domingo, 15 de marzo de 2015

Villaluenga, por Pedro Pérez Clotet

 Villaluenga en 1933
Revista del Ateneo Jerezano


Por Esperanza Cabello

En la Revista del Ateneo jerezano hemos podido leer un artículo de Pedro Pérez Clotet sobre su pueblo, Villaluenga. Es un retrato lleno de lirismo al que acompañan varias fotografías del momento. Pedro Pérez Clotet tuvo una gran relación cultural con el Ateneo Jerezano, de hecho en las reseñas de excursiones hemos podido encontrar varias referencias al poeta, que en todos los casos los atendía al llegar a la sierra.


 





PUEBLO DE PAPEL



A Tomás García Figueroa



Blanco, diminuto, como caído en la sierra al azar, sin raíces que lo amarren a la piedra, parece este pueblo un pueblo de papel, puesto en la bandeja de caliza como un leve juguetillo. Como un juguetillo con que las noches y los días entretuviesen sus largos ocios.

Un pueblecito como esos de nacimiento navideño, colocados al desgaire sobre unas rocas de cartón o de corcho, que el más endeble soplo arrastra por las fingidas rocosidades.

El buen tiempo, con su claro sol y su aire límpido, adelgaza el perfil de los livianos muros, los pinta relamidamente en azul, contribuye con sus anchos y firmes días al engaño del juguetillo de cal, infantil y efímero, en tanto que el invierno dispara su primera tropa de vientos.








¡Como en las claras noches, bajo la luz lunar, todo el pueblo se pule y sutiliza; cómo casi se trasparenta de tan fino!
¡Y cómo entre el blando juego de las nubes amigas de las montañas, parece que va a caer a cada instante derribado, que va a echar a volar como una nube más, errabunda!
¿Lo irán, acaso, a barrer las sombras al alejarse acosadas por el alba, para abandonarlo tal vez muy lejos, tal vez en el regazo de algún mar, en donde muera deshecho como un barquito de niños?
Pero no. De nuevo emprende cada mañana su nueva vida, su nueva vida de papel, blanca y tersa, triunfadora de noches y nubes.
De nuevo prosigue cada mañana dibujando en el cielo y la sierra su linda estampa, por entre el bosquecillo hostil de estas finas navajas que el sol y el aire afilan de continuo.
Y llega el invierno. Y con el invierno, el mejor engaño, el  engaño mayor, aunque, también, la mejor revancha, de este pueblecito de la sierra.
Engaño y revancha,  traban, sí, su más enconada escaramuza cuando cae de lo alto la crudeza y la sucia luz invernal. Cuando se humildizan hasta las más bravas montañas, esas bravas montañas de babel, que escalan cielos vírgenes.








El viento y el agua lo azotan entonces duramente. Ese viento de la sierra fuerte y encrespado, y esa espesa agua de las cimas, a la que el fuerte viento de voluntad de hacha.

Pero la ruda tempestad que troncha los árboles, que desgaja las montañas, que atemoriza al hombre, resbala dulcemente por las paredes de este pequeño pueblo de juguete, dejando sólo en ellas una deliciosa pátina de suavidad, una mayor blancura y un enjambre de gotas que son limpios brillantes.

Cuando se piensa verlo desbaratado, aplastado, revuelto en un breve mar de papeles, sale erguido, sereno, del mal tiempo, como un aluminosa sonrisa.

La realidad ha vencido al engaño. El frágil pueblecito, de milagro entre dulces nubes y brisas, ha rubricado inesperadamente su afianzamiento sobre la piedra, ha dicho su sólida verdad, ha impuesto, en fin, su rotunda firmeza, entre el plomizo y ronco hervor de las tempestades.


P. PÉREZ CLOTET

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