió, excavando allá por 1920, los tres escalones que están ahí” -dijo cuando nos acercamos a las obras- “Por cierto -continuó- que nadie se ha preocupado por estudiarlo, conocerlo o publicarlo. Esto es tan inédito, como desconocido.”
Después nos autorizó a hacer los estudios necesarios, comenzando nosotros por limpiar algunas malezas para completar nuestro reportaje fotográfico. Al preguntarnos si íbamos a realizar alguna excavación, le manifestamos la prohibición total que teníamos de ello, y que en todo caso, serían los ex¬pertos en Arqueología, los que realizarían ese trabajo.
Cuando volvimos a Ubrique, la noticia del nuevo descubrimiento corría de voz en voz.



«Se trata -escribíamos en nuestro Cuaderno Diario de Excursiones- de un cubículo o habitáculo de forma prismática, con base de tres metros de fondo por 2,40 de ancho. Una altura media aproximada de 3 metros. Bóveda de medio cañón destruida a todo lo largo, y por el centro, en dirección E-W. Todo su espacio interior está revestido de geométricos sillares, desiguales en tamaño, mayoritariamente fabricados en piedra arenisca, muy abundante en los contornos. El suelo está cubierto de piedras, cascotes, escombros, restos de animales, basuras y suciedades que hay que limpiar. Para adentrarse en él, se hace a través de unos escalones (en total tres a la vista) que se conservan en muy buen estado. Esta especial disposición de los escalones, nos da pauta a pensar en la entrada al Columbario, uno de los enigmas aún no resueltos...». Con todos estos datos, y sobre todo por el interés que nos había despertado el monumento, nos pusimos en contacto con el Director de las Excavaciones Oficiales del Salto de la Mora, don  Salvador de Sancha. Nuestra información verbal iba acompañada por algunos planos de planta y alzado, y alguna que otra foto de las que habíamos realizado.
Tanto interés le despertó nuestro descubrimiento, que con gran celeridad se dispuso a regresar desde Sevilla, y realizar una visita a lo descubierto.
Aquella tarde del sábado 13 de junio, para mayor rapidez en el traslado, lo hicimos en automóvil, por un nuevo carril que ascendía a la finca de los Bujeos Altos, desde la Vega de los Pastores.
Como a unos 100 metros antes de la llegada al cortijo, y a escasos metros de la derecha del carril, emergían los restos del techo abovedado del edificio.

Una rápida mirada, intuitiva, y por la expresión del rostro del Arqueólogo, notamos que aquello le gustaba: Su fábrica, su estructura... todo.
Lo que nos apenó fue cuando nos dijo que aquellos restos, romanos, auténtico mausoleo, no eran de la época del Columbario (que ya lo tenía datado, a mediados del siglo I D. d. C. en clara época imperial romana) sino que nuestro mausoleo, con seguridad, vista su construcción, materiales empleados, especial disposición a dos aguas, y revestimiento exterior, que ha desaparecido,  la fecha de su construcción iba bien para finales del II, o inicios del siglo III.
Como era preceptivo subimos a la cortijada, donde saludamos a don Miguel, así como le presentamos a don Salvador. Don Miguel, ¿cómo no?, se ofreció para todo e incluso nos enseñó unos tambores de fuste, unas basas de columnas dóricas hechas en caliza que adornaban el jardincillo de la casa, así como, un gran, diríamos descomunal, aljibe, que nos llamó poderosamente la atención.
De vuelta hacia Ubrique, paramos nuevamente en el montículo del mausoleo descubierto, que había sido bautizado así, porque sin lugar a dudas, en época pretérita había sido un sepulcro suntuario...





Por la suciedad que encerraba y por estar semicubierto por follaje, maleza y otros imposibles, el arqueólogo no pudo realizar unas buenas fotos, como deseaba. Ante tal contingencia nos ofrecimos a su limpia, prospección y rastreo por los alrededores, trabajos de los que le informaríamos debidamente...
En posteriores recorridos por la finca, dimos con infinidad de vestigios y restos históricos sobre superficie, en un amplio radio de acción, suponemos como un kilómetro a la redonda. Esto nos ponía en ascuas. El interés aumentaba, y tras limpiar los alrededores del mausoleo de toda la maleza que pudimos, intentamos librar de cascotes su interior.
Recordando instrucciones del arqueólogo comenzamos, aquel 24 de junio, a llevar un diario de recogida de material, y la prohibición expresa de usar aperos de ningún tipo. Puestos en faena y llevando a cabo la limpieza encomendada, tuvimos que centrar nuestro interés en la manera de efectuarla. A la vista de los grandes sillares derrumbados en el interior, la gran cantidad de osamenta, restes de todo tipo, tierras y cascotes (debemos aclarar que nuestro monumento, distante tan solo un centenar de metros de la finca, desde siempre se venía utilizando, para echar, aparte de otros deshechos, los cadáveres de los animales muertos, a veces en gran cantidad, como en la época que relatamos, afectada por la peste porcina africana) pensamos iniciar nuestro trabajo quitando todo lo que buenamente pudiéramos, hasta dejar solamente aquellos grandes sillares, ya que era un imposible categórico, poder sacarlos  o moverlos nosotros.



Antes de la limpieza, metidos en agosto, (hay que aclarar que en Ubrique es norma tomar las vacaciones en julio, que coincide con el mes más bajo de la producción del mundo artesanal marroquinero del que depende, prácticamente, toda la población), el mismo día 6, giramos nueva visita al mausoleo para realizar un nuevo reportaje fotográfico, ya que el monumento estaba, tanto en su interior como en su exterior, algo más limpio y despejado, aparte de que teníamos que hacer un rastreo minucioso de la zona, cuyo sondeo nos dio grandes sorpresas que describiremos en capítulos siguientes. Los siguientes días, 7, jueves, 9, sábado, 11 lunes y 14 jueves, trabajamos de firme en su interior, y de manera sistemática. En ello prestaron su colaboración algunos alumnos universitarios en vacaciones, cuyos nombres tenemos anotados en nuestro cuaderno diario de excursiones en lugar de honor, porque gracias a ellos pudimos realizar una buena labor, por la que posteriormente fuimos felicitados...
Nosotros, los más jóvenes, barríamos y sacábamos las basuras, arrojándolas a una especie de escombrera, que a unos veinte metros, donde menos estorbaba, íbamos configurando... Otros igualmente, iban seleccionando cerámicas, huesos, objetos diversos... Los mayores movían y colocaban en otro lugar del edificio los grandes sillares, sillarejos o piedras pesadas que tuvieran algún sentido, mientras las indefinidas, se sacaban y arrojaban a la escombrera. Y el día 15, fiesta de la Virgen de Agosto, al intentar planificar un trozo de suelo, para una tienda de campaña, al limpiar un poco la tierra, apa¬recieron unos restos óseos, posiblemente humanos, que dejamos tal cual y urgentemente informados al experto...
De lo que tenemos escrito en nuestro Diario de Limpieza, vamos a relacionar lo que creemos del mayor interés...
«En general toda la cerámica encontrada en su interior, correspondiente a material de relleno, es atípica. Numerosos trozos de ladrillos, tégulas, opus signinus, spicatus, cascotes... Aparte los huesos, que no contabilizamos, porque hay miles y miles...
Al tercer día de limpieza encontramos tres trozos de cerámica fina de un vaso, correspondiente a la boca del mismo. En principio creímos fuera romana, pero estudios posteriores, realizados por el arqueólogo De Sancha, nos la dieron como árabe. Estas piezas fueron limpiadas y dibujadas por la Pandilla y entregadas al experto.
En la tónica general de esta limpieza conviene destacar el encuentro de numerosos trozos de pavimento, «opus signinus», parecidos a los existentes en el Salto de la Mora, y que al final de nuestro trabajo, pudimos comprobar que se trataba de restos del propio pavimento-suelo, destrozado en épocas anteriores, quizás por antiguos «buscadores de tesoros».
En este tercer día de limpieza interior se encontraron algunos restos de sílex, que, debidamente estudiados, no pudimos catalogar, al ser restos naturales de algún módulo.
«Al cuarto día, ya habíamos descendido casi un metro; continuaban aflorando los más diversos materiales, ae los que destacamos dos trozos, de quince y treinta centímetros, respectivamente, de piedra arenisca (del mismo tipo de los sillares) y que corresponden a trozos de cornisas desprendidas de él mismo. Son muy interesantes estos hallazgos, ya que en el mausoleo no hay restos de adornos externos y así podemos conocer parte de su estructura.





Merodeando por los alrededores, uno de los más jóvenes de la Panda encontró los restos de una descomunal hacha pulimentada, de 12 cm. de diámetro y 21 cm. de longitud, muy bien conservada.
El fondo del Templo Funerario, ya se aproximaba. Sin pecar de exagerados, habíamos extraído seis o siete metros cúbicos de materiales, inútiles para nuestros estudios, y carentes totalmente de interés. En el fondo, quedaban 14 grandes piedras, entre sillares, bloques o rocas representativas, y que por supuesto, no pudimos sacar.
Hacia la parte sur, en una esquina, ya afloraba el suelo primitivo del mausoleo, en principio, sin huella de mosaico alguno.
Finalizada esta jornada hicimos los preparativos para reclutar gente mayor, y experta, para extraer y disponer convenientemente, los grandes sillares que habíamos descubierto con nuestra limpieza.
Nuestro Ayuntamiento estaba en la mejor disposición de ayudarnos. A él acudimos, a través de su Alcalde, informándole de la necesidad de algunos hombres para esos determinados trabajos, facilitándosenos tres de los Servicios Técnicos Municipales, amén de otros, que pedimos a un empresario entusiasta de estos menesteres, Sr. Ardua.
El sábado, día 16, a las cinco de la tarde, cuando ya el sol, ese tórrido sol de nuestra Andalucía, comenzaba a declinar, nos dirigimos en tres vehículos al monumento. Se instaló un «tractel» especial, con fuerza hasta tres mil kilos. Todo ello bien preparado y estudiado, para que no sufriera la fábrica del mausoleo. La extracción del sillar más grande (140 x 40 x 40 cms. que creemos que pesaría unos seiscientos kilos) y su colocación en su primitivo lugar, desde donde había caído, nos llevó toda la tarde.
Al siguiente día, domingo 17, por la mañana continuamos la tarea.
Unas rocas, según sus especiales disposiciones, iban a un lado, otras afuera, pensando en futura y pronta restauración... En el fondo, tres grandes rocas de formas desconocidas para nosotros, que nos intrigaban...
«El lunes, día 18 -continuábamos en nuestro cuaderno diario de excursiones- vimos las tres rocas. No hemos querido sacarlas y las hemos dejado sobre el pavimento. Quizás sean las más interesantes. Una roca es plana, tamaño 90 x 60 x 16, medidas que corresponden justamente, con las de la puerta de entrada, en magnífico estado, con huella de gozne para abrir o cerrar. No tiene ninguna inscripción. Otra roca, muy parecida a la anterior, que debió tener alguna relación con el cerramiento, cuyo uso definitivo desconocemos, es algo menor, de un tamaño 50 x 60 x 16 cms.
Y finalmente, un ara, sin inscripción alguna, pero sí con huellas de haber tenido adosada alguna lápida. La cara posterior es muy basta, no así la ante¬ior que está muy bien trabajada. Tiene la forma de «L» y sus medidas son 60 x 48 x 30 cms.
Las tres piezas las hemos dejado «in situ» hasta la llegada del Arqueólogo...».

Una vez extraídas las grandes piedras, continuamos la limpieza del interior, sobre todo en la zona próxima a la entrada, donde se encontraban los tres escalones señalados en anteriores párrafos, con cuya limpia podíamos contabilizar hasta un total de seis.
Mientras, sobre el suelo del pavimento, las catorce rocas grandes dejadas en él encubrían gran cantidad de material, sobre todo tierra, arena y pequeñas piedras, que en días sucesivos, lenta y pacientemente, sacaríamos, siempre en la sospecha de que allí podría haber algo interesante. Los días 20, 21 y 22 de agosto, fueron los seleccionados.
«Limpia la tierra -decíamos en nuestro diario- dimos con los siguientes materiales: Varios trozos de cristal, muy finos y multicolores, restos de cerámicas «sigilata» hispánica, un trozo de vaso del mismo material, pero de importación, un pequeño aro de bronce, restos de carbón, casi petrificado...».

Llegamos, al fin, al pavimento. Sólo una tercera parte se conservaba del mismo, pero limpio de cualquier tipo de mosaico u otro adorno. El resto había sido roto y traspasado en épocas remotas, con la evidencia de unas manos inexpertas, presumiblemente en busca de algún «tesoro»... En nuestra limpieza sólo encontraríamos un trozo plano de material muy poroso, parecido a cerámica, blanquecino, del tamaño de un folio-holandesa, y que tras su estudio por el Eeperto, nos daría solución a otra de las incógnitas...
El 24 de agosto nuevamente el Arqueólogo llegaría al mausoleo, esta vez acompañado por el Alcalde de Ubrique. La Pandilla recibió una efusiva felicitación por los trabajos de limpieza llevados a cabo en el monumento. La verdad que estaba radiante de limpio...
Sobre el pavimento primitivo habían quedado las tres rocas descritas en anteriores párrafos, dos que creíamos puertas y otra que interpretábamos como ara o estela funeraria. Estas hipótesis nuestras se vinieron abajo cuando se nos explicó que la que tenía forma de “L”correspondía al cerramiento, y las otras dos, planas, eran del revestimiento exterior. Lo que en principio fue pena, por no haber acertado, se trocó en alegría, ya que todas las rocas eran vitales para conocer a la perfección el primitivo estado del Monumento. La del cerramiento de entrada daba la definitiva altura del mismo y el arranque de la bóveda de medio cañón (recuérdese que la bóveda, longitudinalmente, estaba rota). Y las otras dos correspondían al revestimiento exterior del que formaban parte a manera de zócalo.
¡Debió de ser muy bonito el monumento! Todo de piedra, como una pequeña casita.
Lo que creíamos gozne para el giro de la puerta, eran las huellas de unas grapas para unir unas losas con otras par formar el revestimiento exterior. Como es lógico faltaban muchas, (usadas en posteriores épocas para la construcción de viviendas de los alrededores), pero días más tarde encontramos una que sería la anécdota más graciosa que nos aconteciera en esta pequeña aventura y que relataremos en su momento oportuno.
Hechas las oportunas sugerencias sobre el interior del monumento, hicimos una reconstrucción imaginaria de su exterior y, aunque su bóveda estaba rota a todo lo largo, los datos que teníamos nos daban una claridad de visión, de cómo se encontraría en la antigüedad, sobre todo, su cubierta, tejado típico en esta clase de monumentos, con vertientes a dobles aguas, recubierto con tégulas planas, que descansarían sobre las paredes verticales recubiertas del zócalo y, cerrado en su cara este con la roca en forma de «L».
Poco más podíamos hacer en aquel mausoleo histórico. La conclusión a la que habíamos llegado era la de encontrarnos ante un enterramiento fastuoso, de época tardo-romana comprendida entre finales del siglo II y principio del III. Sus enterramientos estaban en urnas de incineración, sobre pilares colocados alrededor de las paredes del interior del templo. Y para potenciar aún más cuanto antecede, tras el estudio detenido del fragmento de cerámica porosa y granulada, que referenciamos anteriormente, del tamaño de un folio-holandesa, supimos que correspondía a una de las caras de una urna de incineración.

DESCRIPCIÓN FINAL DEL  MAUSOLEO HISTÓRICO.
(Apuntes tomados de nuestro cuaderno diario de excursiones)


«Se trata de enterramiento de época tardo-romana, construido entre finales del siglo II o principio del siglo III, en un magnífico estado de conservación. Totalmente desconocido para la Arqueología nacional.
Se encuentra en un montículo de la finca “los Bujeos”, a un escaso centenar de metros de su caserío.
Su exterior, en el que emergen dos gruesos muros de la bóveda rota, está cubierto de tierra a manera de túmulo. Estos muros, exteriormente, miden 7 metros de largo, aproximadamente, ya que el «opus incertum», del que están construidos, presenta muchas irregularidades. La bóveda se encuentra rota en la dirección este-oeste, notándose en los extremos la existencia de «opus testaceum» que le servía de cerramiento.
En su cara este, arrancan unas escaleras, hacia abajo e interior, con seis peldaños de 26 cm. cada uno. Sus paredes interiores están formadas por sillares dispuestos simétricamente, de diversos tamaños, a manera de «opus vitatum», muy bien trabajados, en roca arenisca.
Su planta es de 3 metros de larga por 2,40 de ancha, pero si unimos la prolongación sobre el terreno de sus escaleras de entrada, su largura alcanza los 4 metros y medio.
El hallazgo posterior de restos de cornisas, así como una pieza de la puerta de entrada, facilita el estudio de la bóveda interiormente, y su arranque de medio cañón.
Una vez efectuada toda la limpieza, la altura alcanza los 4 metros.
El pavimento de «opus signinus» se encuentra roto en sentido este-oeste, que dando una buena parte de él, en el que se aprecia la gran calidad de su fábrica».
ANECDOTARIO:
El total de los días trabajados por la pandilla, en aquellos pagos de los Bujeos Altos, tenía que traernos alguna anécdota graciosa. No cabía la menor duda... Y aquello ocurrió el último día...
La idea de encontrar alguna lápida conmemorativa o inscripción, estaba casi siempre en nuestras cabezas. Pero... no había manera de encontrarla...
El último día de trabajo de rastreo, coincidente con el último agosteño, dimos un paseo final por los aledaños de la finca...
¡Qué alegría nos dio cuando uno de nuestros compañeros nos dijo que a la entrada de una vaqueriza existía una inscripción!... allí fuimos rápidamente, y en efecto, se trataba de una losa plana igual, a las encontradas en el monumento, correspondiente a su revestimiento exterior y... con letras apenas visibles, cubiertas por restos de paja y excrementos de vaca.
La limpiamos con toda delicadeza, y cuando pudimos leerla, el chasco fue mayúsculo. Decía textualmente:

AQUÍ LLEGO EL DIEZ DE OCTUBRE DE 1961 EL PRIMER COCHE



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Manuel Cabello Janeiro
Ubrique, 1986

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